La ley es igual para todos, menos para los que pueden pagarse otra distinta.
La democracia es el barco en el que remamos todos, pero gracias a los piratas del neoliberalismo, para unos es un yate y para otros una patera.
Lo que defienden los Gobiernos conservadores de media Europa, los dueños de la Bolsa, los maestros de la ingeniería financiera y el FMI es justo eso:
dividir en dos la tripulación, a un lado los almirantes y al otro, todos los demás; arriba las élites, por ejemplo los banqueros, a los que si hace falta lo mismo se les monta una doctrina Botín que se inhabilita al juez que se atreva a mandarlos a la cárcel, y abajo los ciudadanos,
a los que se hace pagar las deudas de los poderosos mediante esa condena a galeras que los cínicos llaman rescate,
se explota con contratos dignos de una sociedad negrera,
se manda al paro aunque la compañía para la que trabajan haya conseguido enormes beneficios
o se desahucia sin piedad en cuanto no puedan seguir pagando la hipoteca abusiva que les impusieron esas mismas entidades que les habían hecho de todo y siempre con la bendición del Banco de España,
desde cobrarles mil y una comisiones salvajes que les permitieran hacer caja y tener para sus gastos y sus tarjetas black, hasta timarlos con acciones preferentes de doble fondo o cláusulas suelo que, para vergüenza de nuestras instituciones y nuestros tribunales, ha tenido que venir a tirar por tierra la UE.
Con la chulería que caracteriza a quienes se sienten impunes, algunos de los dirigentes de BBVA, Popular, Liberbank, Sabadell, La Caixa o Bankia ya han dicho que se niegan a devolver en masa lo robado, porque saben que reclamar es costoso y que La Moncloa, que ya mandó a sus abogados del Estado a Bruselas a defender a los ladrones en lugar de a sus víctimas, no hará nada por obligarles a hacerlo.
Simplemente, mirará para otra parte y mantendrá la boca cerrada.
“Ningún eco / dice otro nombre / que el nombre / ya escuchado, / ni hay espejo que rebele / más rostro que el rostro / que en él se mira. / Sólo el silencio / dice lo otro / y tanto más / que lo que hemos callado”, escribe el poeta Hugo Mujica en su último libro, Barro desnudo, recién publicado por la editorial Visor.
En el mundo que han construido los nuevos oligarcas y sus correveidiles por todos los medios, incluidos los de comunicación, el dinero no es una herramienta sino un arma: parecía un cuchillo de cocina y es una bayoneta.
¿Qué ordenanzas defiende como ninguna otras el PP?
La reforma laboral y la ley de seguridad ciudadana, porque en estos años siniestros la gente ha vivido emparedada entre ambas, como a ellos les gusta, sin margen de maniobra.
El proceso es sencillo: primero, te dejan sin blanca y después, si protestas te imponen una multa que no podrás asumir y dará con tus huesos en una prisión.
Es la táctica del miedo, la que imponen los que no quieren mujeres y hombres libres, sino obedientes.
No hay más que ver cómo castigan a los suyos que se ponen díscolos, incluso si se trata de uno de los gallos del corral:
cuando Aznar empezó a salirles rana y a meterle el dedo en la llaga a su partido, le respondieron con una inspección de Hacienda; como no se detuvo, porque los soberbios no tienen freno, sólo acelerador, y ha seguido adelante hasta que la cuerda se ha roto y el relleno del trío de las Azores se ha dado de baja en Génova, su antigua formación ha tardado horas en amenazarlo con revisar el papel de los ex presidentes y quitarles su pensión vitalicia.
Roma no paga traidores; de hecho, no paga a nadie que se niegue a ser siervo del imperio.
No es la economía, estúpidos, sino que quienes la manejan nos toman por idiotas.
Y el resto aplaude, como han hecho los pocos que escucharon el discurso del rey en nochebuena –el que menos audiencia ha tenido de la historia– y los muchos que lo conocen de oídas y quizá por eso no sepan que giró en torno a dos ejes:
el primero, vender una recuperación que más bien resulta ofensiva en una España que según el último informe de Oxfam Intermon es el segundo país de la OCDE donde más ha crecido la desigualdad desde el inicio de la crisis, por detrás de Chipre y superando hasta en catorce veces a Grecia;
y el segundo, recomendarnos “profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”, algo que ha indignado a las asociaciones de víctimas de la dictadura que, con todos los matices que se quiera y por mucho que en La Zarzuela no les guste que se les recuerde, puso a su padre en el trono.
Otra cosa es lo que hiciera una vez sentado allí, pero entre tantas cosas buenas, la Transición se hizo como se hizo para que el Valle de los Caídos siga en su sitio y ningún criminal de guerra y de posguerra haya pagado por sus fechorías.
El sistema falla porque su única solución es exprimir a los que menos tienen para que los pocos que lo tienen casi todo lo conserven contra viento y marea, en los tiempos de prosperidad y en los de carencia, pase lo que pase y caiga quien caiga.
Como muestra a nivel local, sirve el asunto de las carreteras radiales de Madrid, que va a acabar como de costumbre, es decir, con indemnizaciones millonarias para las empresas que las hicieron –porque no se es rico a base de ganar a veces, sino de no perder nunca–, y con nosotros asumiendo las pérdidas por las malas: como no las usábamos, entre otras cosas porque los peajes subieron entre un cuarenta y un sesenta por ciento para intentar que los cuatro incautos que circulaban por ellas las sufragaran, al final las pagaremos lo mismo, van a ser nacionalizadas como todo lo que fracasa y nos saldrá a cincuenta euros por cabeza.
Los que estaban en las fotos, inaugurándolas y con una sonrisa de lado a lado, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón, Álvarez Cascos y de nuevo Aznar, siguen sus vidas, alguno de ellos cobra algo más de treinta y cinco mil euros por conferencia y a veces para ir a darlas viaja en aviones privados de Telefónica. Hoy por ti y mañana por mí.
“Yo cavaré tu tumba en tus cláusulas suelo”, podría llamarse una novela negra que acabase bien, con la victoria de los buenos y con los delincuentes recibiendo su merecido.
Porque, dicho en plata, lo que ha dictaminado la justicia de Europa es que los implicados en ese fraude son una banda de saqueadores.
Pero aquí la historia nos tememos que no vaya a terminar así, más bien al contrario, los desvalijadores se irán de rositas y algunos de los damnificados se marcharán de este mundo sin haber visto el color del dinero de los tramposos.
Y mientras sea así, podremos seguir escribiendo la palabra democracia, pero tendrá que ser con d minúscula.
Al menos, hasta que recordemos que la única manera de escalar los muros infranqueables es subiéndose a hombros de otros y que de uno en uno, no somos nadie.
Antes de que el Estado del bienestar nos diese la espalda y su humo cegase nuestros ojos, lo llamábamos solidaridad. “Sólo desnudo / de uno mismo / puede saberse / de otros”, escribe Hugo Mujica, y quién sabe si esta crisis feroz va a servir ni más ni menos que para eso.
Feliz 2017 para todos.
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