Primero, por su tamaño. 



La deuda pública es (oficialmente) de casi el 80% del PIB (oficial). La deuda privada era de casi 1,8 billones la última vez que miré. Una buena parte de esa deuda es hipotecaria, directa o indirectamente. 
El gobierno, al nacionalizar la deuda bancaria, ha asumido (en nombre de los contribuyentes) buena parte de la exposición al riesgo inmobiliario. 
A medida que bajen los precios inmobiliarios, aumenta el deterioro de las cuentas públicas, a través de la deuda que financia el Banco Inmundo (Sareb), los bancos rescatados. 
Tambien prosigue el deterioro de la deuda privada con garantía inmobiliaria que el estado no ha asumido, lo cual resulta en el continuado aumento de la morosidad; y como resultado, el alargamiento de la recesión, con los efectos consiguientes de contracción fiscal.
La historia es la misma desde 2007: como casi todo en España depende de los precios inmobiliarios, se pone todo el empeño en posponer el reconocimiento de que no hay mercado inmobiliario, y por tanto casi todo está quebrado. 
Pero mientras no se reconozca, no se puede empezar nada nuevo.  
Al mantener la economía en este estado zombi, otras partes de la economía que no estaban necesariamente infectadas van cayendo (debido a los impagos, la falta de crédito, y la falta de clientes). 
Esos nuevos zombis infectan a otros, y seguimos para bingo…
Segundo, 
la deuda es impagable porque el crecimiento que permitiría pagarla es una ilusión. 
La tristísima realidad es que aún si quienes dirigen el contubernio bancario-gubernamental admitieran que están quebrados, y con ellos el país; si hicieran un sinpa instantaneo, librándose (momentaria o permanentemente: 
reduciendo/posponiendo/repudiando) de la deuda, y la economía se ajustase (dolorosamente) a la ausencia de crédito; aún así, no se ve nada que permitiera crecer. 
El crecimiento  partir de 1959 se basó en la industrialización; desde 1973, se ha basado solo en el espejismo de la devaluación monetaria (imposible dentro del euro); la inversión directa de la UE a partir de 1985 (en alimentación o comercio); o el crédito abundante (que no va a volver, ni ahora ni en cinco/diez años).
El crecimiento a la sur-coreana, basada en población muy bien entrenada, no está al alcance de un país que ha hecho de la educación un campo de batalla ideológico en deterioro continúo; 
no hay recursos naturales para hacer un crecimiento a la rusa o brasileña; 
solo queda el crecimiento a la argentina, basado en salir del euro, devaluar y falsear la inflación.
Hace 4 años, quizá hubiera sido distinto. 
A medida que los jovenes más preparados emigran, y empresas que antes eran viables cierran, la posibilidad de crecimiento basado en la exportación de alto valor añadido se hace más remota, y el escenario de la Florida/Mejico de Europa (turismo/maquiladora) se hace más probable.
Algo de crecimiento podría venir de una nueva ola de inversión directa, si los rescates europeos resultan, como es de esperar, en la apertura forzada de sectores protegidos (bancos, eléctricas, agua). Esto podría verse impedido por la inestabilidad política (extremismos a la griega o independentismos); pero eso es otra historia.
(Siempre nos queda el mito de la energía solar. Eso sí que sería un patito feo gris: no un cisne negro, porque no es imprevisto; pero de momento, aunque se lleva una década hablando de ello, más bien parece un palomo cojo que un cisne. Pero no hay que descartarlo: lo mismo pasó con el libro electrónico, y al final sí que despegó.)
(Me acabo de leer en el kindle “A place of Greater Safety”, de Hilary Mantel, novela excelente sobre la revolución francesa: muy interesante en los tiempos que corren.)