El abordaje analítico, mediante la lupa multidimensional, de la volátil situación de EEUU –donde se libra una lucha salvaje por el control del poder entre Trump y el Deep State (Estado profundo) del establishment,que desea domesticarlo–, aporta lecturas diferentes en los planos interno, foráneo y comercial.
El caos doméstico legado por Obama y profundizado por su sucesor ha subido a niveles antigravitatorios en las cumbres borrascosas del poder cuando el cada vez más deslactosado Trump ha sido puesto en jaque por uno de los principales componentes del Deep State:
la FBI, con sus selectivas y teledirigidas investigaciones que oculta y/o propaga a conveniencia.
El deslactosado Trump se arrepentirá toda su vida de haber dejado en su puesto al
impredecibleJames Comey, director de la FBI, parte intrínseca del Deep State, y a quien los apparatchiks de la dinastía Clinton impugnan por haber hundido la candidatura de la malhadada Hillary.
Se cocina un
segundo Watergateal interior, mientras en el plano exterior se despliega una relativa confusión deliberada cuando se asientan las filias –la anglósfera, Japón, Israel, Arabia Saudita– y las fobias –Irán, Norcorea– de la nueva administración, cuyo secretario de Estado y ex mandamás de la poderosa petrolera Exxon Mobil, Rex Tillerson, ha enviado señales inequívocas al eludir la cumbre de cancilleres de la “obsoleta OTAN (Trump dixit)” el 5 y 6 de abril próximos debido a su traslape con la transcendental visita del mandarín Xi a EEUU (https://goo.gl/Ys6pxT).
Después de las humillaciones sufridas por la atribulada dirigente alemana Angela Merkel en su desangelado desencuentro en la Casa Blanca (https://goo.gl/RXiv9F), ¿China, sola, vale para Trump más que el total de los 20 cancilleres despreciados de la OTAN?
Sea lo que fuere, en dos semanas, del 5 al 12 de abril –esta última, fecha de la probable visita de Tillerson al Kremlin, si es que no es torpedeada por los exorcismos rusófobos del Deep State–, Trump intentará dar claridad geoestratégica a sus relaciones definitorias con China, la Unión Europea y Rusia.
La columna vertebral del trumpismo –supremacismo de los WASP (White Anglo-Saxon Protestants), regado con
nacionalismo económico– la constituye la élite militar, mientras la trumponomics, su corolario petrolero/financiero/comercial, exhibe una prístina consistencia, como se notó durante la cumbre en Baden Baden de los encargados de las Finanzas del disfuncional G-20, donde EEUU, apoyado por Japón, bloqueó la declaración final contra el
proteccionismopor el que abogaban China y Alemania.
Nick Beams, del portal WSWS, alega que la decisión del G-20, que
abarca 85 por ciento de la economía global, representa
un punto de inflexión en la economía internacional y en las relaciones políticas con implicaciones de largo alcance(https://goo.gl/ELNlup).
Según Beams, la
intransigenciadel israelí-estadunidense Steven Mnuchim, secretario del Tesoro y ex directivo de Goldman Sachs, quien expresó sentirse
felizcon el comunicado final
consensuado, obligó también a eliminar del comunicado final
cualquier compromiso para combatir el cambio climático, que Trump considera
un engaño.
Más insolente que
intransigente, Mnuchin leyó la cartilla al G-20 al remarcar que EEUU cuenta con
una nueva administración y una diferente visión comercialque busca reducir su descomunal déficit comercial, lo cual pretende paliar tangencialmente mediante el incremento estratosférico del gasto militar por 54 mil millones de dólares al año.
Con o sin Trump, Goldman Sachs se ajusta y adopta el
nacionalismo económicode la trumponomics y su corolario militarista.
Beams juzga que “el eje de las políticas de la administración Trump, basadas en ‘EEUU primero’, no está dirigido a una modificación (sic) del presente sistema comercial, sino a su derrocamiento (sic)”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario