miércoles, 1 de noviembre de 2017

Coca-Cola y Pepsi: Depredadoras de Agua

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Coca-Cola y Pepsi: Depredadoras de Agua

Un reciente estudio de Brand Footprint estima que en el hogar de cualquier persona del mundo se compra Coca-Cola más de trece veces al año. Solo en Europa, The Coca-Cola Company obtiene unos ingresos anuales de más de diez mil millones de euros. 
Su gran competidora, PepsiCo, con menor implantación en el viejo continente, supera sin embargo a su rival en otras regiones del mundo y ha erigido un imperio en el sector de la alimentación. 
Ambas se han visto rodeadas por infinidad de polémicas, escasamente reflejadas por los medios, y han sido objeto de varias convocatorias de boicot por sus prácticas laborales. Mientras tanto, los trágicos efectos de su masivo consumo de agua en el subcontinente indio han pasado desapercibidos.
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La fiebre de la cola
La historia de la Coca-Cola es sobradamente conocida: un coronel confederado, John Pemberton, creó un jarabe para atenuar su adicción a la morfina que consumía desde que había sido herido en la Guerra de Secesión. 
Decidió vender a cinco céntimos cada vaso de aquel tónico que aspiraba a mucho más que combatir el ardor de estómago: teóricamente, servía para calmar los nervios, paliar el dolor de cabeza e incluso luchar contra la impotencia. 
La cocaína de la fórmula original era capaz de eso y más.
La bebida comenzó a ganar cuota de mercado y, poco después de su lanzamiento, surgió la compañía que erigiría el imperio de la marca más famosa del mundo. 

Su sabor parecía gustar en los lugares más remotos, pero Coca-Cola (ya sin estimulantes) quiso apuntalar su producto convirtiéndose en una de las grandes pioneras de la propaganda moderna. 

Tras conquistar el enorme mercado interior que ofrecían los efervescentes Estados Unidos de comienzos del siglo XX, la marca se convertiría en el gran mascarón de proa de la globalización capitalista. 

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Todo el mundo sabe que Coca-Cola fue capaz de cambiar los colores de San Nicolás y, con ellos, los de la propia navidad; no obstante, el rojo y el blanco de su emblema, sus anuncios y su mítica tipografía (incluso una fuente lleva su nombre), no eran simples formas: en el fondo de aquel envase viajaba un nuevo tipo de consumo.

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Siempre a rebufo de su competidora (la compañía original fue a la bancarrota en 1931), Pepsi supo hacer de la necesidad virtud y, aunque no ha podido amenazar el liderazgo mundial del refresco de Coca-Cola, su modelo de negocio diversificado le dio el control de decenas de marcas de alimentación (Lay’s, Doritos, Cheetos o Fritos pertenecen a su grupo empresarial). 
En 2005, la facturación de todas las divisiones de PepsiCo finalmente superó a la de su gran rival.
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Actualmente, los productos de ambas compañías se venden en todos los países del mundo, con excepción de Cuba y Corea del Norte (donde, en todo caso, se pueden conseguir en el mercado negro). 

Coca-Cola vende casi dos mil millones de refrescos al día, y el valor de la compañía se acerca a los doscientos mil millones de dólares (el de PepsiCo es tan solo ligeramente inferior). 

El sueño de los directivos de las compañías de refrescos se ha cumplido: sus productos no solo son los más vendidos del mundo, sino que en varios países (como EEUU) se consumen más que el agua embotellada.

Pero, ¿cómo se consigue semejante dominio del mercado mundial? Sin duda, ese sabor artificial, creado por el hombre, tiene algo que nos engancha. 
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Sin embargo, más allá de las cualidades de sus bebidas y de su maestría publicitaria, The Coca-Cola Company y PepsiCo supieron rentabilizar las vetas de beneficios ocultas en la desregulación y la explotación laboral. 
Que los consumidores demos por descontado que esto es un comportamiento natural en empresas de este tipo, es parte del problema; que a pesar de ello sigamos consumiendo sus productos, es algo estrechamente relacionado con las peores consecuencias de sus políticas.
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Trabajo y sequía
En España se han realizado diversas llamadas al boicot contra Coca-Cola, casi siempre por culpa de su actitud ante las reivindicaciones de los trabajadores de varias de sus plantas embotelladoras, quienes declararon sentirse acosados cuando la compañía se vio obligada a readmitirles tras un ERE irregular. 
El Supremo certificó que Coca-Cola violó el derecho a la huelga en España al realizar prácticas de esquirolaje para romper las movilizaciones de sus trabajadores al mismo tiempo que estaba negociando las condiciones de su cese. 
Algo parecido ha sucedido este mismo verano, en Argentina, con su gran competidora, PepsiCo.
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No obstante, el gran tamaño que dificulta los movimientos de estas multinacionales tiene sus ventajas: según Infoadex (organismo dedicado al estudio de la inversión publicitaria), Coca-Cola España invirtió veintinueve millones de euros en publicidad solo en 2016. 

Resulta sencillo comprender cuál es el motivo por el que determinadas polémicas tienen serias dificultades para abrirse paso en los medios, o por qué desaparecen rápidamente del discurso público cuando pasa la noticia. 

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Por si eso no resulta suficiente, ambas compañías disponen de manuales internos que explican a sus divisiones mundiales cómo limitar el impacto de cualquier mensaje que afecte a la imagen de su marca mediante el uso de las redes sociales, el posicionamiento de noticias en los buscadores e incluso el contacto directo con los propios consumidores.

Así, no resulta extraño que nuestra capacidad de movilización como consumidores quede tristemente limitada a los casos en que las políticas de estas compañías afectan, de un modo u otro, a nuestro entorno más cercano. 
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Desde luego, los despidos irregulares en nuestro barrio, las desinversiones en nuestra región o incluso las polémicas políticas nacionales son motivos perfectamente legítimos para dejar de consumir un producto. 
De hecho, no es extraño que las escasas rectificaciones públicas de este tipo de multinacionales tengan que ver con un error a la hora de calcular la capacidad de movilización de sus trabajadores, o la solidaridad que pueden llegar a despertar en el consumidor. 
Desgraciadamente, articular algún tipo de acción colectiva por otras consecuencias directamente derivadas de sus políticas, pero que nos resultan ajenas (a pesar de su gravedad) por su mera lejanía, resulta mucho más complicado.
Eso es precisamente lo que ocurre con los efectos de la presencia de Coca-Cola y Pepsi en el subcontinente indio, donde la pinza formada por el cambio climático y la globalización ha provocado una tremenda crisis humanitaria. 

Muchos, demasiados ciudadanos que critican legítimamente a sus gobiernos por desatender dramas como el de los refugiados, ignoran consciente o inconscientemente la actuación de ciertas compañías cuyos productos consumen, olvidando que sus marcas extienden la miseria hacia la vida de millones de seres humanos. A millones de indios, en este caso, que llevan muchos años luchando prácticamente en solitario contra la presencia de plantas embotelladoras de varias multinacionales en su región. 

Y de nuevo, por su tamaño y su condición de símbolo político y económico, The Coca-Cola Company (y Pepsi, como siempre a su rebufo) se han convertido en el enemigo a batir. 

Por desgracia, la propia dilatación en el tiempo de la lucha de los damnificados implica su lenta y agónica derrota.

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The Coca-Cola Company tenía, a finales de 2016, casi sesenta plantas embotelladoras en la India. 
Todas ellas vierten a los ríos, junto a los que se sitúan productos altamente contaminantes como cadmio o cromo. 
Esas aguas son utilizadas posteriormente para el riego y el consumo humano, con las gravísimas consecuencias que todos podemos imaginar y, no obstante, el verdadero problema surgió cuando a los vertidos y al consumo masivo de agua para la fabricación de refrescos se unió la sequía. 
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Eso es precisamente lo que ha ocurrido en varias ocasiones en la zona de Tamil Nadu, una región del sureste indio con una gran concentración de este tipo de factorías.
Coca-Cola apostó fuerte por esta localización tras alcanzar un acuerdo con el SIPCOT (un órgano gubernamental para impulsar el crecimiento industrial del Estado), en virtud del cual puede dragar hasta tres millones de litros de agua diarios del río Thamirabarani, a razón de un dólar por cada mil litros. 

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Cuando se firmó este convenio, se trató de tranquilizar a la población de la zona aduciendo que Coca-Cola, en realidad, no necesitaba semejante cantidad de agua; la compañía afirmó entonces que solo dragaría el máximo permitido de forma excepcional. 

Lamentablemente, el acuerdo no contempló la posibilidad de limitar la extracción en caso de escasez de agua en la zona.

Pronto llegaron las denuncias de los ciudadanos de diversas poblaciones, cuyas reivindicaciones, es justo decirlo, fueron atendidas en un primer momento por los tribunales. 
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The Coca-Cola Company hizo valer entonces su acuerdo con el gobierno e interpuso un recurso que fue aceptado por el Tribunal Superior de Madrás, lo que le permitió continuar dragando el río mientras cientos de miles de indios comenzaban a tener dificultades para acceder al agua potable. 
La situación se reprodujo rápidamente en otras zonas de la India y el sur de Pakistán, dos países enormes y sometidos a una tremenda presión demográfica. 
Las víctimas han ido organizándose a lo largo de los últimos años y han perseverado en sus movilizaciones: obtuvieron una importante victoria judicial en la India, en 2011, cuando consiguieron impulsar una ley para obligar a las compañías a compensar a la región de Kerala (en el extremo suroeste del país), por la continuada contaminación y sobreexplotación de sus aguas. 
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Pero de nuevo los engranajes el Estado detuvieron la iniciativa, que solo recientemente (después de otro lustro de lucha y penurias) ha logrado regresar a la agenda política nacional.
Por desgracia, con el paso de los años las consecuencias de la actividad de las multinacionales en el sur de la India han ido mucho más allá del agravamiento de la persistente sequía de la zona. 

El verdadero drama estalló cuando, ante la sobreexplotación de los ríos, los agricultores vieron como la práctica totalidad del cauce remanente se dedicaba al consumo humano. Para poder beber, muchos indios tuvieron que resignarse a dejar de comer. 

Decenas de miles de pequeñas explotaciones agrícolas se fueron quedando sin agua para sus cultivos y, por lo tanto, perdieron la producción que alimentaba a la población del territorio y el flujo de capital con el que se compraban nuevas semillas para los campos (en muchos casos a Monsanto, otra polémica multinacional norteamericana).

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Finalmente, la escasez ha llevado a miles de personas más allá de su límite y los efectos de la crisis humanitaria han comenzado a llamar la atención de algunos medios y consumidores occidentales: en los últimos años, los agricultores de la India, privados de cualquier tipo de perspectiva vital e incapaces de cumplir con su rol tradicional de proveedores, han comenzado a suicidarse de forma masiva. 
En algunos Estados de la República de la India se han quitado la vida más de veinte mil agricultores en poco más de cinco años. 
Entre el oscurantismo mediático, resulta complicado medir la tragedia con absoluta exactitud. 
La única certeza es que la magnitud del fenómeno en la totalidad de los Estados implicados, resulta aterradora.
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Una Coca-Cola, por favor
Ante un problema de semejante calado, ¿qué postura podemos asumir como consumidores? 
Coca-Cola y Pepsi no son las únicas variables que han arrojado semejante resultado: la globalización económica, el cambio climático, el propio desarrollo de la India e incluso de su cultura milenaria, señalan las coordenadas de la crisis; no obstante, son las multinacionales como las gigantes del refresco las que más claramente han condicionado cada uno de los elementos de esta triste ecuación.
Hay, además, razones para castigar su respuesta a esta circunstancia: existe una clara relación entre la prolongación de esta situación y la batalla librada en los tribunales por unas empresas que, claramente, incluyen este tipo de procesos judiciales en sus balances económicos, independientemente de si se producen en Tamil Nadu o Fuenlabrada. 

Evidentemente, ninguna empresa traza sus planes de negocio tratando de enviar a los habitantes de toda una región a la inanición; es la lógica de la competencia y la maximización de los beneficios la que lleva a este tipo de compañías hacia prácticas que hacen palidecer el esquirolaje o el acoso laboral que implementan en el Primer Mundo.

Existe, sin embargo, una similitud entre las estrategias que emplean en nuestro continente y sus políticas en la India: no abandonarán ninguna de ellas mientras les reporten beneficios.
Y parece evidente que los consumidores no podemos contar ni con los gobiernos ni con el poder judicial para que impulsen un cambio tan necesario.
Solo queda, por lo tanto, un mecanismo al alcance de la mano. Las marcas como Coca-Cola y Pepsi son muy celosas de su imagen y cuando no pueden ocultar sus prácticas a la opinión pública, tratan de sepultar su recorrido mediático con indemnizaciones millonarias. 

Si sienten que sus ventas o su imagen de marca (siempre fresca, como sus productos; positivos, optimistas) se ven comprometidas, estarán obligadas a rectificar.

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Parece claro que, con Coca-Cola y Pepsi, topamos de nuevo con un producto absolutamente incrustado en nuestra tradición cultural. Probablemente, resultaría demasiado incómodo negarse a ir a una cafetería con nuestros amigos y tener que ofrecer una larga y compleja explicación sobre nuestra postura personal en relación al mercado de los refrescos. 
No obstante, y aunque puede resultar más difícil de lo que parece, estos productos son fácilmente sustituibles por otros que no pertenecen al mismo conglomerado financiero y se producen de forma más sostenible. No olvidemos que, en el terreno del consumo, el pequeño revoloteo de una mariposa en un extremo del mundo puede provocar un huracán en Wall Street.
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Por último, es necesario hacer saber a estas empresas los motivos que nos llevan a reducir o interrumpir nuestro consumo de sus productos. Hoy en día, tenemos la capacidad de transmitir a cualquier compañía, sin intermediarios, qué es lo que no nos gusta de su modelo de negocio; cuáles son nuestras condiciones si aspiran a reconquistar nuestra confianza. 
No cabe refugiarse en el argumento de que, en realidad, confiamos sistemáticamente en las grandes compañías porque ofrecen un servicio inmejorable (que muchas veces lo hacen) y continuar olvidando premeditadamente las consecuencias de sus prácticas, el coste oculto de sus productos, simplemente porque no nos afectan directamente. Acabarán haciéndolo.
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Si estamos dispuestos a denunciar las condiciones en las que malviven los animales de una tienda de mascotas o a denunciar en Internet la suciedad de un restaurante, ¿no podemos negarnos a que producir un refresco carbonatado signifique la miseria de millones de personas? 

¿Por qué aceptamos que los causantes de esta situación sigan obteniendo beneficios millonarios?

Es necesario dejar de consumir los productos de todas aquellas marcas que consideremos cómplices de situaciones como la que están viviendo los agricultores indios. 
Es necesario difundir la información debidamente contrastada sobre lo que le sucede con nuestros semejantes. 
Y sobre todo, es necesario explicar a las marcas a través de nuestro consumo qué es lo que debe cambiar.
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Si nos han de robar, 
que sean otros y no los mismos de siempre

Si como votantes, no nos escuchan
como consumidores, lo harán
boicoetemos sus empresas.
Llevamos las de ganar. 

Como acabar con la ESTAFA de las ELÉCTRICAS... de una puta vez pasando de los Vendepatrias del Bipartidismo

Ante el robo continuo y escandaloso por parte de las eléctricas y sus abusos en el recibo de la luz
propongo... 
actuar todos unidos como consumidores
contratando TODOS 
o en su defecto una gran mayoría,
  otra compañia eléctrica que no sea ninguna de estas dos (ENDESA - IBERDROLA) y cambiarnos a otra cualquiera de las muchas ofertas que existen hoy en día.

De tal forma que no les quede otra a las grandes que plegarse a nuestras demandas de una tarifa más justa y mucho más barata
o atenerse a las consecuencias 
de seguir con su estafa.

En nuestra mano está que siga este robo o cortar por lo sano para que no nos sigan mangoneando

ARMAK de ODELOT

Canción del Indignado Global

(solo pá Mentes preclaras 

libres de Polvo y Cargas)

Si me han de matar que sea,
 un Trump que de frente va

  no un Obama traicionero, 

que me venga por detrás.


Éstos del bipartidismo, 

a nadie ya se la dan

Tanto monta, monta tanto,

ser sociata o liberal.


Que harto me tienen sus cuentos, 

de crisis y guerras sin más

Cuando no hay bandera que tape, 

la ansia de un criminal.


Daños colaterales son, 

inocentes masacrar

si lo hiciéramos con ellos, 

no habría ni una guerra más.


Por eso pasa que pasa, 

que nadie se alista ya

a no ser que la CIA pague,
 
como al ISIS del MOSAD


A mí, que nunca me busquen, 

ni me llamen pá luchar.

Que yo no mato por nadie. 

Yo mato por no matar.


La paz de los cementerios 

es la paz del capital

Si soy rojo es porque quiero, 

en vida, vivir en paz.


Hoy tan solo mata el hambre, 

del rico por tener más 

Con el cómplice silencio, 

de toítos los demás.


Que preferimos taparnos, 

los ojos pá no pensar

O mirar pá otro lado, 

pensando que el mal se irá.


Creer que lo que a otro pasa, 

no nos tiene que importar.

Cá palo aguante su vela, 

repetimos sin cesar.


Éste es el mantra egoísta 

que rula por la sociedad

como si lo que le pase a otro, 

no te pueda a tí pasar


Más todo, cuán boomerang vuelve, 

al sitio de donde partió

y tal vez ocupes mañana, 

el sitio que otro dejó.


Mil pobres ceban a un rico, 

otros mil le dan jornal,

y otros cuantos dan su vida 

porque todo siga igual. 


Que no me coman la oreja, 

que no me creo ya ná

de sus guerras, sus estafas, 

ni su calentamiento global


Tan solo vuestras mentiras, 

esconden una verdad

que unos pocos están arriba 

y abajo tós los demás.


Da igual que seas ateo, 

cristiano o musulmán.

Solo los elegidos, 

el paraíso verán.


Hay medios alternativos, 

amarillos muchos más.

Unos más rojos que otros. 

Los menos, de radikal.


Más todos tienen su cosa, 

y a todos hay que hojear

Que comparando se tiene 

opinión más general.


Qué de tó aprende uno. 

Nadie tiene la verdad.

Ser más papista que el Papa, 

no es garantía de ná.


Solo creo en lo que veo, 

díjome santo Tomás, 

que el que a ciegas se conduce, 

no para de tropezar.


Y al enemigo, ni agua, 

ni nunca contemporizar

No dudes, tarde o temprano, 

siempre te la jugará.


No hay que seguir a nadie 

y a todos hay que escuchar.

Si tu conciencia te guía, 

de nada te arrepentirás.


Dá gusto ver a los ricos, 

pegarse por serlo más

mientras en eso se hallen, 

quizás nos dejen en paz.


Si te crees o no sus mentiras, 

a ellos les dá igual.

Con tomarlas por veraces, 

les basta para actuar. 


Que no me cuenten más cuentos, 

que tós me los sé yo ya.

Se demoniza a cualquiera

que no se deje robar.



No basta con ser un santo, 

sino ser de"su santoral"

Como la cojan contigo, 

no te valdrá ni el rezar.


Pensamiento único llaman. 

Anteojeras pá no pensar

más que en la zanahoria. 

El palo irá por detrás.


Si no crees en lo dictado, 

anti-sistema serás

Y por mucho bien que hagas, 

te van a demonizar.


Que no me coman la oreja, 

que a mí, no me la dan.

Que me sé todos sus cuentos 

y también, cada final.


Si de cañon, quieren carne, 

pál matadero llevar

que busquen a otro tonto, 

que este tonto no va más



No se ha visto en tóa la historia, 

otra estafa sin igual.

Que la madre tóas las crisis, 

que creó el capital


Y cuando tan ricamente, 

uno estaba en su sofá

Relajado y a cubierto, 

de inclemencias y demás,


te cortan sin previo aviso

el grifo de tu maná. 


Y te dejan sin tus sueños,
 
sin trabajo y sin hogar


y pá colmo y regodeo 

de propios y extraños, van

y te dicen como aviso

que al rojo no hay que escuchar


que son peores que el lobo,

del cuento y mucho más

y que si vas y los votas

toíto te lo robarán.



Si como votantes, no nos escuchan

como consumidores lo harán.

Boicoetemos sus empresas

Llevamos las de ganar. 


Si no queda más remedio

que dejarnos de robar

que sea otro y no el de siempre

tal vez así, aprenderá


No hay pan pá tanto chorizo,

dicen, cuando lo que sobra es pan.

Lo que no hay es un par de huevos
 
pá que no nos choriceen más.


Resultado de imagen de eladio fernandez refugiados suecia

Ellos tienen de tó

los demás, cuasi-de-ná

mas ellos son cuatro mierdas

y nosotros sémos más.


La próxima revolución 

contra las corporaciones será

y si ésta no se gana 

no habrá ninguna ya más.

Quien sepa entender que entienda

lo que digo es pá mascar

despacio y con buena conciencia.

Mi tiempo no dá... pá más


Armak de Odelot


Dicen: 

No será televisada, 

la próxima revolución.

Más como nadie se fía 

de lo que se nos dice hoy en día,

pasamos los días enteros, 

tumbados en el sofá

delante la caja tonta,

 por no perder el momento
del pase de la procesión 
que tós llevamos por dentro