Veintidós adultos y niños fueron asesinados en el atentado de Manchester a la salida de un concierto el 22 de mayo.
Theresa May compareció al día siguiente sin perder la calma, a pesar de la horrible pérdida de vidas humanas y del hecho de que el país estaba en una campaña electoral.
El espíritu de su intervención fue indudablemente positivo. Buscaba insuflar ánimos a la opinión pública en esos momentos tan difíciles y por eso hizo hincapié en la labor de los equipos de emergencia que se volcaron en los instantes posteriores a la matanza:
“Las imágenes que debemos recordar no deberían ser las de esa matanza absurda, sino la de hombres y mujeres que dejaron a un lado la preocupación por su propia seguridad y corrieron a ayudar, de hombres y mujeres que trabajaron sin descanso para ayudar y salvar vidas, de los mensajes de solidaridad y esperanza de todos los que abrieron sus casas a las víctimas”.
Tras el atentado de London Bridge de este sábado (siete personas asesinadas y 48 heridos), la primera ministra hizo una comparecencia muy diferente.
A sólo cuatro días de las elecciones, May pronunció un discurso totalmente político. Quizá pensó que lo que había dicho en mayo ya no era suficiente. La opinión pública debía saber qué es lo que iba a hacer el Gobierno.
Como es lógico, la campaña electoral quedaba suspendida.
Se reanudará este lunes. Pero, por la razón que sea, en esa intervención, May dijo no lo que su Gobierno va a hacer, sino lo que querría hacer si ganara las elecciones del jueves.
Fue el mensaje de la líder del Partido Conservador que aspira a la reelección y que aprovechó la oportunidad para destacar todo aquello que no funciona en su país en relación a la amenaza antiterrorista. Y eso llama la atención, porque los conservadores gobiernan el Reino Unido desde 2010 y May fue ministra de Interior desde 2010 hasta 2016.
Se supone que nadie sabe más de lucha antiterrorista que la persona que ocupa esa cartera ni nadie ha sido más responsable de ella que Theresa May en esta década.
Ella fue quien dirigió una comisión de varios ministerios en octubre de 2014 para aprobar nuevas medidas sobre política antiterrorista.
Las discrepancias entre departamentos y la propia dificultad de definir extremismo no violento de forma que los tribunales no decidan en el futuro que supone una interferencia en el derecho a la libertad de expresión retrasaron las conclusiones y su traducción a un proyecto de ley. Al final, hubo acuerdo y una nueva ley antiterrorista entró en el Parlamento.
Fue la decisión de May de convocar elecciones anticipadas la que hizo que ese proyecto decayera y quede pendiente para la siguiente legislatura. Las necesidades políticas de la primera ministra se impusieron en ese momento sobre la urgencia en la lucha contra el terrorismo.
May dijo el domingo que “hay demasiada tolerancia hacia el extremismo en nuestro país”.
¿Es una crítica a esa sociedad que ha sido golpeada tres veces por el terrorismo yihadista desde marzo? ¿A su propio partido? ¿A los tribunales?
¿A los defensores de los derechos civiles?
¿Al Partido Laborista cuyo líder, Jeremy Corbyn, es descrito por los tories y la prensa conservadora como alguien en quien no se puede confiar en temas de seguridad y defensa?
En su discurso, May recuperó un debate interno que ha tenido lugar dentro del Gobierno conservador desde 2010.
Cree que atentados como el del sábado se pueden evitar si se pone en marcha una estrategia más agresiva contra el extremismo que impida que se infiltre en “el sector público y la sociedad civil”, si se llega a un acuerdo internacional para “acabar con ese espacio seguro (online) que el extremismo necesita para crecer”, y si hace comprender a los terroristas que “nuestros valores, los valores pluralistas británicos, son superiores a cualquier cosa que ofrezcan los predicadores del odio”.
May quiere hacernos creer que gente que hace estallar una bomba a la salida de un concierto
al que asistieron miles de niños y adolescentes
se rendirá ante la constatación de que el pluralismo es más valioso que su ideología de odio.
Pretende que pensemos que la sociedad civil está indefensa ante la amenaza, porque sus enemigos se han infiltrado en ella.
Contra toda evidencia, sugiere que el Gobierno conservador de los últimos seis años o la misma sociedad han sido blandos o ciegos. Y ella dice tener la solución.
En una campaña electoral en la que May ha demostrado un notorio nivel de incompetencia que ni siquiera la prensa conservadora ha querido ocultar, ahora ha encontrado al final la bandera con la que aspira a asegurarse su reelección.
Lo ha hecho utilizando la posición de jefa de Gobierno, un puesto que obliga a representar a toda la nación, no sólo a tus votantes, en momentos tan trágicos como estos.
Jeremy Corbyn pronunció horas después otro discurso, también claramente político.
Varios candidatos laboristas habían denunciado que May se había saltado la suspensión de la campaña con su discurso presuntamente institucional, pero que no lo era.
Corbyn criticó a los tories por los recortes de gasto de los últimos años que han hecho que haya 20.000 policías menos y prometió que un Gobierno de su partido contratara a otros 10.000.
Se opuso a suspender la campaña por más tiempo:
“El objetivo de los terroristas es evidentemente acabar con nuestra democracia y destruir o incluso impedir estas elecciones”.
En un intento de cuestionar la política exterior de los anteriores gobiernos británicos, Corbyn recordó que el Gobierno ha impedido la difusión de las conclusiones de una investigación, decidida por David Cameron en 2015, sobre la financiación extranjera de los grupos yihadistas en el Reino Unido, de la que se cree que apuntaba de forma directa al dinero que reciben desde Arabia Saudí.
“No es un secreto que Arabia Saudí entrega fondos a centenares de mezquitas en el Reino Unido, apoyando una interpretación del islam basada en el radicalismo whahabí.
A menudo es en estas instituciones donde el extremismo británico echa raíces”, dijo el portavoz liberal demócrata sobre política exterior, Tom Brake, en una carta dirigida a May.
Ese no es el extremismo que parece preocupar a May, a pesar de la influencia nefasta del wahabismo saudí en el debate religioso que se produce dentro del islam.
Está pensando en otro tipo de extremismo, también igualmente peligroso, que se inspira en organizaciones yihadistas como ISIS o Al Qaeda. Pero para combatir este último, no necesita cambiar la política exterior, y sí las leyes británicas y su protección de los derechos civiles.
Para ello, May intenta que los británicos olviden que ella ha sido la principal responsable de una política antiterrorista que, en su opinión, ha fracasado, y que le den carta blanca para decidir qué es extremismo.
Es una extraña forma de entender el concepto de rendición de cuentas, pero a fin de cuentas serán los votantes los que tomen la última decisión el 8 de junio.
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