Sanders exige reformar al Partido Demócrata y desligarlo de las corporaciones
El senador estadounidense Bernie Sanders llamó hoy a reformar al Partido Demócrata tras su reciente debacle electoral, mediante una ruptura con el ámbito corporativo y un regreso a raíces más humildes y proletarias.
‘Creo que el Partido debe desligarse del sistema de corporaciones y volver a ser el partido de la gente trabajadora, los ancianos y los pobres’, escribió el ex-aspirante a la candidatura demócrata, que perdió ante Hillary Clinton.
Una reciente encuesta del portal Huffington Post sugiere que Sanders tenía más opciones que Clinton de derrotar al republicano Donald Trump, recién electo presidente de Estados Unidos para los próximos cuatro años.
Según dicho sondeo, el legislador por Vermont habría vencido a Trump en el voto independiente, que resultó crucial en unos comicios marcados por la desconfianza en los dos principales contendientes, y la búsqueda del mal menor.
‘Debemos abrir las puertas del Partido y darle la bienvenida al idealismo y la energía de la juventud y de todos los estadounidenses que luchan por la justicia económica, social, racial y medioambiental’, agregó Sanders.
El legislador arremetió nuevamente contra la codicia y el poder de Wall Street, las grandes farmacéuticas, las compañías de seguro y la industria de hidrocarburos, y admitió que el triunfo de Trump demostró que la gente quería un cambio.
Aún así, dudó que el presidente electo garantizara los intereses sociales, y le aconsejó tomar en cuenta el criterio de los progresistas, máxime cuando Clinton recibió más votos populares que él.
‘Si el presidente electo es serio respecto a la promoción de políticas que mejoren la vida de la familia trabajadora, le presentaré algunas oportunidades reales de ganarse mi apoyo’, acotó Sanders.
PL
El día después:
Los Estados Divididos de América
“El desafío para los medios y los intelectuales de izquierdas será encontrar formas constructivas de crítica e información que no profundicen más la división cultural entre los que gozan de una educación universitaria y los que no”.
Oberlin, Ohio. Como en una buena tragedia, los dioses han fulminado la hubris.
La arrogancia ha quedado castigada, y cómo: la de los analistas y comentaristas; la de los medios; la de las élites políticas y económicas; y sobre todo la arrogancia de la propia Hillary Clinton, que pensaba desde hacía años que tenía un derecho cuasi dinástico a la candidatura del Partido Demócrata y a la Presidencia.
Su humillación ha sido total.
La victoria —eso sí, ajustadísima— de Trump, que ni siquiera tenía el apoyo incondicional de su propio partido y que recaudó para su campaña poco más de la mitad de los fondos con que contaba Clinton, es en un sentido perverso un triunfo de la democracia.
Marca la bancarrota de una socialdemocracia “moderada”, cómplice de un sistema profundamente injusto e inhumano que Clinton no estaba dispuesta a cambiar en lo esencial.
Aun así, aquí en Ohio esta mañana nos ha pillado desorientados y mareados, incrédulos, al borde de la desesperación. Así como en el resto del cinturón de óxido —los Estados de Pennsylvania, Ohio, Michigan y Wisconsin convertidos en un desierto de fábricas abandonadas; ciudades como Detroit y Cleveland, empobrecidas y medio despobladas— los demócratas perdieron pedazos cruciales del voto obrero, siempre crucial como contrapeso del voto blanco rural, profundamente conservador, anti-intelectual y receloso de las culturas urbanas.
¿Se veía venir? Claro que sí.
Incluso aquí en el condado de Lorain, bastión obrero industrial y por tanto demócrata, pululaban los carteles de Trump y escaseaba el entusiasmo por la candidatura clintoniana, cuyas promesas sonaban hueras y formulaicas.
No quedaba nada claro que Clinton representara los intereses de la clase obrera, ni mucho menos la clase obrera blanca. Mucha gente aquí, que en los últimos 15 años ha vivido la destrucción salvaje de lo que recuerdan como un mundo basado en la solidaridad, la fuerza sindical y la posibilidad real del avance social, se sentía ignorada y, peor, despreciada. Y no le faltaba razón.
Aunque algunos líderes del Partido Republicano, incluido el gobernador de Ohio, John Kasich, le negaron el apoyo a Trump, los votantes se movilizaron en masa. Las encuestas a pie de urna dan una clave de su éxito.
El rechazo que generó Trump —su conducta poco presidencial, sus salidas de tono, su salacidad, su obvia falta de preparación— fue bastante menor de lo esperado.
En Florida, por ejemplo, Clinton sólo se hizo con un 51% del voto femenino. Trump, en cambio, acaparó más de un 80% del electorado evangélico a nivel nacional.
Este voto religioso quizá fuera el más estratégico de todos: nadie con dos dedos de frente se cree que Trump represente ni el más mínimo de los valores bíblicos. Pero una presidencia de Clinton habría significado el final del sueño moral —nada cínico, por cierto— que llevan acariciando los conservadores cristianos desde mediados de los años setenta: revertir la decisión de la Corte Suprema en el caso de Roe v. Wade, que legaliza el aborto.
¿Y ahora qué? Hace una semana decía que el cuerpo político estadounidense —su esfera pública, sus instituciones y su sociedad civil— es más resistente de lo que parece.
Esa resistencia se pondrá a prueba.
Así como durante los ocho años de la presidencia de George W. Bush, la de Trump garantizará un suministro continuo de material de burla e indignación; así como Bush, Trump es un paleto que domina mal su propio idioma, nunca lee un libro y es el mal gusto encarnado. Todo lo opuesto de Obama, al que las élites sí podían considerar uno de los suyos. En cuanto a medidas políticas, es difícil saber qué esperar de Trump.
¿Su absoluta falta de principios podrá traducirse en una especie de pragmatismo moderado a lo Bloomberg? ¿O su absoluta falta de preparación y paciencia significará que su gobierno quedará en manos de una pandilla de cínicos reaccionarios a lo Cheney?
Pase lo que pase, el desafío para los medios y los intelectuales de izquierdas será encontrar formas constructivas de crítica e información que no profundicen más la división cultural —más aguda que nunca, y no sólo en Estados Unidos sino también en Europa— entre los que gozan de una educación universitaria y los que no.
Fue en parte el modo en que medios e intelectuales se burlaban del anti-intelectualismo de Trump y sus seguidores el que acabó por reforzar al candidato republicano.
Al Partido Demócrata, mientras tanto, le queda mucho trabajo por delante.
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