Los atropellos a la infancia en Estados Unidos son una constante.
Hace dos años, unas investigaciones del periódico The New York Times y de la organización Human Rights Watch reveló que cientos, si no miles, de menores trabajaban en plantaciones de tabaco de Estados Unidos.
Cuando dentro de unos días, el 20 de noviembre, se celebre el Día Internacional del Niño proclamado por la Unicef, recordaremos las duras y miserables condiciones de vida de muchos de ellos, y siempre pensaremos en empobrecidas regiones de África y Ásia.
No se nos ocurre que suceda algo así, por ejemplo, en el país más rico del mundo.
Sin embargo, en las últimas semanas hubo varias estremecedoras noticias relacionadas con niños estadounidenses, por supuesto todas ellas pasaron desapercibidas.
La primera la encontramos en el diario español ABC.
Tuvo que llegar una empresa de lavadoras para hacer un estudio y mostrar que los niños de origen pobre no iban a clase sencillamente porque les daba vergüenza ir con la ropa sucia y sus compañeros se rieran.
La empresa instaló lavadoras y secadoras en los colegios y redujo el absentismo escolar en un 90%.
Una niña de diez años lo contaba así:
“Cuando me levanto por la mañana y veo que no tengo ropa limpia, normalmente termino quedándome en casa.
Tener la lavadora y la secadora en la escuela significa que no tengo que preocuparme por la ropa sucia; me hace sentir más ilusionada y que encajo mejor”.
El estudio concluye que, en muchas ocasiones, los jóvenes se niegan a ir a clase por temor a que sus compañeros se rían de su ropa.
Alguien pensará que la noticia es para aplaudir a la empresa de lavadoras, yo creo que más bien es para silbar al sistema educativo y económico estadounidense, donde la escolarización depende una empresa de lavadoras.
Y seguimos con nuestro repaso, además creciendo en dramatismo.
Unos operarios de la ciudad de Seattle, estado de Washington, descubrieron a dos niños de 12 y 13 años viviendo en las alcantarillas de la ciudad, según reveló la estación de televisión local Kiro7.
Los trabajadores, cuando levantaron la tapa de la alcantarilla, encontraron a más de cuatro metros de profundidad ropa, juguetes, algo de comida y otros objetos.
Entre ellos, una cama de madera contrachapada.
Fue entonces cuando descubrieron a los dos menores que vivían y dormían en el interior.
Los técnicos comentaron en declaraciones a la televisión que nunca habían visto nada parecido en treinta años de experiencia.
Destacaron el bajo nivel de oxigeno que se encuentra en esos lugares y la concentración de gas metano, tóxico para la salud.
Además del peligro de que un vehículo estacionado encima les hubiera impedido salir.
El final de la historia es que los niños se dieron a la fuga y siguen desparecidos.
Pero no estarán solos viviendo en la calle, según The Washington Post al menos 60 mil niños sin hogar viven en el estado de Washington.
Y por si estos casos no son suficiente elocuentes del nivel de desprotección de la infancia en Estados Unidos.
El periódico Diagonal informa que, según un informe difundido recientemente, se están encarcelando a los niños pobres cuyas familias no pueden permitirse el lujo de pagar las cuotas del tribunal de menores o multas, lo que equivale a castigar a los niños por la pobreza de sus familias.
Los autores del informe Debtor's Prison for Kids? The High Cost of Fines and Fees in the Juvenile Justice System [¿Prisión de morosos para niños? El alto coste de las multas y cargos en el sistema de justicia juvenil (pdf)]señalan que hay numerosas formas por las que los sistemas judiciales de menores imponen multas sobre las familias de los niños que, cuando los padres no pueden pagar, llevan al niño a prisión.
Por ejemplo muchos Estados establecen una cuota mensual a las familias cuyos hijos están en libertad condicional.
Cuando una familia no puede pagar esa cuota se considera una violación de ese régimen de libertad y el niño es, en la mayoría de casos, encarcelado en un centro de detención juvenil.
Otras veces a los niños se les condena a un programa de inserción basado en la comunidad, lo que permite mantenerlos fuera de la prisión y ayudarles a reintegrarse, pero las familias deben pagar los costes del programa.
Cuando los niños sin recursos no pueden pagar, simplemente se les encarcela.
También las familias en la mayoría de los Estados deben pagar las evaluaciones y pruebas ordenadas por el juez, tales como las evaluaciones de salud mental, pruebas de ETS y de drogas y alcohol.
No obtener ciertas evaluaciones puede resultar en una anomalía que debe ser subsanada por el tribunal, lo que significa que el niño permanecerá en detención juvenil.
Además, si las pruebas se realizan y la familia posteriormente no pueden pagar por ellas, cuenta como una violación de libertad condicional, con lo que el niño es condenado de nuevo y esto puede significar su encarcelamiento.
Los atropellos a la infancia en Estados Unidos son una constante. Hace dos años, unas investigaciones del periódico The New York Times y de la organización Human Rights Watch reveló que cientos, si no miles, de menores trabajaban en plantaciones de tabaco de Estados Unidos.
Paradójicamente, mientras -como es lógico- los niños estadounidenses tienen prohibido fumar por razones de salud, están sufriendo intoxicaciones por nicotina, con vómitos, mareos o ritmos cardíacos irregulares, por trabajar hasta doce horas al día recolectando el tabaco.
Según el informe, los menores además de ser especialmente vulnerables a los pesticidas tóxicos, con la simple manipulación de hojas de tabaco húmedas pueden absorber tanta nicotina como si estuvieran fumando.
El periodista Steven Greenhouse, que investigó el asunto y publicó el reportaje bajo el título "Sólo 13 años, y trabajando en peligrosos turnos de 12 horas en los campos de tabaco", fue entrevistado por la periodista Amy Goodman para la cadena Democracy Now!.
Según señala, se sorprendió de encontrar niños con jornadas laborales de sesenta horas semanales con un calor agobiante.
Conforme a la ley estadounidense, las plantaciones de tabaco pueden contratar trabajadores de hasta doce años de edad por una cantidad ilimitada de horas, siempre que no haya conflicto con la asistencia a la escuela.
Y no es este el único ejemplo del trato que sufren los menores en Estados Unidos.
La periodista y escritora Jennifer Gonnerman, reveló la increíble historia de Kalief Browder en la revista The New Yorker.
Browder, un estudiante de dieciséis años de edad del condado de Bronx, terminó pasando tres años en la cárcel de Rikers de la ciudad de Nueva York acusado del robo de una mochila.
El menor nunca se declaró culpable y nunca fue condenado, mantuvo su inocencia y solicitó un juicio, pero sólo le ofrecieron acuerdos de culpabilidad mientras que el juicio fue demorado en reiteradas ocasiones.
Poco antes de salir de la cárcel, el juez le ofreció condenarlo al tiempo que ya había estado en la cárcel si aceptaba declararse culpable y le advirtió que podía pasar quince años más en prisión si lo condenaban.
Aún así, Browder rehusó aceptar el acuerdo y tuvo que ser liberado al ser el caso desestimado.
Mientras estuvo en la cárcel pasó casi ochocientos días aislado, práctica que en la actualidad el Departamento Correccional de Nueva York prohíbe cuando se trata de menores.
Esta Convención es un tratado internacional que recoge los derechos de la infancia y es el primer instrumento jurídicamente vinculante que reconoce a los niños y niñas como agentes sociales y como titulares activos de sus propios derechos.
El texto fue aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 y entró en vigor el 2 de septiembre de 1990.
Los 54 artículos que componen la CDN recogen los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de todos los niños. Además, la CDN es el tratado internacional más ratificado de la historia.
Los 195 Estados que la han suscrito tienen que rendir cuentas sobre su cumplimiento al Comité de los Derechos del Niño.
La Administración de Bill Clinton firmó la CDN en 1995, pero no la ratificó y ningún Gobierno posterior ha llevado la propuesta a la Cámara Alta. Su aplicación es obligación de todos los gobiernos... menos el de Estados Unidos.
Si las tragedias infantiles nos duelen cuando suceden en países pobres, descubrir que en el país con más millonarios del mundo hay niños que no van al colegio porque no tienen ropa, viven en alcantarillas, están en la cárcel por el delito de que sus padres no tienen dinero o trabajan doce horas al día recogiendo tabaco es, como mínimo, insultante.
El que se califica país de la libertad la aplica, pero para violar los derechos humanos de los niños.
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