El bipartidismo: ¿para qué sirve?
¿qué función tiene? ¿cuáles son sus alternativas?
Opinión
El profundo hastío por el bipartidismo imperante en las llamadas democracias occidentales, ha logrado traspasar las fronteras europeas, y ya se detectan síntomas de un fenómeno similar en los Estados Unidos.
¿Para qué sirve el bipartidismo y quienes lo articulan?
El bipartidismo no es más que una estructura institucional, a través de la cual la burguesía ha logrado implantar en diversos países una suerte de turno político mediante el que los partidos conservadores y "progresistas" se reparten periódicamente la administración de aparato del Estado, sin que la estructura económica ni política se modifiquen.
Se trata, en suma, de una ingeniosa fórmula institucional que cumple el papel de preventiva "válvula de escape".
Cuando una parte de la sociedad se siente abrumada por los efectos de las políticas económicas ejecutadas por el gobierno de turno, dispone aparentemente de la "oportunidad" de votar al partido alternativo, formalmente antagónico al gobernante, sin que tal decisión modifique las causas reales y profundas que provocan las desgracias sociales que suscitan su irritación.
Con el turno bipartidista los intereses de las clases hegemónicas se convierten en intangibles y su permanencia se reproduce elección tras elección.
Ni que decir tiene que en la consolidación del sistema bipartidista contribuyen de manera determinante los medios de comunicación, que construyen la opinión pública, repartiéndose también el papel de halagar o atacar al partido de turno, según aconsejen las circunstancias del momento.
Aunque este habilidoso sistema de reparto de la administración de la máquina del Estado fue ensayado con notable éxito por parte de países anglosajones como Estados Unidos y Gran Bretaña, en otras áreas geográficas, en cambio, el sutil "experimento" no corrió la misma suerte.
En España, por ejemplo, durante Monarquía borbónica de Alfonso XII y XIII, en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, el latrocinio realizado por los partidos "turnantes" resultó tan escandaloso que terminó teniendo como colofón la dictadura del general Primo de Rivera.
Sin embargo, no fue solo la voracidad usurpadora de los partidos que se turnaban en la custodia del establishment constituido lo que provocó su fracaso en otras áreas del planeta. Su éxito estaba también condicionado por el ritmo del desarrollo económico capitalista de los países en donde esta fórmula era sometida a ensayo.
Cuando crisis económicas o fuertes convulsiones sociales sacuden a países con problemas consuetudinariamente irresueltos, la dinámica de los acontecimientos impide que la continuidad de estas filigranas políticas se proyecte en el tiempo.
Bastaría con echar un vistazo al mapa político del mundo para constatar en qué lugares, circunstancias y por cuánto tiempo la experiencia bipartidista ha resultado exitosa.
Crisis del bipartidismo en Europa y EEUU
No es pues una casualidad que en la Europa actual el bipartidismo esté siendo duramente cuestionado por amplios sectores del electorado.
Tampoco en los Estados Unidos los partidos demócrata y republicano han logrado contener a las fuerzas centrífugas que tratan de escaparse de los modelos que hasta ahora habían consagrado los pilares de la "democracia" norteamericana.
La razón del fenómeno es evidente.
El electorado de uno y otro continente se siente fuertemente frustrado por la reiteración at infinitum de promesas incumplidas y expectativas quebradas.
El sistema capitalista atraviesa un azaroso tramo de su desarrollo, cuyo desenlace resulta hoy difícil de prever a corto plazo.
Personajes y fuerzas no ajenas al propio sistema han detectado cómo están afectando a la sociedad estas perturbaciones y tratan de responder con ofertas políticas y económicas que, si bien son presentadas de forma vocinglera, no cuestionan ni el origen ni las causas del malestar y la indignación social.
Esto no es resultado de una elaboración conspirativa o de laboratorio - aunque también pueda contener este ingrediente - sino de la dialéctica misma en la que se desenvuelven estas sociedades preñadas de contradicciones de clase, grupales e, incluso, de orden internacional.
Ello es lo que explica, en parte, que entre las figuras más atractivas en las elecciones primarias de EE.UU. se encuentren dos outsiders de la política tradicional, el multimillonario Donald Trump entre los republicanos, y el senador de Vermont, Bernie Sanders entre los demócratas.
Trump lidera por ahora las encuestas entre los primeros, superando incluso a los favoritos del ala ultraconservadora. Sanders no supera ciertamente a Clinton, pero ha sido capaz de realizar convocatorias multitudinarias, algunas con más de 10 mil asistentes, en no pocas ciudades estadounidenses.
Pero ambos defienden con similar vigor la permanencia del sistema.
Ni Trump, ni tampoco Sanders han introducido cambios sustanciales en los programas tradicionales de sus respectivos partidos, pero su retórica truculenta y demagógica está siendo capaz de levantar multitudes. De eso es justamente de lo que se trata, de reconducir por aguas seguras la creciente iracundia de la gente.
Desgaste en las castas políticas tradicionales
El torrente crítico hacia la "casta política", - término, por cierto, que fue analizado por primera vez hace años en este mismo digital antes de que fuera popularizado por "Podemos" con una significación muy diferente
se ha abierto camino también en los Estados Unidos.
Puede resultar interesante referirnos brevemente a lo que sucede al respecto en ese país, dado que el fenómeno se presenta con mucha más aparatosidad, espectáculo y transparencia que el que tiene lugar en Europa.
En los EEUU, ni Bush, perteneciente a la poderosa saga que ha ocupado la presidencia del país en dos ocasiones, ni la veteranísima Hillary Clinton, continuadora de otra saga de similar rango, han logrado suscitar el más leve interés en un electorado de primarias apático e incrédulo.
Ni uno ni otro, lograron sacar de la atonía a sus bases de simpatizantes en las dos macroorganizaciones políticas norteamericanas.
De ahí que haya sido oportuna la aparición de dos personajes - Donald Trump y Bernie Sanders - desde las dos esquinas aparentemente distantes y "extremas", actuando como revulsivo de las ilusiones de sus respectivos partidos y abriendo con ello, incluso, la perspectiva de un tercer -o cuarto- partido político en el escenario electoral estadounidense.
La repentina aparición de dos personajes que no cuentan siquiera con una biografía relevante dentro del propio establishment político, no hace sino poner de manifiesto que el propio sistema es capaz de retroalimentarse de su propio agotamiento, generando las piezas sustitutivas que reemplacen a las defectuosas y permitan su continuidad.
¿No es eso lo que ha ocurrido también en España, con todas las matizaciones que se quiera?
Desde Europa, no faltan los progres que, reproduciendo el papanatismo que les había suscitado hace un par de años el triunfo de Syriza en Grecia, pretenden ahora ver en el candidato demócrata Bernie Sanders una nueva y renovada expectativa para la "izquierda" en los Estados Unidos.
La verdad es que tales ilusiones no se fundamentan nunca en la trayectoria política recorrida por los "nuevos héroes" del momento.
Algo de eso sucedió también con los exegetas de Syriza, a la que una parte de los medios afines al reformismo europeo erigieron como alternativa a la catastrófica situación del bipartidismo heleno.
Ninguno de los ilusionados socialdemócratas objetivos que defendieron a esa formación política griega fue capaz de detenerse a analizar - o tan solo a conocer - la relevante trayectoria de Alexis Tsipras. Un personaje cuya biografía política estuvo estrechamente vinculada a una de las muchas variantes eurocomunistas griegas.
Con Bernie Sanders está sucediendo algo de lo mismo.
Sanders ha logrado insuflar ilusiones entre los electores más progresistas estadounidenses, utilizando imprecisas declaraciones antibélicas y de reproches contra los grandes consorcios de su país.
Con una retórica hueca y difusa, que dirige a los tiburones de Washington y Wall Street, Bernie Sanders logró convertirse en un tiempo récord en el "candidato de los jóvenes" estadounidenses, embobando al tiempo a experimentados progres europeos.
Conocen cual es el grado de sensibilidad de sectores del electorado en relación con estos temas y reelaboran sus tácticas electorales adaptándolas a las demandas de estos.
Sin embargo, ¿es realmente Bernie Sanders un candidato para la izquierda norteamericana?
Su historial político también nos proporciona la respuesta a esta pregunta.
A lo largo de su trayectoria, Bernie Sanders jamás se ha atrevido a cuestionar la expansionista política exterior norteamericana.
Ya en el 2001, Sanders se entregó en cuerpo y alma, como atestiguan las hemerotecas, a la peculiar guerra de George Bush contra el "terrorismo", sumando sus votos a la autorización para el uso de la fuerza de los Estados Unidos en el exterior promovida por el propio Bush.
Pero es más, en una reciente entrevista en televisión, acosado por los medios y metido en la dinámica electoral de su propio partido, Sanders confesó que si fuera presidente no dejaría de utilizar la potencia de los drones en contra de los países de Oriente Medio. Eso sí, agregó que "pondría límite a su uso" para evitar que en las operaciones "pudiera morir gente inocente".
No existen, en definitiva, elementos que nos permitan llegar a la conclusión de que desde las alternativas existentes al bipartidismo se pueda construir una sociedad realmente alternativa y comunitaria.
El sistema y las clases sociales hegemónicas que lo dominan han demostrado en mil y una ocasiones su capacidad para reciclar esos supuestamente "nuevos" fenómenos sociales.
La historia de los dos últimos siglos ofrece múltiples ejemplos que lo confirman.
Solo la difícil y laboriosa construcción de una alternativa popular propia y revolucionaria podrá hacer soplar vientos favorables para las clases trabajadoras. Todo lo demás son ilusiones.
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