Ya me molestaban bastante los policías de la moda, esos que iban diciéndote lo que tenías que ponerte y lo que estaba pasado de fecha, el color que se llevaría este año y si era mejor afeitarse o no las patillas.
Luego vinieron los policías de la corrección política, un grupo de gente cuya mayor aspiración es mandar callara los demás, por activa, por pasiva, de manera expresa o tácita, siempre que lo que dices no coincida con su programa político, su visión del mundo, o su software cerebral.
Y ahora, como siguiente (que no última) vuelta de tuerca, nos encontramos a la policía empática, esa gente que te dice con quién tienes que empatizar, por quien tienes que compadecerte y a quien tienes que apoyar para no ser un desalmado.
Y me jode.
Porque igual que visto como quiero y me expreso como mejor creo, reservo mi empatía para quien buenamente me parece, sin sentirme obligado a la lagrimita fácil, la compasión forzada ni la solidaridad por cojones.
A las palabras obligatorias, se suman los sentimientos obligatorios. Es repugnante.
Hemos llegado al triunfo del ternurismo de Marco y su mamá, pero para adultos: puñetera pornografía de los sentimientos en la que, como en cualquier pornografía, se abusa de la exhibición de pulsiones primarias para obtener efectos forzosos.
Empatizo o no con el perro al que asustan los petardos, si quiero, y con el urogallo fantasma que anida en un parque eólico.
Empatizo o no, si quiero, con el obrero al que le metieron un ERE, mientras a a los de mi entorno les recomiendan dar conciertos.
Empatizo o no, según me parezca, con el magrebí que salta una verja y cree que ese es mérito suficiente para tener premio.
Empatizo o no, según vea, con el divorciado al que no le permiten ver a sus hijos y con la mujer a la que no le llega en tiempo y hora la pensión.
Empatizo o no, según me dé, con el treintaañero que aún vive en casa de sus padres, con la pareja que insiste en vivir en Madrid aunque el sueldo sólo les permita pagarse el alquiler de una carbonera.
Empatizo o no, a mi buen entender, con el que boicotea los productos de una región, con el policía que cobra menos que un colega regional, y con los que exigen o se oponen a un trasvase.
Y si no empatizo con alguno de estos casos, los traficantes de abrazos tiene tanto derecho a llamarme desalmado como tengo yo a llamarles a ellos gilipollas.
Los Hacedores creaban a los autómatas para que satisfaciesen sus deseos. Los programaban para que ellos también deseasen, tuviesen impulsos, anhelos y necesidades. Buscando cubrirlos, servían a los Hacedores sin saberlo.
De ahí que los anhelos de los autómatas fuesen cuidadosamente seleccionados por los Hacedores.
Cuando los Hacedores soltaban a los autómatas al mundo, solían mezclarse entre ellos para controlar cómo funcionaban y si eran eficientes.
La característica esencial de un autómata en buen estado era una actividad incesante.
Siempre debían estar en movimiento, ya fuese para producir o para divertirse y (sin saberlo) seguir produciendo.
En uno de sus viajes, uno de los Hacedores observó a un autómata inmóvil. Sus ojos miraban hacia el infinito con un gesto de tristeza para el que no había sido programado.
Estaba perdiendo preciosos minutos de su vida útil sin hacer aquello para lo que fue creado, y lo peor es que no parecía tener intención de corregirse. El Hacedor regresó a su palacio e informó a su superior de lo acontecido.
-Es un autómata defectuoso. No desea, no es activo, desperdicia su energía...¿Habías visto algo así?
-A veces salen con defectos de fabricación, y sin duda éste es el defecto más grave que podría tener. Debes eliminarlo.
-¿Para qué gastar energía en hacerlo? Vista su apatía, lo normal es que muera el sólo sin necesidad de que intervengamos. No se puede vivir sin desear.
-Te equivocas. Aunque él no lo sepa, desea con todas sus fuerzas. Pero desea algo para lo que no ha sido programado. Por eso es defectuoso.
No sabe qué es lo que desea, y lo más probable es que nunca lo descubra y muera de tristeza.
Precisaría una fuerza descomunal para descubrirlo, y aún más para perseguirlo. Pero si lo lograse, representaría un tremendo peligro.
-¿Entonces has visto más como él?
-Sí. Todos mueren antes de tiempo por su propia tristeza.
Son errores, dentro de sus circuitos hay algún fallo que les lleva a intuir y amar cosas contrarias a la naturaleza que les hemos dado.
Cosas que precisarían de toda su energía para ser alcanzadas.
Y si usan su energía para perseguirlas, no la usarán para servirnos. Por eso es tan importante eliminarlos.
Porque si alguno es capaz de vencer a la tristeza y descubrir lo que ansía, podría llegar a luchar por ello. Y podría contagiar al resto. Sería un desastre.
Una partida de Hacedores salió del palacio para buscar al autómata defectuoso. Pero cuando acudieron al lugar donde fue visto, ya no estaba allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario