Cada vez menos partidarios del keynesianismo defienden el modelo económico japonés y cada vez es más reconocido el fracaso económico de dicha nación, una de las que cuenta con mayor nivel de acumulación de capital y mayor progreso tecnológico del mundo.
Sin embargo, el PIB de Japón lleva estancado más de una década y la deuda pública japonesa lleva en una espiral viciosa alcanzando cifras realmente astronómicas, superando en más de 70.000 dólares por ciudadano japonés, superando el 250% PIB.
Japón ha sido un alumno muy aplicado del keynesianismo y lo ha aplicado a pies juntillas, y tampoco le ha temblado la mano a la hora de aplicar programas muy “ambiciosos” de estímulo fiscal y monetario.
Los resultados ya lo ven: ninguno. Japón es una demostración empírica de que el keynesianismo, es decir, las políticas de demanda o de estímulo económico mediante gasto público, no funcionan.
Como mucho, crean un crecimiento económico artificial basado en deuda, que deberá ser pagado con creces por generaciones futuras.
Y en caso de no pagar dicha deuda pública (como algunos proponían), la credibilidad de la nación estará tan mancillada, que será imposible financiarse en mercados internacionales y entonces sí que el keynesianismo será imposible: no habrá ya fondos para gastar.
A no ser que el Banco Central comience a imprimir dinero y a enviarlo directamente al gobierno (Venezuela), lo que supondrá una desconfianza absoluta en la moneda nacional y en una inflación galopante, que equivale a extraer recursos de la ciudadanía en forma de robo subrepticio.
Dicho mecanismo también tiene un límite.
El keynesianismo, por tanto, como muchos de sus defensores admiten, debe aplicarse temporalmente en situaciones límite de recesión económica y no de forma permanente, como Japón hizo.
Si tan desastrosas han sido las políticas de demanda, ¿cómo es posible que se hayan puesto tan de moda y se hayan usado tanto? Si bien son desastrosas (y aún más a largo plazo), son muy apetecibles en las democracias, tanto por la población pedigüeña como por los políticos dadivosos.
Las democracias tienen el defecto de ser cortoplacistas, cuando los efectos de las políticas se palpan en el largo plazo.
El keynesianismo es un objeto de deseo en tal contexto, pues en algunas ocasiones eleva el crecimiento económico y la prosperidad de manera artificial, a costa de empeorar más que proporcionalmente el futuro económico de dicho país.
Eliminar la resaca bebiendo más alcohol.
Pues bien, hace más 4 años (2012), la euro zona se embarcó en un proyecto similar al japonés, de la mano del señor Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo.
En verano de 2012, el señor Draghi afirmó que haría todo lo que estuviese en su mano para sostener el euro y que sería más que suficiente.
Es decir, que Draghi amagó con sacar el bazuca. Por aquel entonces, la prima de riesgo de los países periféricos estaba en niveles muy elevados lo cual obligaba a los políticos a recortar el gasto público y equilibrar el presupuesto de forma urgente.
Eso era lo que Alemania perseguía, una nación que parece no creer en los programas de estímulo ni en las políticas de demanda, probablemente porque experimentaron en sus carnes una de sus peores consecuencias: la hiperinflación.
Por aquel entonces, antes de que Draghi amagase con el bazuca, Zapatero escribió una carta al BCE en la que reclamaba al entonces presidente, Trichet, una compra de deuda pública española.
Sin embargo, hoy 29 de Diciembre de 2017, ¿dónde estamos?
La situación cambió radicalmente desde que Draghi amagase con el bazuca.
La prima de riesgo se redujo de forma incluso más rápida con la que bajó y el nivel que los gobiernos europeos pagan por su deuda (intereses) está a mínimos históricos prácticamente.
El BCE, siguiendo los pasos de Japón, ha llevado los tipos de interés a negativo (-0,4%), ahogando al sistema bancario, e intentando aumentar el crédito en una economía endeudada que lo que busca es desendeudarse.
Además de eso, el BCE aprobó un programa de compras de bonos soberanos o deuda pública por valor de 80.000 millones mensuales.
¡Hasta tal punto que ha creado escasez de numerosos bonos y no hay suficiente para que el BCE pueda comprar!
El mercado de deuda pública, quizá ya no sea “un mercado”, pues está prácticamente intervenido por un único participante con poder de compra ilimitada:
el BCE.
¿Los resultados?
La deuda pública de los países no sólo no se reduce, como se busca por las autoridades europeas, sino que no para de crecer y la economía europea quizá esté experimentando un ligero crecimiento económico en estos momentos, en parte artificial, y que durará muy poco dicho efecto.
No obstante, en el futuro, el efecto positivo de la borrachera crediticia desaparecerá y habrá que pagar la deuda contraída, es entonces cuando las generaciones futuras sufrirán los desmanes de las presentes.
¿Qué perspectivas tenemos? La consecuencia de todo ello, aunque algunos no lo crean, es el aumento de poder de los políticos y la pérdida de poder de la sociedad civil, es decir, reducción de libertad. Además, las políticas de demanda impiden el reajuste de la economía, haciendo más difícil reducir el nivel de endeudamiento y el aumento del nivel de ahorro.
Sin embargo, parece que las perspectivas no son tan negativas. El BCE sabe que tiene un límite y no puede ir más allá, y ya ha empezado a reducir su nivel de compras mensuales y quizá los tipos de interés negativos se terminen antes de 2020.
Y Alemania no dejará de presionar para ello.
Aún así, la economía europea cada vez se asemeja más a la japonesa. El crecimiento cada vez parece más débil, parece que existe un atesoramiento de dinero porque la economía está muy endeudada como la japonesa (lo que hace que la inflación sea baja), las perspectivas no son positivas. Se percibe que el gran partícipe de la economía europea es el BCE y no las empresas o la sociedad civil, lo cual es un punto muy desalentador.
El euro, parece que se está convirtiendo en ocasiones en una moneda refugio, como ha ocurrido con el yen japonés en muchísimas ocasiones, auspiciado por un banco central que da la sensación de que al bazuca todavía le queda bastante tiempo, pero no sabemos cuánto tiempo podrá la economía soportar sus disparos.
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