¿Por qué se preocupan tanto los ricos por que la deuda de los pobres nunca sea perdonada?
IMPRIMIR MÁS Y MÁS DINERO NO HA SOLUCIONADO LA CRISIS
Después de la condonación
¿Por qué se preocupan tanto los ricos
por que la deuda de los pobres
nunca sea perdonada?
DAVID GRAEBER.
Es antropólogo y autor de 'En deuda. Una historia alternativa de la economía
Si nos fijamos en el aspecto que tienen las cosas sobre el papel, el mundo entero está endeudado hasta las cejas. Todos los gobiernos están endeudados.
La deuda de las empresas está en máximos históricos.
Como también lo está lo que a los economistas les gusta llamar la "deuda familiar", tanto en cuanto al número de gente en números rojos como a la cantidad que deben.
Los economistas están de acuerdo en que es un enorme problema, aunque, como de costumbre, no se ponen de acuerdo en el porqué.
El punto de vista más dominante y convencional es que el "exceso de deuda" de los tres actores es tan grande que está asfixiando otras actividades económicas.
Añaden que tenemos que reducir todas estas deudas básicamente mediante la subida de impuestos sobre la gente común o el recorte de servicios.
(Que quede claro que solo sobre la gente común, los economistas convencionales por supuesto son pagados para encontrar razones por las que estas cosas nunca se le deberían hacer a un rico).
Mentes más equilibradas señalan que la deuda nacional, especialmente de países como los EE UU, no tiene nada que ver con la deuda privada, ya que el gobierno de los EE UU puede hacer desaparecer toda su deuda de un día para otro con tan solo ordenar a la Reserva Federal que imprima dinero para dárselo al gobierno.
Sin duda los lectores contestarán: "pero si imprimes billones de dólares, ¿no producirá inflación?" Bueno, sí, en teoría debería. Pero parece que la teoría está equivocada, ya que eso es exactamente lo que el gobierno está haciendo: ha estado imprimiendo billones de dólares y, de momento, no ha tenido ningún efecto inflacionario notable.
La política del gobierno de los EE UU, tanto bajo la administración Bush como bajo la de Obama (en estos asuntos la diferencia entre las políticas de ambos ha sido prácticamente nula), ha sido la de imprimir dinero y dárselo a los bancos.
En realidad así es como ha funcionado el sistema financiero estadounidense, pero desde 2008 se ha intensificado con un temerario desenfreno.
La Reserva Federal ha dedicado a fabricar billones de dólares agitando su varita mágica, para después prestárselo a unos intereses insignificantes a grandes instituciones financieras como el Bank of America o Goldman Sachs.
El supuesto objetivo era salvarlas primero de la quiebra para que después pudieran prestar y reactivar la economía.
Pero parece que hay buenas razones para pensar que también existe otro propósito: inundar la economía con tanto dinero que, de hecho, genere inflación como medio para reducir las deudas. (
A fin de cuentas si debes mil dólares y el valor del dólar cae a la mitad, el valor de tu deuda se reduce a la mitad también).
El problema es que no ha funcionado. Ni para arrancar la economía ni para aumentar la inflación. En primer lugar los bancos no invirtieron el dinero.
La mayoría o bien se lo volvió a prestar al gobierno o lo depositó en la Reserva Federal, lo que les daba, tan solo por depositarlo ahí, un interés mayor que el que le estaban cobrando a esos mismos bancos por prestarlo.
Así que de hecho el gobierno ha estado imprimiendo dinero y dándoselo a los bancos y estos lo tienen bloqueado. Esto quizás no sorprenda demasiado ya que la Reserva Federal en sí misma está controlada por los mismos banqueros a los que está dando dinero.
De todas formas, aunque la política de permitir a los banqueros imprimir dinero y dárselo a sí mismos puede que funcione bastante bien si el objetivo es recuperar las fortunas del 1% (en este sentido ha funcionado bastante bien) y aunque también ha permitido a los ricos pagar sus deudas y ha derramado una buena cantidad de dinero nuevo sobre el sistema político para recompensar a los políticos que les permiten hacerlo, hasta la Reserva Federal admite ahora que ha servido de poco para que los empleadores contraten o incluso para que crear una inflación significativa.
Cancelación en masa
La conclusión es tan obvia que incluso la gente en la cúspide lo reconoce cada vez más, al menos esa minoría que se preocupa de verdad por la viabilidad a largo plazo del sistema (en lugar de estar preocupados únicamente por su enriquecimiento personal a corto plazo).
Tendrá que haber algún tipo de cancelación de la deuda en masa.
Y no solo de las deudas de los ricos, que siempre pueden ser borradas de una forma o de otra si resultan inconvenientes, sino también de las deudas de los ciudadanos ordinarios.
En Europa, incluso los economistas profesionales están empezando a hablar de "condonaciones" y la misma Reserva Federal ha publicado un libro blanco recomendando la cancelación en masa de las deudas por hipotecas.
El mismo hecho de que gente así se lo esté planteando muestra que saben que el sistema está en peligro. Hasta ahora la sola idea de la cancelación de la deuda era el último de los tabúes.
Pero de nuevo: no para los que están en la cúspide. Donald Trump, por ejemplo, se ha librado de miles de millones de deuda y ninguno de sus amigos piensa que sea un problema, pero todos ellos insisten convencidos en que para el pueblo llano las reglas deben ser diferentes.
Parece lógico preguntarse por qué.
¿Por qué se preocupan tanto los ricos por que la deuda de los pobres nunca sea perdonada?
¿Es simple sadismo? ¿Acaso los ricos disfrutan sabiendo que en cualquier momento hay aunque sea unas pocas madres trabajadoras que están siendo desalojadas de sus casas y que tienen que empeñar los juguetes de sus hijos para pagar los costes de alguna terrible enfermedad?
Esto parece plausible. Si algo sabemos de los ricos es que casi nunca piensan en los pobres, excepto quizá como objetos ocasionales de caridad.
Lo último que quiere el 1% es abandonar una de sus armas morales más poderosas: la idea de que la gente decente siempre paga sus deudas
No, la verdadera razón parece ser ideológica.
Para ponerlo de forma cruda, se trata de una clase dirigente cuya principal reclamación a la riqueza ya no es la capacidad de hacer nada, ni siquiera la de vender nada, sino que cada vez más se tiene que sostener más y más, mediante una serie de fraudes crediticios apoyados por el gobierno, en cualquier mecanismo que pueda tender a legalizar el sistema.
Esta es la razón por la que los últimos 30 años de "financiarización" han ido acompañados de una ofensiva ideológica sin paralelo en la historia de la humanidad, argumentando que los actuales acuerdos económicos, que de una manera un tanto extravagante han apodado como "el mercado libre"
a pesar de que funciona casi por completo gracias a la entrega de dinero del gobierno a los ricos, no solo son el mejor sistema económico,
sino el único sistema económico que puede existir, a excepción posiblemente del comunismo soviético.
Se ha puesto mucha más energía en la creación de mecanismos para convencer a la gente de que el sistema está moralmente justificado
y que es el único sistema económico viable, que la que se ha puesto realmente en crear un sistema económico viable (como mostró claramente el conato de colapso de 2008).
Con la economía mundial yendo todavía de crisis en crisis, lo último que quiere el 1% es abandonar una de sus armas morales más poderosas: la idea de que la gente decente siempre paga sus deudas.
Antes, durante y después de la anulación
Por lo que algún tipo de cancelación en masa de la deuda está de camino. Prácticamente todo el mundo está dispuesto a admitir esto hoy en día.
Es la única manera de resolver la crisis de deuda pública en Europa. Es la única manera de resolver la crisis hipotecaria que está teniendo lugar ahora en América.
La auténtica discusión es sobre la forma que tomará.
Aparte de cuestiones obvias, como cuánta deuda será anulada (¿solo ciertos tipos de deuda hipotecaria?
¿o una gran condonación para toda la deuda privada digamos hasta los 100.000$?)
y por supuesto, para quién, hay dos factores absolutamente fundamentales que evaluar aquí:
¿Admitirán que lo están haciendo?
Es decir, se presentará la anulación de la deuda como una anulación de la deuda, en un honesto reconocimiento de que el dinero hoy en día no es más que un acuerdo político, iniciando por lo tanto un proceso para poner este acuerdo, de una vez por todas, bajo control democrático,
¿o se disfrazará de otra cosa?
¿Qué pasará después?
Es decir, ¿será la anulación tan solo una manera de preservar el sistema y sus desigualdades extremas quizás de una forma aún más salvaje o será una manera de comenzar a superarlos?
Las dos están obviamente relacionadas. Para comprender mejor lo que sería la opción más conservadora se pueden consultar el reciente informe del Boston Consulting Group, unthink tank económico de la corriente principal.
Comienzan asumiendo que ya que no hay manera de crecer o inflacionar, la anulación de la deuda es inevitable para poder escapar de ella.
¿Por qué posponerlo?
Sin embargo, su solución es encuadrar todo el asunto en un impuesto único para pagar, digamos, el 60% de toda la deuda pendiente y después declarar que el precio de estos sacrificios de los ricos será una austeridad todavía mayor para el resto.
Otros sugieren que el gobierno imprima dinero, compre hipotecas y después se las dé a los propietarios de las casas.
Nadie se atreve a sugerir que el gobierno podría declarar no ejecutables esas deudas con la misma facilidad (si quieres pagar tu crédito puedes hacerlo pero el gobierno no reconocería su valor legal ante un tribunal si decides no hacerlo).
Eso abriría ventanas que los que dirigen el sistema están desesperados por mantener tapadas.
Así que, ¿qué aspecto tendría una alternativa radical en realidad?
Ha habido algunas fascinantes sugerencias como la democratización de la Reserva Federal, un programa de pleno empleo que ayude a subir los salarios, algún tipo de sistema de renta mínima.
Algunas son bastante radicales pero casi todas ellas implican tanto la expansión del gobierno como un aumento en el número total de puestos de trabajo y de horas trabajadas.
Esto supone un verdadero problema, porque alimentar la maquinaria mundial del trabajo, aumentando la producción, la productividad, los niveles de empleo, es en realidad lo último que deberíamos hacer si queremos salvar al planeta de la catástrofe ecológica.
Pero esto, creo yo, nos señala la solución. Porque de hecho la crisis ecológica y la crisis de la deuda están íntimamente relacionadas.
Para entender esto puede ser útil comprender que las deudas son, básicamente, promesas de una futura productividad. Mírelo de esta manera. Imagínese que todo el mundo en el planeta produce bienes por un billón de dólares al año.
E imagínese que consumen más o menos lo mismo, que es por supuesto lo que pasa en realidad, consumimos la mayor parte de lo que producimos menos una pequeña parte de residuos.
Sin embargo un 1% se las apañan de alguna manera para convencer al 99% de que les siguen debiendo, colectivamente, un billón dólares.
Bien, aparte del hecho de que algunas personas están claramente pagando mucho más, es evidente que no hay forma de que se puedan devolver esas deudas en su nivel actual a menos que todos produzcan aún más el año siguiente.
De hecho, si el interés de los pagos se establece, digamos, al 5% anual, tendrían que producir un 5% más tan solo para pagar la deuda.
Esta es la verdadera carga de deuda que le estamos pasando a las futuras generaciones: la carga de tener que trabajar todavía más duro al tiempo que consumimos más energía, deteriorando los ecosistemas de la Tierra, y acelerando en última instancia el catastrófico cambio climático justo en un momento en el que necesitamos a toda costa invertirlo.
Visto desde esta perspectiva la anulación de la deuda puede que sea la última oportunidad de salvar el planeta.
El problema es que a los conservadores les da igual y los liberales siguen atrapados por sueños imposibles de regresar a las políticas económicas keynesianas de mediados de los '50 y de los '60, que fundamentaban la prosperidad generalizada en una expansión económica continua.
Vamos a tener que encontrar un tipo de política económica completamente distinta.
Pero si la sociedad posterior a la condonación no puede prometer a los trabajadores del mundo una expansión infinita de nuevos bienes de consumo, ¿qué puede ofrecer?
Creo que la respuesta es evidente. Podría asegurar las necesidades básicas: garantizar comida, vivienda y sanidad que permita asegurar a nuestros hijos que no tendrán que enfrentarse al miedo, la vergüenza, la ansiedad que marca la mayor parte de nuestras vidas hoy en día. Y sobre todo puede ofrecerles menos trabajo.
Recuerden que en 1870 la idea de una jornada laboral de ocho horas parecía tan irreal y utópica como podría parecer ahora, digamos, la jornada laboral de cuatro horas. Sin embargo el movimiento obrero la alcanzó.
Así que ¿por qué no exigir una jornada de cuatro horas diarias?
¿O un periodo garantizado de cuatro meses al año de vacaciones pagadas?
Es evidente que los estadounidenses, los que tienen trabajo, trabajan en exceso de una forma ridícula.
También es evidente que una enorme proporción de ese trabajo es absolutamente innecesario. Y cada hora ahorrada del trabajo es una hora que podemos dedicarles a nuestros amigos, familiares y comunidad.
Este no es el lugar para presentar un programa económico detallado de cómo podría hacerse o de cómo podría funcionar el sistema, estas son cuestiones que deberían trabajarse de forma democrática (a mí por ejemplo me gustaría ver desaparecer por completo los salarios. Pero puede que eso sea solo cosa mía).
En cualquier caso el cambio social no comienza con alguien que establece un programa. Comienza con visiones y principios. Nuestros gobernantes han dejado claro que ya no saben lo que es tener siquiera uno de los dos. Pero en cierto modo ni siquiera eso es importante.
El cambio real y duradero siempre viene de abajo.
En 2001 el mundo vio las primeras agitaciones de un alzamiento mundial contra el actual imperio de la deuda. Ya han comenzado a alterar los términos globales del debate.
La posibilidad de que se produzca una anulación masiva de la deuda nos proporciona una oportunidad única de reconducir ese impulso democrático hacia una transformación fundamental de valores y hacia una adaptación verdaderamente viable con la Tierra.
No sé si habrá alguna vez un movimiento político que se juegue tanto.
Por qué no deberíamos trabajar más de seis horas
Christian Bronstein y Eric Winer nos comparten una investigación sobre los efectos que tiene la jornada laboral tipificada de 8 horas y desarrollan una alternativa para llevar una vida más sana y más productiva con jornadas de 6 horas de trabajo.
“No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar.”
Bertolt Brecht
“La resignación es un suicidio cotidiano.”
Pindaro.
Aquellos de nosotros que acaso podemos considerarnos afortunados de tener acceso a un empleo dentro del contexto salvajemente competitivo, opresivo y desigual que nos impone el mercado, inmersos como estamos en medio de la vorágine social, los medios de comunicación alienantes y las urgencias de cada día, podemos olvidarnos con facilidad de nuestro lugar en la sociedad, no sólo como empleados y consumidores, sino como actores sociales productores de cambio y de progreso individual y colectivo, como auténticos co-creadores de nuestra realidad actual.
Parece que vivimos en una sociedad en donde impera el individualismo, la mezquindad, e incluso más gravemente, la adherencia pasiva, ingenua o inconsciente de la mayoría de los sujetos a la reproducción de una estructura social que, suponen, los excede, y que rara vez es evaluada de manera crítica.
Una de los factores que contribuyen a esto es sin duda la absorción que implican las jornadas laborales actuales.
Si se trabaja la mayor parte del día existe poco tiempo para pensar, poco tiempo para forjar un pensamiento crítico y para participar de manera transformadora y creativa en la construcción de nuestra sociedad.
No parece haber tiempo más que para seguir alimentando este modo de funcionamiento del sistema.
Pero este sistema está en crisis.
No sólo a nivel económico, sino más profundamente, a nivel cultural. Y toda crisis demanda una transformación.
Es momento de que todas las personas puedan enriquecer sus vidas y espíritus en vez de ser devoradas por la cotidianeidad del trabajo en donde las auténticas subjetividades están tan desvalorizadas.
En la mayoría de los países de Occidente se permite al empleador imponer jornadas laborales alienantes de no menos de 8 horas diarias o 48 horas semanales.
¿Puede una sociedad que aspire a una calidad de vida realmente saludable y plena de sus ciudadanos ser compatible con este contexto legal que suprime el derecho de todo ser humano pleno a volcar su actividad no solo en su vida laboral, sino también en su participación democrática y en su ámbito personal?
Si con algo es coherente este actual contexto legal es con un modelo económico que contempla al ser humano como un mero engranaje de un sistema productivo, cuyo tiempo debe estar subordinado casi exclusivamente al trabajo y el consumo, beneficiando a quienes se encuentran en la pirámide del mercado.
No tenemos tiempo de ver a los amigos, de reflexionar en voz alta con ellos, ni de estar con nuestros hijos, estar de verdad.
Hay que madrugar, no tenemos tiempo de hacer el amor con la persona que hemos elegido: la pasión se marchita. Lunes, martes, miércoles, jueves….
La rutina engulle nuestra vida a cambio de algún capricho, otro jersey negro que luciremos en la oficina, un mes de vacaciones, un coche nuevo para el atasco del domingo.
Siento amargarte el desayuno, pero ¿eso es vivir?…
¿Abdicar de la vida para que tus hijos abdiquen el día de mañana de la suya? Mi gato vive mejor.”
Pero una cultura que ponga el valor de la vida por encima de los valores del mercado y la realización colectiva por encima de la competencia, debe contemplar al ser humano no sólo como trabajador y consumidor, sino también como individuo civil, como persona afectiva y como sujeto de realización personal e integración cultural, equilibrando su tiempo en tres instancias sociales imprescindibles: la personal, la civil y la productiva.
Como la historia ha demostrado, cada conquista de nuevos derechos laborales nos ha alejado poco a poco de los tiempos de la esclavitud declarada y ha dado lugar a sociedades relativamente menos injustas. Por ello, uno de los principales espacios sociales en donde pueden reflejarse y concretizarse los valores de una nueva cultura es el del derecho laboral.
Debemos concientizarnos de la necesidad de reivindicar y defender nuestro derecho a la libertad humana frente a la jornada laboral, como una de las formas más claras de esclavización cotidiana. Reducir la jornada laboral de 8 a 6 horas diarias (o 30 horas semanales) sin aplicar reducción salarial, es una propuesta realista y concretable que significaría un progreso social y cultural de no menores proporciones, repercutiendo en la calidad de vida de todo el pueblo.
Es claro que esta propuesta, en principio, no reduciría la injusta distribución del ingreso imperante en nuestra sociedad capitalista (que debería constituir una preocupación paralela), pero sí sería un modo concreto de apropiarse a gran escala de la riqueza productiva –hablamos de reducir la jornada sin aplicar reducciones salariales-, ya que se traduciría en un incremento del valor hora para todos los trabajadores.
En algunos países de Latinoamérica como Venezuela, Uruguay y Argentina, afortunadamente, se han comenzado a debatir proyectos de ley que podría hacer realizable esta idea:
El senador argentino Osvaldo López, autor de un proyecto de ley que defiende la reducción de la jornada laboral a 6 horas como un derecho que debe ser garantizado independientemente de las condiciones salariales, plantea que: “Esto se puede lograr sin aplicar reducción salarial, manteniéndose los niveles vigentes a través del incremento proporcional del valor hora.
El derecho a una retribución justa es una conquista social que debe ser garantizada por separado, no pudiéndose negociar por la jornada de modo que alguien deba trabajar demasiadas horas o tener más de un empleo para que el salario le alcance.”
En su misma línea, Mario Woronowski, psicólogo y sociólogo argentino, e integrante del Foro de Políticas Públicas de Salud del Espacio Carta Abierta, considera que la reducción de la jornada responde a una necesidad social dentro de un contexto mundial que cataloga como “una crisis civilizatoria, y no solo del sistema financiero.”. Woronowski señaló que “para muchos sectores y personas, ideas como estas son utópicas”, y a su vez abogó por “no asustarse de las utopías, sino asustarse de la falta de ellas”.
Por nuestra parte, hemos elaborado 9 fundamentos principales que consideramos que justifican esta necesaria y urgente transformación social:
1. REDUCCIÓN DEL DESEMPLEO:
La posibilidad de estructurar dos turnos laborales, permitiría la incorporación de mayor personal con el beneficio de reducir del desempleo.
Como señaló el senador Osvaldo López, las leyes de reducción de la jornada laboral pueden funcionar como “una herramienta para crear mayor cantidad de puestos de trabajo con la liberación de horas por parte de quienes pueden estar hoy sobre ocupados”.
2. VIDA FAMILIAR Y AFECTIVA:
La reducción de la jornada laboral a 6 horas favorecería la cohesión familiar, respetando el derecho del niño a crecer en un ambiente familiar con una mayor presencia de los padres en el hogar, y permitiendo a los padres participar activamente del crecimiento de sus hijos.
Y en términos más generales, la reducción de la jornada laboral nos permitiría a todos equilibrar nuestra vida laboral con la afectiva, los vínculos que hacen a nuestra vida verdaderamente significativa: pareja, familia, amigos.
3. AVANCES TECNOLÓGICOS:
Con la utilización de nuevas tecnologías (automatización industrial, telefonía celular, digitalización, fax, Internet, e-mail, etc.) las tareas en la mayoría de los ámbitos laborales se han simplificado enormemente, significando una considerable reducción de tiempo y esfuerzo para realizar tareas antes más largas y más costosas.
La reducción de la jornada laboral debería ser, a todas luces, uno de los resultados lógicos y evidentes del avance en el desarrollo tecnológico del ser humano. Sin embargo, esto no ha sido así.
Volviendo a citar al filósofo español Antonio Fornés: “La Revolución Industrial prometió que las máquinas irían reemplazando a los hombres y, por consiguiente, no tendríamos que trabajar para vivir.
Tres siglos después, las máquinas han sustituido a los hombres en prácticamente todos los trabajos manuales, pero, sin embargo, no sólo los hombres siguen trabajando como entonces sino que: ¡Las mujeres también han tenido que ponerse a trabajar!
¿No te parece curioso que se mantenga el mismo número de horas que en 1926? ¿Puedes creer que las increíbles máquinas y la bendita Ciencia no hayan liberado -¡ni si quiera un poquito!- en 100 años de esa esclavitud, que es el trabajo, al hombre? ¿Cómo puede ser que los bosquimanos trabajen la mitad que nosotros si viven en la prehistoria?”
Está claro que los avances de la tecnología hicieron que suba la productividad de un trabajador, ¿pero quién se quedó con la diferencia de este progreso? El empleador, por supuesto.
El resultado fue concentración de la riqueza y desocupación. ¿Por qué no se reparte el beneficio obtenido por los avances de la tecnología? ¿Por qué en lugar de echar trabajadores y mantener la misma cantidad de horas, no se mantuvo la cantidad de trabajadores y se redujo la cantidad de horas?
4. ESTUDIOS Y CAPACITACIÓN:
Todo aquel que trabaje 8 o más horas diarias y asuma el desafío de estudiar alguna carrera o curso se dará cuenta rápidamente que el tiempo no-laboral del que dispone para eso y para el resto de sus actividades vitales suele ser realmente insuficiente o incluso ridículo en relación a las exigencias académicas, forzándolo a abandonar sus estudios o a hacer sacrificios que no todos pueden asumir para poder continuar.
En muchos casos, los horarios de estudio simplemente son incompatibles con la disponibilidad horaria laboral.
Por otro lado, de forma creciente las tareas laborales son de índole intelectual en contacto con nuevas y sofisticadas tecnologías.
Esto trae aparejado una necesidad de mayor capacitación (cursos, seminarios, etc.) que normalmente se suman al horario laboral. La lógica competitiva del mercado laboral actual no permite detenerse siquiera a aquellos que ya cuentan con un título, ya que los tiempos actuales exigen títulos y especializaciones más allá del nivel universitario o terciario.
En definitiva, la tensión entre la necesidad de capacitación constante con riesgos de quedar desactualizado o fuera del sistema laboral, y a su vez la necesidad de un sustento económico (horas de trabajo quitadas a la capacitación), traen aparejado un sujeto subyugado a serios riesgos biológicos (enfermedades nerviosas, stress, etc.) de la vida actual.
La reducción del horario laboral facilitaría la realización de una integración coherente entre formación y empleo.
5. SALUD:
La reducción de tiempo laboral favorece la intensidad de trabajo, reduciendo espacios de ocio laboral que pueden generar una carga negativa en el ambiente: necesidad de mostrarse constantemente ocupado, stress de no tener actividades para realizar, tiempos muertos, etc.
Sumado a esto, trabajar 8 horas o más restringe enormemente el tiempo que un ciudadano puede dedicar a actividades necesarias para la salud física y psicológica: deportivas, de esparcimiento, meditación, etc.
6. INCREMENTO DE LA PRODUCTIVIDAD:
En el año 2007, el Euroíndice IESE-ADECCO (EIL), al analizar el mercado laboral de siete países europeos, arrojó un resultado extraordinario: los países europeos con jornadas medias más cortas (Holanda, Alemania y Bélgica) presentaron mayor productividad por hora trabajada que el resto.
Este estudio refutó la tradicional asociación de una jornada laboral más extensa con una mayor productividad, demostrando que “existe una relación negativa entre ambos conceptos y, al trabajar más horas, se tiende a disminuir el aprovechamiento que se hace de cada una de ellas”.
Así, se destacó que “una mejora en la eficiencia (productividad) puede llevar a reducir la jornada de trabajo sin que se produzca una caída en la producción.”
7. RECURSOS ENERGÉTICOS E IMPACTO AMBIENTAL:
En los numerosos entornos laborales en donde no sea necesario incorporar dos turnos, la reducción laboral no solo intensificaría los momentos de trabajo, sino que maximizaría los recursos energéticos, disminuyendo significativamente el impacto ambiental.
8. HACINAMIENTO:
La posibilidad de emplear dos turnos, podría resolver núcleos de hacinamiento laboral físico, además de abrir a nuevas posibilidades de capacitación.
Significaría, por otro lado, la posibilidad de un uso más inteligente y eficiente del transporte público y privado en las zonas en donde se concentra la mayor actividad, favoreciendo enormemente la desconcentración poblacional, evitando la saturación del flujo de transporte en micros, trenes, avenidas y autopistas en las llamadas “horas pico”, acelerando y simplificando la movilidad de los ciudadanos, y disminuyendo a la vez el impacto ambiental del transporte privado.
9. INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO CREATIVO:
La investigación científica y académica, que podría significar una mejoría sustancial no solo a nivel laboral sino también de país, excepto en los excepcionales casos en que esté financiada, queda normalmente relegada por la absorción laboral.
Las actividades culturales artísticas y creativas en general quedan, por su parte, también restringidas por las limitaciones que impone el tiempo laboral.
Podríamos preguntarnos, junto con el reconocido lingüista y analista político internacional Noam Chomsky:
“¿Queremos tener una sociedad de individuos libres y creativos e independientes, capaces de apreciar y aprender de los logros culturales del pasado y contribuir a ellos..?
¿Queremos eso o queremos gente que aumente el PBI? No es necesariamente lo mismo.”
Por estas razones, creemos, que es necesario convertir este tema en una preocupación social y en una bandera colectiva, en un reclamo que todos debemos exigir a nuestros representantes políticos.
Quizás ha llegado el momento de comenzar a pensar en una nueva cultura y orientarnos social y políticamente hacia ella.
Una cultura en donde se ponga el derecho de todos a una vida plena por encima del derecho de unos pocos a la sistemática explotación laboral.
Una cultura en donde se trabaje para vivir, y no se viva para trabajar.
La reducción de la jornada laboral a 6 horas sería una excelente forma de empezar.