El yihadismo como arma de guerra no convencional del imperialismo
Squarcini, el jefe de los yihadistas franceses |
El mito del ‘lobo solitario’ yihadista encubre la responsabilidad de las cloacas policiales
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- agosto 11º, 2012
Dice la Wikipedia que Mohammed Merah era un joven francés que perpetró los asesinatos de Toulouse y Montauban en 2012, uno de los primeros que en Francia se imputaron a la ola yihadista.
Antes Merah, añade la Wikipedia, viajó a Afganistán y a Pakistán. Pero si al cometer los atentados tenía 23 años y jamás había trabajado, hay que preguntar de dónde sacó el dinero para pagar ese tipo de viajes, que no son baratos precisamente.
Como tantos otros yihadistas, por no decir todos, Merah era un delincuente habitual de poca monta.
Fue condenado hasta en quince ocasiones, la mayoría de ellas por robos, algunos perpetrados con violencia.
Por ello, estuvo en la cárcel durante cortos periodos de tiempo en 2007 y 2009, añade la Wikipedia.
Es otro rasgo típico de los yihadistas: lo que Merah sabía no lo aprendió en el Corán sino en el Código Penal.
Tenía más contacto con policías, jueces, fiscales, abogados y carceleros que con su padre, que le abandonó cuando tenía cinco años.
Quiso alistarse en la Legión Extranjera, pero desistió.
En uno de los ataques, dirigido contra militares, Merah mató al soldado Albert Chennouf, cuyo padre ha concedido una entrevista a la revista Le Point (*) que no aparece en la Wikipedia porque en ella afirma bien claro a quién responsabiliza de la muerte de su hijo:
al jefe de la Dirección Central de Información Interior, una de las ramas de los servicios secretos franceses, al que pone nombre y apellidos: Bernard Squarcini.
Lo mismo que los demás yihadistas, en Francia y fuera de ella, Merah era un confidente de los servicios secretos,
lo cual explica, como bien afirma el padre del soldado asesinado, que hubiera regresado de Siria pasando por... Israel, nada menos, algo imposible para quien alguna vez haya intentado atravesar una aduana israelí, sobre todo si su nombre es árabe.
No existen lobos solitarios, ni células durmientes, que son otras tantas estupideces para que los “expertos” en yihadismo se pongan a largar en las tertulias de televisión.
Después de calificar de “asesino” al dirigente de los servicios secretos, el padre de Chennouf dice también que le mintió al juez, lo cual no es tampoco ninguna novedad, ni en Francia ni fuera de ella.
La ola de crímenes yihadistas cometidos por los apéndices de la policía francesa han servido para reforzar sus propios poderes,
para imponer el estado de excepción, detener a mansalva, torturar impunemente y crear un clima de pánico que les permita retornar a donde siempre han querido:
a acabar con cualquier resquicio de derechos y libertades.
Todo por la libertad, pero sin la libertad.
Desde septiembre del pasado año a Squarcini le pasa como a Al Capone:
los tribunales no le persiguen por sus asesinatos,
sino por las menudencias de siempre
(tráfico de influencias, malversación de fondos públicos, falsificación de documentos oficiales...)
movimientopoliticoderesistencia.blogspot.com
Los servicios secretos buscan a los lobos solitarios yihadistas en “Deep Web”
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- enero 15º, 2017
Ha dejado de ser la gran desconocida. En la llamada “Deep Web”, la“internet invisible”, ya no sólo se encuentran las mejores especialidades delictivas, como son el narcotráfico, el blanqueo de dinero, la pederastia, las páginas gore e, incluso, la contratación de asesinos a sueldo y los servicios de hackers “low cost”, a 200 euros.
El peligro, ahora, es mayor.
Los terroristas islámicos de Daesh utilizan la red Tor para buscar a los llamados “lobos solitarios” que reclutan para sus acciones más espectaculares. Es la alternativa al acoso policial que están sufriendo.
Es lo que ellos mismos argumentan: “un hombre con un arma puede hacer el mismo daño que las bombas”.
Acceder a la red Tor, a la “internet profunda”, cuya capacidad de almacenamiento es de 7.500 terabytes, equivalentes a 550 billones de documentos individuales, es relativamente fácil. Y cada vez más frecuente.
La curiosidad, por una parte, y el morbo, por otra, hacen que muchos usuarios naveguen por esta red que, se calcula, es entre 450 y 550 veces mayor que internet superficial, con una capacidad de almacenamiento de 19 terabytes, equivalente a un billón de documentos individuales.
Ahora bien, acceder a la Deep Web no significa que podamos llegar a sus lugares más sensibles. Los llamados “turistas” apenas alcanzamos a poder utilizar motores de búsqueda como Grams, o Cebolla Champs que nos redigirán a “comercios” donde se podrán adquirir drogas, pornografía e, incluso, armas, pero con un alto grado de acabar siendo estafados o detectados por servicios policiales como el FBI que utiliza una “página anzuelo”, la “Honey Pot”, para atrapar delincuentes.
Los delincuentes adoptan todo tipo de seguridad, incluido el encriptamiento que sólo se puede deshacer mediante una contraseña que deberán facilitarnos los “administradores” del sistema.
Eso es, precisamente, lo que están haciendo las organizaciones terroristas. Acceder a sus directorios es muy sencillo. Pero cuando se busca el contacto, hay que disponer de las claves.
Según la Brigada de Delitos Informáticos de la Guardia Civil, “si no lo hicieran así, bastaría con acceder a esos contactos para localizar sus huertos de servidores y acabar con este sistema”.
Daesh, el Estado Islámico, cuida mucho sus contenidos en internet, tanto en la superficial como en la profunda. Bien conocidas son sus actividades en las redes sociales, foros virtuales o aplicaciones móviles.
Igualmente notorias son las acciones de su centro de comunicación Al Hayat y sus distintas delegaciones, cuyo organigrama es parte fundamental en la propia estructura de la organización: tanto es así que el director de comunicaciones, Al Adsnani, tiene tratamiento de emir, y los distintos trabajadores cobran bastante más que un soldado raso.
La coalición internacional ha puesto precio a las cabezas de estos personajes y son objetivos prioritarios.
Y eso es, precisamente, lo que ha llevado a esos “expertos” en comunicación a perpetrar una red paralela en la “internet profunda”. La presencia del extremismo en la Deep Web es notable. Desde hace años, se sabe de la existencia de foros extremistas pertenecientes a Al Qaeda y otros grupos radicales. Ahora es Daesh quien se ha subido al carro.
Sin embargo, en los últimos meses se ha repetido el mismo patrón de actividad que vemos en las redes sociales.
Ya no es tan fácil acceder a esos foros, sino que hay que esmerarse más en la búsqueda para localizarlos y acceder.
Debido a la guerra declarada por compañías como Twitter y Facebook, por ejemplo, las grandes cuentas yihadistas han desaparecido, pasando ahora a una actividad mucho más sutil a través de perfiles infinitamente más pequeños pero difíciles de encontrar.
En la “Deep Web”, el comportamiento es similar. Antes, el ingreso en los foros era muy sencillo (existían algunos muy conocidos como Al Fida oShoumoukh al Islam, que acabaron desapareciendo), y ahora hay que bucear un poco más.
En cualquier caso, no es, ni mucho menos, una tarea imposible. Son foros en inglés y árabe, principalmente, como Islamic State, aunque muchos captadores utilizan otras lenguas como el portugués o el propio castellano.
Existen dos tipos de captadores: los activos y los pasivos.
Estos últimos son los que actúan en la internet profunda. Ofrecen ayuda para unirse a la yihad, y esperan ser contactados por los posibles candidatos.
El anonimato que da esta red es el mejor aliado y, por supuesto, el inconveniente mayor para los investigadores antiterroristas. No obstante, éstos tienen una forma inefable de encontrar las “madrigueras” de los captadores.
Las páginas en las que se muestran las barbaridades que cometen estos delincuentes. Y, sobre todo, las ejecuciones, matanzas a minorías, asesinatos de niños y ancianos en masa.
Y para “dulcificar” un poco la cosa, los famosos “debates”. Es fácil encontrar las “guías del buen yihadista”. Desde lo que hay que comer hasta cómo manejas un rifle, una granada o un cuchillo. En otras te aconsejan como viajar a Siria o a Irak.
Están controlados, al menos en lo que a los aspectos aquí descritos se refiere. Pero, conocedores del cerco al que son sometidos, suelen cambiar de directorios. Queda la propaganda. Pero no el contacto.
Es el peligro de la red profunda. No es muy conveniente curiosear por ese mundo proceloso porque podemos acabar por ser atrapados. Si no es en una estafa, es en la lista de los terroristas. Y no es que vaya a pasar nada.
Al menos que se sepa, los comunes mortales no somos el objetivo. ¿O sí? Depende de lo que curioseemos.
Como se puede comprobar. una flota de coches nuevos adaptados a la guerra con lo último. Todos con el mismo uniforme de El Corte Inglés (documentado) y dirigidos logísticamente en el terreno por el MOSAD y la CIA |
El yihadismo como arma de guerra no convencional del imperialismo
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- febrero 18º, 2017
La nueva cúpula de la CIA, presidida por Mike Pompeo, el flamante jefe mundial de espías y operaciones encubiertas elegido por el presidente Trump, hizo entrega de un premio al príncipe heredero saudí, Mohamad bin Nayef bin Abdulaziz Al Saud, en honor a su “lucha antiterrorista y sus contribuciones para asegurar la paz y la seguridad internacional”. Demasiadas ironías en una sola oración.
Inmediatamente después de este escandaloso acto condecorativo, numerosos analistas se aprestaron a juzgar el hecho como “una broma de mal gusto”, teniendo en cuenta no sólo la responsabilidad de la CIA en la creación y organización de las principales redes terroristas en todo el mundo, especialmente árabe, sino también el oscuro prontuario del reino saudí en el financiamiento y reclutamiento de los grupos extremistas activos en la región mediooriental.
Pero el hecho en sí no sólo se trata de un acto de hipocresía de los que nos tienen acostumbrados los miembros de la alta política global; expresa además un elemento de continuidad en materia de política exterior que indica ciertos indicios de la relación entre el presidente Trump y su aún incierta estrategia hacia esta zona invadida, saqueada y destruida por las distintas caras de la intervención imperialista durante las últimas décadas.
Antes de adentrarnos en especulaciones debemos pensar qué tan ciertas o posibles pueden ser las ideas del nuevo presidente norteamericano, respecto a las intenciones declaradas de acabar “realmente” con Daesh y Al-Qaeda y, por decantación, con la estrategia de la CIA de utilizar al terrorismo como arma de guerra “no convencional” contra gobiernos opuestos a los planes norteamericanos. Para analizar este tema debemos tener en cuenta algunos elementos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó oficialmente la CIA como parte fundamental de una nueva estructura de dominación global.
La llamada Guerra de cuarta generación fue introducida en la doctrina militar norteamericana muchas décadas antes, pero cobró impulso en esta época como un cambio cualitativo en la forma de ejercer el poder.
Así, Estados Unidos reemplazó la vieja doctrina de lo que Eric Hobsbawn llamó el “imperialismo formal”
(a través del cual las potencias coloniales dominaban y administraban de forma directa los pueblos subyugados militar y económicamente)
por una doctrina más “informal” de dominación imperialista, que se desligó del problema de la administración colonial y la ocupación militar permanente, optando por utilizar mecanismos más indirectos, claro está, sin abandonar nunca la táctica de la intervención militar directa.
Tal orientación implicó, en el plano militar, el desarrollo de técnicas no convencionales y el uso de lo que se conoce actualmente como “guerra en las sombras” o “guerra sucia” para ejercer el dominio sobre países cuyos gobiernos eran hostiles a sus designios o ejercían algún tipo de obstáculo para los intereses de los capitales transnacionales.
La manipulación de los medios de comunicación, la organización de atentados y asesinatos políticos, la tortura sistemática, el reclutamiento de mercenarios, etc. fueron elementos empleados en el marco de esta estrategia.
El terrorismo fue apropiado por la CIA como un método ‘anónimo’ para producir el caos, la desestabilización o a la eliminación de actores políticos a escala internacional.
Hacia el final de la Guerra Fría surgió la Doctrina Reagan que comenzó a considerarse válida contra gobiernos o grupos con respaldo soviético, y que, años después, fue revitalizada ante los atentados del 11-S por la Doctrina Bush, que implicó el desarrollo de tácticas usadas contra diferentes insurgencias, el radicalismo, el crimen transnacional y otras actividades que se empezaban a denominar genéricamente como terroristas.
Desde este punto de vista, se introducía una concepción de guerra total basada en operaciones políticas y psicológicas enmarcadas en conflictos de baja intensidad.
De esta manera, la estrategia militar utilizada en este tipo de conflictos se convertía en política.
Transcurridos más de 15 años de los atentados de las torres gemelas y desde que la denominada “primavera árabe” llegó al mundo árabe, fuimos testigos del surgimiento y la multiplicación de numerosos grupos terroristas surgidos en el contexto de las desastrosas incursiones por parte de Estados Unidos, con la complicidad de las potencias de la OTAN, en Medio Oriente.
Hay que recordar que el grupo terrorista EIIL (Daesh, en árabe) nació al calor de la intervención militar norteamericana en Libia, que culminó con el asesinato de su entonces presidente Muamar Gadafi, en 2011.
Previamente a este suceso, los más altos estrategas norteamericanos junto a sus “seguidores” de la OTAN se encargaron de armar una compleja red de grupos radicales de índole terrorista que sirvieron como punto de apoyo para desencadenar desestabilización en aquellos países donde los gobiernos no fueran lo suficientemente colaborativos con sus intereses.
La CIA formó parte constitutiva de esta orientación funcionando como nexo entre los servicios de inteligencia de las principales potencias mundiales y los colaboradores regionales.
Dicha agencia organizó la entrada en Libia de estos grupos desde Túnez y Egipto, durante los bombardeos que realizó el gobierno francés.
Posteriormente, esos núcleos recibieron armamento a través de una red montada por la misma CIA cuando, después de haber ayudado al derrocamiento de Gadafi, pasaron a Siria en 2011 para derrocar a Al-Asad y seguidamente atacar Irak, en momentos en que el gobierno de Al Maliki se alejaba de Occidente y se acercaba a China y Rusia.
En consecuencia, se fueron diseminando los grupos extremistas por territorios particularmente estratégicos para asentar sus centros de mando.
El infierno de la guerra y la anarquía resultaron un buen escenario para reclutar y entrenar a cientos de terroristas.
Cuando el presidente Obama puso en manos de la CIA la brillante idea de organizar a diversos grupos armados, la agencia “ya sabía que tenía un socio dispuesto a financiarla: Arabia Saudita”.
Junto con Qatar, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos, el reino wahabita “proporcionó armas y miles de millones de dólares, mientras que la inteligencia estadounidense dirigió el entrenamiento de los rebeldes”.
Así lo documentó el New York Times en una investigación publicada el 23 de enero de 2016. Wikileaks hizo lo propio al sacar a la luz las conexiones entre la ex Secretaria de Estado y posterior candidata presidencial Hillary Clinton y el lobby saudí, para llevar adelante los mencionados planes.
Pero antes, George Bush Junior había declarado que los atentados del 11-S “fueron perpetrados por Al-Qaeda”, lo cual justificaba la invasión de Afganistán y posteriormente de Irak, luego de la escandalosa mentira mundial posteriormente probada de que Sadam Hussein albergaba en su territorio armas de destrucción masiva y planeaba utilizarlas contra la población norteamericana.
En 15 años, Estados Unidos había sacrificado a más de 10.000 vidas estadounidenses, mientras el saldo de ciudadanos medioorientales muertos fue de más de 2 millones, sin contabilizar el desplazamiento poblacional, la destrucción y la guerra inacabada en el continente.
Durante todos esos años se ocultó el rol jugado por Arabia Saudí como cerebro de Al-Qaeda y, más concretamente, su relación con los terroristas que llevaron supuestamente a cabo los atentados del 11-S.
Pero la estrecha colaboración entre los servicios secretos de Estados Unidos y Arabia Saudí ya tenía sus antecedentes.
En Angola la CIA apoyó, con financiamiento saudita, a los rebeldes que operaban contra el gobierno de Luanda, aliado de la URSS; en Afganistán Estados Unidos organizó una red de grupos extremistas para luchar con los soviéticos, que Arabia Saudita financió a través de una cuenta de la CIA en un banco suizo; los saudíes financiaron la operación de la CIA para ayudar a los contras en Nicaragua con 32 millones de dólares a través de una cuenta en las Islas Caimán, sólo por nombrar algunos casos recopilados por Red Voltaire.
Republicanos y demócratas han sabido aprovechar la especial relación con esta potencia del Golfo Pérsico que, a su vez, también ha recibido sus beneficios.
Por ello nunca vimos que Estados Unidos condenara la violación de los derechos humanos o la ejecución de civiles entre las fronteras que protegen a esta monarquía.
No obstante, este trabajo de colaboración desigual también se extiende a otras esferas.
Arabia Saudí es principal exportador de crudo del mundo, de un gobierno que, por su poder es el único en el mundo árabe que puede contrarrestar el alcance regional de su archirrival Irán.
De hecho, el Estado árabe constituyó una pieza clave para mantener los precios del petróleo bajos cuando estos comenzaron a desplomarse en el 2015.
La petromonarquía se negó a recortar su cuota de producción, inclusive en su propio desmedro, para poder amortiguar la caída estrepitosa de la renta proporcionada por este recurso natural a partir de la disminución de la oferta.
La medida fue tomada luego de una clara presión por parte de Estados Unidos, que sí logró sus cometidos al lograr desequilibrar rápidamente, en mayor o menor medida, los pilares de las economías de países que se resistían a sus órdenes como Venezuela, Rusia e Irán.
En el ocaso de su mandato, Obama aprobó una operación de venta de armas a los saudíes por un valor de 154,9 millones de dólares, en el medio de la feroz agresión que dicha monarquía sigue perpetrando aún hoy contra el pueblo yemení.
Ya en 2014, Arabia Saudí se había convertido en el mayor importador de armas del mundo con la compra de equipamiento militar, principalmente de Estados Unidos, por un valor de 6.400 millones de dólares.
[...] El nuevo presidente Donald Trump no ve razón alguna para estropear tan provechosas relaciones. Si bien su administración, ya desde la época preelectoral viene declarando la intención de dejar de apoyar y financiar a grupos extremistas, no parece que la relación con los principales patrocinadores del terrorismo internacional vaya a menguar.
El objetivo principal de la utilización del terrorismo como arma se enmarca en la necesidad más general por parte de la principal potencia del mundo, de influir a través de actividades clandestinas en gobiernos extranjeros, organizaciones o personalidades, con el fin de lograr un escenario adecuado para la aplicación de su política exterior, sin tener que recurrir a la costosa (desde todo punto de vista) intervención militar clásica.
Esta estrategia es constitutiva del aparato de dominación imperialista contemporáneo y, por ende, imprescindible para la conservación de la hegemonía en un mundo globalizado.
[...] Debemos analizar si efectivamente están dadas las condiciones para que el presidente Trump cambie de rumbo en la estrategia política exterior de Estados Unidos.
¿Dejará Trump en el pasado la táctica que promueve la utilización de actores indirectos como “contras” o “terroristas” en sus acciones internacionales, para pasar a desarrollar políticas de injerencia directa?
¿O combinará ambos métodos, como lo hizo el segundo presidente Bush?
En el primer caso, el método resultaría por demás anacrónico y obsoleto, con casi ninguna esperanza de éxito para sus perpetradores; más bien nos hallaríamos ante el empleo de un recurso por extrema debilidad, que dejaría mucho más expuestos los mecanismos del poder imperialista.
En el segundo, los resultados recientes no han sido nada exitosos para los paladines de la política imperialista y catastróficos para el resto de la humanidad.
En definitiva, sólo cuando se acabe la incertidumbre que genera el hoy imprevisible rumbo que marca el nuevo jefe de la Casa Blanca y el imperialismo norteamericano pase a la acción, se podrán resolver las actuales incógnitas, lo que nos pondrá a los incómodos analistas en la obligación de pensar la entrada en una nueva y desconocida era de“guerras no convencionales”.
movimientopoliticoderesistencia.blogspot.com
Ayer murió en la prisión federal de Butner, en Carolina del norte, Omar Abdel Rahman, que cumplía una pena de cadena perpetua por instigar el primer atentado contra el World Trade Center en 1993 y el asesinato del antiguo presidente egipcio Hosni Mubarak. Tenía 78 años de edad.
Antes de emigrar a Estados Unidos, Abdel-Rahman Omar Abdel Rahman dirigió el grupo yihadista Al Yamaa Al Islamiya en Egipto, donde había nacido. Rahman era un clérigo ciego que padecía diabetes y una enfermedad del corazón.
El 26 de febrero de 1993 un camión lleno de explosivos estalló en el estacionamiento subterráneo de una de las torres del World Trade Center, lo que causó seis muertos y más de 1.000 heridos.
A Rahman le relacionaron con el ataque cuando se descubrió que los acusados habían frecuentado la mezquita de Nueva Jersey en la que predicaba. Fue condenado en octubre de 1995 y sentenciado a cadena perpetua.
El atentado fue un presagio del ataque del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center. Poco después de su condena, en 1995, Ayman Al Zawahry, que entonces dirigía el grupo Al-Yihad y hoy Al-Qaeda, amenazó a Estados Unidos con represalias.
En 1981 el grupo yihadista Al Yamaa Al Islamiya, brazo armado de los Hermanos Musulmanes, se responsabilizó del atentado mortal contra el Presidente egipcio Anuar Al-Sadat. En 1997 la organización también se responsabilizó del atentado en Luxor en el que murieron unos 60 turistas que visitaban las pirámides.
El clérigo fallecido fue uno de los precursores del yihadismo, siempre apoyado de manera muy estrecha por la CIA. En los años ochenta, antes de que naciera Al-Qaeda, participó en la movilización de la “carne de cañón” que los imperialistas necesitaban en Afganistán para combatir al ejército soviético.
Tuvo que huir a Sudán pero, gracias a la CIA, obtuvo un visado para continuar con su labor yihadista desde Estados Unidos. Tras su condena, en 1993 Qatar estuvo dispuesto a acogerle como refugiado político y lo mismo hizo Morsi tras ganar las elecciones en Egipto en 2011. Al final del gobierno de Obama hubo varias propuestas para indultarle.
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