La fricción existente en el Mar de China es una anécdota en la expansión del Imperio del Medio por la región de Asia-Pacífico.
Como segunda potencia económica del planeta, los roces que puedan tener desde Pekín con sus vecinos isleños no copan la política exterior, económica y de seguridad china.
Mediáticamente parece que sí, que China sólo se expande cuando merodea con un par de barcos las islas Senkaku, pero lo cierto es que en el siglo XXI, la república popular ha realizado un asombroso despliegue hacia este y oeste que casi podríamos catalogar de ofensiva silenciosa.
Hacia el este, un acercamiento político a todo el continente americano; hacia el oeste, la fortificación del Océano Índico.
Ese océano en el que nunca pasa nada está siendo testigo de cómo China se posiciona militarmente en lo que se ha llamado el “collar de perlas”, ante el espanto de los países costeros y la inacción de los Estados Unidos.
De Hainan al Cuerno de África
En primer lugar vamos a analizar la política china de seguridad, de poder duro, hacia el oeste asiático.
Como sabemos, la seguridad comercial y en especial energética de Pekín está sujeta a las dificultades geográficas del Sudeste Asiático, a la densidad del tráfico marítimo y a las inamistosas relaciones con muchos de los países del este y sudeste continental.
Puesto que su flota mercante discurre habitualmente por aguas políticamente desfavorables, China ha emprendido una política de desviación de su tráfico hacia el Pacífico, que se complementaría con un futurible canal chino en Nicaragua.
Mientras este proyecto a largo plazo se va concretando, el régimen comunista ha ido posicionándose a lo largo del litoral sud-asiático con bases militares que le permitan, en primer lugar, establecer puntos de control e influencia militar sobre los mares del Sudeste Asiático y el Océano Índico, ya lejos de las costas chinas, para proteger tanto el comercio como las cada vez mayores necesidades energéticas – petróleo en su mayoría – y de paso, obtener una posición privilegiada de cara al control naval de toda la zona del sudeste y sur asiático, lo que invariablemente redunda a largo plazo en un control político, económico y militar envidiable.
Estas bases han ido colocándose en los pocos países amigos que China posee en Asia, pero que son suficientes como para que hayan conseguido posicionarse desde la propia isla china de Hainan hasta el Mar Rojo, en una cadena – o Collar – de bases cuya función futura radicará en proyectar la influencia y el poder chino desde el Mar de China Meridional hasta el Cuerno de África.
Así, como ejemplos de este Collar de Perlas, encontramos las bases, en su mayoría navales, del golfo de Bengala, en territorio birmano; la base en Bangladesh de Chittagong; Hambantota en Sri Lanka; en las Islas Maldivas; Gwadar en Pakistán; Yemen y finalizando el recorrido, Puerto Sudán.
Esta estrategia no es excesivamente reciente por parte de China; de hecho, en los primeros años del siglo XXI es cuando se empezó a desarrollar.
En esos mismos años se le propuso al Secretario de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, aplicar la misma estrategia que los chinos en el Índico para así tener controlado lo que China pretende preservar: sus flujos de petróleo desde Oriente Medio y África. Estados Unidos, consumido en Afganistán e Irak, no prestó demasiada atención a esta estrategia, algo que desde Pekín aprovecharon rápidamente.
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Como también sabemos, los propios medios del ejército chino – o del Partido Comunista más bien – están encaminados en gran medida hacia esta estrategia de dominio naval regional.
A día de hoy, y así parece que va a ser todavía por bastantes años más, tanto la Armada china como las fuerzas aéreas son manifiestamente inferiores en calidad a los ejércitos japoneses y en calidad y cantidad a los ejércitos norteamericanos.
Ahora bien, a pesar de esta debilidad respecto con las fuerzas del Pacífico, las chinas son, en el Océano Índico, abrumadoramente superiores.
Como mucho la India podría rivalizar, pero a día de hoy va bastante por detrás de los orientales en los temas navales, así como en presupuesto militar.
Qué decir tiene que del resto de países, de Filipinas a Irán, el Imperio del Medio posee una superioridad manifiesta, incluyendo armas nucleares – cuya efectividad radica en amenazar con su uso –.
Para la finalidad de esta estrategia de despliegue regional chino, tanto la instalación de bases como el desarrollo de una armada potente y numerosa son dos cosas íntimamente relacionadas y que desde Pekín han conseguido coordinar de una manera bastante acertada.
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Estados Unidos no quiere que le den por muerto
Por supuesto que ante esta situación, los Estados Unidos no se iba a quedar de brazos cruzados.
Todavía mantienen el estatus de potencia global, pero han perdido demasiado tiempo y recursos en Oriente Medio como para perder aún más tiempo en no reaccionar ante el ascenso de nuevos poderes que le puedan disputar el trono.
Afortunadamente para Washington, Estados Unidos ya contaba de cara a su reposicionamiento en el sudeste asiático y el Índico con relaciones políticas sólidas y bases plenamente operativas, algo que ha sido el talón de Aquiles de los chinos, tener que empezar de cero a la hora de desarrollar esta estrategia del “Collar de Perlas”.
Inicialmente, el collar estadounidense iba a ser lo que ahora es el chino, esto es colocar bases en la ruta de los petroleros hacia los puertos del gigante asiático para así tener un fácil y rápido acceso a esas rutas si por la razón que fuese hubiese que presionar al régimen de Pekín.
La cuestión es que, como hemos dicho, la tardanza en el posicionamiento hizo que los chinos se colocasen antes, por lo que en este sentido, EEUU ha optado por usar las bases que ya tenía por Asia-Pacífico y Oriente Medio para construir su propio collar.
La finalidad de esta maniobra es meramente preventiva y defensiva, y responde a las intenciones de despliegue de influencia norteamericanas en Asia-Pacífico como punto vertebral de la política exterior de los años venideros.
La única intención aquí es no quedarse atrás del ritmo que Pekín lleve, puesto que esta zona no deja de ser el vecindario de los chinos.
Así, como se puede observar en los mapas, el cerco estadounidense es más amplio que el chino, más “lineal”.
De cierta manera se lo pueden permitir. Sus alianzas en la zona son más numerosas, así como su capacidad militar de despliegue y radio de acción es más amplio, más potente y de mayor calidad que el que pueda tener actualmente el chino.
Tampoco tiene más misterio que ser una nueva “doctrina de la contención”, solo que aplicada a China en vez de a la desaparecida URSS.
No extenderse más al este por el Pacífico y no más al oeste de Pakistán, Afganistán y las repúblicas exsoviéticas de Asia Central
Para esta contención tardía de China, los recursos de Estados Unidos son numerosos: dos flotas enteras, la Vª y la VIIª en el Índico y el Pacífico Occidental respectivamente, y un buen número de bases totalmente operativas en varios países aliados.
Desde la base surcoreana de Incheon-Osan podemos comenzar un recorrido por toda la región saltando de base norteamericana en base norteamericana.
Después de Osan, Okinawa, a poca distancia de las Senkaku; más apartado pero igualmente importante, la base de Guam; Darwin, en Australia; las Islas Cocos, en el Índico; Singapur; la isla de Diego García para pasar de ahí a las bases en Oriente Medio y Asia Central. Yibuti, en el cuerno de África, Yemen, Omán, Bahrein – base para la Quinta Flota –, Qatar, Kuwait, Pakistán con tres bases aéreas, Afganistán, Kirguizistán, Uzbekistán y Turkmenistán. En definitiva, un enorme cerco para que la influencia china no se desborde demasiado.
Este posicionamiento, aunque tardío, no es fatal para los intereses norteamericanos, puesto que hasta que China consiga tener los medios para intentar rebasar el muro estadounidense pasarán unos cuantos años, años que previsiblemente Estados Unidos utilizará para afianzar su posición en la región y establecer unas directrices de cara al previsible expansionismo chino.
Ambos collares, sino y estadounidense, se basan en dos doctrinas de la contención, cada una con sus intenciones en base a sus capacidades.
La primera, la china, de recursos navales limitados aunque en aumento, se centra en crear un corredor seguro para el comercio chino y sobre todo, el petróleo proveniente de Oriente Medio y África Central.
En años próximos también acabará por usarse como contención del poder naval hindú, quizás pakistaní, y para controlar el desarrollo de las economías del sudeste asiático, en especial la tailandesa, la malaya y la indonesia, muy dependientes del mar a nivel económico.
Por el otro lado, el collar estadounidense, más amplio y que no hay que entenderlo en una simple clave regional, sino que está formado por el alineamiento coyuntural de bases preexistentes que han ayudado durante décadas a Estados Unidos a mantener el dominio mundial.
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