National Geographic Channels/Ezekiel Walker
La Nación Navajo: la larga marcha hacia la soberanía
- Ver original
- noviembre 24º, 2016
La creación y expansión de los Estados Unidos de América implicaron el desplazamiento forzado de los pueblos indígenas que habitaban en Norteamérica, así como el expolio de sus tierras. La larga lucha por la preservación de la soberanía en sus territorios y la subsistencia de sus respectivas culturas continúa en la actualidad, y un buen ejemplo de ello lo encontramos en la comunidad más numerosa: la Nación Navajo.
De acuerdo con el último censo, de 2010, más de cinco millones de ciudadanos estadounidenses se consideraban indios americanos o nativos de Alaska. Casi tres millones de ellos, además, se identificaban así de manera exclusiva, mientras que el resto lo combinaban con otras identidades.
Para el Gobierno estadounidense, un indio americano o un nativo de Alaska es aquella persona que, teniendo orígenes en cualquiera de los pueblos originales de América —en sentido amplio, desde Alaska a Tierra del Fuego—, mantiene cierta afiliación tribal o vínculos con su comunidad.
A pesar de que en términos relativos apenas suponen un 1% del total de la población estadounidense, estas cifras nos dejan sin embargo un panorama étnico muy variopinto y un impacto social y geográfico mucho más palpable.
Hoy en día, son 314 las reservas indias que hay por todo Estados Unidos; entre todas suman una superficie de 227.000 km2, más que países como Túnez o Uruguay.
De todas ellas, la más extensa es la reserva de la Nación Navajo, situada en las áridas tierras del norte de Arizona y que además alberga al pueblo indígena más numeroso de Estados Unidos, con más de 300.000 miembros.
La Nación Navajo es un buen ejemplo de lo que la historia colonial ha deparado a los pueblos nativos de América del Norte.
Paradigma de la resiliencia y la superación, esta nación ha sabido sobreponerse a multitud de adversidades que han amenazado la subsistencia misma de su patrimonio cultural hasta la actualidad.
Actualmente, si bien las condiciones de vida en la reserva son muy inferiores a la media del país, los navajos cuentan con una soberanía política muy notable en sus tierras, fruto del cambio en el enfoque de la otrora devastadora política federal con respecto a los nativos americanos en las últimas décadas.
Principales pueblos indígenas de América del Norte y Central y su principal forma de subsistencia antes del colonialismo. Fuente: Vivid Maps
Desplazamiento, expolio, injerencia y tutela: breve historia de la política indígena federal
Una vez los Estados Unidos de América se constituyeron como un Estado independiente, los primeros dirigentes reconocerían a las comunidades indígenas como entidades diferenciadas del resto del país, dado que los nativos no eran considerados civilizados y, en consecuencia, quedaban exentos de pagar impuestos.
Más específicamente, para la Corte Suprema estadounidense los pueblos nativos constituían “naciones domésticas dependientes” en las cuales la ley estadounidense no era de aplicación, lo que, además de otorgarles soberanía dentro de sus respectivas comunidades y sus tierras, les permitía establecer relaciones bilaterales con el Gobierno estadounidense, que quedaban plasmadas por medio de tratados.
No obstante, estos tratados eran negociados bajo la lógica de la asimetría y la desigualdad y a menudo no eran sino la rúbrica impuesta de los intereses anglosajones sobre los indígenas.
Ejemplo de ello fue la aprobación de la Ley de Remoción Indígena de 1830, que forzaba a los nativos del este del continente a abandonar sus tierras y a acceder a su reubicación al oeste del río Misisipi.
Poco más tarde, hacia mediados del siglo XIX, se iba a hacer común el establecimiento de las reservas indias, lo que significó, por un lado, la cesión por parte de los nativos de gran parte de sus tierras, y, como contrapartida, el compromiso del Gobierno federal de preservar los territorios restantes, respetar la soberanía tribal en ellos, dotarles de protección y proveer a las comunidades de bienes y servicios.
Sin embargo, para el último tercio del mismo siglo los territorios asignados a las respectivas naciones indígenas eran bastantes más pequeños de lo acordado, y el Gobierno estadounidense rehusó firmar más tratados con ellas al dejar de considerar que tuvieran potestad para ello.
En estas ya de por sí disminuidas reservas, además, el Gobierno federal se inmiscuyó de manera determinante, transformando el modo de vida tribal e introduciendo la propiedad privada a través de la Ley General de Loteo de 1887, por la que las reservas fueron divididas en parcelas de 64 hectáreas asignadas a cada familia o de 32 para cada hombre soltero.
Junto a ello, el territorio restante fue expropiado y posteriormente vendido por el Gobierno federal, que con esta ley había dejado en manos de la población autóctona un irrisorio 4% de la extensión total del país.
A los nativos no les quedaba otra que ir amoldándose paulatinamente al sistema socioeconómico occidental y resignarse a trabajar modestamente las tierras que les fueron dadas.
De hecho, muchos de ellos acabarían perdiéndolas por no poder pagar los impuestos sobre la propiedad.
Disminución de los asentamientos indígenas a lo largo de los últimos siglos hasta la actualidad.
Ya en el siglo XX, la asimilación de los nativos americanos era considerada por el Gobierno estadounidense la forma más efectiva de solventar la cuestión indígena, y en esta línea redactaría una serie de leyes, como la Ley de Ciudadanía Indígena de 1924, que otorgaba la ciudadanía y el derecho a voto a todos los nativos, o la Ley de Reorganización Indígena de 1934.
Después del desastre de la política de loteo, esta nueva ley era a priori ventajosa para los nativos americanos, puesto que apostaba por el desarrollo económico y reforzaba la soberanía tribal dando a las naciones indígenas la posibilidad de dotarse de constituciones similares a las de los estados federados.
Sin embargo, algunos pueblos, como el navajo, la rechazaron por constituir una nueva amenaza para las identidades y los modos de vida y organización tribales; junto a ello, el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial interrumpió las concesiones económicas en el resto de comunidades.
Tras este conflicto vinieron unos años en los que la conocida comopolítica de terminación sería aplicada a decenas de naciones indígenas, a las que se consideraba autosuficientes y, por tanto, no merecedoras de la tutela y las garantías estatales en términos de provisión de recursos.
Esta especie de política de emancipación forzosa resultó un nuevo desastre para las naciones afectadas.
En primer lugar, propició un éxodo de los nativos a las ciudades, donde frecuentemente quedaban relegados a la marginalidad, y en segundo, sirvió para generar un sentimiento de agravio que condujo a los pueblos nativos a participar en la agitación del movimiento por los derechos civiles en la década de los sesenta.
La ola de cambios legislativos que sucedió a este movimiento constituyó el contexto ideal para la ansiada mejora en materia de soberanía indígena.
El punto de partida fue la Ley de Derechos Civiles de Indígenas de 1968, a la que siguió la Ley de Autodeterminación Indígena y Asistencia Educativa en 1975, por la cual las naciones nativas pudieron acceder a ayudas federales en el campo de la educación y la salud y, de paso, normalizar las relaciones con el Gobierno estadounidense.
En la década de los ochenta, se continuó en la senda de la concesión de derechos y competencias, pero no sería hasta 1994 cuando el autogobierno fue una realidad oficial a través de la promulgación de la Ley de Autogobierno Indígena.
A pesar de que esta historia es común a todos los pueblos indígenas estadounidenses, cada nación se ha visto afectada de manera diferente por la acción del Gobierno federal en función de circunstancias como la ubicación geográfica, el nivel de desarrollo, el tamaño de la población, la capacidad de presión e influencia o el grado de aplicación efectiva de las políticas en sus reservas.
Cada pueblo ha llevado en paralelo a las políticas generales una relación más o menos individualizada con el Gobierno federal; ejemplo de ello es la Nación Navajo, una de las pocas que vio aumentar con el paso de los años el tamaño de la reserva que le fue asignada originalmente y que además no se vio muy afectada por la política de loteo.
Reservas indias en la actualidad. Fuente: Glyn County
Los navajos: la lucha por la subsistencia de una nación
De todas las naciones indígenas reconocidas por el Gobierno federal, la navaja es, además de la más poblada, la que posee una estructura administrativa más compleja y desarrollada para el ejercicio de la soberanía.
Cuentan además con un grado de cohesión extraordinario y un sentido de pertenencia a la nación muy arraigado entre sus miembros.
Hay varios elementos que dan forma a la identidad navaja.
El primero de ellos es la línea sanguínea: se considera navajo a todo aquel que tenga una cierta herencia genética, sea completa —con ambos progenitores navajos— o parcial —si al menos se tiene un cuarto de ascendencia navaja—.
El segundo es la lengua. El idioma navajo, así como sus hablantes, se ha sobrepuesto a todos los obstáculos impuestos desde el Gobierno federal y su política de asimilación, y hoy en día sigue siendo hablado por unas 170.000 personas.
No obstante, a pesar de que es el idioma con mejor salud de las 150 lenguas indígenas que sobreviven en la actualidad en Estados Unidos, su futuro a largo plazo se plantea igualmente muy incierto.
Muchas de ellas ya se encuentran virtualmente extintas por la falta de uso entre las nuevas generaciones.
Otro factor cohesionador de la identidad navaja es la religión, que tradicionalmente ha jugado un papel muy importante en la distinción de los navajos respecto a otros pueblos.
No obstante, con el paso del tiempo y la intromisión colona, otras religiones fueron ganando una influencia determinante, lo que ha hecho que hoy la religión más común de la reserva sea el peyotismo de la Iglesia Nativa Americana, un tipo de sincretismo entre antiguas creencias indígenas y el protestantismo.
Es precisamente la injerencia europea lo que quizás haya sido el elemento más decisivo para la consolidación de la Nación Navajo moderna.
La historia común de guerras, abusos, agravios y hostilidades por parte de hispanos primero y anglosajones después ha dotado a los navajos de una conciencia colectiva de lucha por la subsistencia de su cultura y sus formas de vida frente a la colonización occidental.
Determinados acontecimientos concretos han contribuido a ello y han quedado grabados en la memoria popular.
Sirve de ejemplo la Larga Marcha en 1864, en la cual miles de navajos fueron forzados por el ejército estadounidense a dejar sus tierras y caminar unos 500 kilómetros hasta su confinamiento en Bosque Redondo (Nuevo México) sin asistencia de ningún tipo.
Muchos de los desplazados murieron por el camino.
Otro ejemplo lo encontramos en el programa de reducción de ganado impulsado por el Gobierno federal en los años treinta y cuarenta, que dejó a la población navaja sin un 60% de las cabezas de ganado con las que modestamente subsistían, relegando con ello a la nación al hambre y la escasez y sumiéndola en una dependencia económica crónica.
La organización política moderna de los navajos está ligada a la reacción indígena en aras de gestionar sus relaciones con el Gobierno federal de manera más satisfactoria para sus intereses.
Sin ir más lejos, el Consejo Tribal Navajo, primer Gobierno formal establecido en la reserva y antecesor de la cámara legislativa actual, surgió de la necesidad de negociar con el Gobierno federal y las empresas estadounidenses la extracción del petróleo que se halló en la reserva allá por los años veinte.
Cabe mencionar que los esfuerzos para empoderar a la comunidad navaja solo comenzaron verdaderamente tras la Segunda Guerra Mundial, un conflicto en el que decenas de navajos fueron reclutados estratégicamente por la armada estadounidense como intérpretes de claves, lo que reportó una ventaja estratégica incalculable en la guerra del Pacífico.
Los navajos eran los encargados de descifrar y transmitir mensajes militares secretos basados en su idioma que resultaban ininteligibles para el enemigo.
Distribución de la población india americana o nativa de Alaska por condado en Estados Unidos, según el censo de 2010. Alrededor del 90% de los habitantes en la Reserva Navajo son indios americanos. Fuente: HUD User
Hoy en día el pueblo navajo cuenta con una soberanía que, aunque limitada, no tiene mucho que envidiar a la de cualquier estado federado.
De hecho, los nativos americanos registrados en las reservas indígenas son los únicos ciudadanos estadounidenses que tienen tres ciudadanías distintas: la de la nación tribal, la del estado en la que esta se encuentra ubicada y estadounidense.
Como entidades soberanas, las naciones tribales —incluida la Nación Navajo— están autorizadas para ejercer todos los poderes soberanos no impedidos explícitamente por el Gobierno federal o cedidos por la nación nativa a él.
Estas prerrogativas incluyen, entre otros, el poder de recaudar impuestos, de determinar la membresía, de establecer un gobierno propio, de regular las relaciones entre los miembros, de mantener fuerzas de seguridad, de administrar los recursos naturales o de regular la propiedad privada y el comercio.
Las naciones nativas, además, tienen la autoridad para sancionar y aplicar leyes, promulgar regulaciones y reglamentos administrativos y administrar justicia dentro de su territorio.
Quedan fuera de la competencia jurídica tribal las personas no pertenecientes a la nación nativa y una serie de delitos considerados mayores, como el asesinato, la violación o el robo a mano armada.
En el caso de los navajos, todas las competencias soberanas quedan recogidas en el Código de la Nación Navajo, que de facto sirve como una Constitución tribal.
En cuanto a la organización de la justicia, estos nativos gozan de un sistema jerárquico estructurado en tres niveles y encabezado por la Corte Suprema navaja, que se encuentra por encima de los tribunales de distrito y de los de familia.
Junto a ello, conservan un programa de construcción de paz basado en las formas tradicionales de mediación que han regulado los conflictos entre los miembros de la comunidad desde antes de la llegada de los europeos.
El poder legislativo recae en un consejo formado por 24 miembros —antes de 2010 solían ser 88, pero se votó por una drástica reducción en aras de mejorar la eficiencia—, elegido democráticamente cada cuatro años.
Por último, el ejecutivo queda en manos del presidente, que es el máximo representante de la nación para con otros Gobiernos o entidades; tiene poder de veto y potestad para nombrar a sus consejeros en el Gobierno.
Sin embargo, como contrapartida a esta amplia soberanía, se ha de señalar que las leyes emanadas del sistema político navajo están sujetas al poder de veto del secretario del Interior de Estados Unidos.
La larga marcha hacia el bienestar y la sostenibilidad
Si bien el nivel de soberanía gozado hoy por los pueblos indígenas es extraordinario en la historia de la nación estadounidense, la lucha por la persistencia de la cultura e identidades tribales se encuentra inacabada y con muchos desafíos que afrontar en el futuro.
La precariedad y dependencia económica, la asimilación de los nativos norteamericanos a la sociedad estadounidense y la tendencia a la urbanización hacen peligrar la permanencia a largo plazo de los pueblos indígenas en las reservas y, en consecuencia, la continuación de su patrimonio sociocultural.
A este respecto, una de las reacciones más notorias de los navajos para tratar de atajar el problema fue la Ley Navaja de Soberanía en Educación, un intento por garantizar la retención de los valores tribales y el idioma navajo entre las nuevas generaciones.
No obstante, quizás sea la cuestión socioeconómica la que plantea una solución más urgente en la reserva.
Una parte importante de los ingresos —el carbón— no es un bien en el que confiar a largo plazo, como tampoco lo fueron en el pasado siglo el petróleo o el uranio, cuya extracción, prohibida desde 2005, ha dejado un impacto medioambiental y en la salud de los navajos de difícil reparación.
En busca de alternativas, la nación ha incrementado el número de impuestos en estos últimos lustros y está apostando cada vez más por las energías renovables con paneles solares y parques eólicos.
Un hecho inaudito fue la aprobación mediante referéndum de la legalización de los juegos de azar en la reserva en 2005, un negocio que ha significado para muchas otras naciones indígenas el ingreso de cantidades millonarias de dinero y miles de puestos de trabajo, si bien los navajos habían rechazado su legalización en repetidas ocasiones.
En 2013, 237 pueblos indígenas gestionaban 421 instalaciones de juegos de azar en 28 estados distintos.
El primer casino en la reserva, abierto en 2008, empleaba a cerca de 300 empleados —casi todos ellos navajos— y los beneficios del negocio se utilizan para el bien de la nación.
Para ampliar: Wilkins, David E.: The Navajo Political Experience. Rowman & Littlefield, 2013.
Hoy en día, el 42% de la población navaja vive bajo el nivel de pobreza y el 48% se encuentra en situación de desempleo. Los ingresos per cápita rondan los 7.200 dólares, cuando la media nacional es de 30.000.
Solo un 7% de los navajos posee un título universitario y todavía hoy hay miles de hogares sin electricidad y un 40% de la población no tiene acceso a agua corriente.
Los índices de criminalidad en la reserva son alarmantes, superiores a los de grandes ciudades como Boston o Seattle.
La falta de recursos e infraestructuras a menudo se traduce en dificultades para acceder a alimentos saludables, de modo que casi un tercio de la nación padece de diabetes, una enfermedad completamente inusual en la reserva.
Estos dramáticos datos no hacen sino corroborar que los esfuerzos integradores realizados hasta la fecha han sido insuficientes para evitar que la nación indígena más numerosa continúe ocupando una posición de marginalidad en la sociedad estadounidense y que hay aún mucho por recorrer en materia de soberanía económica.
Como también sucede en el resto del continente, enmendar los perjuicios crónicos ocasionados a los pueblos indígenas durante los últimos cientos de años sigue siendo una tarea pendiente para los Estados Unidos de América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario