O simplemente «los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal». Es como define la palabra del año el Diccionario Oxford, la tan pronunciada post-verdad.
El multimillonario Donald Trump lo tuvo claro. Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.
Y potenció una realidad paralela a través de facebook, dándole carpetazo a la prensa de calidad, a la más influyente, que le ninguneaba y pronosticaba su derrota.
El 2016 fue el año del revés.
Nada de lo que decían que tenía que ser, fue. La victoria del Brexit y de Trump son los dos grandes acontecimientos que ha encumbrado a la post-verdad, cuando al electorado le mueve más la víscera que la racionalidad.
Otros también quisieron asaltar los cielos, con sorpasso incluido, pero se quedaron al descubierto en un Parlamento que les aprieta.
Los medios de comunicación han perdido el monopolio del control de la información, mientras el mundo está cada día más globalizado, más hiperconectado, como si la ilusión de «Matrix» se hubiera convertido en realidad.
Nuestros cuerpos se mueven gracias a la mente conectados a un programa de ordenador a través de miles de tubos que nos chupan la energía. No distinguimos que es real o ficticio, creyendo que lo irreal y falso es la verdad.
En la era de las redes sociales tenía que surgir un camino intermedio. La culpa no es sólo de google, que nos hace olvidar la memoria, del falso creador de amigos, o de twitter, donde el contenido se reduce a un titular, cuanto más sensacionalista, mejor. Nuestras redes muestran vidas paralelas, otros seres que sólo atrapan un trozo de nosotros, que vendemos como si fuéramos directores de marketing de nosotros mismos.
Jugamos a tener amigos, relaciones y vidas impostadas.
La post-verdad ha estado presente siempre. Ya le dice el sacerdote a K en el «El Proceso»: «No, no hay que considerar que todo es verdad, solo necesario», a lo que responde K: «Una triste opinión, la mentira se convierte en principio universal». Es la palabra idónea que aceptamos sin rechistar.
¿Cómo no nos dimos cuenta de que nos pasaría factura?
Esa ingenuidad tan aplastante de haber dejado campar las mentiras en las redes, como si no fueran a traspasar las pantallas e instalarse en la vida real.
¿Os imagináis que a las trolas de la teoría de la conspiración del 11M le llamen ahora post-verdad? ¿O esas armas de destrucción masiva que justificó la invasión de Irak? El futuro apocalíptico descrito por Ray Bradbury ha llegado. Y nos retrata como una civilización occidental idiotizada, esclavizada por las imágenes.
Nadie lee ni piensa. Arderán los libros a 451 grados fahrenheit, mientras pasamos las páginas en un ebook.
Le llaman post-verdad, porque decir que es una puta mentira sonaría a realidad.
Una coalición de medios, compañías de redes sociales y organizaciones ligadas a contenidos 2.0 se ha creado en el marco de las llamadas "noticias falsas", en un intento de homologar toda expresión distinta a la versión corporativa de la información en una supuesta campaña de desinformación.
Se trata, más bien, de una cacería de brujas, de una reconversión de lo que llaman en periodismo "los hechos" y de la censura totalitaria a un click de distancia.
Vaya sorpresa: los medios corporativos son los principales adalides de la censura informativa. The New York Times, financiado por lo más opulento de Wall Street, en las recientes semanas ha sido juez y parte en torno a los “fake news” (o “noticias falsas”) para demandar la judicialización de diversos medios que ellos tildan de “prorrusos”, un mero chivo expiatorio para homologar toda disidencia a la política neoconservadora (y aliados) promovida por el aparato del actual gobierno estadounidense.
Al mismo tiempo, se intenta tipificar en la misma foto a aquellas organizaciones y medios identificados con la derecha conservadora y anti-establishment en suelo norteamericano y europeo junto a supremacistas blancos, ultranacionalistas, fundamentalistas cristianos y hasta ciertas milicias armadas, identificados con el presunto movimiento “Alt-Right” (derecha alternativa, en español), otro oasis ideológico a la merced de estos medios corporativos que buscan homologar a neonazis con los medios, grupos de pensamiento y organizaciones políticas cuyos contenidos e informaciones difieren profundamente de lo mil veces editorializado desde Nueva York.
El Times incluso ha publicado editoriales exigiendo la restricción de la información, menos la que ellos mismos reconozcan como válidas.
El editorial del Times
No sabemos qué desayunan pero sí qué escriben desde la mesa editorial del Times, cuyo editorial del 19 de noviembre es un mensaje frontal a Mark Zuckerberg y el equipo de la compañía Facebook.
A según, miles de “noticias falsas” se propagaron a través de esta red social antes, durante y después de las elecciones presidenciales en los EEUU, y que gracias a toda esa supuesta operación orquestada Donald Trump ganó el puesto para el trabajo en la Casa Blanca. En una nota anterior describimos las inmediatas consecuencias de esa historia.
Esta mesa editorial del Times presiona para la constitución por parte de la corporación de Zuckerberg de un sistema novedoso de censura para las redes sociales cuyo filtro esté supervisado, por supuesto, por la misma mesa editorial si es necesario.
En otros editoriales incluso ha hablado del concepto “post-truth”, una reconversión de lo que es “la verdad” y que ya tiene una entrada en el diccionario de Oxford.
Según esta institución, “post-truth” (en español, post-verdad) fue primeramente usado en 1992 en un ensayo escrito por el serbio-estadounidense Steve Tesich sobre el escándalo Irán-Contra y la Guerra del Golfo Pérsico, donde se impusieron la lógica emotiva y moralista por encima de los hechos “objetivos” (usando la nomenclatura) para justificar ambos litigios, y citamos:
“Nosotros, como pueblo libre, hemos libremente decidido que queremos vivir en una suerte de mundo post-truth”.
El bloguero británico Neil Clark replica que tanto los “fake news” como las políticas “post-truth” de los propagandistas de la guerra son el mejor ejemplo de lo que los psicólogos llaman una “proyección”.
Por otro lado, el laureado periodista estadounidense Robert Parry, con relación al editorial reseñado, pregunta:
“Entonces, ¿debería Zuckerberg prevenir que los usuarios de Facebook hagan circular historias del New York Times? Obviamente, el Times no favorecería esa solución para el problema de las “noticias falsas”.
En vez, el Times supone ser uno de los árbitros que decidan cuáles medios en la web serían prohibidos y cuáles obtendrían el sello de oro aprobatorio”.
La proposición del Times, argumenta Parry, se contradice debido a que este medio corporativo es una de las máquinas proveedoras de “noticias falsas” más voluminosas del mundo.
Los de Nueva York se erigen como juez y parte.
Junto al Times y The Washington Post se encuentran otros medios corporativos que se han unido a una iniciativa creada por la compañía Google, una coalición llamada First Draft que está llamada a crear una especie de Ministerio Global que decidiría cuáles noticias pueden ser tildadas de verdaderas y cuáles de falsas.
Coalición corporativa del silencio
El proyecto First Draft News, iniciado en 2015, es una iniciativa de Google News Lab (ala de la compañía encargada de la verificación de información y la minería de datos).
Entre otras organizaciones corporativas de medios y de redes sociales, y con el patricinio mayoritario de Google News Lab, tenemos a:
Storyful, una compañía de productos multimedias para redes sociales que trabaja con The Wall Street Journal y perteneciente a News Corp, el conglomerado mediático más grande del mundo.
Eyewitness Media Hub, una organización corporativa de verificación de datos y derechos de autor que también opera como un centro de formación para jóvenes periodistas.
Bellingcat, financiado por la Fundación Open Society y la Usaid, cuyo “grupo de investigadores y periodistas” tuvo un papel clave en la campaña de desinformación con informes que culpaban al gobierno ruso y las milicias del Donbass de la caída del avión MH17 en Ucrania.
Tanto la Fiscalía holandesa como un informe de 31 páginas desmintieron las informaciones publicadas por Bellingcat.
Llama la atención que
los propulsores de First Draft son las mismas corporaciones proveedoras de “fake news”.
Seguro la lectoría podrá reconocer unos cuantos medios y redes que componen la coalición:
Uno de los propósitos de esta iniciativa es la de producir un filtro de datos e información traducido en una censura algorítmica, según Facebook, “to reduce human bias”, es decir, para reducir el sesgo humano en el tratamiento de la información.
No es un dato menor, ya que se hace en nombre de los “fake news” y las políticas “post-truth”.
En la segunda entrega de este trabajo de investigación se ahondará en otros trabajos que se distinguen por imponer el relato de las “noticias falsas” en una suerte de cacería política de brujas, con The Washington Post como principal vocero de una operación psicológica en el marco de la nueva guerra fría de la información.
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