Soldados congoleños en la ciudad de Goma, capital de la provincia de Kivu del Norte, en la frontera con Ruanda. Foto: Phil MooreFoto por: NYT |
El endocolonialismo ruandés: de víctimas a verdugos
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- diciembre 26º, 2016
Llega el 2017 y la pequeña pero famosa Ruanda se prepara para afrontar unas elecciones, cuando menos, controvertidas, las terceras tras el genocidio que situara al Estado centroafricano en el punto de mira del mundo.
Se plantean ante un panorama político sin cambios, lo que es más preocupante.
El actual presidente ruandés, Paul Kagame, llegó al poder de manera oficial en el 2000. Pese a ello, es bien sabido el papel que jugó entre bastidores durante toda la guerra del 94 y los años que siguieron.
En esta ocasión, Kagame ha podido presentar su nueva candidatura tras una modificación constitucional que, apoyada por el 95% de los participantes del referéndum, le ha permitido ir a por su tercer mandato.
La reforma no ha estado exenta de polémica y ha puesto más en evidencia los claroscuros de la Administración.
La realidad ruandesa está intrínsecamente unida a los acontecimientos de la región y al proyecto que el partido en el poder, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), desarrolló para el país, proyecto que, pese al discurso del Gobierno, parece no estar tan bien asentado.
Luces…
No podemos negar que Ruanda ha vivido un profundo cambio —o al menos eso afirman sus representantes— desde que el genocidio del 94 terminara con la vida de más de 800.000 ruandeses.
Las políticas de desarrollo y crecimiento que el Gobierno ha aplicado han mejorado considerablemente la situación económica del país.
Pese a ello, Kagame ha tenido que afrontar críticas por su gestión tanto de la política externa como interna del Estado. Estos 22 años han estado llenos de luces y sombras en torno al papel que Ruanda está jugando en la región y cómo se está estructurando internamente.
El presidente ruandés, Paul Kagame. Fuente: Paul KagameFoto por: Flickr
La complejidad del país hace sumamente difícil establecer un patrón que ayude a comprender con claridad el momento que vive.
Además, como bien señala el propio presidente, “se tiende a juzgar a Ruanda desde un punto de vista claramente occidental”.
Por ello, cualquier tipo de aproximación a la situación debe hacerse con mucha cautela, siendo conscientes de los prejuicios en los que se puede incurrir por el marco ideacional desde el que muchos expertos parten y considerando todos los elementos posibles.
La herencia a la que el FPR tuvo que enfrentarse tras el conflicto no es precisamente sencilla: un país con un PIB de 1.300 millones de dólares y con una división étnica tan profunda que había llevado a uno de los actos más atroces del siglo XX.
Sin embargo, Ruanda se ha convertido en un ejemplo dentro del continente.
Además, la mayoría de su población —cerca del 95%— es angloparlante y cuenta con la mayor representación de mujeres en el Parlamento del mundo, factores que han facilitado la apertura al exterior del pequeño país.
Desde el principio, conociendo la situación, Kagame ha enfatizado lo importante que es para la nueva Ruanda el progreso y el fomento del desarrollo económico; el principal objetivo es convertir al Estado en una potencia media para 2020. Ruanda ha sido beneficiaria de una ingente cantidad de fondos de ayuda, hasta el 80% del PIB del país.
Kagame es más que consciente de la dependencia que esta situación crea, por lo que se ha incentivado la diversificación de la economía para reducirlo al 40% del PIB.
Se trabaja asimismo en la disminución del peso económico del sector agrícola, en particular la producción de té y café, para centrarlo en cultivos más especializados.
Además, a fin de evitar el impacto de las variaciones de precios, la Administración de Kigali ha invertido en el sector y mercado minero, que reporta mayores beneficios en un menor tiempo.
Cuando se oye hablar al presidente sobre los planes y políticas que se aplican, uno puede ver que la cuestión económica es el centro de su discurso.
La división étnica que había marcado la política ruandesa desde la independencia se ha alejado del debate político. El Gobierno no encuentra su legitimación en una cuestión de etnias —tutsi, hutu o twa—, sino en el desarrollo que vive el país.
La unidad nacional parece crecer a medida que Ruanda va asentando su potencial económico y convirtiéndose en un enclave vital para el comercio con el África central.
Y sombras…
La situación de Ruanda ha mejorado bajo el Gobierno de Kagame. Se ha convertido en un nexo económico entre la región y el mercado exterior, un puente de acceso. Sin embargo, frente a las cifras de crecimiento económico y la mejora física del país, la situación sociopolítica ensombrece el panorama.
El partido del presidente —FPR— es el único partido fuerte en el país. No se puede decir que sea un sistema de partido único, sino que la oposición, prácticamente inexistente, está escasamente representada por el Partido Verde.
Hay movimientos y partidos en el exilio, como el Congreso Nacional de Ruanda, un movimiento formado por disidentes como Theogene Rudasingwa, Kayumba Nyamwasa y el encarcelado Victoire Ingabire.
En muchos casos, los partidos de la oposición son prohibidos aludiendo a la ideología de odio que fomentan; se hace referencia a cómo en la década de los 80 el multipartidismo dio paso a organizaciones políticas raciales y étnicas radicales.
Los españoles Pere Sampol y Juan Carrero se han implicado en protestas contra el presidente KagameFoto por: Nueva York, 2010
A su vez, este desarrollo económico, que tanto gusta al Gobierno central, es denunciado por ONG y grupos opositores, que critican su focalización en el beneficio de una minoría vinculada al Gobierno y al propio Kagame.
De algún modo, la división que existía dentro de la sociedad ruandesa ha continuado de facto: el FPR ha fomentado a través de sus políticas una situación en la que una minoría tiene el control.
Esta diferencia no es tanto étnica —pese a que el partido fue fundado por tutsis en el exilio— como político-económica.
Se ha instaurado paulatinamente un sistema endocolonial en el que la clase cercana al Gobierno central goza de una mejor situación que los demás.
El discurso del genocidio juega un papel fundamental en la comprensión de las dinámicas de poder en Ruanda; se ha convertido en el comodín al que recurrir ante una situación adversa para el Gobierno. Ello no resta importancia a un acto de la magnitud del vivido en 1994, sino que se ha convertido en un argumento político con el que difícilmente se puede competir.
El fomento de un discurso en torno a este acontecimiento sirve al Gobierno como legitimación política interna como al externamente.
Dentro de sus fronteras, cuando surge un partido o grupo opositor, es muy sencillo acusarle de fomentar un discurso que incite al odio y, a fin de evitar tensiones pasadas, prohibirlo.
Además, el uso del genocidio en el discurso de legitimación del poder político del régimen de Kagame es un arma pasiva muy potente contra la mayoría étnica del país, los hutus, a los que se ha atribuido indirectamente la responsabilidad del genocidio; su denominación misma como genocidio tutsi genera una presión moral y de conciencia sobre la etnia.
Nos encontramos, pues, ante una pseudomovilización de la vergüenza, el fomento de una culpabilidad pasiva que muchos, pese a no haber participado en el genocidio, tienen que aceptar.
Esta situación favorece la política de Kigali y frena el surgimiento de organizaciones o partidos políticos entre este grupo social.
El genocidio, por tanto, continúa siendo un pilar central en la política interna del país. Aunque suele desviarse de la cuestión étnica, la referencia a esta atrocidad dentro del discurso del Gobierno y la aplicación de algunas políticas puede hacer que el discurso racial aparezca de nuevo.
Este es precisamente uno de los peligros de utilizar el pasado como forma de legitimar las acciones del presente.
La potencia endocolonial de la región
Desde el genocidio, Ruanda ha aumentado su presencia regional, en especial en el territorio de su vecino del oeste, la República Democrática del Congo (RDC).
La relación entre los dos Estados centroafricanos ha sido controvertida desde las respectivas independencias.
El Zaire de Mobutu jugó un papel crucial durante más de veinte años en los conflictos de la región, y el genocidio supondría un punto de inflexión en la balanza de poder regional.
Ruanda se adentraría en territorio congoleño en persecución de los hutus que, tras el genocidio, huían a la región norte del Kivu.
Estos rebeldes continuaban con su actividad contra las minorías tutsis de la RDC y los refugiados que habían llegado a la zona durante el conflicto de 1994.
La oposición del Gobierno de Kinshasa, en manos de Mobutu Sese Seko, llevaría a una intervención más organizada.
Tropas ruandesas, ugandesas y angoleñas, entre otras, entraron en el país y, tras duros enfrentamientos, terminaron con el Gobierno. Empezaba así la presencia de Ruanda en la política interior congoleña, una situación que aún hoy perdura.
Para ampliar: “La maldición de Zaire”, Fernando Rey en El Orden Mundial
Las relaciones entre Kigali y Kinshasa han sido constantes desde entonces. La lucha contra las milicias del noreste ha centrado la cooperación de ambas Administraciones.
Sin embargo, se ha visto ensombrecida por los intereses que movían a los actores involucrados en el conflicto; pese al discurso de cooperación, cada parte apoyaba a los grupos que favorecían en mayor medida sus intereses.
Grupos armados que operan en la RDC en el 2008. Fuente: Crossed Crocodiles
El papel de Ruanda en la RDC no ha estado exento de críticas. Al igual que en su política interna, se pueden encontrar rasgos que perfilan el papel que la Ruanda de Kagame juega en la región.
Desde Kigali se defiende que la presencia del ejército ruandés en el noreste del Congo —en la zona rica en recursos minerales, solo detrás de la siempre conflictiva Katanga, del Kivu— se debió a asuntos puntuales, como la intervención de 2008 a petición del propio Joseph Kabila o la persecución de milicias rebeldes.
A pesar de esto, la permanencia del ejército ha sido duramente criticada por multitud de actores locales e internacionales.
La porosidad de las fronteras hace muy sencilla la circulación entre ambos Estados, pero desde Ruanda se niega cualquier relación con las milicias o el tráfico ilegal de recursos.
El principal argumento que se esgrime para justificar la actitud del ejército en la zona es la inestabilidad que reina en la RDC, situación que puede favorecer la aparición de milicias rebeldes, es decir, grupos que basen su actividad en un discurso del odio y organicen ataques contra las ciudades fronterizas entre los dos países.
La actitud de Ruanda se percibe como un nuevo tipo de colonialismo que ha ido estructurándose en el continente.
El denominado endocolonialismoruandés queda reflejado en la actitud que tiene para con su vecino y el modo en el que lleva a cabo las intervenciones.
Los demoledoresinformes de los expertos de Naciones Unidas han denunciado abiertamente las redes de tráfico que existen.
Las milicias de la región, opositoras al Gobierno de Kinshasa, han recibido apoyo desde Ruanda a través del Ejército.
Un simple vistazo a los datos de exportación de tungsteno, tantalio o coltán de Ruanda y su capacidad minera evidencia que es imposible llegar a ese nivel de exportación sin recibir suministro.
Además, los informes están plagados de nombres de individuos vinculados a las redes y estrechamente relacionados con grandes compañías mineras e incluso con la administración del Gobierno de Ruanda.
Rutas de exportación del coltán. Jon GosierFoto por: Flick
A sabiendas de esto, ¿qué hace la sociedad internacional para frenar el abuso? Nos encontramos aquí con otro de los paradigmas de Ruanda en el plano internacional.
Tras el genocidio, el Gobierno de Kigali ha llevado a cabo una instrumentalización del victimismo como forma de legitimar su actuación exterior.
El sentimiento de culpabilidad por la pasividad mostrada durante el genocidio ha servido al Gobierno como amparo para justificar su actuación y frenar a la comunidad internacional en la condena de sus abusos.
Con ese discurso, ha conseguido afianzar una estructura y redes de control sobre los recursos minerales que ahora son difíciles de deshacer.
Pese a los intentos de potencias como EE. UU., la dependencia de todos los actores es tan fuerte que nada da resultado.
Del mismo modo, muchas potencias y compañías se benefician de esta situación. Por un lado, la existencia de un país seguro como Ruanda donde invertir y establecer sus sedes, tan próximo a los recursos minerales, es una ventaja competitiva, además de lo que supone tener como aliado a un Estado con la capacidad militar del ejército ruandés en una región tan inestable y rica.
Asistimos a la aceptación de una actitud de abuso por parte de la comunidad internacional, que, movida por factores tan complejos como la culpabilidad histórica y los intereses económicos, permite que el endocolonialismo ruandés se extienda. Ruanda se convierte no solo en un aliado, sino en la perfecta puerta al corazón del continente.
El efecto mariposa
Ruanda es uno de los paradigmas del África central.
Un país conocido por el sufrimiento que sus gentes vivieron ha pasado a ser un actor relevante en la política de la región. La complejidad que presenta hace difícil una aproximación clara.
Para comprender la realidad interna y externa ruandesa, es fundamental mantener una visión completa de los factores.
En Ruanda confluyen una serie de circunstancias internas, externas e internacionales imbricadas en un complejo sistema de poder.
Entre estos encontramos la falta de recursos, la sobrepoblación del territorio o la modernización diferenciada, sin olvidar el impacto del mal trazado de fronteras y el pésimo reparto de los recursos.
La división del territorio sin ningún tipo de visión étnica terminó separando a un mismo grupo entre Estados con los que no se sentían —ni se sienten— identificados.
A todos estos factores regionales e internos hay que añadir la presión exterior, fruto de los intereses geopolíticos y económicos de Estados y compañías extranjeras.
Expertos como Kabunda Badi ponen nombre a la visión política extendida entre muchos líderes en el continente: enfermedad de la brújula. Estos tienden a mirar al norte, hacia los ideales europeos de éxito, como forma de legitimación de su presencia.
El problema de dar prioridad al desarrollo es que este tiene que ser continuado.
Para ampliar: África y la cooperación con el Sur desde el Sur, Mbuyi Kabunda Badi, 2011
Kagame, que ha basado su gobierno en el desarrollo económico, es consciente del riesgo. El principal reto con el que se encuentra es la escasez de recursos del país y la superpoblación. Para mantener el nivel de desarrollo, se hace necesario obtener las riquezas de otro lugar: de su vecino congoleño.
Sin embargo, la presencia de Ruanda necesita de una justificación; Kagame ha sabido encontrarla en el trauma que el genocidio supuso dentro y fuera de las fronteras ruandesas.
De este modo, el expolio de recursos para mantener el desarrollo del país queda legitimado.
A su vez, la instrumentalización del pasado de violencia étnica, sumado al desarrollo fruto de su actitud endocolonial, ha servido al Gobierno para legitimar sus políticas —autocráticas— internas y así mantener el poder.
Factores tan diversos como la etnia, la necesidad de desarrollo, la codicia de las clases gobernantes y los intereses extranjeros interaccionan para dar lugar a una realidad compleja.
Las elecciones del próximo año no tienen pinta de traer nuevas luces sobre la política y sociedad ruandesas.
El riesgo de fundamentar la estabilidad del sistema político y gubernamental del país en algo tan etéreo como el desarrollo económico, olvidando factores político-sociales, seguirá presente.
Así, cualquier cambio en la situación económica del país —por factores endógenos o exógenos— afectará al calculado equilibrio social y político y amenazará la legitimación del Gobierno de Kagame, lo que generará inestabilidad interna y regional.
Se trata del complejo efecto mariposa del África central.
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