Después de siete años de trabajo, era de esperar que el informe definitivo de la comisión Chilcot sobre la intervención británica en la invasión de Irak tuviera dimensiones descomunales.
El resultado final con anexos y la transcripción de las comparecencias es tres veces superior a la Biblia y a todas las obras escritas por William Shakespeare.
Pero eso no es lo más importante.
Lo más llamativo, casi hasta sorprendente, es que el veredicto final es concluyente. Es toda una condena a la conducta de Tony Blair y su Gobierno antes de la guerra de Irak, y por extensión se puede considerar una condena a la aventura imperial que acabó con el derrocamiento de Sadam Hussein y el inicio de una serie de acontecimientos catastróficos cuyas consecuencias continúan persiguiendo a Oriente Medio, Europa y EEUU.
No hay que bucear entre todas las páginas del informe ni tampoco fijarse con cuidado en las 150 páginas del resumen. Está todo en la declaración que el presidente de la comisión leyó al presentar las conclusiones. Ahí aparecen las críticas directas y sin ambigüedades a las razones que se dieron para justificar la invasión, a la planificación (o falta de ella) de las operaciones militares y a su justificación.
Contra lo que sostuvo Blair una y otra vez antes de marzo de 2003, la decisión de ir a la guerra se tomó antes de que se agotaran las opciones pacíficas, políticas y diplomáticas, para el desarme del régimen de Sadam Hussein, dicen las conclusiones del informe.
La decisión de invadir Irak no era el último e inevitable recurso de actuación al haberse agotado otras soluciones. La amenaza que presentaba el arsenal militar, en concreto el supuesto programa de armas de destrucción masiva, se presentó ante la opinión pública con un nivel de seguridad que no estaba justificado.
No se planificó de forma adecuada lo que ocurriría en Irak después de una dictadura que había durado décadas, a pesar de que hubo avisos concretos de personas cualificadas sobre lo que podría ocurrir.
Las tropas británicas no recibieron el equipamiento necesario para realizar su misión.
En definitiva, los objetivos que se planteó el Gobierno de Blair antes de la invasión y con los que se intentó convencer a la opinión pública, no se consiguieron.
Hay muchísimo más que contar, pero creo que este párrafo resume la intervención de Chilcot y las conclusiones de siete años de investigación.
En resumidas cuentas, es lo mismo que pensaban las personas que se manifestaron en las calles de Londres contra la guerra, lo que advirtieron algunos expertos que tuvieron la oportunidad de comunicar sus opiniones en persona a Blair, lo que dijeron o temían muchos diputados laboristas, y en especial Robin Cook, que presentó su dimisión como ministro el 17 de marzo de 2003, tres días antes del inicio de la invasión, con un discurso recibido con aplausos en la Cámara –algo que ni se estila ni se permite en el Parlamento británico– y que aún se recuerda.
La que podríamos llamar la pista española de esta historia confirma también el alcance del engaño.
Tres semanas antes de la invasión, en una reunión en Madrid de Blair con Aznar, la descripción del encuentro indica que para afrontar las dificultades creadas por “la impresión de que EEUU estaba decidida a ir a la guerra pasara lo que pasara”, Blair y Aznar acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación que demostrara que “estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra”.
Ambos sabían ya que la decisión –que ambos apoyaban– estaba ya tomada en Washington desde hace mucho tiempo y que había llegado el momento de intentar adelantarse a las críticas.
La guerra era un hecho ya imposible de parar, Blair había comunicado a Bush mucho tiempo antes que estaría con él hasta el final, Aznar había sorprendido a Blair con su firme disposición a apoyar a Bush, pero los jefes de Gobierno español y británico querían hacer creer a todos que su prioridad era evitar la guerra. Fue una más de las muchas mentiras.
Blair tuvo la entereza de no ocultarse tras la publicación del informe y concedió una rueda de prensa un par de horas después.
Quien esperaba que fuera a disculparse o reconocer los errores no había visto sus dos comparecencias ante la comisión Chilcot, en especial la primera, ni leído las memorias. Sí admitió algunas de las conclusiones del informe, pero con una lógica difícil de entender.
Dijo que hubo errores en la planificación de la invasión, en cuanto a lo que ocurriría después del derrocamiento de Sadam Hussein, y en el uso de la información facilitada por los servicios de inteligencia. Pero dijo que volvería a tomar la misma decisión sobre el cambio de régimen en Bagdad.
La trampa no se diferencia mucho de lo que ocurrió en EEUU.
Exigir una mayor preparación de los planes de EEUU y el Reino Unido para el Irak postSadam hubiera dejado claro la inmensa dificultad de la tarea, y eso habría afectado al apoyo de la invasión en la opinión pública y en el propio partido de Blair.
Hacer un uso más restrictivo de la información de inteligencia habría podido tener el mismo efecto.
Exagerar los indicios –no sustentados por pruebas– aportados por los espías, que estaban condicionados para encontrar como fuera pruebas que justificaran la invasión, y exigir planes más exigentes sobre la reconstrucción de Irak podrían haber hecho pensar a la gente que no había tantas razones que justificaran la guerra o que el precio sería demasiado alto.
A fin de cuentas, en Washington se sostenía que las tropas extranjeras serían recibidas como “libertadores”. Nada podía desmentir esa premisa. Esa fue la prioridad de Blair y su equipo en Downing Street.
Las consecuencias las tuvieron que pagar otros.
A woman whose brother was killed in the Iraq War said Tony Blair is the "world's worst terrorist". #Chilcot
Aznar es un criminal de guerra y debe ser juzgado
El cerco se estrecha a medida que aumenta la presión sobre Tony Blair por la publicación del Informe Chilcot.
Una investigación que desnuda a nuestro país situándonos de nuevo en el anacronismo.
Si es cierto que Aznar está cada vez más señalado, ello no se debe a la existencia de medios de comunicación libres, un nivel aceptable de estado de derecho o una saludable atmósfera democrática.
Invitaba estos días pasados Gary Lineker, antiguo futbolista de lengua más afilada que su voracidad goleadora, a que los defraudadores acudieran a España porque encontrarían un paraíso.
El edén hay que extenderlo a los crímenes franquistas y bélicos, a los GAL, al saqueo del país y a tantos otros delitos que quedan impunes.
Somos lo que votamos y votamos delincuencia e impunidad.
En España hay más cloacas que en todas las películas de Torrente.
El que fuera primer ministro cada día tiene menos escapatorias y su respiración es más ahogada.
Los medios de comunicación no pueden oxigenar las acusaciones, desvirtuarlas como hacen aquí, y la defensa ya no es efectiva ni inteligente, es desesperada.
Blair, uno de los tres criminales que se fotografiaron orgullosos en las Azores, se queda sin salidas.
Y eso afecta a José Mari por aquello de lo poco favorecedor que resulta que uno de los tres amigos termine con un pijama de rayas, literal o figurado.
Aznar aspiraba con aquella fotografía a pasar a la posteridad y a vampirizar parte del poderío e imperialismo de británicos y norteamericanos.
Sin embargo, ha terminado por ser devorado por la criminalidad. Aznar, efectivamente, se encuentra al mismo nivel que Blair y Bush.
Los tres son criminales de guerra y, ahora, esa fotografía no es para exponerla orgulloso en el salón de casa. No es un yo estuve allí, es un no los conozco de nada, yo no quería…
Si pudieran, quemarían el selfie de aquella loca escapada, es tarde.
La estrategia para defenderse en España, grotesca e inadmisible en otras tierras más democraticas y común en Torrentolandia, es circunscribir la guerra a la invasión y, por tanto, si España no participó en la invasión, no lo hizo en la guerra.
El problema es que si acotamos la definición de guerra de esta forma tan torticera a la fase de invasión, como pretenden Los Genoveses, ello nos obligaría a reescribir la historia. Da lo mismo, podemos con eso y con mucho más.
Tendremos que sustituir en los libros todas las guerras de independencia, guerrillas, reconquistas y otros escenarios bélicos similares por misiones humanitarias.
Así será. Vietnam, por ejemplo, fue una misión humanitaria, y Afganistán otra. No me explico cómo los afganos no son un país desarrollado con tanta humanidad repartida en su territorio durante tantas décadas.
Federico Trillo es un mentiroso patológico que tiene un almacén para guardar los cadáveres que arrastran sus decisiones. Sus mentiras resultan indigestas e insalubres para la sociedad (“En Irak no se pegó ni un tiro”).
Habría que recordarle la Batalla del 4 de abril en Najaf o la matanza del 26 de abril (ambas en el año 2004) en las que participaron las tropas españolas.
Supongo que en su ignominiosa concepción de la realidad debieron ser campañas humanitarias.
Un detalle reduce a cenizas la teoría que pretende defender que España no estuvo en la guerra de Irak: la batalla más sangrienta de toda la contienda, Segunda Batalla de Faluya, se produjo entre noviembre y diciembre de 2004, después de la retirada de las tropas españolas. No solo España estuvo en la guerra, sino que la abandonó antes de terminar.
En algunos de estos acontecimientos hubo bases que tuvieron que solicitar refuerzos y economizar la munición porque se agotaba.
Pero no fue una guerra, claro, fueron labores humanitarias.
Más de un millón de muertos, un Estado Islámico y 65 millones de desplazados en todo el mundo certifican nuestra humanidad y las magdalenas repartidas. Obvio.
España estuvo en la guerra de Irak (participó con la fragata Álvaro de Bazán en la invasión y con miles de militares en lo humanitario que puede resultar de repartir fuego a diestro y siniestro) y algo peor, no sólo para Aznar, los tres líderes sabían que estaban tomando una decisión ilegal y utilizaron todos los medios a su alcance para cometer esa ilegalidad y presentarla como lo que no era.
A lo Fernández Díaz y a lo Trillo.
La primera es que Sadam Hussein no apoyaba a Al Qaeda, entre otras cuestiones porque el mundo islamico no era ni es la homogeneidad que nos quieren presentar.
Todo lo contrario. Es un universo terriblemente complejo, como las guerras civiles que se desarrollan en sus territorios, en las que no existen dos bandos enfrentados, sino múltiples y con intereses cruzados. La segunda es conocida por todos, en Irak no había armas de destruccion masiva.
Es innegable que José María Aznar tuvo conocimiento fiable y exacto de lo que ocurría en Irak, nada menos que su jefe de los servicios secretos, y que la decisión que tomó fue conscientemente errónea.
Delictiva y criminal serian términos más adecuados.
Y lo hizo por agradar al yanki, un presidente inepto, colonialista y déspota.
También por arrimar el cazo y recoger las migajas.
De ahí el Informe Chilcot o las revelaciones de Ernesto Ekaizer y lo ridículo y faldero que resulta con el tiempo ese comportamiento.
De ello se deriva su responsabilidad directa en todo lo ocurrido, en los más de un millón de muertos, en el expolio de petróleo y otros recursos del país y en la pobreza y miseria generada que tuvieron como consecuencia el surgimiento del Estado Islámico (junto a la financiación y promoción de USA-ALIADOS-OTAN-OCCIDENTE).
Aznar es responsable directo de millones de muertos, del 11-M, del asesinato de ocho espías españoles en Irak en dos atentados, de los militares españoles fallecidos en la contienda y todos los que se han suicidado o han acabado abandonados o con problemas psicológicos.
Es también responsable directo de todas las torturas cometidas (los españoles también torturamos), de los periodistas fallecidos (Couso y Anguita) y es, finalmente, responsable directo de parte de los 65 millones de desplazados que vagabundean desesperados por la guerra invisible que vivimos.
Sé que en este país se fomenta el silencio y se premia la insinuación. Sé que se aplaude hasta la exasperación aquellas palabras que sin decir dicen, se eleva a la categoría de arte dibujar un personaje sin mostrar su rostro.
Los millones de muertos no merecen eso, no merecen bisutería. Aznar (y otros muchos) es un criminal de guerra y este país no será decente hasta que sea juzgado como tal o, al menos, señalado y repudiado de forma unánime por todos los medios de comunicación y la sociedad.
Su crimen ocasionó la muerte de millones de personas y la destrucción de millones de futuros, nuestro crimen es esconderle en la impunidad y la insinuación.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra.
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