Donald Trump: ¿cambios a la vista?
Por Marcelo Colussi
Las recientes elecciones en Estados Unidos, con el triunfo de Donald Trump, han abierto una serie interminable de especulaciones.
Las recientes elecciones en Estados Unidos, con el triunfo de Donald Trump, han abierto una serie interminable de especulaciones.
La presente -quizá, finalmente, una más de tantas- pretende no ser eso sino, antes bien, una afirmación: no sabemos con certeza qué va a pasar. De eso podemos estar seguros: nadie sabe con exactitud para dónde van las cosas.
De haberse impuesto Hillary Clinton, la candidata natural de Wall Street, del gran capital financiero, las petroleras, del complejo militar-industrial y las grandes corporaciones mediáticas, todo se sabría con claridad: seguiría todo igual.
Es decir: en lo que concierne a su política externa, los planes neoliberales impulsados por los organismos de Breton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), las guerras “preventivas”, la injerencia descarada de Washington en los asuntos internos de casi todos los países del mundo y su voracidad consumista sin límites, no se modificarían.
Estados Unidos seguiría siendo la gran potencia, empantanada a partir de la crisis del 2008, perdiendo cada vez más terreno en el ámbito económico, compitiendo geopolíticamente con Rusia y China y coqueteando con la posibilidad de una tercera guerra mundial.
Estados Unidos seguiría siendo la gran potencia, empantanada a partir de la crisis del 2008, perdiendo cada vez más terreno en el ámbito económico, compitiendo geopolíticamente con Rusia y China y coqueteando con la posibilidad de una tercera guerra mundial.
Nada de eso se hubiera modificado en la arena internacional. Y en lo interno, tampoco.
Es decir: seguiría el proceso de empobrecimiento de su clase trabajadora a partir de la relocalización creciente de su parque industrial (instalación de sus empresas en otros puntos del mundo aprovechando mano de obra más barata y exenciones impositivas)
y de la crisis capitalista que aún no termina, seguirían las deportaciones de inmigrantes indocumentados (con Barack Obama se deportaron 3 millones de “mojados”, la misma cantidad que promete expulsar Donald Trump),
y probablemente seguirían ciertas acciones políticamente correctas, más cosméticas que otra cosa, en relación a derechos civiles de los estadounidenses (matrimonios gay, leyes de aborto, legalización de la marihuana para fines recreativos, reivindicación de algunas minorías y un discurso -léase bien: ¡discurso!, no otra cosa- con un talante medianamente socialdemócrata).
y de la crisis capitalista que aún no termina, seguirían las deportaciones de inmigrantes indocumentados (con Barack Obama se deportaron 3 millones de “mojados”, la misma cantidad que promete expulsar Donald Trump),
y probablemente seguirían ciertas acciones políticamente correctas, más cosméticas que otra cosa, en relación a derechos civiles de los estadounidenses (matrimonios gay, leyes de aborto, legalización de la marihuana para fines recreativos, reivindicación de algunas minorías y un discurso -léase bien: ¡discurso!, no otra cosa- con un talante medianamente socialdemócrata).
¿Qué pasará con Trump en la Casa Blanca? ¿Cambiará todo eso?
Insisto en lo enunciado más arriba: hay mucho de especulación en todo esto, nadie sabe exactamente qué va a pasar con este impredecible magnate en el Poder Ejecutivo de la gran potencia.
Lo que sí está claro es que, en lo político-ideológico, habrá una involución considerable.
El discurso de campaña ya lo preanunciaba: Trump representa una posición conservadora, racista, xenófoba y machista (¿quién, si no, podría ser dueño del Concurso de Miss Mundo promoviendo el más ramplón y agresivo sexismo?).
La designación de sus primeros colaboradores para la futura administración lo permite ver con claridad: el discurso “wasp” -avispa- (white, anglosaxon and protestant: blanco, anglosajón y protestante), es decir: la ideología supremacista blanca, machista y de cow boy hollywoodense, va entronizándose.
Hillary Clinton también es de derecha, de una extrema derecha belicista, siguiendo fielmente los pasos de lo peor de los ultraconservadores de los Chicago’s boys, pero su discurso era más moderado.
La cuestión, en política, no es tanto ver qué se dice sino qué se hace.
De momento no está claro qué hará Trump. Especulaciones hay muchas, muchísimas.
Se han dicho las más variadas cosas: desde que es un candidato del presidente ruso Vladimir Putin (¿pagado por el “oro de Moscú”?, como se decía durante la Guerra Fría) hasta que aquí comienza el retroceso de las políticas neoliberales.
Diría que nadie sabe a cabalidad con qué se puede salir este impredecible político que habla el lenguaje de la antipolítica. Y las especulaciones siguen siendo eso: especulaciones.
Está claro, sin dudas, por qué el magnate neoyorkino ganó el entusiasmo popular.
Por un lado, porque el votante estadounidense término medio habla ese lenguaje: es racista, xenófobo, ultranacionalista, machista, conservador.
Por un lado, porque el votante estadounidense término medio habla ese lenguaje: es racista, xenófobo, ultranacionalista, machista, conservador.
Dicho de otra manera: Homero Simpson es su ícono por excelencia (de ahí los epígrafes citados). Pero por otro, y quizá esto es lo fundamental, porque Donald Trump levantó al mejor modo del mejor populista un discurso emotivo que tocó la fibra de muy buena parte de estadounidenses golpeados por la actual crisis y por los planes de cierre industrial de estas últimas décadas.
Su promesa es recuperar el esplendor perdido, cuando Estados Unidos era esa potencia intocable de la post guerra del 45: productor, en ese entonces, del 52 % del producto bruto mundial, líder en ciencia y tecnología, con un dólar que se comía el planeta, con un american way of life que se imponía presuntuoso por todo el globo, excepción hecha del espacio soviético y con un paraíso de consumo por delante (motores de automóvil de 8 o 12 cilindros, para graficarlo claramente: la personificación del derroche).
En otros términos, lo que propone ahora es cerrarse sobre sí mismo como país, desconocer los planes globalizadores, hacer retornar las empresas salidas de territorio estadounidense y levantar el nivel de vida deteriorado.
Por supuesto que para Homero Simpson, a quien lo único que le interesa es tener la refrigeradora llena de cerveza, el automóvil con mucha gasolina frente a su casa y adora a la televisión como su supremo gurú, esas promesas -populistas, chabacanas- lo llenan de expectativa. ¡Por eso este excéntrico outsider del show mediático-político pudo ganar las elecciones!
Ahora bien: ¿es posible cumplirlas? Todo indica que no. No nos atrevemos a decir que radicalmente no, porque nadie sabe con qué as bajo la manga podrá aparecerse Trump. Pero la política no se mueve por caprichos: es la expresión de juegos de fuerza en las sociedades, es expresión de los poderes que mueven la historia.
En ese sentido, podemos ver que la línea sobre la que se mueve Estados Unidos como gran potencia no se fija desde la Casa Blanca: hay grupos de poder -las petroleras, el complejo militar, los grandes bancos- que mueven fortunas inimaginables siendo quienes verdaderamente establecen el rumbo del país (pretendiendo también fijar el rumbo del mundo).
Esos megagrupos y sus llamados tanques de pensamiento (centros académicos al servicio del gran capital) bregan “por un nuevo siglo americano”, es decir, por seguir manteniendo la supremacía global en lo económico y militar, y no tienen color partidario, demócrata o republicano.
Solo tienen el color verde del dólar como consigna, y el rojo de la sangre, cuando es necesario derramarla (la sangre no propia, por supuesto) para asegurar la supremacía del verde.
El declamado culto a la libertad y a la democracia es solo complemento del show para consumo de la masa.
En otros términos: ¿quién manda?
¿El presidente desde la oficina oval, o las cosas son algo más complicadas?
El neoliberalismo, eufemismo por decir capitalismo ultra salvaje sin anestesia, es una gran plan económico-político-cultural que ha servido para llevar esos megacapitales a niveles inconmensurables, pero también para detener (o demorar, más específicamente dicho) la protesta popular, la reacción de la clase trabajadora.
El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo, sin dejar que se vea ese terror, porque sabe que inexorablemente tiene sus días contados; de lo que se trata es de posponer lo más posible ese cambio.
En definitiva el mundo, jamás hay que olvidarlo, sigue estructurado sobre la lucha de clases y la explotación de los trabajadores, únicos creadores de la riqueza humana. ¿Trump toca algo de eso? ¡¡Ni pensarlo!! ¿Por qué habría de tocarlo?
Él es un magnate más, quizá no de la misma monta de estos que fijan los destinos del mundo (banca Rockefeller-Morgan, banca Rotschild, los grandes fabricantes de armamentos, etc.), pero uno más de esa clase. Homero Simpson, más allá del chauvinismo circunstancial que los pueda reunir, sigue siendo su esclavo asalariado.
Su promesa de campaña es para reactivar el capitalismo, no para negarlo. Que el neoliberalismo de estas últimas décadas haya empobrecido a grandes masas de trabajadores estadounidenses y que el histriónico nuevo presidente prometa reimpulsar la vieja industria hoy alicaída es una cosa; que se plantee ir más allá del capitalismo… ¡es una locura! El problema de fondo no es la globalización neoliberal: ¡es el capitalismo!
¿Puede, entonces, el campo popular de fuera de los Estados Unidos pensar en algo nuevo con este nuevo presidente?
En absoluto.
¿Es acaso esto la posibilidad del fin del neoliberalismo y las recetas fondomenetaristas?
Nada indica que eso sea posible. Como se dijo más arriba, el ocupante de la Casa Blanca toma decisiones, pero nunca está solo. Los megacapitales, repitámoslo, no son ni republicanos ni demócratas: ¡son megacapitales!
El discurso de campaña es una cosa, la realidad política una vez asumido el cargo es otra. Lo llamativo aquí es que Trump, en realidad, no es ni demócrata ni republicano, pese a haber ganado con la etiqueta de ese partido. Eso es lo que complica las cosas y abre interrogantes. Es confuso, si se quiere; los megacapitales no.
Es probable que se endurezcan ciertas cosas en la cotidianeidad estadounidense.
Quizá para los inmigrantes irregulares provenientes de Latinoamérica la situación se torne más problemática. El supremacismo blanco parece ganar fuerza; por lo pronto, el Ku Kux Klan saluda eufórico al nuevo presidente; mala señal, sin dudas.
Si bien Trump puede ser un populista para sus votantes: los Homero Simpson blancos, el racismo que transmite es peligroso. “Heil Trump!”, ya se ha dicho por ahí. De todos modos, el muro famoso a construirse en la frontera con México suena más a disparate proselitista que a posibilidad real.
En la arena internacional, a partir de un posicionamiento pragmático de Trump, es posible que baje la intensidad de una posible guerra nuclear (locura apocalíptica no desdeñable para los halcones de la política real, los que no ocupan cargos públicos pero que dirigen los acontecimientos desde sus pent-houses).
De todos modos, nada está escrito.
Su apuesta, en principio, apunta a bajar los inconmensurables gastos bélicos para reinvertir en la economía local. Queda por verse si el monumental complejo militar-industrial, verdadero mandamás en la dinámica estadounidense, lo permitirá.
Como este breve opúsculo está escrito pensando, ante todo, en la clase trabajadora latinoamericana, la inmediata percepción de la situación no nos puede llevar a estar contentos. Quizá tampoco lo estaríamos con Hillary Clinton en la presidencia.
Según pregona la gran prensa de las corporaciones mediáticas, ella representaba el equilibrio, en tanto el magnate neoyorkino sería sinónimo de ¿chifladura?
Pero seamos mesurados en el análisis, y rigurosos: con una u otro, no hay buenas noticias a la vista para los pueblos del “patio trasero”.
¿Podrá haber buenas noticias para la clase trabajadora que lo votó?
Esa es la expectativa, la esperanza de Homero Simpson.
Los trabajadores estadounidenses están bastante golpeados; su situación no va para mejor y la falta de empleos preocupa.
Pero que Donald Trump logre salir a) de esta crisis estructural y b) dar marcha atrás con la globalización neoliberal que ha ido cerrando empresas en su propio territorio dejando en la calle a innúmeros asalariados, no parecen tareas fáciles.
Antes bien: parecen casi imposibles.
Que la gran potencia evolucione hacia posiciones de ultraderecha, neonazis, ultraconservadoras, no es un imposible.
Que Trump se atreva a oprimir el botón nuclear, no parece lo más posible ahora.
Que su economía mejore considerablemente, no se lo ve muy cercano en realidad (eso quizá ya no pueda suceder más). Que los pueblos latinoamericanos seguiremos empobrecidos y, en muchos casos, intentando viajar hacia el “sueño americano” en condiciones precarias, es un hecho. Que esperemos cambios positivos con este representante de la clase dirigente del principal país capitalista, es una absoluta tontera.
http://www.hispantv.com/noticias/opinion/325275/trump-cambios-especulaciones-clinton-neoliberalismo
La elección de Trump
¿muerte de la globalización y renacimiento de la nación?
- Ver Original
- abril 12º, 2015
Una de las razones que impidió a los principales medios de comunicación occidentales ver venir la victoria de Donald Trump es la ceguera ideológica de la élite oligárquica y globalista.
En efecto, quienes pertenecen a la clase dirigente política, mediática o económico-financiera, están todos comprometidos con la causa de la globalización económica, cuyo centro ideológico e histórico es el mundo anglo-americano.
La Unión Soviética y el comunismo internacional vieron su final formal con la caída del muro de Berlín. ¿Podemos afirmar que el fin de la globalización económica por su parte, ha sido firmado con la elección de Donald Trump?
Es una interpretación que tiene sentido si uno cree lo que el economista estadounidense James Kenneth Galbraith escribió en 2008:
"Si el credo soviético era la planificación centralizada, el nuestro era su contrario absoluto: el culto al mercado libre. Peroen los Estados Unidos la relación entre la teoría y la práctica política no es fácil. A este respecto, el parecido con lo que pasaba en la antigua Unión Soviética es preocupante: la acción pública americana no era (y no es) regida por los principios de la doctrina oficial. La doctrina más bien sirve como un mito legitimador, lo que se dice y se les repite a niños en las escuelas, pero que nadie se toma en serio en los círculos de poder.
¿Cuál es la utilidad del mito? El mismo aquí hoy que ayer allá: establece límites a la oposición, restringe la circulación de las ideas y reduce la esfera del debate aceptable respetable... La oposición respetable jura lealtad al sistema mediante la aceptación de su mito director. [i]
El éxito de Trump es que no ha cumplido con este mito, este dogma; al contrario, él ha atacado frontalmente el libre comercio generalizado, señalando sus desastrosos efectos sociales y económicos.
La globalización como herramienta de dominación oligárquica
Como lo mostró el economista James K. Galbraith en su libro El Estado depredador [ii] , el control de la economía de Estados Unidos pasa de las manos de los industriales a las de los banqueros, reemplazando la economía real por la economía ficticia con la preeminencia de un capitalismo accionarial y especulativo [iii] consuciendo a una destrucción del tejido industrial y a una financiarización de la economía de Estados Unidos, y por lo tanto de la del mundo.
América salió entonces de la era del paternalismo benévolo de tipo fordista (Henry Ford) - mutuamente beneficioso para los dueños del capital y para los trabajadores -, para entrar en la de la rapacidad bancaria, devastadora y apátrida.
El imperio estadounidense, cuyo aparato estatal ha sido investido por una oligarquía multisecular, no podía, como su predecesor inglés, controlar el mundo sólo por un poderoso ejército (hard power), sino que tuvo que adaptarse a una mundo cada vez más vasto (por su demografía y por la reemergencia de potencias económicas y militares), aplicando los principios del soft power, y particularmente utilizando las relaciones de poder como las instituciones internacionales, los lobbys, los medios de comunicación internacionales y las redes de influencia de carácter oculto, que se encargarán de someter a la humanidad.
El acuerdo de Bretton Woods en 1944, que debía responder a la crisis de 1929 (que fue resultado de la especulación financiera), dio origen al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. Lo que desembocó de estos acuerdos era conforme a la voluntad de los Estados Unidos, es decir, hacer del dólar el instrumento de referencia internacional e imponer la liberalización de los movimientos de capitales.
Las reglas del comercio internacional fueron tratadas durante la conferencia de La Habana ese mismo año. Los norteamericanos se habían negado a firmar el acuerdo que pretendía regular el comercio sobre bases nacionales y proteccionistas, ya que eran partidarios del libre comercio.
La Organización Mundial del Comercio que nació en 1995 se encargará de responder los deseos de los Estados Unidos favoreciendo el sistema de libre cambio generalizado, que irónicamente ha golpeado a Estados Unidos con el flagelo que impusieron al mundo: la desindustrialización y el desempleo masivo.
En la presente secuencia histórica, es evidente que el imperialismo norteamericano se mantiene sólo por la amenaza militar (hard power), y la política de la subversión (revoluciones de color y guerras civiles)... Tal sistema de dominación, en la escala de la historia, no puede sino durar sólo el tiempo que dura un relámpago; algo que habían comprendido los imperios tradicionales de la antigüedad que se mantuvieron sobre una base de legitimidad, de "superioridad civilizacional" y de aceptación de los pueblos dominados.
El poder imperial así como sus instituciones internacionales se quedaron sin fuerzas a pesar de, o a causa de sus esfuerzos. El paso de un soft powerseguro de sí a un hard power nervioso y febril es la manifestación de una verdadera y profunda debilidad moral y material que toca el corazón mismo del imperio.
El fracaso de la globalización ha hecho el éxito de Trump
Es esta catástrofe causada por el libre comercio y la financiarización de la economía - identificada por el pueblo estadounidense – lo que Trump ha denunciado y a la que ha propuesto soluciones adecuadas (que muchos economistas proponen desde hace años).
Responder a las expectativas del pueblo estadounidense, encargarse de sus preocupaciones, es de ahí de donde viene el éxito de Donald Trump, no por su personalidad y sus declaraciones "racistas" que habrían empujado a los "pequeños blancos sub-educados de sexo masculino" a votar por él.
Un análisis de la sociología electoral pone en evidencia que la realidad está bien lejos de la propaganda mediática que quiere enmascarar la victoria de la cuestión socio-económica con la de los conflictos raciales [iv] .
El periódico Atlántico informa del estudio posterior a las elecciones que ha hecho el New York Times y que desmintió las encuestas sobre el electorado de Donald Trump:
"Donald Trump fue la sorpresa en estas elecciones. The New York Times analiza la evolución de los grupos sociológicos que explica este resultado que ha confundido a los analistas.
- Entre los blancos, Donald Trump ganó con un amplio margen entre los que no tienen un título de enseñanza superior, y aún así ganó en otros.
- La base electoral de Trump es la clase trabajadora blanca, que se define como los blancos que no tienen un título de enseñanza superior. Este grupo ha votado masivamente por Trump. Y si los graduados blancos votaronmás por Hillary Clinton, Trump, sin embargo, ha ganado en casa.
- División de clase. Hillary Clinton ganó entre los menos ricos (ingresos inferiores a 30.000 dólares por año), y los más ricos (más de 100.000 dólares en ingresos por año). Donald Trump ganó entre las clases medias:quienes ganan entre 50.000 y 100.000 por año (esos son los primeros afectados por los efectos del libre comercio).
- Minorías menos presentes de lo esperado. Si Hillary Clinton ha registradopuntuaciones leoninas entre las minorías, estos resultados siguen siendo inferiores a los alcanzados por Barack Obama en 2012, que le permitieronganar.
- Los hombres votaron Trump, y las mujeres votaron (relativamente) poco aClinton. Si Donald Trump ganó entre los hombres, lo que estaba previsto, lo estaba menos el apoyo de las mujeres, dado que Hillary Clinton habría sido la primera mujer presidente de los Estados Unidos, y dado que Donald Trump fue visto como misógino. Hizo una puntuación ligeramente por debajo de lo normal entre las mujeres ". [v]
La oligarquía, a través de su representante, Hillary Clinton - cuya campaña ha costado tres veces más cara que la de Trump, y que además contó con el apoyo de todo el aparato mediático -, quiso imponer temas sociales y raciales - los negros que votaron por el candidato de la oligarquía no eran conscientes de que iban en contra de sus propios intereses, especialmente económicos [vi] - para hacer frente a los temas socioeconómicos. Y el hecho de que esta estrategia haya fracasado incluso en Estados Unidos, un país cuya historia y construcción se basan en parte en la raza y la desigualdad estructural (heredada de la cultura inglesa), es muy significativo de la profundidad de la crisis.
El momento de las elecciones: la globalización o la nación
En su libro L’illusion économique [vii] (1998), el historiador y demógrafo Emmanuel Todd ha puesto de manifiesto la correlación entre el nivel de la educación y el progreso técnico e industrial, generador de la riqueza material de una sociedad. Sobre la base de esta "ley" antropológica y económica, el retroceso de la educación se puede interpretar como una de las causas del estancamiento o de la regresión de la productividad y del progreso técnico. Este es el caso de Estados Unidos, que han tenido una interrupción de su nivel educativo a partir de los primeros años sesenta. El resultado fue tan brutal como mecánico: la ralentización del nivel de productividad, seguido de una descomposición industrial, todo lo cual prepara el lecho de la recesión económica.
Esta situación ha sido agravada por el sistema de libre cambio global que puso a la industria de los Estados Unidos frente a titanes de la producción cuantitativa y cualitativa como Japón y Alemania, quienes, desde los años setenta, han acentuado - debido al régimen de libre cambio - la destrucción de la industria americana [viii] .
El éxito de Donald Trump es la reacción a este lento proceso regresivo que alejó a América de su sueño.
Que la cuestión económica se haya combinado con la delcuestionamiento del costoso e inútil imperialismo es consistente: el librecambio está asociado al imperialismo estadounidense, los cuales seoponen al aislacionismo geopolítico acoplado al proteccionismo económico.
Es esta realidad la que Donald Trump fue capaz de formular en lenguaje sencillo y comprensible para la masa.
Pero no hay que esperar con el presidente Trump un desmantelamiento del sistema imperial de Estados Unidos y de las instituciones de la globalización. Esta enorme máquina no está bajo el control de la Casa Blanca.
Sin embargo, lo que estamos presenciando es un importante cambio ideológico que impactará de una manera u otra en la realidad material, debido a que las estructuras y la ideología que las subyace están relacionadas entre sí.
Esta ventana histórica que acaba de abrirse ofrece a Europa en general, y a Francia en particular, un margen de maniobra (posiblemente de corta duración), que eventualmente permitirá al continente emanciparse de la tutela de Estados Unidos y reorientar así su política (esta ventana providencial, la anunciaba en un artículo en diciembre del año 2015 [ix] , pero no me esperaba verla abrirse en los EE.UU.). Pero esto sólo será posible después del barrido puro y simple de la clase política francesa.
Los Estados Unidos están en el mundo occidental contemporáneo a la vanguardia ideológico-política - ya que son el centro de la producción "cultural" de Occidente - la elección de Trump podría justamente ser el impulso de una dinámica "revolucionaria" o de un vuelco en Europa occidental. Hoy, los europeos exasperados por una casta política corrupta y por la dictadura tecnocrática y bancaria del politburó de Bruselas, pueden decirse "si los americanos lo han hecho, es que es posible".
La política es el arte de lo posible.
[I] James K. Galbraith, L’Etat prédateur, 2008, éd. Le Seuil, 2009, p. 17.
[Ii] James K. Galbraith, op. cit.
[Iii] Sobre el capitalismo accionarial ver: Frédéric Lordon, La crise de trop, Fayard, 2009.
[Iv] Véase el análisis del sociólogo y ensayista Alain Soral después de la elección de Donald Trump (9 de noviembre de 2016): http://www.egaliteetreconciliation.fr/ERFM-Emission-speciale-Election-americaine-et-Donald-Trump-42484.html
[Vi] Véase la conferencia que Emmanuel Todd dio un par de horas antes de las elecciones de Estados Unidos*, el 8 de noviembre de, 2016 : https://blogs.mediapart.fr/xipetotec/blog/081116/crise-de-la-societe-americaine-crise-de-la-globalisation (ver la conferencia).
[Vii] Emmanuel Todd, L’illusion économique : Essai sur la stagnation des sociétés développées, Gallimard, 1998.
[Viii] Emmanuel Todd, op. cit.
Youssef Hindi es escritor e historiador de la escatología mesiánica. Es autor de obras Occident et Islam – Sources et genèse messianiques du sionisme. De l’Europe médiévale au Choc des civilisations y Les mythes fondateurs du choc des civilisations. 2016, Ediciones Sigest.
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