La Unión Europea: una estratagema china al servicio de los Estados UnidosFoto por: I
La Unión Europea: una estratagema china al servicio de los Estados Unidos (I)
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- diciembre 11º, 2017
“Francia no lo sabe, pero estamos en guerra con América. Sí, es una guerra permanente, una guerra vital, una guerra económica, una guerra sin muertos… aparentemente. Sí, los americanos son muy duros, Son voraces, quieren un poder total sobre el mundo… Es una guerra desconocida, una guerra permanente, una guerra sin muertos aparentemente, y no obstante es una guerra a muerte.”
(François Mitterrand, pocos meses antes de morir, en Georges-Marc Benamou, Le dernier Mitterrand, 1997, Ed. Plon-Omnibus)
En un artículo anterior[1] tuve la ocasión de demostrar que los Estados Unidos han estado pilotando la construcción europea desde la firma del Tratado de Roma en 1957 hasta el momento actual[2].
Demostré con fuentes irrefutables (extraídas de documentos desclasificados del Departamento de Estado) que los Estados Unidos habían estado detrás de la creación del mercado común, de la moneda común, y que habían inspirado la idea de un parlamento europeo, de una constitución europea, etc. (ideas que en un primer momento habían sido de origen nazi, los imperialistas estadounidenses ocupándose después de reciclarlas en interés propio)
Para ello, habían contado con una serie de “agentes de influencia” colocados en las grandes instancias de decisión de la llamada Comunidad Económica Europea (CEE):
“padres fundadores” de Europa como Jean Monnet y Robert Schuman; Walter Hallstein, el antiguo ministro nazi que después fue presidente de la primera Comisión europea; o Paul-Henri Spaak, primer ministro belga y presidente del Movimiento Europeo[3], financiado en gran parte por la CIA a través delAmerican Committee on United Europe, entre otros ejemplos.
Lo ignoraba en el momento de escribir aquel artículo, pero desde su publicación pude descubrir que mi tesis había sido confirmada en 2013 en un programa de la televisión francesa por Marie-France Garaud, ex-política que había sido muy próxima a Chirac (cuando éste era “gaullista”) y que entre 1969 y 1974 había sido ni más ni menos que asesora del presidente Georges Pompidou (y sin que ello genere el menor revuelo o comentario en los medios de comunicación):
“Los Estados Unidos habían querido organizar en Europa una especie de contrafuego frente a la Unión Soviética.
Los americanos, que habían organizado redes de influencia para difundir esta política, consideraron, naturalmente, e inspirándose en el Tratado de Westfalia y en la situación de Europa antaño, que las naciones en Europa significan la guerra, y que por lo tanto había que suprimir los Estados y las naciones soberanos.
¡Esto se dijo expresamente!
Lo dijo Bush, y lo dijo… Monnet, que portaba el mensaje europeo. Estaba convencido de ello, de hecho era un agente americano (incluso sabemos por cuánto fue remunerado, porque ha sido desclasificado), pero estaba convencido.
Por lo tanto, un día dijo: ‘la paz no renacerá en Europa si las naciones se reconstituyen a partir de la soberanía, hace falta que los pueblos formen una federación con un pilar económico común.’ En otras palabras, lo que los americanos desean es una Europa económica, ¡pero no política! ¡Jamás tuvieron la idea de una Europa política! Y de hecho, lo que vemos ocurrir ante nuestros ojos es la plasmación de este pensamiento.”[4]
Para quien tenga un mínimo de intuición política es evidente que las afirmaciones de Garaud son coherentes: el objetivo de los Estados Unidos era constituir un gran bloque geopolítico bajo su dominación, que sirva de contrapeso a la Europa bajo influencia soviética.
Y es indudable que, con este mismo propósito, contaron con la colaboración entusiasta de las grandes burguesías de Europa Occidental.
No obstante, uno puede preguntarse de manera legítima por qué razón los Estados Unidos tendrían interés en seguir pilotando la construcción europea después de desaparecido el campo socialista.
¿Cuál es el interés de los Estados Unidos en que sobreviva el euro?
¿No dicen algunos analistas marxistas que la UE es un proyecto imperialista para hacer de contrapeso a los Estados Unidos y competir con los monopolios estadounidenses?
¿Cómo podrían entonces los EEUU apoyar algo que supuestamente va a en contra de sus intereses?
En mi anterior artículo ya había explicado que esto es efectivamente así, citando los ejemplos de George Bush animando a la entrada de países miembros de la OTAN en la UE, las declaraciones de Condoleeza Rice a favor de la llamada Constitución europea o las palabras de Bill Clinton a favor de la entrada de Turquía en la UE.
Por lo tanto, el objeto de este artículo no es tanto demostrar que los Estados Unidos están a favor de la construcción europea, sino más bien dar a comprender por qué lo están.
Matemáticamente, la Unión Europea es irreformable
Para poder tener una mejor comprensión de cómo la propia existencia de la UE sirve a los intereses del imperialismo estadounidense, es preciso explicar de qué manera los tecnócratas al servicio del imperialismo euro-atlantista y del gran capital financiero e industrial se las han arreglado para blindar la construcción europea, de tal manera que no pueda haber “otra Europa”.
En España, la izquierda que con buen criterio ha comprendido que la UE es irreformable y que por lo tanto es preciso salir de la UE para acariciar toda posibilidad de transformación social, sigue siendo una minoría.
No obstante, para explicar esto al ciudadano de a pie, se suele recurrir a argumentaciones poco comprensibles, aludiendo directa o indirectamente a la teoría marxista sobre el Estado, es decir a la imposibilidad de transformar desde dentro las estructuras de poder de la UE en beneficio de las clases trabajadoras, puesto que ésta no es su naturaleza de clase.
Esta izquierda tiene razón, pero en mi opinión es querer buscarle tres pies al gato. Yo propongo explicar que no es posible “otra Europa” de una manera mucho más sencilla y más comprensible para cualquier persona.
Lo que hace imposible cambiar la UE es el artículo 48 del Tratado sobre la Unión Europea, que recomiendo leer detenidamente. Se trata del artículo que habla de los procedimientos de revisión de los tratados europeos, que se dividen entre procedimientos “ordinarios” y “simplificados”.
Para los procedimientos de modificación llamados “ordinarios”, el apartado 4 del artículo 48 dice:
“El Presidente del Consejo convocará una Conferencia de representantes de los Gobiernos de los Estados miembros con el fin de que se aprueben de común acuerdo las modificaciones que deban introducirse en los Tratados. Las modificaciones entrarán en vigor después de haber sido ratificadas por todos los Estados miembros de conformidad con sus respectivas normas constitucionales.”
Y para los procedimientos de modificación llamados “simplificados”, el apartado 6 dice:
“El Consejo Europeo se pronunciará por unanimidad previa consulta al Parlamento Europeo y a la Comisión, así como al Banco Central Europeo en el caso de modificaciones institucionales en el ámbito monetario. Dicha decisión sólo entrará en vigor una vez que haya sido aprobada por los Estados miembros, de conformidad con sus respectivas normas constitucionales.”
¿En qué se traduce esto en la práctica?
En que es imposible la revisión de los tratados europeos, y por lo tanto obtener “otra Europa”, por un simple problema matemático. Aunque parezca evidente para muchos, lo voy a ilustrar con una serie de ejemplos.
Ejemplo 1: un único Estado soberano
Cojamos primero un caso hipotético en el que tenemos un único Estados independiente y soberano, es decir, precisamente lo que no ocurre con los países miembros de la UE.
Para una mayor simplicidad, haremos abstracción del carácter de clase del estado, de la posible dominación que pueda ejercer otra potencia sobre este país, o de posibles coyunturas que impidiesen llevar a cabo las políticas deseadas por el gobierno (tales como una situación de guerra, una crisis financiera repentina, una crisis climatológica, etc.)
Haremos abstracción de estas coyunturas para imaginar que tenemos un país plenamente soberano.
En este caso, la política de este país es siempre coherente: si los electores de ese país eligen un gobierno de izquierdas, tendrán una política de izquierdas, y si eligen a un gobierno de derechas tendrán una política de derechas.
Si cogemos por ejemplo un país relativamente soberano, al no estar dentro de la UE ni de la OTAN, como es Suiza, la situación es agrosso modo la que sigue: si los ciudadanos eligen mayoritariamente al Partido Socialista suizo, tendrán una política de izquierdas, y si eligen mayoritariamente al Partido Demócrata Cristiano tendrán una política de derechas.
No hay, por decirlo así, la sensación de que la democracia ha sido robada por instancias externas a Suiza.
En términos matemáticos, la probabilidad de tener una política coherente de izquierdas o coherente de derechas se expresa de esta manera (0.5)0 = 1. Es decir, es una probabilidad del 100%.
Ejemplo 2: dos Estados que deben adoptar una política común
Imaginemos ahora que tenemos dos Estados cuyos gobiernos deben sentarse en la mesa para adoptar una política común. En principio, esto sólo es posible si en ambos países hay gobiernos con el mismo color político.
Debido a que está moda hablar del mito (jamás verificado en la realidad) del “dúo franco-alemán”, voy a coger los ejemplos de Francia y Alemania, dos países miembros de la UE.
Aquí la probabilidad de tener una coherencia política entre ambos Estados es menor. Pongamos por ejemplo que en Francia la “izquierda” es el PS y la derecha es LR-Los Republicanos, y que respectivamente en Alemania son SPD y CDU. Nótese que se trata de una simplificación extrema, pues en este ejemplo sólo existe una dicotomía izquierda/derecha.
Existen las siguientes combinaciones posibles:
- Francia: PS, Alemania: CDU. Incoherencia “izquierda-derecha”.
- Francia: PS, Alemania: SPD: Coherencia “de izquierdas”.
- Francia: LR, Alemania: SPD. Incoherencia “derecha-izquierda”.
- Francia: LR, Alemania: CDU. Coherencia “de derechas”.
Es decir, sobre cuatro combinaciones posibles, hay dos casos en los que hay coherencia, y en los que por lo tanto puede haber gobiernos que se pongan de acuerdo sobre una política común. En términos matemáticos, la probabilidad de que haya coherencia se expresa de la siguiente manera: (0.5)1 = 0.5, es decir un 50%.
Ejemplo 3: tres Estados que deben adoptar una política común
Si ahora son tres los Estados cuyos gobiernos deben adoptar una política común, las cosas se complican seriamente, y se irán complicando cada vez más a medida que lleguemos a 27 Estados, que es la situación actual en la UE (ya no incluyo al Reino Unido, que habrá finalizado su salida de la UE en marzo de 2019).
Imaginemos que los tres Estados en cuestión son Francia, Alemania y España. Vamos a situarnos en un caso hipotético, imaginando que la “izquierda” es el PSOE y que la derecha es el PP. Las posibles combinaciones son las siguientes:
- Francia: PS, Alemania: CDU, España: PP. Incoherencia “izquierda-derecha-derecha”.
- Francia: PS, Alemania: CDU, España: PSOE. Incoherencia “izquierda-derecha-izquierda”.
- Francia: PS, Alemania: SPD, España: PP. Incoherencia “izquierda-izquierda-derecha”.
- Francia: PS, Alemania: SPD, España: PSOE. Coherencia de izquierdas.
- Francia: LR, Alemania, CDU, España: PP. Coherencia de derechas.
- Francia: LR, Alemania CDU, España: PSOE. Incoherencia “derecha-derecha-izquierda”.
- Francia: LR, Alemania: SPD, España: PSOE. Incoherencia “derecha-izquierda-derecha”.
- Francia: LR, Alemania: SPD, España: PSOE. Incoherencia “derecha-izquierda-izquierda”.
En este ejemplo, hay ocho combinaciones posibles, pero sólo hay dos que representen una coherencia total que permita que los tres Estados puedan tener una política común. En términos matemáticos, la probabilidad de haya coherencia total se expresa así: (0,5)2 = 0,25, es decir un 25% de probabilidades.
Ejemplo 4: 27 Estados que deben adoptar una política común
Si el lector ha comprendido hacia donde quiero ir con estos cálculos, ya habrá podido anticipar que es matemáticamente imposible toda reforma de los tratados europeos y por lo tanto del propio funcionamiento de la UE, pues hace falta la unanimidad de los 27 Estados para ello.
Y lo cosa no se detiene aquí, pues a ello se añade la necesidad de contar con la unanimidad de los respectivos parlamentos nacionales, que deben ratificar la decisión de los gobiernos nacionales, excepto en el caso de Irlanda, donde la ratificación pasa por un referéndum. Es decir, para modificar los tratados europeos y conseguir la “otra Europa” deseada por la izquierda alter-europeísta, hacen falta 27 x 2 = 54 acuerdos.
Haciendo abstracción de la necesidad de obtener el acuerdo de cada parlamento nacional, en términos matemáticos la probabilidad de tener una política coherente entre todos los Estados se resume en la siguiente fórmula: (0.5)N – 1, en la que “n” es el número de países miembros de la UE.
Nótese que se trata de un cálculo extremadamente favorable para las tesis europeístas, puesto que postula:
a) Que las opciones políticas en cada país son binarias, es decir que solamente existe la división izquierda/derecha, haciendo abstracción de otros matices políticos como ecologistas, centro, extrema-derecha, izquierda “radical”, partidos comunistas, etc.
b) Que “izquierdas” y “derechas” sean las mismas en todos los países y tengan programas compatibles entre ellos, cosa que está lejos de suceder. Por ejemplo me es difícil imaginar que la socialdemocracia sueca, portuguesa o francesa sea la misma que la socialdemocracia alemana de las reformas “Hartz IV”, con sus mini-jobs pagados 1 o 2 euros/hora.
c) Que no existen intereses nacionales diferentes entre uno y otro estado, cosa que evidentemente es falsa.
El Reino Unido, antes del Brexit, no tenía ningún sector textil en la industria, mientras que países como España o Francia tenían un sector textil que se colocaba en competencia con los salarios chinos.
¿Tenían estos país los mismos intereses en el marco de las negociaciones entre el representante de la UE y China en las reuniones de la OMC? No, y a cambio de textiles baratos, el Reino Unido consiguió prebendas interesantes en China (notablemente la introducción de sus compañías de seguros).
No creo que el “internacionalismo proletario” consiga que se haga caso omiso de estas cuestiones.
d) Que existe un sentimiento natural de solidaridad entre los pueblos europeos. No estoy seguro de que los habitantes de Finlandia o Alemania acepten gustosamente financiar a otros Estados deficitarios con los que no tienen ningún lazo histórico o cultural.
Pero aun haciendo abstracción de estos factores, cuando aplicamos el cálculo económico a la realidad concreta, llegamos a la conclusión de que las promesas acerca de “otra Europa”, una “Europa social”, o incluso una Europa “que ponga a las clases populares en el centro de las decisiones”, como dice la euro-trotskista Marina Albiol, son sencillamente risibles.
Veamos:
Cuando existía la Europa de las seis naciones, entre 1957 y 1972, la probabilidad de que hubiese una política coherente era de (0.5)5 = 0.031, es decir 3.1%, lo que equivale aproximadamente a tres años sobre un siglo. Esto ya lo había percibido perfectamente en 1962 el general Charles de Gaulle, gran opositor en aquella época a la construcción europea.
En la actualidad, en la Europa de los 27 Estados (recordemos que no incluyo al Reino Unido), la probabilidad de tener una política coherente es de (0.5)26 = 1,49 x 10-8, es decir 0,000.000.015.901%. Lo que equivale a aproximadamente a medio día cada 100.000 años.
Así se explica que en 1979, el lema de campaña del PS francés para las primeras elecciones europeas fuera “Cambiar Europa, vivir en el país”…
…y que 30 años después, el lema de campaña del PS seguía siendo “cambiar Europa”:
Cuando la socialdemocracia europeísta y demás europeístas (ya sean “pro” o “alter” europeístas) no consiguen lo que afirman querer conseguir desde 1979, lo mínimo es preguntarse el porqué. Hay un proverbio chino que dice “es dormir toda la vida el creer a tus propios sueños”.
Siendo realistas, los políticos de la socialdemocracia, por no hablar de ciertas personalidades de la izquierda supuestamente radical o “alternativa”, saben perfectamente lo que vengo de exponer, pero cuentan con la facilidad de sembrar ilusiones reformistas para seguir engañando a los trabajadores y asegurarse de que no peligre la continuación de la construcción europea.
Por otra parte es indudable que existen representantes de la izquierda que obran con honestidad, pero por una cuestión de democratismo infantil siguen afirmando que es necesaria y posible “otra Europa”.
¿No cree el lector que tendrían que plantearse por qué no ha sido posible “otra Europa” desde hace ya 60 años? Decía Albert Einstein que la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados.
Y si el cálculo que acabo de exponer, lo hago aplicable a otras corrientes políticas, como por ejemplo ciertas corrientes de la izquierda “radical” o “alternativa” que apuestan por “otra Europa”, podemos reírnos aún más.
Imaginemos que el Sr. Pablo Iglesias o el Sr. Mélenchon han llegado a ser presidente del gobierno y presidente de la república en sus respectivos países.
Una posibilidad que no es del todo descartable pero, como acabamos de ver, para obtener la “otra Europa” que tanto desean necesitarían tener el acuerdo de otros 26 países, y por lo tanto haría falta que en cada uno de estos 26 países hubiese un gobierno con un color político más o menos homologable a Francia Insumisa, Podemos-IU, Syriza, etc.
Podríamos proponer, siendo extremadamente generosos, que en cada país de la UE hay un 15% de probabilidades de que un partido de este tipo llegue al poder mediante las urnas.
En realidad la probabilidad de que Podemos-IU o Francia Insumisa gane las elecciones en sus respectivos países es mayor (de hecho las posibilidades de que Mélenchon gane las presidenciales en 2022 van a aumentar fuertemente gracias a la gestión catastrófica de Macron), pero lo que propongo es un hipotético porcentaje medio para los 27 países, que de hecho ya es una cifra extremadamente generosa (de hecho, en el momento actual esta posibilidad es nula en países reaccionarios o filo-nazis como Polonia, Estonia o Letonia).
Pues bien, la probabilidad de obtener esta “otra Europa” que desean los Iglesias, los Mélenchon o los Raoul Hedebouw del Partido del Trabajo de Bélgica[5], sería entonces de (0,15)26 = 3,79 x 10-22, es decir 0,000.000.000.000.000.000.000.379%.
Lo cual equivale más o menos a 1,2 segundos por cada trillón de años. Y luego nos dicen sin pestañear que van a modificar los tratados si son elegidos.
En un discurso magnífico en la Asamblea Nacional francesa en 1992, el gaullista Philippe Séguin había vaticinado que la UE no podía ser otra cosa que una dictadura, al no existir ningún “pueblo europeo”
La UE sólo puede ser una dictadura: la estratagema de las cadenas
Como dije anteriormente, el objeto de este trabajo es responder las preguntas: ¿Cuál es el interés de los Estados Unidos en promover la construcción europea?
¿De qué manera puede servir a sus intereses?
Para responder a esta pregunta hace falta referirse a una de las estratagemas chinas citadas en el manual de guerra de origen chino Las 36 estratagemas, que fue escrito por un autor anónimo bajo la dinastía Ming en el siglo XV.
Se trata de una recopilación de estrategias de guerra elaboradas en China a lo largo de varios milenios. La estratagema que nos interesa es la nº35, llamada Lián huán jì, conocida como la estratagema de las cadenas.
Esta estratagema consiste en empujar al enemigo a trabarse a sí mismo con cadenas absurdas y auto-bloqueantes de manera a que se le retire toda movilidad estratégica y táctica, impidiéndole así poder defenderse.
Para explicar qué tiene que ver esto con la UE, vamos a utilizar la siguiente metáfora. Comparemos un estado soberano e independiente con una casa rural. En este caso, el propietario de la casa es dueño y señor en su casa. Si quiere volver a pintar las ventanas, cambiar el tejado o la puerta, o cambiar el color de las paredes, puede hacerlo en la medida en que tenga el dinero para ello. En este ejemplo, hace lo que quiere, cuando quiere.
Esto es una simplificación, porque se hace abstracción de las contradicciones de clase en un país capitalista dado y del carácter de clase del Estado.
Pero para una mayor comprensión, haremos abstracción de estas cuestiones, porque veremos a continuación, lo que ocurre con la UE es en realidad mucho más problemático que el carácter de clase de tal o cual Estado.
Sigamos.
Con la Europa de las seis naciones a partir de 1957, ya no tenemos una única casa rural sino un apartamento en el seno de una copropiedad de seis apartamentos en una localidad turística.
Aquí el propietario del apartamento ya no podrá hacer lo que quiera porque habrá una soberanía compartida: podrá cambiar por ejemplo el color de las paredes en su propia casa, pero por ejemplo ya no podrá cambiar las contraventanas ni el tejado, ni cambiar el color del hueco de la escalera porque en este caso le hará falta la autorización de los demás copropietarios.
Y sabiendo que es muy difícil que los seres humanos se pongan de acuerdo entre ellos (ya lo es para elegir un color, entonces no digamos ya a escala de Estados sobre cuestiones como formar parte o no de la Alianza atlántica) para zanjar los conflictos entre los distintos vecinos hará falta un presidente de la comunidad de vecinos.
Pero si ahora tenemos una copropiedad de 27 pisos, el dueño del piso ya no decide de nada: es imposible que los 27 dueños se pongan de acuerdo sobre cualquier asunto, y de hecho la mayoría ni se conocen (ya me dirán que relación histórica o cultural tienen España o Portugal con un país como Eslovaquia o Finlandia, o con los estonios o los letones que rehabilitan a las Waffen-SS).
En estas condiciones, el presidente de la comunidad de vecinos decide de todo. Esto es lo que está ocurriendo con la UE, siendo el presidente de la comunidad de vecinos la Comisión europea.
Por ello, la UE no puede ser otra cosa que una dictadura.
Más aun sabiendo que los tratados europeos sólo se pueden cambiar por unanimidad (las directivas se pueden modificar por mayoría cualificada de países miembros en reunión del Consejo de la Unión Europea, pero esto no permite modificar los tratados de los que emanan las propias directivas).
Recordemos que el significado etimológico de democracia es “poder del pueblo”, es decir démos (δῆμος) y krátos (κράτος). Para que haya democracia, hace falta que haya un pueblo.
Pero no existe un pueblo europeo, contrariamente a lo que quieren hacer creer los europeístas. Por lo tanto es imposible que haya una política común que pueda satisfacer a todos.
Además, las instancias dirigentes de la UE siempre puede apoyarse en uno o varios pueblos para imponer a otros una política que no quieren.
En 1992 el euro-escéptico Philippe Séguin, hombre que se reclamaba del “gaullismo social”, y por el cual siento una cierta admiración, hacía mostrado tener una enorme capacidad de previsión por la lucidez de sus análisis, al anticipar lo que acabo de exponer.
Séguin no cuestionaba en sí la construcción europea desde 1957, pero se había dado cuenta de que la UE maastrichtiana no podría ser democrática, y ello no solamente a razón de la divergencia de intereses entre los (entonces) 12 países miembros, sino también porque el propio factor nacional lo hacía imposible.
En un debate televisado sobre el referéndum de 1992 para ratificar el tratado de Maastricht, en el que se enfrentó al presidente francés François Mitterrand, partidario del “sí”, Séguin dijo:
“En esta campaña se ha citado mucho al general De Gaulle.
Así que no hay motivo por el cual no debería hacerlo yo mismo. Él decía: ‘Para mí, la democracia es inseparable de la soberanía nacional’. ¿Qué quería decir con esto?
Que la democracia es la aceptación por una minoría de la ley de la mayoría. Y eso no es poca cosa, usted ha conocido esta situación, señor presidente, yo la estoy conociendo en este momento…
“Señor presidente, creo en la posibilidad de que un francés del norte acepte estar en minoría frente a una coalición de francés del este, del oeste, del sur, porque juntos tienen un sentimiento muy fuerte de pertenencia común. No estoy seguro, señor presidente, de que en el estado actual de las cosas, mientras una mayoría o minoría de franceses acepte o rechace tal o cual cosa, una mayoría de otros países pueda imponérselo.”[6]
Y en un discurso, verdaderamente magnífico, pronunciado en la Asamblea Nacional el 5 de mayo de 1992 en oposición al proyecto de ley constitucional previo a la ratificación del Tratado de Maastricht, Séguin dijo:
“¿Qué quieren que apoyemos en lugar de lo que se quiere eliminar? ¿A qué quieren que nos unamos cuando se haya obtenido de nosotros una renuncia nacional?
¿Sobre qué vamos a fundar este gobierno de Europa al que quieren someternos? ¿Sobre la conciencia europea?
Es cierto, esta conciencia existe; incluso existe de alguna manera la civilización europea, en el confluente de la voluntad prometeica, la cristiandad y la libertad del espíritu.
Por supuesto, los europeos tenemos un patrimonio y todo tipo de similitudes, pero esto no basta para construir un Estado.
Si existe una conciencia europea, es un poco como existe una conciencia universal; es algo que releva del concepto, y no tiene que ver con el alma del pueblo ni con la solidaridad carnal de la nación.
La nación francesa es una experiencia multisecular; la conciencia europea es una idea, que de hecho no se detiene en las fronteras de la Comunidad.
Y no se construye un Estado legítimo sobre una idea abstracta, aún menos sobre una voluntad tecnocrática.
Así, el Estado federal europeo carecería de fundamento real y de justificación profunda. Sería un Estado arbitrario y lejano en el que no se reconocería ningún pueblo.”
También me gustaría citar al ex-funcionario del BCE Vincent Brousseau, responsable de cuestiones monetarias del partido Unión Popular Republicana, que hace unos 15 años era un europeísta convencido, pero que ahora se ha desengañado:
“…es una utopía, porque no hay pueblo europeo. Una cosa que comprendí, es que el pueblo francés se define por referencias en común que tiene en la mente, que pueden ser de naturalezas muy diferentes: lingüísticas, culturales, el hecho de que haya visto las mismas cosas en la televisión, el hecho de que haya aprendido las mismas cosas en el colegio, que haya participado a ciertos debates que no tienen equivalente en Italia o Bélgica, etc. Y lo mismo vale para los demás países.
Por lo tanto, el hecho de ser un pueblo significa básicamente ser una comunidad mental. Y los demás pueblos son otras comunidades mentales, pero no tienen mucho en común.
Con los alemanes, nuestros puntos en común son esencialmente referencias anglo-sajonas.
Es decir, ni francesas ni alemanas.
Creo que esto es un poco superficial para ser el pilar del surgimiento de un nuevo pueblo.”[7]
Ahora bien, si la Comisión europea es el equivalente del presidente de la “comunidad de vecinos” en primera instancia, lo que pretende desarrollar este artículo es que, en última instancia, son los Estados Unidos de América quienes desempeñan este papel de presidente, o como decía Charles de Gaulle, el papel de “federador exterior”.
Los Estados Unidos, el “federador exterior”
En mi anterior artículo había citado un extracto de la famosa conferencia de prensa del General de Gaulle del 15 de mayo de 1962, donde hablaba del “federador exterior” de Europa.
Esta vez el lector me va a permitir reproducir un extracto más amplio de esta misma conferencia de prensa.
Sin ser de una longitud particularmente excesiva, pido al lector que sea paciente, pues si comprende las palabras de De Gaulle, pronunciadas por él con la mayor campechanía (pero no por ello con menor lucidez) lo habrá comprendido todo sobre la estrategia estadounidense con respecto a Europa.
De paso también se podrá comprobar hasta qué punto es una patraña aquello que se escucha a veces de que De Gaulle fue “una de las figuras influyentes en la historia del proceso de construcción de la Unión Europea” como afirma por ejemplo Wikipedia.
Ante la pregunta de un periodista que le preguntó acerca de los motivos que impulsaron el Plan Fouchet[8], De Gaulle dijo:
“Es cierto que las propuestas de Francia han suscitado dos objeciones, que por cierto eran perfectamente contradictorias entre sí, aunque presentadas por los mismos oponentes.
Por una parte, estos oponentes nos dicen:
‘Queréis hacer la Europa de las patrias. Nosotros, en cambio, queremos hacer la Europa supranacional’, como si se tratase de una fórmula para mezclar a las entidades potentemente establecidas que se llaman pueblos y Estados.
Por otra parte, se nos dice: ‘Inglaterra puso su candidatura para entrar en el Mercado común; mientras no esté dentro, no podemos hacer nada político.’ Pero todo el mundo sabe que Inglaterra, como gran Estado y nación fiel a sí misma, jamás consentiría en disolverse en una construcción utópica.
Y ya que tengo la ocasión, señores periodistas, quisiera de forma accesoria hacer observar –y tal vez vayáis a sorprenderos– que en lo que a mí respecta, jamás he hablado, en ninguna de mis declaraciones, de ‘Europa de las patrias’, aunque se pretenda que lo hice.
Esto, por supuesto, no significa que reniegue de la mía; al contrario, estoy más apegado que nunca a ella y no creo que Europa pudiese tener alguna realidad viviente si no incluyese a Francia con sus franceses, a Alemania con sus alemanes, Italia con sus italianos, etc. Dante, Goethe, Chateaubriand pertenecen a toda Europa en la medida en que eran, respectivamente y eminentemente, italiano, alemán y francés.
No podrían haber servido mucho a Europa si hubiesen sido apátridas y si hubiesen pensado en algún idioma ‘esperanto’ o en ‘volapük’ integrado…
Pero es cierto que la patria es un elemento humano, sentimental, mientras que Europa sólo se puede construir en base a elementos de acción, de autoridad, de responsabilidad.
¿Qué elementos? ¡Pues los Estados! Porque sólo los Estados son válidos, legítimos y capaces de hacer realidad cosas.
Lo he dicho y lo repito, que en el momento actual, no puede haber otra Europa que la de los Estados, si naturalmente descartamos los mitos, las ficciones y las representaciones teatrales.
Lo que sucede con la Comunidad económica lo demuestra todos los días, porque son los Estados, y solamente ellos, quienes crearon esta Comunidad económica, quienes la han provisto de créditos, quienes la han dotado de funcionarios.
Y son los Estados quienes le dan una realidad y una eficacia, sabiendo además que no se puede tomar ninguna medida económica importante sin cometer un acto político.
[…]
En realidad, no podemos asegurar el desarrollo económico de Europa sin su unión política.
Y respecto a ello, quisiera señalar lo arbitraria que es cierta idea que había aparecido en los debates recientes, que pretendía sustraer las cuestiones económicas de las reuniones de jefes de Estado y gobierno, cuando para cada uno de ellos, en sus países respectivos, ésta es una cuestión cotidiana y capital.
Quisiera hablar particularmente de nuestra objeción contra la integración. A esta objeción se nos opone lo siguiente: ‘Fusionemos juntos los seis Estados en una entidad supranacional; así todo será muy simple y muy práctico.’
Esta entidad nacional no se propone, porque sencillamente no existe. No existe hoy un federador en Europa que tenga la fuerza, el crédito y el atractivo suficientes.
Entonces la gente se repliega en una especie de híbrido y dice: ‘bueno, al menos que los seis Estados acepten someterse a lo que habrá sido decidido por una cierta mayoría.’
Al mismo tiempo se dice: ‘ya existen seis Parlamentos europeos –seis parlamentos nacionales más exactamente–, una Asamblea parlamentaria europea, incluso hay una Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, que, cierto es, era anterior a la concepción de las Seis naciones, y que, según me cuentan, ya está muerta en vida.
Pues pese a todo ello, elijamos otro Parlamento, que llamaremos europeo, y que dictará la ley para los seis Estados.’
Son ideas que tal vez puedan encantar a algunas mentes, pero no veo cómo podrían hacerse realidad en la práctica, aunque dispongamos de seis firmas sobre un papel.
¿Existe acaso una Francia, una Alemania, una Italia, una Bélgica, un Luxemburgo, que estén dispuestos a hacer, respecto de una cuestión importante para ellos desde el punto de vista nacional e internacional, lo que les parecería malo, porque habrá sido ordenado por otros?
¿Acaso el pueblo francés, el pueblo alemán, el pueblo holandés, el pueblo belga, el pueblo luxemburgués, piensan en someterse a leyes votada por diputados extranjeros, a partir del momento en que dichas leyes irían en contra de su voluntad profunda? ¡No es cierto!
No hay manera, en el momento actual, de hacer que una mayoría extranjera pueda someter a naciones recalcitrantes.
Es cierto que, en estas ‘Europa integrada’, como se suele decir, tal vez no habría política en absoluto. Esto simplificaría mucho las cosas.
En efecto, a partir del momento en el que no habría Francia, ni Europa, que no habría política porque no podríamos imponer ninguna a cada uno de los seis Estado, nos abstendríamos de hacer política.
Pero entonces, este mundo se pondría a la cola de alguien de fuera que sí tendría una política.
Tal vez habría un federador, pero no sería europeo. Y no sería la Europa integrada, lo que habría sería algo mucho más amplio y mucho más extenso, con, lo repito, un federador.
Tal vez sea esto lo que, en cierta medida y en ocasiones inspira algunas declaraciones de tal o cual partidario de la integración de Europa. Entonces, sería mejor que lo digan.
Vean ustedes, cuando se evocan los grandes negocios, a la gente le resulta agradable soñar con la lámpara maravillosa que a Aladín le bastaba frotar para poder volar por encima de lo real. Pero no hay fórmula mágica que permita construir algo tan difícil como la Europa unida.
Entonces, pongamos la realidad en la base del edificio, y cuando hayamos hecho el trabajo, entonces podrán mecernos con cuentos de las Mil y una Noches.”[9]
Estas declaraciones fueron un escándalo, tanto en Francia como en el extranjero. Todo el mundo había comprendido perfectamente a quién se refería el general De Gaulle con el “federador exterior” que “no sería europeo”. Y tampoco tenía escrúpulos a la hora de señalar indirectamente a los agentes de Washington que estaban detrás de la “construcción europea”.
Es más, en 1963 De Gaulle confirmaba este mismo análisis confesándole lo siguiente a su ministro de información Alain Peyrefitte:
“¿Sabe usted lo que significa la supranacionalidad?
La dominación de los americanos.
La Europa supranacional, es Europa bajo mando americano.
Los alemanes, los italianos, los belgas, los holandeses están dominados por los americanos. Los ingleses también, pero de otra manera, porque son de la misma familia.
Entonces, sólo Francia no está dominada. Para dominarla a ella también, se empeñan en querer hacerla entrar en un engendro supranacional a las órdenes de Washington.
De Gaulle no quiere eso. Entonces, la gente no está contenta y lo dice continuamente, se pone a Francia en cuarentena. Pero cuanto más quieren hacerlo, más se convierte Francia en un centro de atracción.”[10]
Cartel de campaña del PS francés para el referéndum sobre la ratificación del Tratado de Maastricht: “Hacer Europa es dar la talla”. La idea implícita, que además emitía cierto tufillo racista, es que la UE permitiría a Europa hacer de contrapeso a los Estados Unidos. La realidad es exactamente lo contrario.
Resumiendo: como militar y genial estratega, De Gaulle había sabido descifrar la “estratagema de las cadenas” de los Estados Unidos, y había percibido que, al promover la cesión de soberanía de los países de Europa en un único ente supranacional, la construcción europea:
a) tenía vocación de liquidar la soberanía de las naciones europeas, para que nunca pueda surgir un Estado soberano con un gobierno que se opusiera a los planes de dominación del imperialismo estadounidense (y añadiré que para ello el imperialismo estadounidense cuenta con la ayuda inestimable de sus auxiliares euro-trotskistas que afirman que la vuelta al Estado-nación es “nacionalismo”);
b) generaba un mecanismo auto-bloqueante que impedía que los países miembros de la CEE pudiesen tener una política común que pudiera hacer frente a estos mismos planes de dominación, ya sea en materia de defensa, diplomacia, política comercial y económica, etc., y gracias a lo cual los Estados Unidos podrían dominar mejor a unos debilitados países de Europa occidental;
c) y, al hacer que tanto unos como otros tengan que fusionar en un mismo ente supra-nacional, favorecía que las naciones más pequeñas (o las que habían sido seriamente desprestigiadas por su pasado fascista como Italia o la Alemana federal) se pusieran bajo el manto protector de los Estados Unidos, de manera a sentirse en pie de igualdad con una potencia como Francia, que había estado en el campo de los vencedores de la II Guerra Mundial, y que en los años 60 era con diferencia la mayor potencia diplomática y militar de la CEE.
Esto es algo que se ha seguido desarrollando en las últimas décadas con la expansión de la UE hacia los países del este de Europa, cuyas élites han estado americanizadas desde incluso antes de la caída del socialismo, y que en ocasiones se caracterizan por una rusofobia enfermiza.
Con estas afirmaciones no pretendo, ni mucho menos, defender una suerte de “teoría de los tres mundos” como la enunciada por el Partido Comunista de China en la década de los 70, que diera a entender que los países capitalistas de Europa occidental son pobres colonias oprimidas por el imperialismo estadounidense, y que negara la existencia del colonialismo y del imperialismo francés, así como del fenómeno imperialista en países como Bélgica, Holanda, Italia, Alemania, etc.
En absoluto. Son potencias imperialistas y los monopolios de estos países pueden tener contradicciones con los monopolios estadounidenses.
Sin embargo, me reafirmo en la denuncia de dos hechos objetivos, a saber a) la dominación política y militar de los Estados Unidos sobre los países de Europa, y b) el hecho de que, independientemente de que se trate de países capitalistas, la construcción europea ha ido despojando de soberanía nacional a los pueblos de Europa.
El análisis de De Gaulle fue confirmado 51 años después por Vincent Brousseau que –insisto en ello– ha estado 15 años trabajando en los pasillos del BCE:
“Si la UE es una utopía, ¿está justificada la construcción europea? La respuesta es no.
Porque… ¿qué podría ser entonces?
¿Si no puede ser un Estado-nación, con todos los atributos de la soberanía, como aún lo es Francia, en qué puede convertirse?
Un mosaico de Estados donde no estaremos bien, donde no sabremos si el poder estará a la escala federal o a la escala nacional, o (lo más probable), no estará en ninguna parte.
Por lo tanto, esta construcción nos habrá llevado a una pérdida, no a una ganancia.
En última instancia no habrá autoridad francesa o europea.
En resumen, será la puerta abierta a una dominación extranjera. Y tengo la impresión de que el sentido de la construcción europea es éste: el de ser avasallados por una potencia extranjera que no es europea, y que es, ella sí, un Estado-nación perfectamente sólido.”[11]
Dice un proverbio chino que el pez se pudre empezando por la cabeza. Al estar concentrados los poderes ejecutivo y legislativo en Bruselas, al haberse diluido las soberanías nacionales de los pueblos que forman parte de la UE, resulta inmensamente más fácil para los lobbies de todo tipo y para las redes de influencia estadounidenses poder controlar a las instancias de decisión europeas, que no tienen que rendir cuentas ante ningún pueblo (puesto que ése es el principio mismo de la supra-nacionalidad).
Recientemente, descubríamos por medio de un diputado del parlamento Húngaro que un tercio de los diputados del Parlamento europeo estaban patrocinados por organizaciones afiliadas a la Open Society del magnate Georges Soros[12].
Esto se debe añadir a las investigaciones de François Asselineau, que ya había citado en mi anterior artículo, acerca de la proximidad entre los Estados Unidos y la gran mayoría de miembros de la Comisión europea bajo la presidencia Durao Barroso (actualmente empleado de Goldman Sachs).
Es poco probable que la situación haya cambiado sustancialmente con el alcohólico Jean-Claude Juncker.
En la segunda parte del artículo daré algunos ejemplos concretos de cómo se traduce en la práctica el mecanismo auto-bloqueante de la construcción europea al servicio de Washington y del capitalismo neoliberal.
[1] Apuntes sobre la construcción europea. Contribución a un debate fundamental
[2] Primera observación: “pilotar” no necesariamente significa “controlar”. El gran capital europeo, que participa igualmente de la llamada globalización, también tiene interés en la construcción europea. El enfoque de mi artículo es principalmente geopolítico.
[3] El lector probablemente estará interesado en saber que este movimiento, que no es más que un think tank destinado a promover el federalismo europeo, fue creado en 1948 y todavía existe a día de hoy.
La rama francesa del movimiento dice textualmente en su página web que su objetivo es “desarrollar en el pueblo francés la toma de consciencia de Europa y de la comunidad de destino de los pueblos que la componen”, cosa que parece un copia y pega de los discursos nazis sobre la integración europea.
En la web del Movimiento Europeo internacional se dice que entre los años 50 y 90 su principal función era “el establecimiento de un think tank y una red de movilización en los países democráticos de Europa y en los países sometidos a regímenes totalitarios” (léase “comunistas”).
Es interesante saber que entre los presidentes del movimiento europeo han estado personalidades como Valéry Giscard d’Estaing (el presidente que representó el viraje total de Francia hacia el europeísmo), el socialista español Enrique Barón, el presidente portugués Mario Soares (muy cercano a la CIA), y a José María Gil-Robles y Gil-Delgado, presidente del Partido Popular Europeo e hijo del antiguo dirigente de la CEDA José María Gil-Robles y Quiñones.
Si después nos detenemos en quienes componen el Consejo de Honor del movimiento, vemos atónitos que aparte de Joaquín Almunia y Josep Borrell, figuran los nombres de los empleados de Goldman Sachs Mario Monti y José Manuel Durao Barroso.
[4] https://www.youtube.com/watch?v=1Atyvt9TlcQ&t=15s (min. 1.02)
[5] Es muy triste decirlo, pero lo que dice el programa del PTB sobre la UE es que “queremos una Europa diferente. Queremos un nuevo proyecto europeo basado en el progreso social”. (http://ptb.be/programme/goleft9-une-europe-de-la-solidarite-et-de-la-cooperation)
En su día, me llamaron mucho la atención las declaraciones del economista del PTB Henri Houben a Mundo Obrero “si España o Grecia se quedan en la UE es catastrófico, pero si salen será peor”. (http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=2995)
Esto sí que es animar el espíritu de lucha de sus hermanos de clase trabajadora de Grecia y España…
¿Os imagináis si le hubiesen dicho a Fidel Castro cuando estaba en Sierra Maestra: “si seguimos siendo colonia de los EE.UU. es catastrófico, pero si dejamos de serlo habrá atentados terroristas y bloqueo comercial. Esto es peor.”?
[6] https://www.youtube.com/watch?v=j1C40Bo7fE8 (min 7.02)
[8] El Plan Fouchet fue un proyecto político europeo presentado por Francia en 1961-1962. Fue un intento por parte de Charles de Gaulle de contestar a las presiones políticas y mediáticas que sufría para que acepte la idea de una Europa federal.
El Plan no rompía oficialmente con la construcción europea, pero la limitaba a una simple concertación internacional entre Estados soberanos. El Plan terminó en fracaso ante –naturalmente– la oposición feroz de los Estados Unidos.
[10] Charles de Gaulle, citado por Alain Peyrefitte en C’était de Gaulle, Editions de Fallois, Fayard, 1997, tomo 2, pág. 217.
[11] https://www.youtube.com/watch?v=SX8-UaORQ2U (min 9.53)
[12] Sputnik, ‘La lista de Soros’: revelan la red de políticos europeos al servicio del magnate, 6 de noviembre de 2011.
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