Omar Al-Shishani, uno de los líderes del ISIS |
Cruzada y yihad en el Cáucaso
Este mes de octubre, Rusia ha sido portada en la mayoría de diarios del mundo al anunciar su intención –y posterior ejecución– de bombardear a Daesh –y ya de paso a los opositores de Al-Assad, tal y como refleja este magnífico artículo de Willy Pulido.
Tal acción es, para los expertos en geopolítica, una manera de salvar el régimen aliado de Moscú de Bashar Al-Assad, menguado de fuerzas y apoyos tanto dentro como fuera de Siria.
Si a Rusia le sale bien la jugada, se apuntará otro tanto en el panorama internacional además de prever represalias en sus territorios de mayoría musulmana, especialmente en el Cáucaso.
Por otra parte, si Siria se convierte en un nuevo Afganistán, es muy probable que el Kremlin vea como sus provincias más meridionales vuelvan a ser azotadas por el flagelo del islamismo radical.
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El peligro islámico en el Cáucaso Norte
Las regiones musulmanas de Daguestán, Chechenia, Ingusetia, Kabardia-Balkaria y Cherkesia Central son posiblemente las regiones más inestables en todo el territorio ruso, especialmente las tres primeras –y Osetia del Norte, que pese a también estar en este territorio, es de mayoría ortodoxa, pero también ha sufrido los envites entre gobierno central y rebeldes islamistas.
Y es que cuando los medios mencionan “la llegada de militantes del ISIS a Europa” se olvidan de mencionar a aquellos que luchan en sus filas siendo europeos o, más concretamente, europeos del este.
Países como Albania o Bosnia tienen una importante población musulmana y la Federación Rusa tiene un buen puñado de repúblicas donde el Islam es la religión más profesada –de hecho, se considera que Rusia es el tercer país que más soldados aporta a Daesh.
Si además de estas poblaciones sumamos a los millones de inmigrantes uzbecos, tayikos y kirguises que viven en los guetos de las metrópolis y que pueden sufrir un efecto similar al surgido en los guetos musulmanes de París, la amenaza del terrorismo islamista es algo muy presente en Rusia.
De entre estos rusos “famosos” podemos destacar a los hermanos Tsarnaev, que atentaron en la Maratón de Boston, o Abu Omar Al Shishani (el checheno), que es una de las caras más visibles del Estado Islámico.
Aunque su nombre real es Tarkhan Tayumurazovich Batirashvili, nacido en la República Socialista Soviética de Georgia, es uno de los líderes de la rama del Califato en Siria.
Los Estados Unidos ya le han puesto precio a su cabeza: 5 millones de dólares.
Daniel Iriarte explica para El Confidencial que la gran mayoría de los militantes rusos que siguen las andanzas de Abu Al Shishani son jóvenes procedentes de las repúblicas del Cáucaso reclutados mediante redes sociales.
Éstos han nacido durante la década de los noventa o la segunda mitad de los 80, siendo demasiado jóvenes para haber luchado en las dos guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2000).
El retrato robot de esta gente es fácil de comentar: tras la primera guerra de Chechenia, el territorio quedó devastado, con miles de muertos y huérfanos que crecieron en un ambiente fallido, con altísimos porcentajes de criminalidad y marginalidad además de los numerosos abusos por parte del Ejército y la policía federal.
Tal ambiente es un perfecto caldo de cultivo para que centenares de niños sean víctimas de los cantos de sirena de los imanes más radicales.
El Emirato del Cáucaso e ISIS
Antes del nacimiento del Estado Islámico existió en Chechenia un estado no reconocido –salvo por los talibanes del mulá Omar– conocido como República Chechena de Ichkeria que se opuso a Rusia y a la “oficial” república de Chechenia.
En 2007, el autoproclamado presidente de Ichkeria, Doku Khamatovich Umarov, la abolió para anunciar la creación del “Emirato del Cáucaso”, convirtiéndose en un emir sin tierras pero con pretensiones de unir bajo su mando a todas las repúblicas rusas de mayoría musulmana mencionadas anteriormente.
Inmediatamente, Umarov y sus seguidores comenzaron su particular guerra contra el gobierno de Moscú, perpetrando los atentados del metro de Moscú y el ataque al aeropuerto de Domodedovo en 2010 y 2011 respectivamente.
Pese a todas estas muestras de poder, el poder central del Emirato no tiene demasiado poder en sus jamaats –sus representaciones a nivel local–, los cuales operan de forma bastante independiente.
Además, la ideología puramente islamista no es la principal motivación de aquellos que luchan bajo el pabellón del Emirato del Cáucaso sino, tal y como apunta el periodista Jean-François Ratelle, son las actividades criminales y las diferentes vendettas o rencillas a nivel local.
Pero con la eclosión de Daesh, la popularidad del Emirato ha ido disminuyendo en favor del primero, el cuál consiguió a principios de 2015 atraer a sus filas a notorios líderes del emirato e incluso crear una rama del ISIS en territorio ruso –y por ende, territorio pretendido por el Emirato– bajo el mando de Rustam Asildarov, antiguo emir del vilayato de Daguestán y uno de los terroristas más buscados por los Estados Unidos.
Con la nueva franquicia, Rusia podría temer un auge de las guerrillas islamistas en las provincias de Chechenia, Ingusetia y Daguestán, las más castigadas por la desocupación y con mayor presencia de influencias salafistas.
De hecho, los expertos piensan que pronto, el Emirato, que además de las defecciones de sus miembros en favor de Daesh ve cómo Moscú no cesa en su intento de borrarlos del mapa, será absorbido por la ya mencionada franquicia del Estado Islámico en el Cáucaso, conocida Wilayah al-Qawqaz o vilayato del Cáucaso.
De hecho, una figura implicada en este tema que ha salido a la luz estas últimas semanas es Abu Jihad –de nombre real Islam Umarovich–, un karachai miembro del Estado Islámico en el Cáucaso y actualmente del ISIS –e incluido en la lista de terroristas de los terroristas más buscados por los Estados Unidos este mes de Octubre–ha sido acusado por los miembros del EC de propagar la fitna, es decir, la lucha entre musulmanes en el territorio caucásico.
Así pues, si el Emirato no acaba fagocitado por la franquicia de ISIS en Rusia, podríamos ver una especie de conflicto entre milicias islamistas en los bosques del Daguestán, algo que desde el punto de vista del autor parece poco probable.
Lo que sí es cierto es que el Emirato parte con desventaja en esta lucha por el control del espacio yihadista en las provincias musulmanas de Rusia.
Con la muerte de su último líder conocido, Magomed Suleymanov, en agosto de 2015, algunos medios llegaron incluso a dar por muerta a la organización islamista.
Obviamente todos los expertos apuntan a que el EC está muy debilitado, pero lo cierto es que el pasado mes de setiembre se publicó un vídeo donde unos encapuchados expresaban sus ideas de retomar la lucha en el Cáucaso sin mencionar a Daesh, de lo que se sustrae que no forman parte de éste y que el Emirato aún podría estar activo en territorio ruso.
Además, en las redes siguen activos y mantienen una pequeña fuerza de combate en territorio sirio bajo el nombre de “Emirato del Cáucaso en Siria”. En resumen, que a día de hoy hay una rama de ISIS en el Cáucaso y otra rama del EC en Siria, siendo la primera la que tiene más peso actualmente en ambos lados.
El pasado 21 de octubre, mientras se escribía este artículo, el portal chechensinsyria.com desvelaba que el líder del Emirato del Cáucaso en Siria, Uvays ad-Dagestani, murió en Alepo en una refriega con las fuerzas gubernamentales.
El Ejército de los Emigrantes
Volviendo a Siria y a la figura de Omar Al-Shishani, encontramos que éste comandó hasta septiembre de 2015 al “Ejército de los Emigrantes” o Jaish al-Muhajireen wal-Ansar, una facción dentro de la gran telaraña de grupos y grupúsculos que forman el Estado Islámico, formada exclusivamente por soldados y milicianos de fuera de Siria, especialmente árabes y caucásicos.
Pese a lo escrito en las líneas superiores, hasta 2013 el grupo operó independientemente de Daesh, con alianzas puntuales con el Frente Al-Nusra.
Poco después ya se integraron en la formación liderada por Abu al-Bakr.
Aun así, las diferencias constantes entre los líderes saudíes y los caucásicos terminaron con la expulsión de Omar y los milicianos procedentes de países de la antigua Unión Soviética en 2015, los cuales crearon un nuevo grupo para seguir combatiendo a Bashar Al-Assad –y, otra vez, operando fuera de las órdenes del Estado Islámico.
Con la ruptura han aparecido otros grupos como Liwa al-Muhajireen, un grupo de mayoría uzbeka que lucha en Hama o Ajnad al-Kavkaz, formado por chechenos y que tiene su base de operaciones en la provincia de Latakia.
Además, y como ya se ha mencionado anteriormente, están los milicianos del Emirato del Cáucaso en Siria, formado por georgianos de la Garganta de Pankisi, daguestaníes, chechenos e ingusetios –se calcula que hay entre dos mil y cinco mil personas nacidas en el espacio soviético o exsoviético luchando actualmente en Siria, aunque Putin en una entrevista reciente exagere inflando la cifra a los 7.000.
Para entender el cúmulo de diferencias que hay entre lo que sería el ISIS y los milicianos que provienen de territorio ruso o de otras repúblicas exsoviéticas lo podemos encontrar en las declaraciones de uno de los antiguos lugartenientes de Jeish Al-Muhajireen, en un vídeo colgado en Youtube, donde explicaba la negativa a integrarse dentro del ISIS de los guerrilleros chechenos. Según él, la ideología yihadista salafista es diferente a la corriente sufí especifica de la región del Cáucaso.
Además, para muchos chechenos luchar en Siria es una prolongación del conflicto con Moscú, puesto que éste es el principal aliado del presidente Al-Assad.
Sabiendo todo esto, es inevitable que una pregunta se nos venga a la cabeza:
¿Es probable que esta gente, una vez acabe el conflicto en Siria, regrese a territorio ruso?
¿Puede volver la guerra al Cáucaso Norte?
Aunque el movimiento yihadista en Rusia no esté en su mejor momento, cualquier tipo de desastre sufrido por las tropas rusas u occidentales en general en territorio sirio podrían reavivar los miedos de Moscú a sufrir otro aluvión de atentados o, siendo ya una posibilidad más remota, una Tercera Guerra de Chechenia.
El gobierno ruso sabe que sus fronteras del Cáucaso son porosas y le será prácticamente imposible que estos centenares de combatientes que ahora luchan en Siria vuelvan a sus hogares y puedan extender el mensaje radical y antigubernamental por todas las regiones del Cáucaso Norte.
El Frente Al-Nusra, uno de los grandes bloques islamistas que luchan contra el gobierno de Al-Assad, ya ha llamado a la yihad contra el infiel ruso, poniendo como ejemplo lo que sufrió la URSS en el Afganistán de los años 80.
De hecho, el presidente Putin ya ha hablado en numerosas ocasiones del peligro que puede tener el retorno de estos milicianos.
Ayudar a Al-Assad es prevenir que la guerra se extienda en su patio trasero, es decir, el Cáucaso, y por eso no es baladí que los Sukhoi rusos bombardeen las posiciones islámicas en Idleb, Alepo y Latakia, donde se congregan principalmente los grupos yihadistas de nacionalidad rusa.
Pese a ello, Aleksei Malachenko, del centro Carnegie, cree que “los atentados son posibles, en cualquier caso hay que prepararse”.
La irrupción del salafismo en estas regiones tras la caída de la Unión Soviética provoca situaciones como la del pueblo de Novosasitli, donde 20 de sus 2000 habitantes han ido a luchar en Siria.
Las madrazas tienen un papel fundamental en la difusión de estas ideas en el Daguestán, aunque, como es obvio, la mayoría no está vinculada a los movimientos radicales que se han mencionado a lo largo de todo el artículo.
En cualquier caso, a Rusia su papel en Oriente Medio puede causarle problemas internos a corto y medio plazo, tal y como le pasó a la Europa Occidental tras la invasión de Afganistán, cosa que el Kremlin sabe perfectamente, sobre todo teniendo el Mundial de Fútbol a la vuelta de la esquina.
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