Genocidio por prescripción (I)
Una “Historia Natural”
del declive de la clase obrera blanca en los E.E.U.U.
Por James Petras y Robin Eastman-Abaya, 11 de julio de 2016
La clase obrera blanca de los Estados Unidos está siendo diezmada por una epidemia de muertes prematuras, en realidad un término un tanto anodino para encubrir un descenso de la esperanza de vida de este grupo demográfico de importancia histórica.
Se han realizado estudios y redactado informes que describen esta tendencia, pero sus conclusiones aún no han llegado a calar en la conciencia nacional por las razones que vamos a tratar de explicar a continuación en este artículo.
De hecho, es la primera vez en la historia que en “tiempos de paz” un sector productivo tradicional experimenta un declive demográfico tan pronunciado, y el epicentro se encuentra en los pueblos pequeños y en las comunidades rurales de los Estados Unidos.
Las causas de estas muertes prematuras (morir antes de la esperanza de vida media, por lo general en unas condiciones que se pueden prevenir) incluyen un marcado aumento de la incidencia de suicidios, complicaciones no tratadas de la diabetes y de la obesidad, y sobre todo, envenenamiento accidental, un eufemismo para describir lo que en su mayoría se trata de una sobredosis de drogas ilegales y la interacción con otros medicamentos tóxicos.
Nadie sabe el número total de muertes de ciudadanos estadounidenses debido a una sobredosis de drogas y las interacciones fatales entre medicamentos en los últimos 20 años, del mismo modo que ningún organismo ha realizado un seguimiento del número de personas pobres que han sido asesinadas por la Policía en todo el país, pero vamos a empezar por un conservador número redondo: 500.000 víctimas de la clase trabajadora, en su mayoría blancos, y así desafiamos a las autoridades aumentando las estadísticas y definiendo las cosas como son.
De hecho, el número podría ser mucho mayor, si se incluyesen las muertes por sobredosis de medicamentos y errores en la medicación que se producen en los asilos de ancianos y en los hospitales.
En los últimos años, decenas de miles de estadounidenses han muerto de manera prematura a causa de sobredosis de drogas o interacciones con otros medicamentos tóxicos, en su mayoría relacionadas con medicamentos narcóticos para el tratamiento del dolor recetados por médicos y otros proveedores.
Los causantes serían los opiáceos ilegales, principalmente la heroína, el fentanilo y la metadona, por sobredosis, pero los potentes opioides sintéticos prescritos por la comunidad médica, suministrados por las grandes cadenas de farmacias y fabricados con unos beneficios increíbles por las principales
Compañías Farmacéuticas, crearon primeramente la adicción.
En esencia, esta epidemia se ha promovido, está subvencionada y apoyada por el Gobierno a todos los niveles y refleja la protección de un mercado Médico-Farmacéutico que maximiza los beneficios de manera salvaje.
Esto no se ve en otras partes del mundo a tales niveles.
Por ejemplo, a pesar de su inclinación hacia el alcohol, la obesidad y el tabaco, la población británica se ha librado de esta epidemia, esencialmente debido a que su sistema de salud está regulado y funciona con una ética diferente: el bienestar del paciente es valorado por encima de las crudas ganancias.
Esto posiblemente no hubiera ocurrido en los Estados Unidos si su sistema nacional de salud tuviese un único pagador.
Frente al creciente aumento de los suicidios y sobredosis de opioides por prescripción médica e interacciones entre varios medicamentos entre los veteranos que regresaron de las guerras de Irak y Afganistán, el Cirujano General de las Fuerzas Armadas y los Cuerpos Médicos fueron convocados a una Audiencia con carácter de emergencia en el Senado de Estados Unidos en marzo de 2010: los testimonios de los médicos militares demostraron que se habían prescrito 4 millones de potentes narcóticos en 2009, lo que suponía un aumento de 4 veces desde el año 2001.
Los miembros del Senado presentes en la Audiencia,
presidida por Jim Webb, de Virginia, acordaron
no emitir una imagen negativa
de las Grandes Empresas Farmacéuticas,
ya que se encuentran
entre los mayores donantes en las campañas electorales.
… si cada muerte por prescripción debe ser considerada como una tragedia individual, un pesar en privado, o más bien como un crimen de las Corporaciones alimentado por su ambición o incluso un patrón muy evidente de Darwinismo Social proveído por una élite que maneja el aparato de la toma de decisiones.
|
La década de 1960 nos trajo la imagen del soldado que regresaba de la guerra del Vietnam adicto a la heroína, algo que conmocionó al país, unos veteranos dependientes de Oxycontin y Xanax, gracias a los enormes contratos que las Grandes Farmacéuticas habían firmado con las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, mientras los medios de comunicación apartaban la vista.
Suicidios, sobredosis y muertes súbitas
mataron a muchos más soldados que los combates.
Ninguna otra población en situación de paz, probablemente desde las Guerras del Opio de 1839, había resultado tan devastada por una epidemia de drogadicción apoyada por un Gobierno.
En el caso de las Guerras del Opio, el Imperio Británico y su brazo comercial, la East India Company, buscaban un mercado para las enormes extensiones de cultivos de opio del sur de Asia, utilizaron a sus soldados y algunos mercenarios chinos para forzar la distribución masiva de opio entre el pueblo chino, tomando Hong Kong en el proceso y constituyéndose en un centro del comercio del opio.
Alarmados por los efectos destructivos de la adicción de la población productiva, el gobierno chino trató de prohibir o regular el consumo de sustancias narcóticas.
Su derrota a manos de los británicos marca la degradación de China a estado semicolonial durante el siglo siguiente (tales son las consecuencias más amplias de una población sometida a una adicción).
… la oligarquía estadounidense se enfrenta al problema de una amplia población potencialmente conflictiva de millones de trabajadores marginados y una movilidad social que va degradando a la clase media, los desechados por la globalización, y una población rural que cada vez se hunde más en la miseria.
En otras palabras, cuando el Capital financiero y las élites gobernantes ven el crecimiento de una población de trabajadores blancos que consideran inútil, empleados y pobres en este contexto geográfico, ¿qué medidas “pacíficas” se pueden tomar para facilitar y fomentar su “declive natural?”.
|
En este trabajo se identificará: (1) la naturaleza a largo plazo y a gran escala de las muertes inducidas por las drogas; (2) la dinámica de la “transición demográfica producida por la sobredosis”, y (3) la economía política de la adicción a los opiáceos.
Este artículo no recoge cifras ni informes, ya que se pueden encontrar con facilidad. Sin embargo, están dispersos, son incompletos y por lo general carecen de un marco teórico para comprender, y mucho menos confrontar, el fenómeno.
Concluiremos discutiendo si cada muerte por prescripción debe ser considerada como una tragedia individual, un pesar en privado, o más bien como un crimen de las Corporaciones alimentado por su ambición o incluso un patrón muy evidente de Darwinismo Social proveído por una élite que maneja el aparato de la toma de decisiones.
Desde el advenimiento de los grandes cambios político-económicos inducidos por el Neoliberalismo, la oligarquía estadounidense se enfrenta al problema de una amplia población potencialmente conflictiva de millones de trabajadores marginados y una movilidad social que va degradando a la clase media, los desechados por la globalización, y una población rural que cada vez se hunde más en la miseria.
En otras palabras, cuando el Capital financiero y las élites gobernantes ven el crecimiento de una población de trabajadores blancos que consideran inútil, empleados y pobres en este contexto geográfico, ¿qué medidas “pacíficas” se pueden tomar para facilitar y fomentar su “declive natural?”.
Un patrón similar se observó al principio de la crisis del SIDA, cuando la Administración Reagan ignoró deliberadamente el aumento de las muertes entre los jóvenes estadounidenses, especialmente entre las minorías, adoptando un enfoque moralista culpando a la víctima, hasta que la influyente y organizada comunidad homosexual exigió la intervención del Gobierno.
James Petras, ex profesor de Sociología de la Universidad de Binghamton, Nueva York, lleva 50 años en el asunto de la lucha de clases; es asesor de los Campesinos sin Tierra y sin trabajo en Brasil y Argentina, y coautor de Globalización desenmascarada (Zed Books), siendo su libro más reciente Sionismo, Militarismo y la Decadencia del Poder estadounidense (Clarity Press, 2008).Robert Eastman-Abaya es un médico defensor de los derechos humanos en Filipinas durante últimos 29 años.
Parte 2
—————————————-
Procedencia del artículo:
Deterioro de la salud
en la población estadounidense
Un reciente estudio muestra un aumento de la tasa de mortalidad entre los blancos estadounidenses de mediana edad
Por A. W. Gaffney, 8 de noviembre de 2015
La buena salud, como la riqueza, no se filtra a través del escalafón económico
Esta es una de las conclusiones que se pueden extraer de un estudio publicado la semana pasada enActas de la Academia Nacional de Ciencias, aunque las razones no puedan ser en principio muy evidentes.
El documento, redactado por Anne Case y el reciente ganador del Premio Nobel Angus Deaton, ambos de la Universidad de Princeton, ofrece unas conclusiones un tanto alarmantes: se ha observado entre los estadounidenses de mediana edad ( no los hispanos) una tendencia en el aumento de la mortalidad desde los comienzos del siglo XXI, un caso único entre los diferentes grupos demográficos.
Entre 1999 y 2013 este grupo ha visto aumentar la mortalidad, algo no observado anteriormente.
La importancia de este fenómeno queda reflejado en las palabras de los investigadores:
“La inversión en la tendencia del índice de mortalidad tiene un cierto parecido con la ralentización en descenso del índice de mortalidad en Estados Unidos durante el período de apogeo de la epidemia de SIDA”.
|
La tasa estimada de mortalidad para los blancos de mediana edad se mantuvo en los niveles de 1998: 96.000 personas menos murieron durante ese período. Si la tasa de mortalidad hubiese seguido disminuyendo, se habrían evitado 488.500 muertes.
Este asombroso aumento de la mortalidad estuvo acompañado de un deterioro general del estado de salud, de angustia psicológica grave, y muchos más estadounidenses de media edad señalaron que tenían una salud regular o mala, con diversos dolores crónicos, alto consumo de alcohol y enzimas hepáticas anormalmente altas, un marcador que indica lesión en el hígado.
Gran parte de este aumento de la mortalidad se debió a varias causas externas, tales como intoxicación ( por el alcohol o drogas), por enfermedad hepática o suicidio.
Un desastre demográfico y social se desarrolla en silencio, de manera casi invisible, en Estados Unidos |
Pero el estudio estaría incompleto si no se hiciese referencia a la clase social. Si analizamos más detenidamente la información, veremos que el aumento de la mortalidad general se centró en aquellas personas que sólo tienen estudios secundarios o menos.
En los que tienen una formación superior, también se observó un aumento de la mortalidad por intoxicación o suicidio, pero aún así supuso una disminución general de la tasa de mortalidad ( como normalmente ocurre en las sociedades modernas, cuando no se ven abocadas a una guerra, hambrunas o epidemias).
Como resultado de estas diferencias según la pertenencia a una u otra clase social, la relación de las tasas de mortalidad entre las personas con estudios secundarios o menos, en comparación con los que tienen estudios superiores, aumentó de 2,6 ( en 1999) a 4,1 ( en 2013).
Esta diferencia tan pronunciada hizo que la tasa de mortalidad aumentase para los estadounidenses blancos de mediana edad en su conjunto.
Este estudio de Deaton viene a corroborar otras aportaciones recogidas en la literatura científica, que vendrían a demostrar que existe una desigualdad en relación con las clases sociales, medida por los indicadores socieconómicos, tales como los ingresos y la educación.
Si bien ya se sabe desde hace mucho tiempo que la clase social a la que se pertenece afecta a nuestro estado de salud, el descenso durante décadas de los índices de mortalidad hizo que esa diferencia fuese menos obvia.
Sin embargo, recientes investigaciones, pintan un cuadro diferente: con el aumento de la desigualdad económica se ha producido también un aumento de la desigualdad en la salud.
Una reciente publicación de la Academia Nacional de Ciencias, “La creciente brecha en la esperanza de vida en relación a los ingresos”, confirma anteriores estudios al constatar que las diferencias en la esperanza de vida después de los cincuenta años entre aquellos que están situados en la escala superior de ingresos y aquellos que están situados en la inferior, es mucho mayor para los nacidos en 1960 que para los nacidos en 1930.
El análisis se vio limitado por una serie de supuestos y extrapolaciones, pero sus implicaciones siguen siendo sorprendentes: a pesar de las tres décadas de progreso de la Medicina y de crecimiento económico, no se ha producido la mejora prevista en la esperanza de vida para las personas situadas en el nivel más bajo de ingresos, tanto para los hombres como para las mujeres.
El aumento de la desigualdad en la salud puede ayudar a explicar por qué las medidas generales relacionadas con la salud pueden ayudar cuando determinadas poblaciones se estancan, pero también, como en el caso estudiado por Case y Deaton, por qué se deteriora. Estas desigualdades observadas en la salud de los estadounidenses también pueden estarse dando en otros países.
Como señala el Investigador sobre temas de salud James House en “Más allá de Obamacare: Vida, muerte y Política Social, Estados Unidos ha pasado de ocupar los primeros puestos en temas de salud a quedar rezagado en la segunda mitad del siglo XX, a pesar de los crecientes gastos sanitarios:
“Nuestra posición teniendo en cuenta una serie de indicadores de salud de la población, como son la esperanza de vida, mortalidad infantil y, más recientemente, la mortalidad materna, ha ido empeorando desde la década de 1950, estando por debajo del resto de países desarrollados del mundo, así como de otros en vías de desarrollo.
Incluso estamos empezando a ver evidencias de un descenso en términos absolutos de la salud en amplios sectores de la población estadounidense”.
|
El estudio de Case y Deaton viene a demostrar precisamente esto, lo que estamos presenciando hoy en día en Estados Unidos.
¿Qué decir del factor étnico de este estudio?
No es que el hecho de ser blanco de repente suponga una posición más desfavorable respecto a la salud, pues a pesar de lo que se dice en el estudio, los estadounidenses negros siguen teniendo peor estado de salud y una esperanza de vida inferior.
Pero como dijo el experto en política sanitaria Vicenç Navarro en un artículo publicado en Lancet en 1990, para comprender la disparidad en materia de salud en relación con el componente racial, ha de tenerse en cuenta las diferencia de clase:
“La cruda realidad es que las diferencias [raciales] no pueden explicarse simplemente por ser de una u otra raza. Después de todo, algunos negros tienen mejores indicadores de salud ( incluyendo la tasa de mortalidad) que algunos blancos, y no todos los blancos tienen unos índices de mortalidad similares. Por lo tanto, deberíamos atender a las diferencias de clase en relación con los índices de mortalidad en Estados Unidos, que también están aumentando en lugar de disminuir”.
|
Esto no quiere decir que ser de una u otra raza no tenga importancia al margen de pertenecer a una clase social u otra.
Un artículo publicado en 2005 por el epidemiólogo social Ichiro Kawachi y sus colegas, hacía hincapié en la importancia de hacer frente a las desigualdades en los diferentes campos.
Ser de una u otra raza es un determinante crucial en el estado de salud de los negros estadounidenses en comparación con los blancos.
Pero dentro de los distintos grupos demográficos y de la sociedad estadounidense en su conjunto, la pertenencia a una determinada clase es cada vez más determinante del estado de salud.
Es fácil pasar por alto esta escalofriante realidad cuando nos centramos exclusivamente en las estadísticas globales.
Para invertir la tendencia en el aumento del índice de mortalidad, expuesta en el estudio de Case y Deaton, es importante combatir las causas subyacentes de la mortalidad, tales como drogadicción o enfermedades mentales.
Pero si nos centramos exclusivamente en los factores específicos de mortalidad, por ejemplo mediante el control de la epidemia de consumo de opioides, que se ha convertido con razón en una de las prioridades de la salud pública, corremos el riesgo de perder la visión de conjunto: las diferencias en el estado de salud es anterior a la epidemia de opiáceos, y sin duda continuará una vez superada ésta.
Sin un cambio fundamental, las desigualdades en salud continuarán, y posiblemente aumentarán.
La salud de la población está estrechamente relacionada con la estructura económica de una sociedad. Aquellos que pretender mejorar aquella, tendrán primero que resolver esta última.
————————————–
A. W. Gaffney es médico, cuyo trabajos han aparecido en Salon, Dissident y In These Times. Puede visitar su blog: theprogressivephysician.org.
————————————
Procedencia del artículo:
No hay comentarios:
Publicar un comentario