Una empleada se esconde detrás de una palmera para encender un cigarrillo que le rebaje el estrés que le genera llevar ya ocho horas trabajando, cuando son las cinco de la tarde, y saber que aún ni ha cumplido con la mitad de su jornada laboral.
No piensa en lo que ganará el dueño gracias a su trabajo y a su tiempo. Tiempo de su juventud que le está robando.
No recapacita sobre el daño que le supone no cotizar lo que debería por su esfuerzo.
No considera la posibilidad de ponerse de acuerdo con los demás y denunciar lo que allí ocurre.
Esa costumbre nunca fue tal en la hostelería. Aquí, al patrón no le dan plomo por no soltar la plata.
“Es lo único que hay, no me engañaron cuando entré aquí, sabía que iba a pegar muchas horas, pero necesito dinero mientras estudio. Mi única motivación es pensar que algún día tendré algo mejor y me podré ir de aquí”.
Parece llevar razón al asegurar que “es lo único que hay”, pues la venta, donde se celebran dos festines diferentes que albergan a 150 personas para el almuerzo y 300 para la cena, está envuelta por un paisaje seco y árido donde no se atisba ni una sola plantación agrícola.
Otro empleado se acerca. Le pide fuego para encender su cigarrillo. Más contento. Comenta que este es el tercer fin de semana que va allí a trabajar y argumenta que, aunque trabaje tantas horas, al final del día el sueldo es alto y que también es bueno estar ocupado, así no tiene tanto tiempo para gastar. Curioso, te mean en la cara y piensas que es agua bendita.
Es domingo, pero el sol, al igual que ellos, trabaja a pleno rendimiento. Sus rayos quedan atrapados en su vestimenta negra. María: “Ni se te ocurra venir a trabajar de otra manera, aquí protocolo, protocolo y más protocolo.
El servicio tiene que ser excelente y hay que venir de negro. Ahora estoy bien, pero en verano, cuando me toca estar en la terraza con la casaca puesta…puf”.
La chica, consume rápidamente su cigarrillo de Chesterfield, comprado esa misma mañana a las 8:50 cuando llegó a la venta, al precio de una hora y media de trabajo.
Lo aplasta contra el suelo. Se lo guarda en un bolsillo para no dejar rastro y vuelve dentro del salón de eventos.
Maratón laboral
Los sábados por la noche, cuando vuelve a mirar el móvil veinte horas después – esta es otra ventaja del empleo, te quita la adicción al Smartphone – María le dice a su novio: “nene ya he terminado”. Luego se dirige al apartado de los anticuados SMS, dónde le espera en la bandeja de entrada un mensaje de la seguridad social que le avisa de su alta laboral.
El domingo se repite el mismo proceso, pero para avisarle de la baja. Ambos acaban directos en la papelera del teléfono. “Cotizo cuatro horas al día, vaya ocho a la semana, con eso no tengo derecho a nada, aunque lleve más de un año, da igual”.
Los afters y festivales interminables deberían incluirse en los currículos de cualquiera que quiera trabajar en el salón de eventos donde lo hace María, quién no quiere dar su auténtico nombre por miedo a perder el “empleo”. Esas fiestas demuestran fortaleza, aguante ante el martillo del cansancio, que en esta venta golpea con la fuerza de veinte horas continuas de trabajo.
A pleno ritmo. Y sin doparse. Aunque esto quizás hubiese sido mejor omitirlo, a veces es mejor no dar ideas…
“Hay gente que se ha mareado, hasta se han visto convulsiones, y yo a esa gente no la he vuelto a ver trabajando”.
María relata con resignación los maratones a los que se enfrenta cada fin de semana, algunas veces incluso de sesión doble:
“Hay fines de semana que entro el sábado a las nueve de la mañana, termino sobre las cinco de la madrugada y vuelvo a entrar a las nueve de la mañana del domingo” .
Cuatro horas para recargar las pilas, de esta manera los adelantos tecnológicos no acabarán con sus puestos de trabajo, ningún robot está funcionando veinte horas a todo gas con solo cuatro de carga. Le petaría el servidor.
Llama la atención qué al Coordinador Nacional de CCOO de la hostelería, el malagueño Gonzalo Fuentes, no le produzca ni una leve sorpresa estas condiciones de trabajo.
Tras escucharlo suelta un respiro, síntoma de qué lo que va a decir es algo que ya se sabe de memoria, que está cansado de repetir:
“Lo que me cuentas es un caso claro de explotación laboral. Hay que dejar doce horas de descanso entre un turno y el siguiente.
Es entendible qué en algunas ocasiones, cuándo la noche se alarga, pues se reduzca este margen a ocho o, quizás, siete horas, pero si se produce continuamente como norma es denunciable ante la inspección de trabajo. Más todavía cuando son solo cuatro”.
Tareas a medias, uno trabaja y otro cobra
En la madrugada del domingo al lunes, en un sobre con su nombre, María recibe 167€. El precio de tres menús, habiendo servido sesenta.
Ahí va incluida la propina y los dos días de trabajo, que son casi dos días naturales por las cuarenta horas de ambas jornadas.
Ahora tendrá que pasar un día de convalecencia para recuperarse física y mentalmente del esfuerzo. Los lunes no va a clases, a pesar de que las tiene por la tarde.
Estos camareros y cocineros gastan menos que un coche eléctrico. 78 euros por veinte horas de trabajo, y, además, no tienen ni que parar a repostar:
“Durante el día no da tiempo a comer, entramos a las nueve y montamos todas las mesas, sillas, centros de mesa y demás. Luego empezamos a servir el almuerzo, después lo limpiamos todo para volver a preparar la cena, y a las una, más o menos, cuando ya se ha servido el postre, podemos sentarnos a cenar”.
La fascinación que produce en mi rostro esta afirmación propician unos segundos de silencio que le hacen recordar a María lo siguiente: “Bueno, a veces me echo un puñadito de almendras a la boca cuando puedo, entre plato y plato, o alguna gamba a la plancha”. Aunque a ella le suponga un gran alivio ese pequeño piscolabis, Gonzalo Fuentes no piensa lo mismo:
“El convenio dicta que las jornadas en la hostelería son de ocho horas, dónde se incluyen treinta minutos de descanso, es decir, el trabajo efectivo sería de siete horas y media.
Además, de la multa que le podrían poner por la vía laboral, ahí también habría daños y perjuicios por esas condiciones tan duras”.
El sindicalista hostelero explica que cualquiera que trabaje en la hostelería debe ganar más de mil euros al mes. Pero a diferencia de la construcción en la época del ladrillo, aquí, a la mano de obra no cualificada no se le está pagando lo que se debe.
En el caso de María, el sueldo tendría que ser proporcionalmente mayor, debido a que habría que incluir horas extras y nocturnidad:
“Aquí estamos hablando de un contrato que debería ser fijo discontinúo. En estos tipos de contratos el sueldo por hora es mayor. Además, las horas extraordinarias en la hostelería tienen un 75% de bonificación sobre lo que se cobra en las ordinarias. También hay un plus de 25% por nocturnidad. Todo esto hace que aumente la cotización Seguridad Social”.
La economía fantasma
María desconoce el poder que tiene. Cualquier mañana podría ir a la inspección de trabajo y poner una denuncia anónima.
A pesar de que hay pocos efectivos, si hay denuncia, los inspectores acabarían presentándose en el lugar de los hechos, asegura el representante hostelero de CCOO.
Los inspectores no la delatarían, aunque no estarían muy contentos de tener que currar en fin de semana y por la noche.
Pero es de suponer que este mosqueo lo pagaría el dueño del negocio. Imaginen. Un funcionario teniendo que ir un sábado de madrugada a una fiesta donde no ha sido invitado.
Después de todas las juergas que se habrá perdido mientras estudiaba para conseguir el puesto que tiene. Si el tipo quiere ir a cuchillo, puede desangrar la cuenta bancaria del hostelero.
A Rajoy y a Fátima Báñez les vendría de lujo poder presumir en sus ruedas de prensa de los cuatro millones de empleos que, según el Instituto de Economía Aplicada de Alemania, forman parte de la economía sumergida española.
Pero para que sucediese tal cosa, los 943 inspectores de trabajo de los que dispone España, según el Ministerio de Economía, tendrían que ser capaces de encontrar cada uno 4.000 empleos ocultos, además de controlar a los 18,4 millones que sí cotizan a la seguridad social.
Ni trabajando más horas que María podrían realizar esta tarea.
A Gonzalo Fuentes no le pilla por sorpresa nada de la situación laboral de España: “Es normal que haya tanto paro con las condiciones actuales de trabajo, el caso que me cuentas del salón de eventos es un ejemplo claro.
Cada empleado trabajando veinte horas al día está haciendo el trabajo de dos personas y media.
El dueño podría poner turnos y reducir mínimamente sus beneficios porque estoy seguro que no pierde dinero”.
Desde la cafetería de un famoso hotel malagueño, donde él trabaja, señala la puerta de entrada al hotel. Haciendo ver que solo allí ya hay dos puestos de trabajo.
Es cuestión de concienciación. De no querer ahorrarse lo máximo posible, exprimiendo de punta a punta a los trabajadores. Las caras de estos porteros contrastan con la de María en plena hora punta en el salón de eventos.
En un lado caras de simpatía y amabilidad con los clientes. En el otro, el rostro de una chica que tiene que servir treinta platos a un ritmo de partido de baloncesto sin tiempos muertos. De campo a campo. De un lado a otro.
El dirigente de CCOO lleva razón cuando asegura que el dueño del salón de eventos no perdería dinero si la cobertura se hiciese por turnos. María cuenta que el menú suele rondar los cincuenta euros por pico y que alimentan en torno a 400 pollos por día.
Por lo 5 tanto, 20.000 euros por comida, que no por evento. Photocall y barra libre aparte.
Alrededor de 25 o 27.000 euros es la cifra que asegura esta trabajadora que pueden ingresar al día.
Uno trabajando y treinta mirando, o, mejor dicho, pidiendo, bebiendo y comiendo. “Habremos uno sirviendo y uno en la cocina por cada 30 invitados”. Así que, veinticinco “sueldos” son los que desembolsa el empresario. A 78 euros cada uno suponen 1.950 euros, si se suma lo que paga a la Seguridad Social, que no es mucho con el seguro de cuatro horas, se llega, a duras penas y redondeando, al 10% de lo que factura la empresa.
Gonzalo Fuentes afirma que la sanción estaría entre 3.000 y 6.000 euros por cada empleado. Además, habría que sumarle todo lo que se le adeuda por las horas trabajadas y no cobradas al precio que se debía. Más la sanción por tener menores trabajando de noche, que también los hay, asegura María.
Y eso es un asunto grave, aunque se pueda trabajar desde los 16 años, solo es hasta las diez de la noche y como aprendiz.
También hay que poner en la calculadora las indemnizaciones por daños y perjuicios a cuenta de las condiciones antes mencionadas.
El sindicalista se enorgullece de cómo en Sevilla pillaron con el carrito de los helados a un hotelero que tenía al personal asegurado a media jornada, cuando daban el callo las ocho horas. 2,6 millones le costó al empresario la visita del inspector.
Podría ponerle nombre al salón de eventos donde se fustiga a los trabajadores que antes he descrito.
Podría dar los apellidos de los negreros que azotan con el látigo de la indiferencia y el egoísmo a sus asalariados y que han rechazado participar en este reportaje, pero estaría cargando las culpas y señalando con el dedo a quienes simplemente se aprovechan de la situación que el sistema les ofrece.
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