OBAMA ha deportado a + de un millón de latinos. Clinton ha asesinado mas musulmanes que nadie... pero el racista es TRUMP armak de odelot |
El miedo del Sistema a Trump se resume en este artículo de La Vanguardia
Repasando hoy los artículos en la prensa española, siguen pensando que Trump puede resultar ganador (a pesar de las evidencias por doquier de que el sistema ya ha decidido que no puede ser elegido).
De entre todos ellos, me quedo con el firmado por Ramón Rovira en La Vanguardia, a quien deberían dar un premio a la incongruencia y deshonestidad periodística cuando, como todos los medios oficiales, ataca sin piedad (y sin argumentos) a Donald Trump, para ¡acabar echando la culpa de su éxito a los medios USA por haber emitido algunas de sus opiniones (sin censura) y haberse saltado, en nombre del precepto periodístico de la imparcialidad, el filtro debido de las opiniones que no son verdad!
En otras palabras:
Rovira denuncia que no se ha censurado suficientemente a Trump y por eso, porque se le ha dejado hablar demasiado, puede triunfar.
El principio fundamental del periodismo es la verdad, un deber y un derecho del periodista hacia sus lectores y de estos respecto del medio donde se informan. Otro puntal es la imparcialidad, la suficiente equidistancia entre los hechos y las opiniones para no tergiversar la verdad. Pero a veces estos dos principios colisionan. Así, muchos políticos suspiran porque sus opiniones sean transmitidas a los ciudadanos, sin ningún filtro ni valoración.
Desde su punto de vista, servir en crudo el material informativo contribuye a la imparcialidad del medio porque el lector, oyente o espectador tiene suficientes conocimientos para formarse la opinión por sí mismo.
El problema es cuando la imparcialidad choca con la verdad y por tanto, se engaña al receptor si no hay un intermediario que alerte del fraude.
Y aquí es donde entra en juego el periodista.
Verificando los hechos, contextualizando las afirmaciones, sorteando las presiones, desechando los rumores y denunciando las mentiras.
Al igual que medio mundo, seguramente se han preguntado estos días cómo es posible que un personaje de la calaña de Donald Trump pueda llegar a la recta final de las presidenciales norteamericanas.
Por qué un país que lleva la democracia y la libertad esculpidas en su alma, vota a un candidato arrogante, fatuo, mentiroso, xenófobo, machista, racista, hortera, ignorante y cutre. Dónde ha fallado el sistema para que semejante individuo pueda siquiera soñar con aposentar su trasero en el despacho oval.
La respuesta es múltiple.
En primer lugar es consecuencia de un fenómeno global que ahora ha llegado a los Estados Unidos, pero que anteriormente tuvo su expresión más estereotipada en las fiestas “bunga bunga” del caduco Silvio Berlusconi y después con los grupos de ultra derecha y izquierda europeos.
En nombre del populismo testosterónico ofrecen pociones mágicas para resolver la crisis económica, recuperar la identidad nacional, devolver los inmigrantes ilegales y derrotar el terrorismo islámico, y todo por el módico precio de un voto.
Esta pócima imbebible, en sus diferentes formas y variantes, sorprendentemente triunfa en los comicios de medio mundo civilizado.
Una característica común es su efecto euforizante que transporta al elector a un nirvana de paz y sosiego, en el que el mundo es una arcadia feliz de iguales, donde conviven en armonía los desposeídos con los que nunca han poseído.
Pero la euforia dura poco, es un trance transitorio que se disipa cuando los votantes despiertan a la realidad y se dan cuenta de que han sido víctimas del típico timo del toco mocho.
El macho alfa
El macho alfa dirige los borregos con voz imperativa y pulso firme aunque no sepa ni a donde va ni lo que pretende.
En tiempos de turbulencias la clave es no detenerse, no dar ninguna muestra de debilidad, no dudar.
Y cuando la manada ha visto difuminarse cinco millones de empleos industriales y 63.000 fábricas entre 2006 y 2014 en los Estados Unidos, o que de los 20 millones de empleados de 1978 se ha pasado a los 12 actuales, comulga con las palabras del charlatán como si fueran formas consagradas.
Jurarían, porque lo dice el patán, que el comercio mundial y su profeta la globalización son el diablo y que la deslocalización es el Apocalipsis.
Incluso le aplauden cuando afirma que la mayor parte de la riqueza generada durante los últimos 30 años ha ido al 20% más rico y especialmente al 1% ultra pudiente como si la enloquecida boca chancla no formara parte de esta elite mega millonaria.
Obviando el aforismo de que cualquier desastre inercialmente tiende a empeorar y al grito de leña al mono hasta que joda la cadena, las hordas buscan saciar su sed de venganza.
Y el curandero les promete ríos de leche y miel si le siguen ciegamente, sin pensar aunque sea hasta el abismo.
Bill&HIllary
A todo ello contribuye una alternativa ramplona, requemada y sospechosa, la versión remasterizada del clásico dúo calavera Bill&Hillary.
Con treinta años a las espaldas la empresa más potente y letal del panorama político mundial, afronta su ultimo reto, el más difícil todavía, el triple salto mortal sin red.
Ahí es nada convertir la ex primera dama en la primera presidenta de la historia de los Estados Unidos.
¡Con dos huevos y un palito!
A pesar de los escándalos financieros, las denuncias de acoso sexual, la becaria y los juegos sicalípticos, los mails filtrados, la codicia extrema, la falta de carisma y las maniobras subterráneas, Bill&Hillary cabalgan de nuevo.
Pero ya no son aquella pareja joven que con la tenue presencia de la pequeña Chelsea llegó a la Casa Blanca en 1992 dispuestos a comerse el mundo.
Hoy son dos abuelos septuagenarios que dirimen su última y al tiempo más importante batalla porque será la que determinara el resto de sus vidas.
Bill&Hillary inasequibles al desaliento, incapaces de desengancharse de la droga política, buscado la cuadratura de un circulo que irónicamente solo podrán conseguir gracias a las torpezas, obscenidades y mentiras de su adversario, un tal Trump de nombre Donald.
Los medios colaboracionistas
Al contexto global populista, los efectos devastadores de la crisis sobre la clase media y las debilidades de la candidata demócrata, cabría añadir un cuarto factor que contextualiza la sorprendente resistencia electoral de Trump: la inestimable colaboración de parte de los medios de comunicación.
En una nación que consagra la libertad de expresión y de prensa en su Constitución, el papel jugado por algunos de ellos esta campaña se acerca peligrosamente a la estraza.
Dean Baquet, el editor ejecutivo de The New York Times, seguramente el diario líder del planeta, afirmaba que los canales sólo noticias CNN y Fox News habían hecho el ridículo durante la campaña y que su rol había resultado gravemente lesivo para la democracia.
La razón hay que buscarla en Les Moonves, uno de los principales directivos de CBS, cuando afirmó que “Donald Trump quizás no sea bueno para los estados Unidos pero es una bendición para las televisiones”.
El ataque de sinceridad de Moonves se explica porque el candidato republicano ha sido un maná para las televisiones.
Cada vez que se anunciaba su intervención los índices de audiencia se disparaban con espectadores que querían vivir en directo la última ocurrencia y el penúltimo exabrupto del constructor de Nueva York.
Y audiencia es publicidad y publicidad es dinero, muchos millones de dólares que han regado las arcas de canales de televisión y medios electrónicos que han reproducido quizás con una pinza en la nariz pero en tiempo real y sin filtros las barbaridades de Trump.
Por otra parte, la velocidad como el candidato difunde los infundios y las mentiras ha pillado a contrapié a los medios.
Según un estudio, el presidenciable republicano miente cada tres minutos y quince segundos, un ritmo inalcanzable para los comprobadores de hechos que cuando consiguen sacar a la luz una falsedad, ya han quedado superados por tres o cuatro afirmaciones tanto o más cuestionables.
Ante la vorágine de falsedades, The New York Times dedicó dos de sus páginas a reproducir los centenares de insultos y ataques que a través de twitter Donald Trump había lanzado contra “personas, lugares y cosas” durante la campaña.
Un intento banal porque cuando el rotativo vomitaba el primer ejemplar, la relación ya era obsoleta.
La verdad o la imparcialidad
El principio fundamental del periodismo es la verdad, un deber y un derecho del periodista hacia sus lectores y de estos respecto del medio donde se informan.
Otro puntal es la imparcialidad, la suficiente equidistancia entre los hechos y las opiniones para no tergiversar la verdad.
Pero a veces estos dos principios colisionan. Así, muchos políticos suspiran porque sus opiniones sean transmitidas a los ciudadanos, sin ningún filtro ni valoración.
Desde su punto de vista, servir en crudo el material informativo contribuye a la imparcialidad del medio porque el lector, oyente o espectador tiene suficientes conocimientos para formarse la opinión por sí mismo.
El problema es cuando la imparcialidad choca con la verdad y por tanto, se engaña al receptor si no hay un intermediario que alerte del fraude.
Y aquí es donde entra en juego el periodista.
Verificando los hechos, contextualizando las afirmaciones, sorteando las presiones, desechando los rumores y denunciando las mentiras.
Como decía Eugenio Scalfari “periodismo es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. Ni más ni menos.
Y en esta campaña por la presidencia de los Estados Unidos demasiadas veces algunos periodistas no han dicho lo que pasa sino lo que les han dicho que pasa.
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