¿No ha llegado el momento para Occidente de preguntarse sobre sus responsabilidades, sobre la manifiesta ineficacia de las soluciones policiales y militares contra el yihadismo y sobre su responsabilidad en la fabricación de terroristas?
Tanto en Occidente como en Oriente, solo las soluciones policiales y militares contra el yihadismo conducirán siempre a un callejón sin salida y le alimentarán cada vez más.
Anteayer una bomba estallaba en Bagdad, ayer unos asesinos atacaban en Londres, hoy un coche ataca a la policía en París, ¿y mañana?
Quince años después del desencadenamiento de la guerra contra el terrorismo dirigida por Estados Unidos y apoyada por la mayor parte de los países occidentales, entre ellos Francia, cada vez se contabilizan más ataques calificados de terroristas.
¿No ha llegado el momento para Occidente de preguntarse sobre sus responsabilidades, sobre la manifiesta ineficacia de las soluciones policiales y militares contra el yihadismo y sobre su responsabilidad en la fabricación de terroristas?
Después de su aparición en 2014, tras el comienzo de la campaña aérea de la coalición dirigida por Estados Unidos contra la organización del Estado Islámico (EI), a día de hoy (21/06/2017), los atentados ligados al EI en Europa han provocado 331 víctimas, de ellas 239 en Francia, 37 en Reino Unido, 36 en Bélgica, 12 en Alemania, 5 en Suecia, 2 en Dinamarca.
En Irak, los atentados cometidos por esa organización yihadista provocan una media de 1 500 víctimas cada año entre la población civil, sin contar las producidas en los combates que le enfrentan al ejército iraquí y sus aliados.
En los demás países arabo-musulmanes afectados por el EI y sus filiales locales, aunque el balance sea inferior, se trata sin embargo de varios centenares de muertos al año, desde Túnez a Afganistán, pasando por Yemen.
Desde su lanzamiento como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos (2 993 muertos), la guerra contra el terrorismo iniciada por Georges W. Bush ha provocado entre 500 000 y un millón de víctimas, incluso si sirvió también y sobre todo como pretexto para las ambiciones ideológicas y económicas de los neoconservadores americanos entonces en el poder.
Igualmente, desde esa fecha se cuentan 544 muertes en Europa por atentados yihadistas y 11 en s Estados Unidos, es decir, un total de 655. Es decir que por cada 1 000 víctimas de esta guerra en Oriente, de las que solo algunas son de yihadistas, hay una víctima en Occidente.
¿ Es éste un discurso de propaganda del EI o de Al Qaeda? No, sencillamente es recordar los hechos.
El precio a pagar
El 11 de septiembre de 2001 no se trataba más que de un crescendo en la serie de atentados que Al Qaeda había perpetrado desde 1992 contra Estados Unidos en África, Arabia Saudita, Yemen, Filipinas y en Estados Unidos mismo.
Cierto que fue mucho más importantes que los precedentes, pero se inscribía en su continuidad. No era un fenómeno nuevo en su principio.
Todos estos atentados, 11 de septiembre incluido, eran una respuesta al masivo despliegue militar americano en Arabia Saudí tras la invasión de Kuwait por Irak en 1990, y más aún a las entre 500 000 y 700 000 víctimas civiles provocadas por el embargo de Irak que había seguido durante el decenio de 1990.
Madeleine Allbright, entonces secretaria de Estado, comentando en 1996 una estimación de la FAO que evaluaba el número de víctimas en medio millón, como “el precio vale la pena”.
Washington ya había reaccionado a algunos de esos atentados, en particular en 1998, mediante bombardeos en Afganistán y en Sudan contra bases de Al Qaeda.
Desde hace más de 15 años, el intervencionismo occidental en Próximo Oriente no está justificado o determinado más que por esto: luchar contra el terrorismo.
Pero, hay que repetirlo una vez más, los medios empleados -intervención militar y apoyo a regímenes represivos aliados de Occidente- no hacen sino mantener y reforzar las raíces del yihadismo.
Recordemos también que el terrorismo es un modo de acción, no una entidad en sí, ni una ideología, ni una religión.
Tratándose de yihadismo, ya sea en Próximo Oriente o en África, sigue siendo un movimiento de reacción a lo que es sentido y vivido como una agresión.
En toda su historia, no ha actuado ex nihilo, sino siempre como respuesta, empleando el terrorismo en sus ramas extremas.
Y su esencia es de orden político y no religioso, ya sea en Irak, Yemen o en el Sahel. Lo religioso no es para él más que un vector identitario allí donde el islam es una referencia endógena de sociedad.
“Atacan nuestros valores”
En Occidente, a cada nuevo ataque yihadista, vuelve el mismo discurso, letanía asestada a la opinión pública, ya sea por la clase política o por los medios: “atacan nuestros valores, la democracia, la libertad”.
La dimensión religiosa extremista del yihadismo es puesta en el primer plano de forma exclusiva: es el combate de una ideología islamista contra los valores occidentales.
La radicalización de un individuo se juzga a través de su adhesión a esta ideología. Además, en Francia este planteamiento es defendido por especialistas en islamología tanto más mediatizados en la medida en que sus opiniones sintonizan tanto con los miedos y fantasmas de la población como con el discurso de una parte de la clase política francesa.
Cuando el EI comete atentados en Irak en mercados o en mezquitas de barrios chiítas, ¿a qué valores ataca? ¿la libertad? ¿la democracia? ¿Es solo porque son chiítas, o en primer lugar porque los sunitas han sido marginados, incluso reprimidos en Irak desde que los chiítas están en el poder en Bagdad?
Los atentados del EI en Arabia Saudí, bien reales, pero de los que se habla poco, contra objetivos tanto sunitas como chiítas, ¿apuntan a la libertad y la democracia? ¿No buscan más bien, como Al Qaeda hizo con numerosos atentados en el reino a mediados de los años 2000, desestabilizar la monarquía saudí aliada de los Occidentales? ¿Quién está en el punto de mira de los atentados contra las iglesias coptas en Egipto?
Los cristianos como tales o, como el conjunto de los atentados que se han multiplicado en Egipto desde el golpe de Estado de 2013 y que no solo han atacado a los coptos, el régimen del mariscal Sissi y su represión sin límites de los Hermanos Musulmanes y de toda fuerza de oposición incluso las laicas?
Igualmente, ¿a qué atacan los grupos yihadistas del Sahel?
¿A la libertad, la democracia o bien a regímenes que han abandonado a las minorías del desierto?
En cuanto a los elementos argelinos del yihadismo en esta región, siguen siendo la herencia del golpe de Estado del ejército argelino de enero de 1992 contra el partido islamista democráticamente vencedor en las urnas.
Argelia de 1992 y Egipto en 2013 tienen un punto común que podría resumirse así: vosotros, partidos del islam político que respetáis las reglas democráticas, podéis participar, pero en ningún caso ganar. ¿Cómo empujar mejor a una franja de ellos a irse, como reacción, al yihadismo?
Comprendemos que en Francia o en el Reino Unido, al EI le da igual la democracia, de las libertades, de las terrazas de los bares o de la celebración de conciertos de rock, en definitiva, de lo que son los Occidentales.
Pero no lo que hacen en Próximo Oriente, de las miles de toneladas de bombas que tiran allí, de su apoyo a los regímenes que le combaten así como a toda forma de oposición, aunque sea pacífica.
La valentía de Jeremy Corbyn
Aquí no se trata, en absoluto, de justificar y aún menos de excusar estos atentados, sino de situarlos en los contextos que los provocan.
A sus determinantes del otro lado del Mediterráneo se añaden los de la orilla Norte: el disfuncionamiento del vivir juntos, la desigualdad en la inserción en el mundo del trabajo según se llame uno Jean o Mohamed, la intolerancia ante las diferencias, particularmente exacerbada por los discursos de los partidos de extrema derecha con fuerte audiencia, y repetidos por otros partidos con fines electoralistas.
La discriminación y la desigualdad en función del origen étnico siguen siendo una realidad.
En Francia, antes rampante y de perfil bajo pero bien real, la estigmatización de los musulmanes ha aumentado progresivamente en los años 2000, con la polémica sobre el velo islámico, luego con el asunto Mohammed Merah, para hacerse aún más violenta con los atentados de enero de 2015 contra el diario Charlie Hebdo y el Hyper Cacher.
El mecanismo del proceso es, no obstante, sencillo:
racismo y discriminación engendran en el seno de la minoría discriminada reacciones identitarias que aumentan su estigmatización por la mayoría dominante, provocando de rebote respuestas más violentas entre esta minoría.
Y el puente se realiza con el llamamiento que organizaciones como el EI hacen a los musulmanes que viven en los países que participan en la coalición que le bombardean en Oriente, para que cometan ellos mismos atentados. La oferta de yihad hace así eco a una demanda de yihad.
Muy raros son desgraciadamente los políticos occidentales que se atreven a decir que Occidente debe interrogarse sobre su parte de responsabilidad en el desarrollo del yihadismo incluso en su propia casa.
En el Reino Unido, el líder laborista Jeremy Corbyn, en plena campaña electoral en el mes de mayo pasado para la renovación de la cámara de los comunes, asumió el riesgo político de establecer públicamente la relación entre lo que hace su país en Oriente y el aumento de los atentados en su suelo:
“Numerosos expertos, incluso los profesionales de nuestros servicios de información y de seguridad, han subrayado las relaciones existentes entre las guerras que nuestro gobierno ha apoyado o hecho en otros países y el terrorismo aquí, en nuestra casa. Esta evaluación no reduce en nada la culpabilidad de quienes atacan a nuestros niños. […].
Pero una comprensión bien informada de las causas del terrorismo es una parte esencial de una respuesta eficaz que protegerá la seguridad de nuestra población combatiendo más que alimentando el terrorismo” 1/.
En Francia, el candidato a la elección presidencial Emmanuel Macron subrayaba por su parte en la página web de su campaña que “las redes terroristas de Al Qaeda y del EI constituyen un asunto estratégico para Francia (…).
Dicho esto, hay que comprender en qué, en Francia, hay un caldo de cultivo, y en qué ese caldo de cultivo es nuestra responsabilidad”.
Más precisamente, planteaba la cuestión de los disfuncionamientos de la sociedad francesa que alimentan ese caldo de cultivo:
“Hay que mirar de frente el hecho de que nuestra sociedad, nuestra economía ha producido también anomia, exclusión, destinos individuales que han podido conducir a algunos y a algunas a llegar a atrocidades. (…) Tomar conciencia de los orígenes interiores del terrorismo, es también tomar la medida de las responsabilidades y pensar más ampliamente la respuesta al terrorismo. La ideología islamista (…) no tendría una influencia tan grande sobre los jóvenes franceses si la República no hubiera abandonado a una parte de su juventud”.
La ausencia de reflexión política
Sobre las actuales intervenciones militares exteriores francesas, todas ligadas a la lucha contra el terrorismo, el candidato Emmanuel Macron decía también:
“Si no se tiene a mano la solución diplomática y política sobre el terreno, proponer soluciones militares que no son siempre más que a corto plazo es equivocarse siempre”.
¿Existen soluciones políticas construidas y puestas en marcha sobre el terreno, paralelamente a las intervenciones militares contra el yihadismo, capaces de secar su caldo de cultivo político?
¿Paralelamente a los bombardeos en los que participa el ejército francés, el apoyo sin contrapartidas políticas -y no comerciales- concedido al mariscal Sissi en Egipto, a las monarquías del Golfo, al régimen iraquí; la flexibilización de la postura respecto a Bachar Al-Assad -que se ha servido del EI y de Al-Nusra favoreciendo su ascenso-; el apoyo al gobierno maliense sin exigir de él que respete finalmente las promesas, todas traicionadas desde hace decenios, hechas a las poblaciones tuaregs; la complacencia sistemática hacia Israel cuando viola permanentemente desde hace cincuenta años el derecho internacional en los territorios ocupados palestinos. ..
Todo esto es susceptible de atenuar el caldo de cultivo del yihadismo que la política de esos regímenes no hace más que mantener, igual que las intervenciones militares occidentales actuales?
A la pregunta de si el yihadismo ataca en Occidente a valores la respuesta es: no a los que son proclamados, sino a la forma en que son aplicados. Tanto en Occidente como en Oriente, solo las soluciones policiales y militares contra el yihadismo conducirán siempre a un callejón sin salida y le alimentarán cada vez más. Mientras Occidente prosiga políticas que contribuyen a fabricar terroristas aquí y allí, habrá atentados en todos los países promotores de la guerra -sin fin- contra el terrorismo.
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