Hay una relación que existe y que hoy se oculta en medios de comunicación y también por parte de políticos y pensadores de la izquierda, entre el fenómeno de la inmigración (ahora especialmente la forzada por los conflictos generados de los refugiados) y la situación de los trabajadores y sus condiciones laborales, que determinan su misma vida.
No olvidemos que los grandes propietarios han mantenido al grueso de la población bajo la amenaza de la pobreza prescindiendo de ellos y dejándolos sin sustento, bien mecanizando los procesos de producción, bien llevando estos a lugares donde la mano de obra era regalada o bien trayendo esa mano de obra tan barata al propio país.
Ya, para empezar diré que pueden ver el uso ya muy generalizado ahora de la palabra migrante en vez de inmigrante o emigrante.
Como dando a entender que las personas pueden moverse a lo largo y ancho del mundo sin restricciones ni problemas y con todos los derechos.
Esto en primer lugar no es cierto.
Vayas donde vayas hay unas reglas, condiciones y cultura que debes respetar. Y quien llega a un nuevo país donde vivir, si no tiene buenos contactos y grandes medios, suele ser el último de la fila en prácticamente casi todo.
Cada nación tiene sus modos de vida y sus recursos, y no puede aceptar migraciones de forma aleatoria y masiva sin verse perjudicados, a veces notoria o gravemente, sus propios habitantes. De ahí las restricciones y rechazo que ha habido habitualmente a lo largo de toda la historia humana a este fenómeno, y aquí no importa a qué civilización nos vayamos.
Hay unos recursos limitados que deben ser adecuadamente gestionados.
Hoy en día el tema de la inmigración está en la primera línea del debate político, aunque se elude aquí también nombrar sus consecuencias o efectos económicos. Es un asunto que suscita reacciones airadas y raramente análisis racionales.
A quien se opone a la llegada masiva de inmigrantes, que además no disponen de condiciones ni documentos para hacer una vida normal allí donde llegan, se le califica de racista, también a veces de un modo más suave como “xenófobo”.
Acusaciones fáciles, demasiado fáciles, para no permitir una reflexión sosegada, además de ser falsas.
Alguien no es racista o xenófobo por oponerse a una inmigración ilegal, en realidad muchos de los que apoyan la llegada de estas oleadas de personas al margen de la ley sí se creen superiores a ellos y de hecho se aprovechan de la situación y los explotan. Los eslóganes y frases bonitas que oyen tienen poca ligazón con los acontecimientos que luego suceden.
En otras exposiciones les comentaba cómo también hay clases en cuanto a los mismos refugiados: a unos, como los de Siria, se les presta más atención porque se les utiliza con fines geopolíticos y sociales, y a otros, como los de Donbass, se les ignora, al no tener utilidad y ser testigos incómodos de las malas acciones de nuestros dirigentes de la política y la economía.
Además, nos encontramos con que las organizaciones "humanitarias" y los "progresistas" que les dan supuestamente la bienvenida son responsables directos de su situación, porque han apoyado y siguen apoyando la causa de que ellos hayan tenido que huir de su país.
Como ocurrió en Libia o ocurre en Siria, antes focos de recepción de inmigración y ahora, tras las guerras provocadas por occidente, espacios de muerte y horror.
Si tú apoyas a mercenarios desalmados, escuadrones de la muerte, que llevan a cabo matanzas entre la población, causas la huidas masivas que llegan a otras tierras como desoladas almas llenas de dolor.
Después, con un macabro cinismo, los incendiarios que generaron tal incendio, aparecerán mostrándose con el conocido rol del voluntario salvador.
Vemos que en este tema que tratamos no se va a las causas (la agresión a la soberanía nacional de otros estados) y tampoco a los verdaderos efectos (sociales y económicos), se juega, sin embargo, al propio interés en un mercado de votos y dinero de donaciones, se juega así mismo al despiste, al engaño, a hacer uso del dolor ajeno para encubrir otros problemas mayores y sacar rédito propio.
Y se olvida, adrede, el efecto real y las consecuencias en quienes sí sufrirán este movimiento y desajuste poblacional creado: los propios inmigrantes y las clases trabajadoras de las sociedades donde ellos llegan.
Porque la llegada de todos ellos no solo puede provocar un choque social por tener una cultura diferente, que no es lo importante, sino principalmente por un asunto de lucha por los recursos vitales.
Recordemos que estamos en una sociedad capitalista, donde la riqueza y medios para desarrollar una vida próspera están en unas pocas manos, quedando el grueso de la población a expensas de las necesidades y de los caprichos de estas clases privilegiadas y existiendo, como existe a propósito, un porcentaje de las clases trabajadoras que no disponen de medios continuos para su supervivencia, al no tener una ocupación estable u ocupación ninguna; y sirviendo muy favorablemente a los adinerados como ejército de reserva de mano de obra, recordemos mano de obra barata que tirará los ya tirados salarios y servirá como control efectivo hacia los trabajadores habituales por si surge cualquier reclamación de mejora de su situación.
Ante este ya penoso estado de las cosas tenemos la llegada masiva de todas estas nuevas personas, cuyo peso y efecto irá no contra los grandes propietarios, tampoco contra los privilegiados “progresistas”, sino contra el conjunto de los trabajadores, que verán aumentado con creces ese ejército en la reserva en busca de un puesto que ocupar y rebajará todavía mucho más la ya muy rebajada cotización laboral.
Por tanto, la oposición a estas irregularidades y abusos no guarda relación alguna con el racismo, la xenofobia o el prejuicio que quieran indicar, sino con algo más racional como es el de poder alimentar a sus familias.
En esta situación y tesitura, que vean yendo y apoyando los trabajadores hacia organizaciones que supuestamente no son las propias, a las que se etiqueta con no mucho sustento, con el objetivo de descalificar, como de “extrema derecha” o incluso de “racistas”, aunque su denominación más correcta sea la de nacionalistas, porque defienden los recursos de su propia nación, que repercutirá en bienestar y seguridad del trabajador, no les debe extrañar.
Si la “izquierda” política parlamentaria vive agasajada por el mundo corporativo en una burbuja, completamente alejada de la base social, del mundo laboral, la terminan, como lo hacen justamente, por abandonar. De unos demagogos, oportunistas y vacíos de algo sustantivo nada podían esperar.
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