¿Qué hacen los más ricos (Amancio Ortega, Bill Gates) influyendo en la salud pública?
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- junio 13º, 2017
La donación del dueño de la multinacional de la moda Zara, Amancio Ortega, de equipos para la detección y tratamiento del cáncer por valor de 320 millones de euros, ha llegado con polémica.
Es de bien nacidos ser agradecido. Lo creo. Como también pienso que asistimos a la puesta en escena del llamado filantrocapitalismo, la estrategia consentida o fortuita de los más pudientes de cooptar instituciones públicas.
Vivimos en una sociedad capitalista, vale. Pero las cuestiones privadas y públicas deberían estar bien diferenciadas.
Y las instituciones públicas bien financiadas… con dinero público. Los intereses privados, de manera legítima, defienden su propio interés, por eso son privados, claro. Los intereses públicos (y los organismos) parece que como son de todos y todas interesan menos (y se deterioran más).
Amancio Ortega, dueño de Zara.
En los últimos años los nombres de Bill Gates, dueño de Microsoft y Amancio Ortega, fundador de Zara, han ido parejos porque son los dos hombres más ricos del mundo.
¿Quién de los dos lo es más? Pues depende de cómo estén sus acciones en la Bolsa ese día y a la hora en que nos lo preguntemos (si es que lo hacemos).
Desde no hace mucho los intereses privados han ido penetrando la esfera de lo público. Ahí está el fenómeno del lobby, que no es otra cosa que la presión sistemática que los grupos industriales hacen en la esfera política para que se legisle a su favor o al menos no en contra de sus intereses.
Es una perversión de la democracia.
También hay otro fenómeno, las denominadas “puertas giratorias” o el trasvase de cargos públicos de importancia al sector empresarial privado y al revés, el fichaje de ejecutivos de grandes empresas para su desempeño en la política.
Bill Gates, máximo filántropo de la OMS.
La mayor institución sanitaria del mundo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se supone que es pública. Su financiación ha de provenir de los países que la conforman. Pero esto ya no es así y hoy el máximo financiador de la OMS es Bill Gates a través de la Fundación Bill & Melinda Gates.
Entre él y buena parte de las principales compañías farmacéuticasproporcionan la mayor parte de los ingresos de dicho organismo.
Que los 194 países que componen la OMS no tengan la influencia económica de un multimillonario y varias farmacéuticas es un problema.
Los programas de esta organización en los que estos filántropos ponen dinero tiene la orientación que ellos marcan.
La población a la que van dirigidos ha de contentarse con el gusto o el interés de quienes los financian coincidan con sus necesidad sanitarias.
Que las mismas farmacéuticas que ponen en el mercado medicamentos que dañan, que sobornan a médicos y doctoras, que son perseguidas por el fisco o por publicidad engañosa en muchos países, en definitiva que son corruptas, ¿pueden ser adalides de la salud pública?
Si Amancio Ortega entrega a los hospitales españoles un montón de equipos que se entiende que son necesarios es porque hay una falta en nuestra sanidad y debe ser el ámbito público el que lo solucione.
Contrasta también, como en el caso de las farmacéuticas, el interés de Ortega por prevenir el cáncer, que no dudo que sea auténtico, con algunos aspectos “oscuros” que algunas organizaciones no gubernamentales han denunciado.
Me refiero, por ejemplo, a la explotación laboral en talleres vinculados a Zara en países como Brasil (y no son hechos aislados). El empleo de mala calidad también impacta en la salud pública. El diario El Mundoanimaba en un editorial titulado Despreciable crítica a la filantropía a
aplaudir a este empresario que ha amasado su riqueza gracias a su trabajo“.
Lo que se critica no es la filantropía sino el uso interesado e hipócrita de la misma.
Quizá es que estamos entrando de nuevo, casi sin darnos cuenta e incluso con el buen tono que rodea a las donaciones y la supuesta filantropía, en una era de plutocracia, aquel modo de oligarquía en la que una sociedad está gobernada o controlada por la minoría formada por los miembros más ricos de la misma.
Cuando el dinero que llega es privado, lo mismo que ha venido puede irse en cualquier momento pues no llega por cauces democráticos sino que es fruto del libre albedrío de una o unas personas concretas. Éstas suelen buscar un rendimiento social a su inversión.
El filantrocapitalismo, dicen los críticos, no va a la raíz de los problemas (la pobreza, la corrupción) sino que aplaca síntomas: hay un problema muy grave por el enorme número de muertes por cáncer en nuestro país versus se compran aparatos de diagnóstico. ¿No sería más sensato ir a las causas?
El filantrocapitalismo se queda digamos en la superficie, no profundiza y no puede hacerlo porque los donantes son, por lo general, fruto de unasociedad injusta que, en el mejor de los casos ha sonreído a sus proyectos (de lo cual hay que alegrarse) y en el peor, sus proyectos se han reído de la justicia (se sustentan en la injusticia).
¿A alguien le parece bien “amasar su riqueza” proveniente de la venta de productos nacidos de la explotación laboral o la semiesclavitud?
Otro problema es que las donaciones, como escribía, tapan un agujero de la administración pública que una vez cubierto esta no se encargará de reparar, se crea así una dependencia de lo privado.
Él ha trabajado bien cómo mediante la estrategia de las donaciones algunos multimillonarios cuya riqueza ha crecido mediante negocios sucios han cooptado y pagado a numerosos líderes ecologistas (algunos los tengo en gran estima) para expandir sus intereses.
En suma, el filantrocapitalismo se basa en el principio de que hay que hacer circular la riqueza, lo que es muy buena idea. El asunto está en que si son los potentados de una sociedad injusta quienes lo hacen los cambios serán puro maquillaje porque casi nadie quiere cambiar una sociedad que le beneficia.
Lo que sí puede cambiar una sociedad es que esta, de manera democrática, cree las condiciones para que se genere la riqueza y los mecanismos democráticos para un reparto equitativo y sensato de la misma.
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