26-J: No te abstengas, es lo que quieren
AGUSTíN MORENO | Publicado: 4/5/2016
Estamos ante una situación insólita: la convocatoria de nuevas elecciones seis meses después de haberse celebrado las anteriores. Y es cierto que tienen responsabilidad los partidos políticos con representación parlamentaria suficiente para poder formar gobierno. Pero no todos por igual. El PP ni ha intentado la investidura por la falta de apoyos tras haber actuado como un gobierno de hooligans y por su liderazgo cesarista.
El PSOE era el único que podía haber formado gobierno si no se hubiera enrocado con el pacto con Ciudadanos (C’s). El vértigo a pactar con la izquierda ha malogrado la formación de un gobierno progresista. La responsabilidad es sólo suya, porque a Podemos e IU ni les quería ni podían abstenerse ante un gobierno PSOE-C’s sin riesgo de romperse.
Ahora todo el mundo acusa genéricamente a los líderes de los partidos. Desde los editoriales de la prensa a tertulianos, cantantes y ciudadanos de calle o de barra de bar. Es una acusación simplona que conecta con el rechazo popular hacia la llamada “clase política”.
Por supuesto, los “políticos” tienen muchas culpas, incluso hay que considerarles, como a todo poder, sospechosos de poder incurrir en mala conducta, visto lo visto en materia de corrupción.
Ahora bien, las cosas son mucho más complejas y la brocha gorda sirve para exacerbar los más bajos instintos hacia la antipolítica y estimular la no participación ciudadana.
Es como lo de enfatizar el coste de las elecciones, algo que es el chocolate del loro si tenemos en cuenta el gasto militar o el saneamiento de la banca. Que sean austeros, por supuesto, pero bien empleado estaría ese dinero si sirve para elegir un gobierno decente, competente y al servicio de la mayoría social.
Las cosas son más complejas y profundas. No son las personas, es el sistema el que falla. Hay dos grandes cuestiones que están detrás del fracaso a la hora de pactar fórmulas de gobierno y, si nos quedamos con lo superficial, no entenderemos por qué nos puede volver a suceder.
Por un lado, está la maldición del bipartidismo. Estamos pagando la herencia de un sistema político que se ha construido sobre la base de dos partidos de la máxima fidelidad para el régimen del 78. Y este turnismo, con paralelismos con el de la primera Restauración borbónica, se construyó sobre la base de la ley electoral y la aplicación de la regla D´Hondt para evitar cualquier sobresalto.
¿Nadie consideraba una anomalía democrática que nunca, repito, nunca en casi cuarenta años de democracia haya habido un gobierno de coalición en el ámbito del Estado?
Pero el bipartidismo se acabó. Ha durado hasta que se ha empezado a romper por la aparición de nuevas fuerzas políticas que han acabado con el monopolio de la representación. Se ha pasado a un modelo pluripartidista que no se sabe gestionar.
Sin embargo, la experiencia en los ámbitos municipales y autonómicos es muy diferente.
Son numerosos y habituales los gobiernos fruto del pacto de varios partidos y muy pocos los bloqueos. ¿Cuál es la razón si son los mismos partidos y el mismo clima político?
La causa hay que buscarla en que las circunscripciones electorales en los ayuntamientos y comunidades autónomas permiten un reparto más proporcional de la representación.
Esa expresión de la pluralidad obliga a la negociación como hábito, a ceder, a alcanzar acuerdos, a gobernar con otros. Ha creado una cultura política tan distinta que parece que estamos en países diferentes.
La otra gran cuestión que dificulta el pacto es la ruptura de los consensos por el maximalismo neoliberal y conservador de la derecha española, algo que creían impune. En la última legislatura el PP ha gobernado como si el país y sus instituciones fueran su cortijo.
Ha aplicado brutales recortes, ha contaminado y controlado a poderes constitucionalmente independientes, ha aplicado el rodillo parlamentario imponiendo leyes descabelladas. Gobernaban como si el poder fuera eternamente de su propiedad. Olvidaron las reglas de la democracia y han perdido una amplísima mayoría absoluta en una sola legislatura.
Se ha roto el principio de respeto a temas tan sagrados como la educación y la sanidad pública, los derechos y las libertades, la independencia de la justicia. Ello convierte en prácticamente imposible el pacto con los responsables del desaguisado si no es para revertir su política. Las situaciones de bloqueo se pueden volver a repetir.
Por más que se empeñe la derecha, el Ibex –y algunos barones y viejas glorias del PSOE- no es viable una gran coalición tras el 26-J. ¿Se imaginan al PSOE aceptando un gobierno presidido porRajoy y con Rafael Hernando de portavoz? Sería la crónica de un suicidio político anunciado como el de los socialistas griegos.
La única forma que tiene de gobernar la derecha es que esta vez sí les dé la suma de escaños y apliquen un “pacto a la madrileña” entre PP y Ciudadanos.
Es la única apuesta que le queda a Rajoy. Algo que, dicen las encuestas, no hay que descartar si aumenta la abstención, que es precisamente lo que se busca. Únicamente puede impedirlo la unidad ilusionante entre Podemos, Izquierda Unida y las Confluencias territoriales con un programa avanzado de cambio social y regeneración democrática.
La exigencia de unidad es un clamor de la calle, de ahí la gran responsabilidad que tienen en alcanzarla, porque no hacerlo se traduciría en una elevada abstención en la izquierda.
Pero más allá de la coyuntura, se tienen que producir cambios políticos concretos.
La derecha tendría que cambiar de dirigentes y resituar su posición en el tablero político, que pasa por no gobernar en exclusiva para las élites económicas y al servicio de la iglesia católica más conservadora. Pero, sobre todo, hay que acometer cambios estructurales.
Urge una nueva ley electoral que represente más fielmente la realidad política del país y no basada en el ventajismo. Hay que blindar los servicios públicos y el patrimonio de todos frente a recortes y privatizaciones. Debe implementarse con urgencia un plan de rescate ciudadano que garantice alimento, vivienda, trabajo y la reducción de las desigualdades.
Es necesario abordar un nuevo marco territorial afrontando democráticamente la situación de Cataluña. Todo ello tiene que ver con la apertura de un proceso constituyente, muy participado por la ciudadanía, que reformule y aumente la calidad de nuestra democracia.
Pero para que ello sea posible, como dice el refrán, “ojo al cristo que es de plata”.
La campaña de la antipolítica busca fomentar la abstención y ello tiene consecuencias.
Si se desmoviliza la izquierda la derrota es segura, o dicho de otra manera, menor participación electoral beneficia directamente al PP. Don Antonio Machado ya recomendaba: “Haced política, porque si no la hacéis alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”.
Origen: CuartoPoder.esn
Unas elecciones son un sistema de medida infalible, en ellas se ve qué talla política usan los que se presentan y también sus votantes, tal vez por eso las cabinas donde se puede votar en secreto se parecen tanto a probadores.
Las urnas son transparentes y deberían hacer que lo sean quienes se acercan a ellas, porque el recuento de las papeletas se supone que debe explicar lo que quieren los ciudadanos, a qué aspiran y de qué reniegan, cuál es su opinión y su ideología, en quiénes van a confiar y quiénes les han decepcionado, dónde desean ir y de qué preferirían alejarse, por qué camino han decidido seguir adelante y detrás de qué bandera...
Todo eso es legítimo porque es justo en lo que consiste la democracia, en escoger y decidir. Sin embargo, cada vez que los carteles vuelven a los muros y comienza una campaña, se repite un mensaje que simboliza exactamente lo contrario: el del voto útil, algo que tiene más de amenaza que de promesa y es a todas luces un intento de darle la vuelta a las cosas y transformar los principios en fines, porque lo que te sugiere es que dejes de lado lo que quieres que ocurra y pienses en lo que va a pasar; te piden que en lugar de hacer tu apuesta te subas al caballo del ganador y te dejan claro entre líneas que si no lo haces tendrás que atenerte a las consecuencias.
A estas alturas, podría ser que les saliese rana, porque aquí ya hay mucha gente escarmentada y quien te pide eso se vuelve sospechoso, aunque quizás ellos no se han dado cuenta, ya sabemos que muchos candidatos no se distinguen por su originalidad y que una gran parte de ellos cree que haberte vendido algo una vez demuestra que pueden volver a hacerlo.
Aquí y ahora,
¿qué se supone que es un voto útil? ¿Ir sobre seguro? ¿Volver a lo de siempre?
¿Dejarse de inventos y aceptar que lo que mueve este planeta es la economía, quienes mandan son los mercados y las monedas sólo tienen cara y cruz?
¿Cambiar los principios por los intereses y lo que piensas por lo que te imponen?
¿Hacer borrón y cuenta nueva?
¿Deshacer lo logrado en los últimos tiempos y regresar al bipartidismo, de forma que si eres de derechas apoyas al PP y si eres de centro te quedas con el PSOE, ya que así es como define a este partido su actual secretario general, tal vez para justificar su acuerdo con Albert Rivera y los suyos en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe? ¿Y si eres de izquierdas?
Claro, es que la izquierda se ve que en España no existe, sólo la “izquierda extremista”, como llama Pedro Sánchez, que en eso está en sintonía con el PP y Ciudadanos, a la coalición de Izquierda Unida y Podemos y por extensión a sus seis millones de votantes.
Los candidatos, unos y otros, deberían saber a estas alturas que a los votantes hay que convencerlos, no intimidarlos.
Y más aún en una cita en la que los mítines han cobrado la importancia que nunca habían tenido, porque esta vez no se va a tratar de hablarle a los convencidos sino de darles explicaciones: por qué pacté o no lo hice, cómo es que los enemigos pasaron a ser los aliados y a algunos compañeros de viaje les di la espalda... Lo mismo es que del voto útil al gobierno de concentración nacional, no hay más que un paso.
El asunto del voto útil refuerza la impresión de que hoy los dos partidos de siempre con aspiraciones a La Moncloa se han convertido en cuatro pero se siguen dividiendo en dos bloques: a un lado PP, PSOE y Ciudadanos y al otro Podemos.
Por ejemplo, lo que dice Sánchez del partido de Pablo Iglesias y sus confluencias es un calco de lo que declaran por tierra, mar y aire Fernández Díaz o Esperanza Aguirre, que aparte de tener a Venezuela todo el día en la boca como antiguamente tenían a la ETA y con los mismos propósitos, quieren atacar a Podemos en su raíz o lo que ellos suponen que lo fue, en las movilizaciones del 15-M.
Por supuesto, a las teorías hay que restarles o sumarles el historial de quien las sostiene, y si el ministro del Interior en funciones utiliza la palabra “libertad”, tenemos que recordar que se trata de un señor que va a rezar al Valle de los Caídos, condecora a estatuas de la virgen y, sobre todo, ha promulgado una ley mordaza cuyo único objetivo era amedrentar a sus compatriotas.
Este hombre baja a Madrid desde la tumba de Franco y dice que algunas iniciativas de los reunidos hace cinco años en la Puerta el Sol eran "impropias" de una sociedad democrática y que “un Gobierno de Podemos e IU arruinaría España”, como si quedase algo que llevarse después de pasar por caja sus compañeros Rato, Bárcenas, Matas, Granados, Fabra y compañía. A ellos qué les importa la realidad, si alguien como Esperanza Aguirre se va de verbena por San Isidro y define el 15-M como “una privatización del espacio público”, igual que si el principal objetivo de su mandato en la Comunidad Autónoma de Madrid no hubiera sido robarle sus hospitales y sus escuelas a los ciudadanos para hacer negocios con ellos.
No se sabe bien qué es el voto útil, pero sí el voto de conciencia: ése que debería hacer que cada uno de nosotros metiera en el sobre blanco y el sobre color salmón exclusivamente las papeletas que cree que van a hacer que nuestro país salga adelante, la injusticia no nos tenga rodeados y la desigualdad insostenible a la que nos han conducido estos cuatro años siniestros de Mariano Rajoy y su banda pasen a mejor vida. Eso sí que sería un voto útil.
La falta de operatividad, de toma de decisiones en favor de los ciudadanos más desfavorecidos se había agudizado con la llegada de lo que llamaron y que siguen llamando crisis y que no es tal, en una clara dejación de funciones ante situaciones dramáticas de una injusticia palmaria que requerían soluciones urgentes, medidas de choque.
Abandonaron a su pueblo, soberano en el período electoral, demonizado y reprimido con crueldad cuando protesta en el período entre urnas.
La crisis, como término, hace referencia a un episodio puntual, a una coyuntura susceptible de evolución provocada por factores externos y que revierte cuando estos desaparecen.
Esto que nos está tocando vivir no tiene nada que ver con eso, es un cambio de modelo, un nuevo orden social. Los que lo pergeñaron, ya en los años setenta, así como los que lo han impuesto, no tienen la menor intención de revertirlo y, además, está fabricado desde dentro, lo llaman “Reformas Estructurales Profundas”, y es lo que son.
Un cambio profundo en la estructura de un sistema político no tiene nada que ver con una crisis y su tratamiento paliativo, que requiere medidas puntuales, transitorias.
En este cambio profundo de las estructuras, puede haber periodos de crisis, pero cuando se resuelvan, los problemas que acucian a los ciudadanos –como la pérdida de poder adquisitivo, la temporalidad de los trabajos, la indefensión de los trabajadores frente al poder absoluto de las grandes corporaciones que deciden su vida, la falta de estabilidad para poder diseñar un plan de vida, la pérdida de derechos sociales y libertades– no se van a solucionar.
Cuando los analistas den por concluida la crisis, como de hecho proclaman cada vez que se acercan las elecciones, ni siquiera cuando demuestran con cifras que la economía repunta, mejora la situación de los ciudadanos.Nos cuentan el cuento de la micro y la macroeconomía. Nos crían con cuentos, nos duermen con cuentos. Se llama redistribución y está diseñada para una desigualdad creciente.
A este drama hay que sumar la deriva tomada por los socialdemócratas. No siempre fueron así. Hasta mediados del siglo XX caminaban en dirección opuesta a los de ahora.
Su función en nuestros días parece ser ocupar el espacio de la izquierdainhibiendo de forma competitiva movimientos sociales espontáneos en lugar de hacer lo que les correspondería: ponerse a la cabeza. Me hacen recordar un juego infantil de mis tiempos en que cantábamos: “A tapar la calle que no pase nadie”.
Estas maniobras, que culminaron el sueño de los llamados neoliberales, que pretenden la abolición del Estado eliminando cualquier tipo de control o intervención en la llamada economía, aunque las maniobras de los potentados tiendan a esclavizar a esa población que los dirigentes políticos deberían proteger, se llevaron a cabo sin ningún tipo de debate, simplemente con la conjunción de la clase empresarial y la política.
Para ello también se urdieron una serie de maniobras necesarias como son la concentración de medios de comunicación en esas mismas manos, así como la demonización de los sindicatos que, dicho sea de paso, también se estaban acomodando a las pretensiones de la clase dominante.
Contra esta tesitura, llevada a cabo en una época en la que el paro amedrentaba a la clase trabajadora, donde se eliminaron prácticamente los contratos indefinidos como medida de coacción, y donde la juventud fue desplazada del mercado laboral, dejándola solamente como mano de obra complementaria, obligándola a aceptar contratos de aprendizaje que representan un nivel de explotación desconocido desde mediados del siglo XX, se revelaron los ciudadanos en lo que se conoció como “movimiento de los indignados”.
La doctrina del shock implantada a un pueblo amenazado con la pérdida del trabajo, y criminalizado por quienes les causaban el quebranto, acusándoles de vivir por encima de sus posibilidades, no encontró alivio en la acción política, no encontró respaldo en sus representantes, que sumidos en debates de otra índole, consentían los despidos masivos, los ERE, los desahucios y las estafas de los bancos.
Manos Limpias representaba la única acción en los tribunales ante tanto desmán delictivo: manda huevos.
Nacionalizaron parte de la banca
para, una vez reflotada, devolvérsela
a los que ellos entienden que son sus legítimos propietarios.
No tomaron medidas de choque para frenar la desgracia
que afectaba a la inmensa mayoría de los ciudadanos.
No se pusieron de su lado.
De ahí surgió un eslogan muy acertado: No nos representan.
Como ya hiciera Sarkozy en Francia ante la estafa de Lehman Brothers y aquellas hipotecas subprime que se usaron de coartada para la implantación de este cambio de modelo, cuando salió en defensa de los ciudadanos atacando al “capitalismo salvaje” –¡¡Sarkozy!! anunciando que había que refundarlo–, en España también los líderes políticos desplegaron los capotes para recibir a portagayola, con alegría, a este movimiento de indignados y darle más tarde un par de pases cambiados con la muleta, tras manifestar su alegría con el despertar del pueblo y asegurar de forma unánime: "¡Los indignados tiene razón! ¡Estamos de vuestro lado!".
No les gustó la respuesta que encontraron cuando desde el movimiento de indignados les anunciaron que ellos no estaban del suyo, señalando a la clase política como parte del problema y no de la solución.
Perdieron la gracia de esa clase política que demostraba su anquilosis ante la falta de reacción frente al drama social que se vivía, así como a la hora de atajar una corrupción que rebasaba las alcantarillas de la política para rezumar por los sumideros e invadir las calles de pestilencia y, entonces sí, tras constatar que era imposible la alianza con el enemigo, les calificaron de antisistema, les demonizaron, al tiempo que les invitaban a participar en las generosas instituciones que nos gobiernan desde el fin de la dictadura.
A jugar con las mismas herramientas que ellos y no limitarse a criticar a los toros desde la barrera: les invitaron a saltar al ruedo de la política.
Así lo hicieron y entonces esa anquilosis, esa artrosis del Sistema se activó, pero no para solucionar los problemas de los ciudadanos sino para evitar que el cambio del modelo social que habían llevado a cabo con alevosía y sin contar con el beneplácito del pueblo, pudiera revertirse.
Este movimiento de indignados, convertido en fuerza política alternativa entró en el Congreso de los diputados, y desde el primer momento quedó manifiesto que aquello de que nadie les representaba era cierto.
La mayoría de fuerzas políticas del hemiciclo, y con especial virulencia los dos partidos mayoritarios, aunque con diferente estilo, claro está, les mostraron un desprecio que superó las normas de la educación elemental y, sobre todo, pisotearon eso que tanto habían reclamado, el respeto a los representantes del pueblo que exigían cada vez que se les cuestionaba su condición de casta que vivía de espaldas a la realidad social.
A Podemos, esa fuerza que se estrenaba, también la habían votado ciudadanos españoles para los que no se aplicó el principio de respeto que siempre han exigido los representantes del Congreso para sus votantes.
“No saben dónde están”. Sí lo saben, por eso han ido. En fin, la esperanza de sus votantes es que no olviden “para qué están”.
Especial sorpresa causó en los días posteriores al 20-D la actitud de Pedro Sánchez, que tras prometer diálogo con todos, izquierda y derecha, mientras escribo este artículo el 14 de mayo, le escucho en la radio volver a decir lo mismo, a pesar de lo que hemos vivido en los últimos tiempos, convirtiéndose en aliado indisoluble y exclusivo de Albert Rivera, al que nombró único interlocutor válido para acceder a su persona. Los suyos, al parecer, lo entienden. Sus votantes, lo dudo.
Los ciudadanos que no se veían representados, por primera vez en muchos años, han tomado la iniciativa y se han plantado en el hemiciclo para decir allí lo que nadie escuchaba cuando lo hacían en la calle los profesores; los profesionales de la sanidad; las mujeres que vinieron desde todos los puntos de Europa a traer el manifiesto que elaboraron las Comadres de Gijón para protestar por la reforma de la ley del aborto; para exigir la dación en pago, esa de la que ya disfrutan los promotores inmobiliarios, para todos los ciudadanos;
para pedir la reforma de la ley electoral que anula cientos de miles de votos que no encuentran representante y van a parar, por la cara, al candidato rival; para que se revise la situación del modelo de país;
para exigir el derecho a decidir; para que nuestros jóvenes no tengan que emigrar al extranjero dejando a sus familias y sus estudios atrás como en la España negra de la dictadura; para que no se suprima el derecho al voto de los que viven fuera; para que las grandes corporaciones paguen impuestos, escaqueo que representa la inmensa mayoría del fraude fiscal; para que dejen de existir los paraísos fiscales;
para que se consulte a los ciudadanos cuando se vayan a hacer cambios políticos que empeoren sus condiciones de vida; para que no nos impongan el TTIP gestionado con desprecio a la democracia, en secreto e impidiendo que nuestros representantes, tratados como delincuentes cuando quieren verlo, lo estudien y nos informen; para que la deuda y el déficit puedan ser estudiados por agentes independientes que nos certifiquen su legitimidad;
para que se puedan debatir en Bruselas unas condiciones dignas de la salida de esta situación económica; para acabar con esta política de recortes exclusivamente en lo social; para acabar con la impunidad de la clase que opera al servicio del Gran Capital; para prohibir las puertas giratorias; para abolir los sobornos a los diputados que promulgan leyes en lo que ahora llaman lobbismo; para evitar por ese mismo método la privatización del Estado…
Para crear desde la voluntad popular una democracia real con gobernantes al servicio de los ciudadanos y no de aquellos que los esclavizan.
Así es: bienvenidos los ciudadanos al mundo de la política entendida como el arte de mejorar las condiciones para una mejor convivencia.
Esperanza Aguirre ha sido, como siempre, clara y dice que ha vuelto para evitar que gane Podemos. Y lo ha dicho donde se dicen las cosas importantes en este país: el programa de Bertín.
Están jodidos… y lo saben. Ya era hora.
Ha merecido la pena. Gracias a todos los que hicieron lo que había que hacer.
Por aquellos que no arrojan la toalla, que piensan en términos de “nosotros”, no de “yo”, que no renuncian a la esperanza en un mundo mejor, grito una y mil veces: ¡viva el 15 M!
Manque pierda.
El voto útil
“La amenaza destruye el argumento, igual que un animal muerto envenena todo el río”
Unas elecciones son un sistema de medida infalible, en ellas se ve qué talla política usan los que se presentan y también sus votantes, tal vez por eso las cabinas donde se puede votar en secreto se parecen tanto a probadores.
Las urnas son transparentes y deberían hacer que lo sean quienes se acercan a ellas, porque el recuento de las papeletas se supone que debe explicar lo que quieren los ciudadanos, a qué aspiran y de qué reniegan, cuál es su opinión y su ideología, en quiénes van a confiar y quiénes les han decepcionado, dónde desean ir y de qué preferirían alejarse, por qué camino han decidido seguir adelante y detrás de qué bandera...
Todo eso es legítimo porque es justo en lo que consiste la democracia, en escoger y decidir. Sin embargo, cada vez que los carteles vuelven a los muros y comienza una campaña, se repite un mensaje que simboliza exactamente lo contrario: el del voto útil, algo que tiene más de amenaza que de promesa y es a todas luces un intento de darle la vuelta a las cosas y transformar los principios en fines, porque lo que te sugiere es que dejes de lado lo que quieres que ocurra y pienses en lo que va a pasar; te piden que en lugar de hacer tu apuesta te subas al caballo del ganador y te dejan claro entre líneas que si no lo haces tendrás que atenerte a las consecuencias.
A estas alturas, podría ser que les saliese rana, porque aquí ya hay mucha gente escarmentada y quien te pide eso se vuelve sospechoso, aunque quizás ellos no se han dado cuenta, ya sabemos que muchos candidatos no se distinguen por su originalidad y que una gran parte de ellos cree que haberte vendido algo una vez demuestra que pueden volver a hacerlo.
Aquí y ahora,
¿qué se supone que es un voto útil? ¿Ir sobre seguro? ¿Volver a lo de siempre?
¿Dejarse de inventos y aceptar que lo que mueve este planeta es la economía, quienes mandan son los mercados y las monedas sólo tienen cara y cruz?
¿Cambiar los principios por los intereses y lo que piensas por lo que te imponen?
¿Hacer borrón y cuenta nueva?
¿Deshacer lo logrado en los últimos tiempos y regresar al bipartidismo, de forma que si eres de derechas apoyas al PP y si eres de centro te quedas con el PSOE, ya que así es como define a este partido su actual secretario general, tal vez para justificar su acuerdo con Albert Rivera y los suyos en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe? ¿Y si eres de izquierdas?
Claro, es que la izquierda se ve que en España no existe, sólo la “izquierda extremista”, como llama Pedro Sánchez, que en eso está en sintonía con el PP y Ciudadanos, a la coalición de Izquierda Unida y Podemos y por extensión a sus seis millones de votantes.
Los candidatos, unos y otros, deberían saber a estas alturas que a los votantes hay que convencerlos, no intimidarlos.
Y más aún en una cita en la que los mítines han cobrado la importancia que nunca habían tenido, porque esta vez no se va a tratar de hablarle a los convencidos sino de darles explicaciones: por qué pacté o no lo hice, cómo es que los enemigos pasaron a ser los aliados y a algunos compañeros de viaje les di la espalda... Lo mismo es que del voto útil al gobierno de concentración nacional, no hay más que un paso.
El asunto del voto útil refuerza la impresión de que hoy los dos partidos de siempre con aspiraciones a La Moncloa se han convertido en cuatro pero se siguen dividiendo en dos bloques: a un lado PP, PSOE y Ciudadanos y al otro Podemos.
Por ejemplo, lo que dice Sánchez del partido de Pablo Iglesias y sus confluencias es un calco de lo que declaran por tierra, mar y aire Fernández Díaz o Esperanza Aguirre, que aparte de tener a Venezuela todo el día en la boca como antiguamente tenían a la ETA y con los mismos propósitos, quieren atacar a Podemos en su raíz o lo que ellos suponen que lo fue, en las movilizaciones del 15-M.
Por supuesto, a las teorías hay que restarles o sumarles el historial de quien las sostiene, y si el ministro del Interior en funciones utiliza la palabra “libertad”, tenemos que recordar que se trata de un señor que va a rezar al Valle de los Caídos, condecora a estatuas de la virgen y, sobre todo, ha promulgado una ley mordaza cuyo único objetivo era amedrentar a sus compatriotas.
Este hombre baja a Madrid desde la tumba de Franco y dice que algunas iniciativas de los reunidos hace cinco años en la Puerta el Sol eran "impropias" de una sociedad democrática y que “un Gobierno de Podemos e IU arruinaría España”, como si quedase algo que llevarse después de pasar por caja sus compañeros Rato, Bárcenas, Matas, Granados, Fabra y compañía. A ellos qué les importa la realidad, si alguien como Esperanza Aguirre se va de verbena por San Isidro y define el 15-M como “una privatización del espacio público”, igual que si el principal objetivo de su mandato en la Comunidad Autónoma de Madrid no hubiera sido robarle sus hospitales y sus escuelas a los ciudadanos para hacer negocios con ellos.
No se sabe bien qué es el voto útil, pero sí el voto de conciencia: ése que debería hacer que cada uno de nosotros metiera en el sobre blanco y el sobre color salmón exclusivamente las papeletas que cree que van a hacer que nuestro país salga adelante, la injusticia no nos tenga rodeados y la desigualdad insostenible a la que nos han conducido estos cuatro años siniestros de Mariano Rajoy y su banda pasen a mejor vida. Eso sí que sería un voto útil.
15-M
Se ha celebrado el quinto aniversario del movimiento llamado 15-M, que supuso un auténtico revulsivo en nuestro país y que también tuvo resonancia internacional: Spanish Revolution, lo llamaron.
Da la casualidad de que yo también cumplo años ese mismo día.
La cuestión que planteaban los que tomaron la Puerta del Sol, gente de diferentes pelajes, edades e ideologías, era que la política, establecida como clase, con los partidos políticos como única vía de expresión de la voluntad popular, totalmente profesionalizados, se había acomodado en el bipartidismo.
Da la casualidad de que yo también cumplo años ese mismo día.
La cuestión que planteaban los que tomaron la Puerta del Sol, gente de diferentes pelajes, edades e ideologías, era que la política, establecida como clase, con los partidos políticos como única vía de expresión de la voluntad popular, totalmente profesionalizados, se había acomodado en el bipartidismo.
La falta de operatividad, de toma de decisiones en favor de los ciudadanos más desfavorecidos se había agudizado con la llegada de lo que llamaron y que siguen llamando crisis y que no es tal, en una clara dejación de funciones ante situaciones dramáticas de una injusticia palmaria que requerían soluciones urgentes, medidas de choque.
Abandonaron a su pueblo, soberano en el período electoral, demonizado y reprimido con crueldad cuando protesta en el período entre urnas.
La crisis, como término, hace referencia a un episodio puntual, a una coyuntura susceptible de evolución provocada por factores externos y que revierte cuando estos desaparecen.
Esto que nos está tocando vivir no tiene nada que ver con eso, es un cambio de modelo, un nuevo orden social. Los que lo pergeñaron, ya en los años setenta, así como los que lo han impuesto, no tienen la menor intención de revertirlo y, además, está fabricado desde dentro, lo llaman “Reformas Estructurales Profundas”, y es lo que son.
Un cambio profundo en la estructura de un sistema político no tiene nada que ver con una crisis y su tratamiento paliativo, que requiere medidas puntuales, transitorias.
En este cambio profundo de las estructuras, puede haber periodos de crisis, pero cuando se resuelvan, los problemas que acucian a los ciudadanos –como la pérdida de poder adquisitivo, la temporalidad de los trabajos, la indefensión de los trabajadores frente al poder absoluto de las grandes corporaciones que deciden su vida, la falta de estabilidad para poder diseñar un plan de vida, la pérdida de derechos sociales y libertades– no se van a solucionar.
Cuando los analistas den por concluida la crisis, como de hecho proclaman cada vez que se acercan las elecciones, ni siquiera cuando demuestran con cifras que la economía repunta, mejora la situación de los ciudadanos.Nos cuentan el cuento de la micro y la macroeconomía. Nos crían con cuentos, nos duermen con cuentos. Se llama redistribución y está diseñada para una desigualdad creciente.
A este drama hay que sumar la deriva tomada por los socialdemócratas. No siempre fueron así. Hasta mediados del siglo XX caminaban en dirección opuesta a los de ahora.
Su función en nuestros días parece ser ocupar el espacio de la izquierdainhibiendo de forma competitiva movimientos sociales espontáneos en lugar de hacer lo que les correspondería: ponerse a la cabeza. Me hacen recordar un juego infantil de mis tiempos en que cantábamos: “A tapar la calle que no pase nadie”.
Estas maniobras, que culminaron el sueño de los llamados neoliberales, que pretenden la abolición del Estado eliminando cualquier tipo de control o intervención en la llamada economía, aunque las maniobras de los potentados tiendan a esclavizar a esa población que los dirigentes políticos deberían proteger, se llevaron a cabo sin ningún tipo de debate, simplemente con la conjunción de la clase empresarial y la política.
Para ello también se urdieron una serie de maniobras necesarias como son la concentración de medios de comunicación en esas mismas manos, así como la demonización de los sindicatos que, dicho sea de paso, también se estaban acomodando a las pretensiones de la clase dominante.
Contra esta tesitura, llevada a cabo en una época en la que el paro amedrentaba a la clase trabajadora, donde se eliminaron prácticamente los contratos indefinidos como medida de coacción, y donde la juventud fue desplazada del mercado laboral, dejándola solamente como mano de obra complementaria, obligándola a aceptar contratos de aprendizaje que representan un nivel de explotación desconocido desde mediados del siglo XX, se revelaron los ciudadanos en lo que se conoció como “movimiento de los indignados”.
La doctrina del shock implantada a un pueblo amenazado con la pérdida del trabajo, y criminalizado por quienes les causaban el quebranto, acusándoles de vivir por encima de sus posibilidades, no encontró alivio en la acción política, no encontró respaldo en sus representantes, que sumidos en debates de otra índole, consentían los despidos masivos, los ERE, los desahucios y las estafas de los bancos.
Manos Limpias representaba la única acción en los tribunales ante tanto desmán delictivo: manda huevos.
Los partidos no eran partidarios de judicializar la política. La impunidad se había establecido.
Bueno, no todo fue inactividad.
Bueno, no todo fue inactividad.
Ante el latrocinio perpetrado por los consejeros de bancos y cajas de ahorros, ahí sí, tomaron la iniciativa con medidas de choque que vendidas como un crédito para evitar el “rescate” se convirtieron por arte de magia en otra carga para las arcas del Estado, anunciándonos que esos millones pagados a los bancos eran un regalo que tendríamos que restituir entre todos: ¡ahí sí interviene el Estado!
Nacionalizaron parte de la banca
para, una vez reflotada, devolvérsela
a los que ellos entienden que son sus legítimos propietarios.
No tomaron medidas de choque para frenar la desgracia
que afectaba a la inmensa mayoría de los ciudadanos.
No se pusieron de su lado.
De ahí surgió un eslogan muy acertado: No nos representan.
Como ya hiciera Sarkozy en Francia ante la estafa de Lehman Brothers y aquellas hipotecas subprime que se usaron de coartada para la implantación de este cambio de modelo, cuando salió en defensa de los ciudadanos atacando al “capitalismo salvaje” –¡¡Sarkozy!! anunciando que había que refundarlo–, en España también los líderes políticos desplegaron los capotes para recibir a portagayola, con alegría, a este movimiento de indignados y darle más tarde un par de pases cambiados con la muleta, tras manifestar su alegría con el despertar del pueblo y asegurar de forma unánime: "¡Los indignados tiene razón! ¡Estamos de vuestro lado!".
No les gustó la respuesta que encontraron cuando desde el movimiento de indignados les anunciaron que ellos no estaban del suyo, señalando a la clase política como parte del problema y no de la solución.
Perdieron la gracia de esa clase política que demostraba su anquilosis ante la falta de reacción frente al drama social que se vivía, así como a la hora de atajar una corrupción que rebasaba las alcantarillas de la política para rezumar por los sumideros e invadir las calles de pestilencia y, entonces sí, tras constatar que era imposible la alianza con el enemigo, les calificaron de antisistema, les demonizaron, al tiempo que les invitaban a participar en las generosas instituciones que nos gobiernan desde el fin de la dictadura.
A jugar con las mismas herramientas que ellos y no limitarse a criticar a los toros desde la barrera: les invitaron a saltar al ruedo de la política.
Así lo hicieron y entonces esa anquilosis, esa artrosis del Sistema se activó, pero no para solucionar los problemas de los ciudadanos sino para evitar que el cambio del modelo social que habían llevado a cabo con alevosía y sin contar con el beneplácito del pueblo, pudiera revertirse.
Este movimiento de indignados, convertido en fuerza política alternativa entró en el Congreso de los diputados, y desde el primer momento quedó manifiesto que aquello de que nadie les representaba era cierto.
La mayoría de fuerzas políticas del hemiciclo, y con especial virulencia los dos partidos mayoritarios, aunque con diferente estilo, claro está, les mostraron un desprecio que superó las normas de la educación elemental y, sobre todo, pisotearon eso que tanto habían reclamado, el respeto a los representantes del pueblo que exigían cada vez que se les cuestionaba su condición de casta que vivía de espaldas a la realidad social.
A Podemos, esa fuerza que se estrenaba, también la habían votado ciudadanos españoles para los que no se aplicó el principio de respeto que siempre han exigido los representantes del Congreso para sus votantes.
Fueron tratados como chusma. Y sus votantes también, por extensión: solo chusma pudo llevar hasta allí a esa chusma. Mal olor, peligro de parasitosis pedicular, marginarlos con triquiñuelas de las Mesas del Congreso y Senado y sentarlos en la andanada fue su democrática, educada y peculiar forma de darles la bienvenida.
Mientras, la otra fuerza emergente, fue recibida de una forma mucho más civilizada, tal vez como consecuencia del poco peligro que representan para las estructuras del poder establecido que, dicho sea de paso, no cuestionan los impolutos, aseados y bellos miembros de Ciudadanos.
Tras la última jugarreta, tras una votación pactada entre PP, PSOE y Ciudadanos para dejarles fuera de la Diputación Permanente del Congreso, comentaban con sorna la falta de picardía y estrategia parlamentaria de los advenedizos pardillos:
Mientras, la otra fuerza emergente, fue recibida de una forma mucho más civilizada, tal vez como consecuencia del poco peligro que representan para las estructuras del poder establecido que, dicho sea de paso, no cuestionan los impolutos, aseados y bellos miembros de Ciudadanos.
Tras la última jugarreta, tras una votación pactada entre PP, PSOE y Ciudadanos para dejarles fuera de la Diputación Permanente del Congreso, comentaban con sorna la falta de picardía y estrategia parlamentaria de los advenedizos pardillos:
“No saben dónde están”. Sí lo saben, por eso han ido. En fin, la esperanza de sus votantes es que no olviden “para qué están”.
Especial sorpresa causó en los días posteriores al 20-D la actitud de Pedro Sánchez, que tras prometer diálogo con todos, izquierda y derecha, mientras escribo este artículo el 14 de mayo, le escucho en la radio volver a decir lo mismo, a pesar de lo que hemos vivido en los últimos tiempos, convirtiéndose en aliado indisoluble y exclusivo de Albert Rivera, al que nombró único interlocutor válido para acceder a su persona. Los suyos, al parecer, lo entienden. Sus votantes, lo dudo.
Los ciudadanos que no se veían representados, por primera vez en muchos años, han tomado la iniciativa y se han plantado en el hemiciclo para decir allí lo que nadie escuchaba cuando lo hacían en la calle los profesores; los profesionales de la sanidad; las mujeres que vinieron desde todos los puntos de Europa a traer el manifiesto que elaboraron las Comadres de Gijón para protestar por la reforma de la ley del aborto; para exigir la dación en pago, esa de la que ya disfrutan los promotores inmobiliarios, para todos los ciudadanos;
para pedir la reforma de la ley electoral que anula cientos de miles de votos que no encuentran representante y van a parar, por la cara, al candidato rival; para que se revise la situación del modelo de país;
para exigir el derecho a decidir; para que nuestros jóvenes no tengan que emigrar al extranjero dejando a sus familias y sus estudios atrás como en la España negra de la dictadura; para que no se suprima el derecho al voto de los que viven fuera; para que las grandes corporaciones paguen impuestos, escaqueo que representa la inmensa mayoría del fraude fiscal; para que dejen de existir los paraísos fiscales;
para que se consulte a los ciudadanos cuando se vayan a hacer cambios políticos que empeoren sus condiciones de vida; para que no nos impongan el TTIP gestionado con desprecio a la democracia, en secreto e impidiendo que nuestros representantes, tratados como delincuentes cuando quieren verlo, lo estudien y nos informen; para que la deuda y el déficit puedan ser estudiados por agentes independientes que nos certifiquen su legitimidad;
para que se puedan debatir en Bruselas unas condiciones dignas de la salida de esta situación económica; para acabar con esta política de recortes exclusivamente en lo social; para acabar con la impunidad de la clase que opera al servicio del Gran Capital; para prohibir las puertas giratorias; para abolir los sobornos a los diputados que promulgan leyes en lo que ahora llaman lobbismo; para evitar por ese mismo método la privatización del Estado…
Para crear desde la voluntad popular una democracia real con gobernantes al servicio de los ciudadanos y no de aquellos que los esclavizan.
Así es: bienvenidos los ciudadanos al mundo de la política entendida como el arte de mejorar las condiciones para una mejor convivencia.
Esperanza Aguirre ha sido, como siempre, clara y dice que ha vuelto para evitar que gane Podemos. Y lo ha dicho donde se dicen las cosas importantes en este país: el programa de Bertín.
Están jodidos… y lo saben. Ya era hora.
Ha merecido la pena. Gracias a todos los que hicieron lo que había que hacer.
Por aquellos que no arrojan la toalla, que piensan en términos de “nosotros”, no de “yo”, que no renuncian a la esperanza en un mundo mejor, grito una y mil veces: ¡viva el 15 M!
Manque pierda.
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