El principal problema a resolver es que el pueblo argentino no conoce lo que es Macri. Esto es una verdad de por sí evidente, palpable. Macri ha ganado sin decir qué es lo que va a hacer,
El peligro de que el macrismo gane en el ballotage es muy grande y amenaza el nivel de vida y las condiciones sociales, culturales y democráticas de todo el pueblo argentino.
Han concurrido una multitud de factores en el resultado electoral.
El principal problema a resolver es que el pueblo argentino no conoce lo que es Macri.
Esto es una verdad de por sí evidente, palpable. Macri ha ganado sin decir qué es lo que va a hacer, dejando lugar y estimulando las fantasías optimistas más diversas e irreales en la población.
La clave de la derrota de Macri en el ballotage pasa por lograr que ese desconocimiento de lo que realmente es disminuya lo suficiente para garantizar el triunfo de Scioli.
Lo primero que hay que preguntarse es cuál es la razón por la cual el pueblo no conoce lo que es Macri.
Son muchas las razones. En primer lugar el capital siempre se ha encargado de mil maneras de mantener al pueblo en la ignorancia.
La persona común no tiene idea de cómo funciona el mundo.
No tiene claro lo que es el capitalismo, ni dentro del capitalismo cuáles son las necesidades del capital concentrado, ignora que éste por su escala de producción planetaria ya no puede convivir con ningún mercado interno de ningún país. El “mercado interno” para el capital concentrado local e internacional es el mundo, y por su escala gigantesca lo único que le sirve es saquearlo. Y dada su escala descomunal de capital dinero, real o ficticio, su tasa de ganancia también tiene que ser descomunal, no hay tasa que le alcance.
Por ejemplo, “…según el último ranking elaborado por la revista Forbes, las diez primeras empresas del mundo acumulan un volumen similar al PBI de Francia: 2,5 billones de dólares. Siguiendo con las comparaciones, la valuación de la empresa más grande del mundo, Exxon Mobil, equivale a la economía de Bélgica, Suecia o Arabia Saudita, en tanto que la de Apple, que la sigue en el ranking, puede asimilarse al de Argentina, Grecia o Tailandia…”[1]
¿En qué mercado interno un conglomerado empresario puede conseguir una tasa de ganancia “normal” como porcentaje de su inversión de capital?
Para su inversión total,
los mercados internos de cada país son proporcionalmente
demasiado chicos,
ni siquiera la totalidad del mercado mundial les alcanza.
Por eso sólo les queda el saqueo,
obtener lo más posible como sea.
No es una cuestión de bondad o maldad, es la naturaleza del capital que se basa en la tasa de ganancia, y que llegado a este nivel de escala de los conglomerados internacionales necesitan que sea gigantesca.
Pero tampoco la población en general conoce lo que es el mercado de divisas, ni el tipo de cambio, ni cómo funcionan los bancos, ni comprende el problema gasto público/déficit fiscal.
Cree en la mentira cuidadosamente instalada durante siglos por el capital de que la emisión monetaria produce inflación.
Creen que todo el poder lo tiene el gobierno de turno,
ignorando que el verdadero poder lo tiene el gran capital
y que los gobiernos sólo son gerentes
más o menos disciplinados a ese gran capital.
Le reclaman dólares al gobierno, al Banco Central, sin saber que el Estado ni genera ni tiene dólares, que los dólares son productos de exportaciones de empresas privadas, que las empresas privadas se quedan ilegalmente con la mayoría de los dólares, no ingresándolos o fugándolos.
Que el total de dólares de argentinos en el exterior
es de 400.000 millones
mientras que el Banco Central sólo tiene 27.000 millones.
Muchos reivindican la convertibilidad porque tenían dólares fácilmente, 1 a 1, pero ignoran que era todo una ficción que inevitablemente terminaría por estallar, los dólares eran préstamos del exterior, esos dólares eran utilizados por los grandes empresarios para fugarlos al exterior a través de los bancos, y la deuda finalmente tenía que pagarla todo el pueblo. Eso fue la convertibilidad.
Cuando del exterior no quisieron prestar más porque sabían que no se podría pagar, estalló todo. Mucha gente cree que la inflación la produce el gobierno, lo cual es imposible porque la economía es privada, es una sumatoria de empresas privadas, no es una economía estatal, y los que suben los precios son las empresas.
Pero la falta de información o la distorsión de la misma es esencial para el capital, y se produce en todos los niveles e instersticios de la sociedad, en todos los temas, en todas las actividades.
Macri es un gran empresario. No es un político. Su idea es que, a diferencia de su padre que ha lucrado siendo amigo de todos los gobiernos, para ganar más hay que ser gobierno[2].
Y es lo que hace. La política se la deja a otros. En este caso a Durán Barba y otros similares. Macri se dedica a utilizar su gobierno para maximizar sus ganancias.
El capital concentrado, los conglomerados empresarios internacionales también utilizan a los gobiernos para elevar al máximo posible sus ganancias, aunque eso traiga aparejado la destrucción de los pueblos. [3].
Macri es uno de los integrantes del capital concentrado, del conjunto de los conglomerados empresarios más grandes del planeta.
Si gobierna, lo hará exclusivamente
para aumentar las ganancias de estos conglomerados,
por eso tiene su apoyo a nivel internacional.
Pero para el pueblo será una tragedia mucho mayor
que la que estalló a fines del 2001.
Macri es un empresario y como empresario no hace política, paga para que se la hagan, no sabe nada, paga para que le hagan todas y cada una de las cosas.
El PRO no es un partido político como los que conocemos, no tiene militantes, no tiene políticos que adhieran a un programa o una causa.
Todos sus principales integrantes son comprados. Comprado Niembro, comprado Del Sel, pero no son excepciones, es la forma en que funciona todo en el PRO.
Si Macri gobierna no podrá mantener
ninguna de las falsas promesas
que hace en esta última etapa de campaña,
no podrá mantener “lo ganado” sino que deberá destruirlo.
Porque su gobierno será un gobierno directo del capital
concentrado, cuya política es inevitablemente de saqueo.
Todo esto es lo básico, lo fundamental para saber qué es Macri.
Después se puede explicar detalladamente como hace para apropiarse del 80% del presupuesto de la Ciudad de Buenos Aires, como cierra centros culturales, cuáles son los dos procesos en segunda instancia que están vigentes, y muchas otras cosas en su “currículum”.
Sería muy importante reunir en un solo escrito todas las destrucciones, los delitos y los robos en que ha incurrido y sigue incurriendo Macri, para que se vea expresada palpablemente en los hechos su política.
A esta ignorancia generalizada sobre lo que es Macri contribuyen naturalmente muchos factores.
Permanentemente protegido por la prensa hegemónica, Clarín y sus aproximadamente 300 empresas audiovisuales, sus diarios en todo el país, La Nación, Perfil, etc.
No es el diario Clarín, es el conglomerado empresario gigantesco al cual pertenece Clarín y está vinculado al conglomerado empresario al cual pertenece Macri, porque defienden intereses similares, la necesidad del saqueo.
En el resultado electoral también han influido las tácticas empleadas por Durán Barba y Cía, la política que en todo América Latina están llevando adelante internacionales de derecha a las cuales pertenecen Macri, Aznar, y muchos otros personajes conocidos.
Multitud de fundaciones de derecha que trabajan en el mismo sentido, como la Fundación Pensar, del PRO.
Hay muchas posturas que adjudican la gran elección de Macri a errores de táctica electoral del FPV, como el muy interesante artículo Un balotaje crucial para América Latina, de Atilio Borón, del 29.10.2015.
El artículo es digno de conocer y analizar, pero por más influencia que hayan tenido las tácticas electorales de todos los partidos participantes en las elecciones, en la base de todo, lo más esencial, es que el pueblo no conoce lo que es Macri.
Y esto no puede ser. Todos los que tenemos alguna responsabilidad política debemos hacernos cargo, ocuparnos, de que el pueblo sepa lo que realmente es Macri, lo que representa, lo que inevitablemente hará si gobierna, cualesquiera sean las falsas promesas que manifieste para asegurarse un triunfo electoral en el ballotage.
Hoy hay que poner todo el esfuerzo para que no gane Macri.
Esa es la tarea urgente, ineludible.
Pensar qué haremos si gana hay que dejarlo para después del
ballotage y concentrar todos los esfuerzos para que no gane,
y eso esfuerzos tienen que tener como eje central lograr que la mayor cantidad de gente posible comience a saber lo que Macri realmente es, los intereses que realmente representa.
De todas maneras no está demás decir que mientras más se logre ahora difundir lo que Macri es, más fácil será luchar contra su política en caso de que acceda al gobierno. Y viceversa.
De manera que esta tarea es el eje central desde toda perspectiva, más allá de que sea necesario también implementar las mejores tácticas electorales.
Carlos A. Larriera
2.11.2015
[1] Datos extraídos de la página web de iProfesional:
[2] ‘“Papá decía que había que ser siempre oficialista”, recuerda Mauricio Macri. “Cuando una empresa ya es tan grande como la nuestra, ya no importa lo que pasa dentro de la empresa. ¿Cuántas obras más se pueden hacer? ¿Cuántos autos más se pueden producir? Si no se puede influir en la economía general del país… no sirve para nada.” En el libro de Gabriela Cerrutti El Pibe, primera edición 2010, pág. 16, Espejo de la Argentina/Planeta.
“Mauricio Macri creció creyendo que su padre tenía todo el poder. Y decidió que a él le tocaba ser el poder.” Ídem, pág. 19
[3] La película Margin Call deja esto bien claro, subrayándolo expresamente en el diálogo final entre los personajes interpretados por Jeremy Irons y Kevin Spacey. En la película la empresa es un broker, pero ese razonamiento de que lo fundamental es salvar al capital es universal en el capitalismo.
(Por Atilio A. Boron)
Tenemos una responsabilidad regional de la cual no podemos sustraernos: una victoria de Macri sería un golpe mortal para la UNASUR, la CELAC y el mismo Mercosur.
Un eventual gobierno de Macri que se uniría de inmediato a Álvaro Uribe, José M. Aznar y sus mentores norteamericanos en su pertinaz cruzada para erradicar de la faz de la tierra al chavismo, a los gobiernos de Evo y Correa y para propiciar el “cambio de régimen” en Cuba.
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El resultado de las elecciones del pasado domingo no fue un rayo en un día sereno.
Un difuso pero penetrante malestar social se había ido instalando en la sociedad al compás de la crisis general del capitalismo, las restricciones económicas que impone a la Argentina el agotamiento del boom de lascommodities y la tenaz ofensiva mediática encaminada a desestabilizar al gobierno.
Era, por lo tanto, apenas cuestión de tiempo que esta situación se expresara en el terreno electoral. Ya las PASO (elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) celebradas el 9 de Agosto habían sido una voz de alarma, pero no fue escuchada y analizada por el oficialismo con la rigurosidad requerida por las circunstancias.
Prevaleció una actitud que para utilizar un término benévolo podríamos calificar como “negacionista”, gracias a la cual la autocrítica y la posibilidad de introducir correctivos estuvieron ausentes, con las consecuencias que hoy estamos lamentando.
Me ceñiré, en este breve análisis, a algunos aspectos más relacionados con la estrategia y la táctica de la lucha política adoptadas por el Frente para la Victoria en los últimos meses.
Dejo para otro momento la realización de un balance de la experiencia kirchnerista en su integralidad y con sus múltiples contradicciones: asignación universal por hijo y concentración empresarial; extensión del régimen jubilatorio y regresividad tributaria; desarrollo científico y tecnológico (ARSAT I y II, etcétera) y sojización de la agricultura; orientación latinoamericanista de la política exterior y extranjerización de la economía.
Algo he dicho al respecto en el pasado y no viene al caso reiterarlo en esta ocasión.
Volveré sobre este tema en un escrito futuro, sin el apremio del momento actual.
Tampoco me referiré, por ejemplo, a cuestiones que remiten a un arco temporal que trasciende la actual coyuntura electoral, como por ejemplo la llamativa ineptitud para construir un sujeto político y hacer de “Unidos y Organizados” una verdadera fuerza plural y frentista y no un cascarón vacío cuya única misión fue apoyar, sin ninguna eficacia práctica, las medidas del gobierno.
O a la asombrosa incapacidad para preparar, al cabo de doce años de gobierno, un liderazgo de recambio que no fuera Daniel Scioli, un político nacido del riñón del menemismo.
O a la suicida actitud, seguida hasta hace unos pocos meses, de descalificar y hasta ridiculizar a quien, al final del camino, era el único candidato con el que contaba el kirchnerismo a la hora de enfrentar la riesgosa sucesión presidencial.
Es decir, se vapuleó a una figura, contra la cual no se ahorraron ninguna clase de ofensas y humillaciones, sin percibir, en la alegre ofuscación de los cortesanos del poder, que era la única carta con la que contaban y que poco después deberían vergonzosamente aferrarse a ella, cual clavo ardiente, en una desesperada tentativa por salvar “el proyecto”.
Dejo a la imaginación de los lectores la calificación de esta actitud.
Más cercano en el tiempo se cometieron varios errores de estrategia política de incalculables proyecciones: para comenzar, la decisión de no apoyar a Martín Lousteau en el balotaje por la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires en contra de Horacio Rodríguez Larreta, el delfín de quien hoy aparece como el probable verdugo del kirchnerismo.
De haberse actuado de esa manera, dejando de lado un absurdo fundamentalismo, el macrismo habría perdido la ciudad de Buenos Aires y se le habría propinado un golpe -si no mortal, al menos demoledor- a la candidatura presidencial de Mauricio Macri.
Esta ofuscación del FPV, de la cual participaron desde la Casa Rosada hasta el último militante, fue una bendición para la derecha ya que le permitió nada menos que conservar en su poder a la ciudad de Buenos Aires y salvar el futuro de su principal espada política. Pocos casos de miopía política pueden igualarse a este.
Pero la carrera de errores no se detuvo allí. Con la intención de salvaguardar la pureza ideológica de la fórmula kirchnerista, y ante la desconfianza suscitada por Daniel Scioli y su sinuosa trayectoria política no se tuvo mejor idea que proponer como candidato a vicepresidente a Carlos Zannini.
Al optar por el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia se configuró una fórmula “kirchnerista pura”, buena para aplacar la ansiedad de los propios pero absolutamente incapaz de captar un solo voto por fuera del universo político del kirchnerismo.
Esta decisión pasó olímpicamente por alto todo lo que enseñan los manuales de la sociología electoral, que dicen que para obtener una mayoría hay que presentar una oferta política capaz de atraer la voluntad no sólo de los ya convencidos -el núcleo duro de una fuerza partidaria- sino también de quienes podrían ser atraídos por otras razones: rechazo a las fuerzas anti-kirchneristas, cálculo oportunista o tendencia a “votar a ganador”, entre muchas otras.
Pero la fórmula Scioli-Zannini cerraba todas estas puertas, como se comprobó el pasado domingo y se quedaba enclaustrada en el voto kirchnerista, importante para insuficiente para obtener la diferencia que hubiera evitado el temido balotaje.
A lo anterior se agregó otro yerro inexplicable: el empecinamiento en proponer como candidato a la gobernación de la crucial provincia de Buenos Aires, que con casi el 38 % del padrón nacional es la madre de todas las batallas políticas en la Argentina, al Jefe de Gabinete de Ministros de la Presidenta Cristina Fernández, Aníbal Fernández.
Este fue víctima de una tenaz e inmoral campaña de desprestigio que lo convirtió en el personaje con mayor imagen negativa de la provincia.
Pese a ello se insistió tercamente en una candidatura que solo representaba a los propios y que perdía por completo de vista el complejo panorama electoral de la provincia.
El resultado fue una derrota inapelable a manos de una candidata opositora, María Eugenia Vidal, que carecía por completo de experiencia en ese distrito ya que se había desempeñado en los últimos ocho años como Vice Jefa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, acompañando a Mauricio Macri.
Justo es reconocer que en esta derrota existen responsabilidades concurrentes: la mala imagen de Fernández se articuló con la pobre gestión de Scioli en la provincia.
Si esta hubiera sido algo mejor Vidal no podría haberse alzado con la gobernación.
Por ejemplo, si en lugar de dotar a la provincia con los tan publicitados 85.000 nuevos policías el gobernador saliente hubiera designado una cifra igual de nuevos maestros seguramente otro habría sido el resultado.
En todo caso, cuesta entender las razones del tan pernicioso como costoso empecinamiento en sostener una candidatura como la de Fernández en esas circunstancias.
Por último, en este breve racconto, otro error fue la decisión de hacer que Scioli desplegase una campaña en la cual fuera lo más parecido posible a Cristina y cuyo eje central fuese la cerrada defensa de la gestión presidencial, sin ninguna proyección a futuro.
Contra quienes proponían como slogan el cambio -de ahí el nombre de la alianza derechista: “Cambiemos”- o quien como Macri demagógicamente exaltaba la “revolución de la alegría”, Scioli aparecía como un político triste y titubeante, a la defensiva, e históricamente maltratado por la presidenta y su entorno, debilitado por las críticas recibidas desde la Casa Rosada, la Cámpora, Carta Abierta y con un libreto que lo condenaba a posicionarse como un acérrimo defensor del “proyecto”, sin la menor posibilidad de aludir a todo lo que faltaba hacer en el mismo, como una reforma tributaria integral, la estatización del comercio exterior y la implementación de una heterodoxa política antiinflacionaria que evitase la licuación de una parte nada desdeñable de la cuantiosa inversión social del gobierno de Cristina Fernández. Los resultados están a la vista.
Habría otras cuestiones por señalar, como el faltazo ante el debate con los otros candidatos presidenciales, que lo disminuyó aún más antes los ojos de la opinión pública y el oportunista anuncio, hecho sobre la hora, de duplicar el piso salarial para el impuesto a las ganancias, algo que el gobierno nacional tendría que haber hecho hace mucho.
En todo caso, parecería que ciertos cambios habidos en la estructura social argentina y en el clima cultural imperante en el país, fuertemente semantizados por el terrorismo mediático lanzado por la derecha; cambios producidos precisamente por las políticas de inclusión social del gobierno de CF, no operaron en la dirección de otorgarle mayor sustentabilidad al proyecto sino todo lo contrario, en línea con tendencias ya observadas en países como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela y que es incomprensible que hubieran sido pasadas por alto en la Argentina.
No necesariamente los sectores populares que mejoran su situación socioeconómica y cultural gracias a la acción de los gobiernos progresistas y de izquierda luego lo recompensan con su voto, y en la Argentina del pasado domingo esto fue muy elocuente.
Hace tiempo que hemos venido advirtiendo que, ante la ausencia de una sistemática labor concientizadora y de formación ideológica –la célebre “batalla de ideas” de Fidel- el boom de consumo no crea hegemonía política sino que termina engrosando las filas de los partidos de la derecha.
Dado lo anterior, revertir lo ocurrido en la primera vuelta electoral aparece como una empresa muy difícil aunque no imposible. Habrá que intentarlo, para evitar que la Argentina sea la punta de lanza de un proceso que, ahora sí, podría ser el inicio del “fin de ciclo” progresista en la región, algo que hasta hace unos pocos días parecía poco probable.
De hecho, si el candidato del kirchnerismo es derrotado en el balotaje sería la primera vez que un gobierno progresista o de izquierda es vencido en las urnas desde el triunfo inaugural de Hugo Chávez en diciembre de 1998.
Hasta ahora, todos esos gobiernos fueron ratificados en las urnas y sería lamentable que la Argentina rompiera con esa positiva tendencia.
Tenemos una responsabilidad regional de la cual no podemos sustraernos: una victoria de Macri sería un golpe mortal para la UNASUR, la CELAC y el mismo Mercosur.
Además, la Argentina se realinearía incondicionalmente con el imperio y este redoblaría su ofensiva en contra de los gobiernos bolivarianos, cada vez más privados de apoyos externos.
Como latinoamericano y marxista no puedo ser indiferente ante la amenaza que representa un eventual gobierno de Macri que se uniría de inmediato a Álvaro Uribe, José M. Aznar y sus mentores norteamericanos en su pertinaz cruzada para erradicar de la faz de la tierra al chavismo, a los gobiernos de Evo y Correa y para propiciar el “cambio de régimen” en Cuba.
Es decir, para liquidar definitivamente todo rastro de antiimperialismo en América Latina. Nadie situado genuinamente en la izquierda política podría contemplar distraídamente esta posibilidad ni dejar de hacerse cargo de enfrentarla con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, llegados a este punto, no tenemos mejores opciones que la de apoyar al FPV para aventar el riesgo de un mal mayor, sabiendo empero que si lográsemos triunfar en este empeño tendríamos que darnos de inmediato a la tarea de construir una verdadera alternativa política de izquierda porque el kirchnerismo, con sus aciertos, sus errores y sus limitaciones ideológicas, no lo es y no puede serlo.
¿Podrá Scioli doblegar a su contrincante en el balotaje?
Dependerá de cómo diseñe su estrategia de campaña para estas semanas.
Los dos debates con Macri pueden ser la llave del triunfo, si es capaz de pasar a la ofensiva y demostrar que tras la vaguedad discursiva de su oponente se esconde un brutal programa de ajuste. Pero no le bastará con eso.
Tendrá también que dejar de circunscribir su discurso a la defensa de la obra del kirchnerismo (algo para lo cual la presidenta Cristina Fernández no necesita ayuda porque lo hace infinitamente mejor que él), definir nuevas prioridades y salir con propuestas concretas en materia económica, social, cultural e internacional que le permitan persuadir a la opinión pública que podrá ser el presidente que comience a hacer todo aquello que el kirchnerismo, en otros momentos, reconocía que aún restaba por hacer y no hizo.
Y que lo diga con convicción, sin pedirle permiso a nadie ni esperar la palmadita afectuosa de la Casa Rosada.
Es una tarea difícil pero no imposible.
Enfrente suyo no tiene a un De Gaulle o un Churchill sino a un insulso producto de un astuto marketing político, apoyado por el aparato publicitario de la derecha imperial.
Difícil, repito, pero lejos de ser imposible. Ojalá que le vaya bien porque, aunque algunos se empeñen en negarlo, en este balotaje también se juega el futuro de los procesos emancipatorios y de las luchas antiimperialistas en América Latina.
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