Después de diversos intentos fallidos de Mariano Rajoy para colocar a su amigo y ministro de economía en un cómodo retiro y, a pesar del dictamen desfavorable por parte de la Comisión de Economía del Parlamento Europeo, finalmente Luis De Guindos será el nuevo vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE).
Por incomparecencia de su único contrincante, el Irlandés Philip Lane, que se retiró a lo largo de la mañana de ayer.
Con este nombramiento De Guindos pasará a cobrar algo más de cinco veces su sueldo actual de ministro y será el encargado de “supervisar las políticas destinadas a impedir una acumulación excesiva de riesgos, mejorar la capacidad de resistencia del sector financiero, limitar los efectos de contagio y promover una visión general del sistema en materia de regulación financiera…”
Qué fina ironía que el exdirectivo de Lehman Brothers Europa, uno de los principales causantes de la crisis global de las finanzas en 2008, sea diez años después el responsable europeo de “impedir una acumulación excesiva de riesgos” en la banca. Grotesca representación de la fábula del zorro al cuidado de las gallinas y enésimo caso de puertas giratorias entre lo público y lo privado.
Pero ojo, porque la vicepresidencia del BCE es solo una "pequeña" pieza de una estrategia mucho más compleja e importante.
Este sillón bordado con letras doradas forma parte de un entramado de intereses que van más allá de las instituciones europeas. Con esta designación Merkel ha despejado el camino para conseguir que el candidato alemán, Jens Weidmann -actual presidente del Bundesbank y conocido como "el halcón neoliberal"- pueda ser elegido presidente del BCE.
Una pieza clave en el pacto de gobernabilidad de la Gran Coalición en Alemania, pues el SPD no podría quedarse con el Ministerio de Economía hasta que los conservadores se aseguraran el control sobre Fráncfort.
En definitiva, el enésimo ejemplo de intercambio de cromos a puerta cerrada sin ningún control democrático.
Pero aún hay más, ya que la elección de Guindos se realizó en el marco de la reunión mensual del Eurogrupo un mes antes de que se pronunciara el Consejo Europeo, que es el órgano que formalmente tiene la potestad en la elección de los cargos de dirección del BCE.
El Eurogrupo es un supuesto "órgano informal" que no tiene atribuciones reconocidas por ningún tratado europeo para elegir o decidir cargo alguno en la UE, conceder ayudas financieras a países en riesgo o aplicar sanciones por incumplir los objetivos del pacto de estabilidad y crecimiento 1/.
En teoría sus únicas atribuciones son las de un foro de debate y coordinación de las políticas económicas de la zona Euro, pero en la práctica vemos cómo se ha convertido en el verdadero gobierno en la sombra de Europa.
La primera reunión informal de los ministros de Economía o Hacienda de los países de la zona del euro se celebró el 4 de junio de 1998 en el Palacio de Senningen, en Luxemburgo.
Toda una declaración de intenciones ya que Luxemburgo no solo es uno de los principales paraísos fiscales de la zona euro sino que además es la capital de los bancos europeos.
A las reuniones mensuales del Eurogrupo, además de los ministros de Economía de los países del euro, se han ido incorporando el presidente del Banco Central Europeo y el comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, convirtiéndose de facto en el órgano rector de la política económica europea, como se demostró en la propia gestión de la crisis de la deuda griega a partir del 2010.
Si el Eurogrupo fue concebido en algún momento como un "órgano informal", las reuniones mensuales, su protagonismo en el sometimiento de los países del sur a una deliberada doctrina del shock, o su papel en la crisis griega entre otros ejemplos han hecho que este papel pasara definitivamente a la historia.
El Eurogrupo no sólo esta eliminando cualquier posible contrapeso económico y político, sino que ejerce de gobierno en la sombra, ganando a pasos agigantados poder y ejerciendo de dirección política.
Porque no nos engañemos, la firma del tercer memorándum fue, entre otras cosas, un aviso para todos aquellos que osaran cuestionar la ortodoxia austeritaria.
El poder del Eurogrupo en la UE es uno de los ejemplos más palpables de los déficits democráticos de la actual construcción europea.
Luis de Guindos va a ser vicepresidente del BCE al margen de los dictámenes del Parlamento Europeo, no vinculantes pero deliberadamente ninguneados, y sin respetar ni tan siquiera los meros formalismos democráticos cosméticos, como permitir que en la reunión del ECOFIN se atendieran las audiencias de todos los candidatos y posteriormente proclamar al ganador.
Y la cuestión es que ni siquiera De Guindos es el problema, solo un preocupante síntoma y error de las fallas democráticas que atraviesan a esta Europa.
El proyecto europeo existente, cuando abandona los brillantes paneles de los pasillos de las instituciones y las sentidas declaraciones en los hemiciclos, adopta la forma de una distopía creciente.
Cuando la democracia brilla por ausencia y la austeridad se convierte en la única opción político-económica de unas instituciones alejadas de los intereses de la ciudadanía, construir una Europa diferente emerge como la única solución a la deriva que vivimos.
Por eso un cambio de rumbo no solo es posible o deseable, sino que resulta urgente y necesario, un cambio de rumbo que pasa por construir un proyecto europeo que recupere las raíces democráticas del antifascismo partisano, de la solidaridad, la paz y la justicia social. Un proyecto europeo del que no se excluya y expulse a nadie, un proyecto del que nadie quiera irse. Esta es la tarea que hoy más que nunca se torna imprescindible.
20/2/2018
Desde lo alto del cuartel general de Goldman Sachs, la vida abajo parece una maqueta.
Los coches, las obras o la gente adquieren dimensiones liliputienses y el bullicio se queda mudo, como si todo fuera la simulación algo deficiente de una ciudad. No hay un solo letrero, dentro o fuera, que indique que uno se halla ante la sede de ese famoso banco, en el número 200 de la calle Oeste, en el bajo Manhattan. El vestíbulo es enorme y austero y las salas de pisos más altos son pulcras y sin excesos, o quizá, sin más excesos que las imponentes vistas de la Estatua de la Libertad, del Empire State y de casi todo Nueva York.
Donde acaba la calma, empiezan las tripas de Goldman, en los pisos más bajos del edificio: seis plantas de trading (correduría bursátil) del tamaño de un campo de fútbol americano cada una de ellas, donde hileras de intermediarios de valores con triples pantallas dan las órdenes de comprar y vender, de mover dinero a un ritmo de maquila.
A diferencia del resto del edificio, la vestimenta allí es algo más informal y la gente, más joven (el 70% de la plantilla global del banco son millennials). El año que viene, aproximadamente el 10% de ellos, los que tengan el balance anual más pobre, tendrán que dejar la empresa. Y eso que allí está lo mejor de lo mejor, según le gusta presumir al banco: la tasa de aceptación de Goldman es del 3%, más baja que en Harvard.
‘Goldmanianos’
Dicen que es el banco de inversión más poderoso del planeta, que paga los mejores sueldos de Wall Street y sufre la mayor tasa de divorcios, que las jornadas de trabajo exceden lo humano, que en la crisis financiera sacó petróleo mientras los demás se hundían, que no hay rincón de la Tierra a donde no lleguen sus tentáculos, que ningún Gobierno los ignora, que quien entra allí abraza un sacerdocio, que una vez se es goldmaniano, se es goldmaniano para siempre. Dicen que Goldman Sachs gobierna el mundo.
En casi todos los Gobiernos de EE UU, incluso desde antes de que comenzara el capitalismo moderno tras la II Guerra Mundial, ha habido un goldmaniano en las esferas más altas del poder público.
Donald Trump aludía a ello con frecuencia durante la campaña electoral estadounidense. Acusó a Hillary Clinton, la candidata demócrata, de haberse “vendido” al banco, del que habría cobrado jugosas cantidades como conferenciante.
Aseguró también que Ted Cruz, el senador texano con el que rivalizó en las primarias republicanas, estaba bajo su control.
En su último vídeo de campaña, al más puro estilo Ocupa Wall Street, señalaba a los culpables del empobrecimiento de los trabajadores y, aparte de Clinton u Obama, George Soros o el G20, destacaba a Lloyd Blankfein, el primer ejecutivo de la entidad financiera.
Poco antes de que Trump tomara posesión de la presidencia de EE UU, a mediados de enero, algunos manifestantes se apostaron ante la torre de Goldman Sachs con pancartas que rezaban “Gobierno Sachs”.
El presidente, después de todo, había colocado en puestos clave de su equipo a una terna de goldmanianos.
Lloyd Blankfein, el patrón del banco, ha descrito el salto de la entidad a la política como un acto de servicio a la sociedad por parte de quienes antes han amasado una cantidad considerable de dinero en el banco.
“La mayor parte se va a los 48 o 50 años, para entonces ya has ganado bastante”, dijo en una entrevista, “y la expectativa es que te vuelques en la filantropía o en servir a la Administración”.
Gary Cohn, número dos del grupo financiero, será el jefe del Consejo Económico de la Casa Blanca (previa indemnización del banco de 124 millones de dólares); Steven Mnuchin, un conocido inversor que había pasado 17 años en la casa, es el elegido como secretario del Tesoro (cargo equivalente al ministro de Economía), y el agitador derechista Steve Bannon, consejero de Trump y miembro del Consejo de Seguridad Nacional, también fue un hombre del banco.
El gran poder en la sombra, el titán, el gran calamar vampírico, el guardián de Wall Street…
Pocas entidades en el mundo tienen tantos sobrenombres —y casi siempre tenebrosos— como Goldman Sachs. No es el mayor banco (ocupa un discreto puesto trigésimo segundo en la clasificación por activos) y se disputa el liderazgo de la banca de inversión con JPMorgan, pero nadie aparece tanto en las campañas electorales de cualquier país o en los carteles de manifestaciones, de Madrid a Nueva York, pasando por Atenas o Londres. Es común ver a banqueros en puestos de política económica, pero Goldman es el gran símbolo de la influencia del poder financiero en la política en EE UU.
“Trump necesitaba convencer a los mercados de que no era un loco, que puede serlo, pero necesitaba convencerlos de que no, y la mejor forma de hacerlo es contratar a gente de Goldman”, opina William D. Cohan, que pasó 17 años en la banca de inversión y luego se convirtió en autor de varios libros sobre las entretelas de Wall Street, uno de ellos, dedicado a Goldman.
“Creo que, hasta cierto punto, a Trump le gusta el hecho de que todos esos tipos de Goldman, que no hubiesen hecho negocios con él por el tipo de cliente que es, estén ahora en su Gabinete. Debe decir ‘ahora están besando mi anillo y reclinándose ante mí…’. Qué irónico es el giro de los acontecimientos”, añade.
El constructor neoyorquino también ha elegido a Jay Clayton, que fue abogado de Goldman, como presidente de la SEC (el ente supervisor de la Bolsa de Nueva York) y a Dina Powell, del área de inversión filantrópica, como asesora de la presidencia.
Hay quien escribió en estos primeros días de 2017 que Goldman Sachs volvía a Washington. ¿Pero alguna vez se fue? Desde hace un siglo, Gobiernos tanto conservadores como demócratas han abrazado la fe de la institución fundada en 1869 por un judío alemán llamado Marcus Goldman que había llegado dos décadas antes a Estados Unidos y empezado como comerciante de ropa (Sachs es el apellido del yerno con el que se asoció).
Henry Goldman, el hijo del fundador, ya asesoró en la creación de la Reserva Federal en 1913.
En la II Guerra Mundial Franklin Delano Roosevelt fichó al primer ejecutivo del banco, Sidney J. Weinberg, para su Consejo de Producción de Guerra.
Weinberg, uno de los personajes más legendarios de Goldman, conocido como Mister Wall Street, colaboró también con los Gobiernos de Eisenhower y Lyndon B. Johnson.
John C. Whitehead, socio y copresidente, sirvió como subsecretario de Estado en los ochenta con Reagan, y Robert Rubin, también copresidente, fue jefe del Tesoro de Clinton. George Bush (el hijo) fichó al goldmaniano Stephen Friedman para el Consejo Económico y a Henry Paulson para el Tesoro.
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, también es de la casa.
Gary Cohn, número dos del grupo financiero, será el jefe del Consejo Económico de la Casa Blanca; Steven Mnuchin, un conocido inversor que había pasado 17 años en la casa, es el elegido como secretario del Tesoro, y el agitador derechista Steve Bannon, consejero de Trump y miembro del Consejo de Seguridad Nacional, también fue un hombre del banco.
Un acto de servicio
Tras muchas críticas, Blankfein, el patrón del banco, ha descrito el salto de la entidad a la política como un acto de servicio a la sociedad por parte de quienes antes han amasado una cantidad considerable de dinero en el banco.
“La mayor parte se va a los 48 o 50 años, para entonces ya has ganado bastante”, dijo en una entrevista reciente en The New York Times,
“y la expectativa es que te vuelques en la filantropía o en servir a la Administración”.
“Es falsa la percepción de que van a Washington y nos ayudan. Lo contrario sí es cierto”, ha dicho Blankfein, preguntado por la posible connivencia. Cuando se cruza la puerta giratoria en sentido inverso, en retorno a la sociedad, es más difícil de vislumbrar.
Este verano en Europa causó estupor el fichaje de José Manuel Durão Barroso (presidente de la Comisión Europea entre 2004 y 2014, es decir, durante la burbuja y la crisis financiera y de deuda) como presidente no ejecutivo de su filial en Londres.
Mario Monti y Romano Prodi también han cobrado de Goldman.
Después de la gran crisis financiera, aparecieron dos libros sobre el banco con un título muy similar,
El banco: cómo Goldman Sachs dirige el mundo (2010), del belga Marc Roche, un veterano corresponsal financiero,
y Dinero y poder. Cómo Goldman Sachs acabó gobernando el mundo (2011), el de William Cohan.
Un poco antes, en 2009, la revista Rolling Stone lanzó un largo y famoso artículo —hoy convertido en una referencia de la época— en el que se refería a Goldman como: “Un gran calamar vampiro envuelto en la cara de la humanidad, metiendo inexorablemente su embudo de sangre en cualquier cosa que huela a dinero”.
Clima de opinión
Todo esto es una muestra del clima de opinión en torno a la entidad tras aquella debacle financiera con tintes de cine de suspense (de la que, de hecho, se han escrito varios thrillers).
En los late night shows era común oír chistes sobre Goldman.
Por si no hubiese bastante, a Blankfein no se le ocurrió otra cosa que decir, en medio de una entrevista de 2009, cuando la sociedad estadounidense aún estaba abierta en canal por la crisis, que el banco estaba haciendo “el trabajo de Dios”.
Poco después, la SEC le multó con 550 millones de dólares por “distorsión grave”: creó y vendió un producto muy complejo (los luego famosos CDO) cuando empezaba a derrumbarse el sector inmobiliario sin contarle que uno de sus clientes (el inversor John Paulson) había participado en la selección y estructuración de estos y que, mientras se lo estaban vendiendo, Paulson estaba apostando a la baja contra esos valores.
El bajo coste de esa multa se interpretó como una victoria.
Y hace un año, llegó a un acuerdo extrajudicial para pagar 5.000 millones en reclamaciones por vender activos de deuda asegurando que estaban respaldados por hipotecas solventes cuando eran conscientes de que estaban a punto de caer en el impago.
En el imaginario popular, Goldman encarna el símbolo de los excesos; en el ideario menos profano, los méritos están algo más repartidos. La factura de Bank of America, por ejemplo, sumó 16.600 millones de dólares en un pacto similar, mientras que JPMorgan desembolsó 18.000 millones, además de otras penalizaciones por otros desmanes.
Para Cohan, Goldman es, aun así, “una institución única, el banco más respetado del planeta”, mientras que Marc Roche, en su libro, es implacable: relata su papel en la crisis, desgrana las conexiones políticas del grupo y detalla algunas operaciones que dieron la campanada, como el asesoramiento para el maquillaje de las cuentas públicas de Grecia.
Ambos coinciden, con todo, en la intensa cultura de empresa que hay en la institución, también en la competitividad descarnada o el desprecio al estrellato individual.
Roche habla de “monjes banqueros” dispuestos a salir disparados de la casilla de salida del tablero con la “sangre fría suficiente” como para ganar.
Seis años después de publicar el libro, Marc Roche cree que “el banco, en esencia, no ha cambiado, solo lo ha hecho en cuestiones cosméticas. Siguen siendo los mejores contratando personal, de los mejores en gestión de fortunas…”, y siguen, añade después, “teniendo esa red de influencia”.
En 2010 crearon un comité que revisara sus estándares y acordaron una batería de medidas para reforzar la transparencia de sus gestiones, el control de sus productos, los conflictos de intereses de sus agentes y directivos. Un empleado del banco, contratado después de este proceso, asegura que el escrutinio sí es, al menos hoy, exhaustivo.
Un lavado de imagen
El banco también muestra una cara más amable y ha dado algún paso para combatir su reputación de secretista:
hay más información en su página web, se ha abierto a las redes sociales…
El pasado abril, The New York Times publicó un largo artículo bajo el título ‘Un socio gay y latino pone a prueba la cultura tradicional de Goldman Sachs’.
Se trataba de Martin Chávez, próximo director financiero, impulsor de un proyecto de software que da a los clientes más acceso a una información de negociación muy específica que antes solo estaba disponible para goldmanianos.
Un tercio de los empleados de Goldman en todo el mundo son ingenieros, y la tecnología, según la firma, es la división más importante del grupo. Han invertido en nuevas compañías como Symphony, una plataforma de mensajería instantánea, o Kensho, otra base ingente de datos, ámbitos en los que hasta ahora dominan Bloomberg o Thomson Reuters.
A los bancos les gusta cada vez más presentarse como firmas tecnológicas, y detrás de este afán hay una búsqueda de eficiencia en los procesos. La regulación resultante de 2008 y los nuevos requerimientos de capital hacen más difícil el negocio a todo el sector y la intermediación ha ido a la baja.
Los ingresos del banco son hoy un 25% inferiores a los de 2009, en parte por las dificultades de crecer y en parte por la venta de algunos negocios de volumen.
Las decisiones de recorte de gastos en esa casa se toman con rapidez: este año, en apenas seis meses, el banco hizo ajustes por valor de 900 millones de dólares.
“En 2006, Goldman tenía 33.000 millones en capital ordinario, en 2016 tenían 76.000, más del doble. Si más que duplicas el volumen de capital que tienes que tener, para lograr el mismo nivel de retorno de ese capital, debes duplicar también los ingresos netos, lo que es obviamente casi imposible”, explica Christian Bolu, de Credit Suisse, que lleva seis años en el equipo que analiza el banco. “Pero en términos de ROE [retorno sobre fondos] está mejor que sus rivales”, añade.
Más beneficios
Los beneficios del año pasado engordaron un 22% respecto al anterior (hasta los 7.400 millones de dólares), mientras los ingresos se encogían un 9% (hasta los 30.600 millones de dólares). Y el beneficio por acción, que es lo que interesa sobre todo en Wall Street, se disparó hasta el 34%.
Desde la noche electoral, las acciones han subido un 27% en Bolsa, gracias a la expectativa de una menor regulación con el Gobierno de Trump, entre otros factores.
Tras la caída de Lehman Brothers, fue obligado a constituirse como un grupo bancario para poder acceder a las rondas de liquidez de la Reserva Federal. El pasado octubre abrió una plataforma online de créditos para el consumo pequeño, un área aún muy reducida de negocio, bajo el nombre de Marcus (el nombre del fundador). El corazón del banco sigue siendo la intermediación de valores, la inversión.
Lloyd Blankfein no ha vuelto a decir que están haciendo el trabajo de Dios. Pero hace poco, en una entrevista en CNN, dejó entrever que no estaba a años luz de ello.
“Me muero de miedo de que se cometan errores en mi organización”, dijo, “¿y sabe qué? El mundo quiere que yo esté muerto de miedo”, como si Goldman Sachs gobernara el mundo.
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