domingo, 8 de enero de 2017

El Euro no es un Proyecto Europeo, es un Proyecto Neoliberal

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“El euro no es un proyecto europeo, es un proyecto neoliberal”

El desarrollo de los acontecimientos en la zona euro está llevando a numerosos expertos a cuestionar cada vez más la conveniencia de continuar perteneciendo a la moneda única europea. CTXT ha aprovechado la publicación del libro El Leviatán desencadenado (Lola Books) para conversar con su autor sobre las posibilidades, los riesgos y las dificultades que para el Estado español acarrearía dotarse de “soberanía monetaria” a través de la puesta en circulación de una nueva moneda.

Como pequeña ilustración previa a la conversación, Medina Miltimore nos emplaza a la lectura de una fábula extractada de un libro del economista Michal Kalecki para observar la naturaleza del dinero y de la moneda desde una perspectiva diferente a la convencional.

En una empobrecida aldea judía, cuyos residentes estaban sumidos en el endeudamiento viviendo del crédito, un rico y pío judío llegó un día y se alojó en la posada local, tomando la precaución de pagar la factura por adelantado. El viernes, para no incumplir la prohibición del Sabbath de llevar dinero, entregó al posadero para que lo custodiase un billete de 100 dólares. El domingo al alba, el judío dejó la posada antes de que el posadero hubiese tenido ocasión de devolverle el billete.

Unos días después, el posadero decidió que el rico judío no regresaría, así que cogió el billete de 100 dólares y lo usó para saldar su deuda con el carnicero local. Encantado, el carnicero entregó el billete a su esposa para que lo custodiase.

Esta lo utilizó para saldar sus deudas con una costurera local que le hacía vestidos. La costurera utilizó el dinero para pagar los atrasos de alquiler a su casero. El casero, contento de cobrar por fin, le entregó el dinero a su amante, que ya hacía tiempo le había estado prestando sus favores sin compensación. 

La amante utilizó el billete para saldar su deuda en la posada local donde de vez en cuando alquilaba una habitación.

Así ocurrió que el billete volvió al posadero. Aunque no se había celebrado ninguna transacción nueva ni se había creado ninguna renta, las deudas de la aldea habían sido saldadas y todos contemplaban el futuro con optimismo renovado.

Dos semanas después, el rico judío regresó a la posada y el posadero pudo devolverle el billete de 100 dólares. Para su asombro, el judío cogió el billete, le prendió fuego y lo usó para encenderse un cigarrillo. Al observar al posadero, el judío se rió y le explicó que el billete, de todos modos, era falso.

La fábula que comparte en su libro revela que el dinero es esencialmente deuda. Afirma que las teorías sobre el dinero están sesgadas, cuando no equivocadas. Propone como alternativa la Teoría Monetaria Moderna. ¿En qué consiste?

La Teoría Monetaria Moderna (TMM) describe cómo funciona un sistema monetario y bancario con moneda fiduciaria, que es una moneda cuyo valor no está vinculado al oro. 

El punto de partida es que el dinero es una creación del Estado, es decir, que el Estado tiene el monopolio de emisión de moneda, por lo que nunca puede ser insolvente.

El Estado tiene una restricción real, por supuesto: los recursos que tiene la economía; pero no tiene una restricción presupuestaria ni financiera. 

El Estado obviamente no puede crear toda la moneda que quiera si no quiere generar inflación, pero sí tiene todos los elementos suficientes para evitar un proceso inflacionista.

Entonces, desde el punto de vista de la TMM, las reglas del déficit público (3% del PIB) y de deuda pública (60% del PIB) exigidas en la eurozona…

Son arbitrarias. 

Para nosotros y para muchos economistas keynesianos, el superávit o el déficit del Estado son completamente irrelevantes; lo que importa en realidad son los efectos de la política fiscal: en primer lugar, si hay pleno empleo o no; en segundo lugar, si hay inflación o no.

Imaginemos que hemos decidido salir del euro. 

Teniendo en cuenta el miedo de la gente a salir de la moneda comunitaria, ¿cómo podríamos hacerlo con éxito?

Creo que es un problema al que se le da más complejidad de la que tiene. Introducir una moneda es extraordinariamente sencillo: es como decir que el Estado a partir del 1 de febrero va a efectuar los pagos en una nueva moneda, en pesetas, o en pesos, por citar dos ejemplos.

Muy bien, creamos una moneda, pero sabemos que esta se va a depreciar inmediatamente con respecto al euro. Y, además, la fuga de capitales que se produciría…

La fuga de capitales es un concepto que se define generalmente mal. ¿Qué implica una fuga de capitales? 

Que, por ejemplo, un depósito denominado en euros en el balance del Banco Santander se transfiera a través del Banco Central a otro banco en Alemania.

Esto es relativamente irrelevante: lo que importa es dónde gasta uno: que el dueño de ese depósito en el banco alemán –y no olvidemos que de España se han marchado ya 300.000 millones de euros en depósitos– vive en España y tiene que pagar su alquiler, realizar compras, etc., en España. 

A nosotros lo que nos importa es dónde se gasta, no dónde está domiciliada la cuenta.

Entonces, a efectos reales, la fuga de capitales puede llegar a ser irrelevante…

La fuga de depósitos normalmente se magnifica, pero tiene su importancia más acuciante por el tema de los sumideros fiscales, que hay que controlar.

Pero a Mitterrand le hundió la famosa fuga de capitales de principios de los años ochenta y cambió totalmente su política económica…

Con Mitterrand es el momento en que los partidos socialistas empiezan a cambiar y a traicionar su propio ideario. 

Además, el problema que tuvo Francia fue el empeño en mantener un tipo de cambio fijo. 

Cuando tú tienes que defender un tipo de cambio fijo respecto a una cesta de monedas, los movimientos de depósitos sí impactan sobre la cotización de la divisa. 

Empeñarse en mantener un tipo de cotización fija es lo que te pone la soga al cuello.

Entonces, otro de los rasgos fundamentales de la TMM es el mecanismo de tipos de cambios flexibles…

Efectivamente, para nosotros es un postulado fundamental: el tipo de cambio tiene que ser flotante. 

En estas condiciones, imagina que hay una fuga de euros. Si tienes soberanía monetaria, tienes capacidad de recapitalizar los bancos: ¿que el Banco Santander puede tener un problema porque se haya endeudado mucho en euros?

Hay que tener en cuenta que el Santander está muy internacionalizado y tiene menos de la tercera parte de su negocio en España, con lo cual su dependencia de los depósitos de residentes es pequeña. 

Y si es un banco con un negocio muy doméstico, el Banco de España puede darle la liquidez suficiente o incluso nacionalizarlo.

Entonces introducimos la nueva moneda superado el miedo a las fugas de capitales. ¿Pero eso cómo se hace?

La moneda la introduces gastando, creando, en definitiva, apuntes contables.

"Introducir una moneda gastando" suena un poco raro…

El Estado dice que a partir de mañana, por ejemplo, la autopista que estábamos construyendo en Madrid en vez de pagarla en euros se va a pagar en nuevas pesetas.

O sea, la construcción de la autopista es gasto estatal, y el Estado paga al constructor en nueva moneda. Pero para extender la nueva moneda, ¿qué se hace? Porque la gente no tiene esas nuevas pesetas...

Se crea demanda por la moneda nacional. Básicamente a través de los impuestos. Y ojo, aquí viene un principio fundamental que es erróneo en la economía convencional: en un Estado monetariamente soberano, los impuestos no son el mecanismo de financiación del Estado.

Pero el Estado necesita financiarse para gastar, para redistribuir… En primero de Económicas nos enseñaban que los impuestos sirven para financiar ese gasto...

Yo aprendí eso en primero también (risas). Eso es cierto para una diputación, pero no para un Estado con soberanía monetaria. Ten en cuenta que en este caso que exponemos el único creador de moneda es el Estado y la única manera de que los ciudadanos tengan moneda en su bolsillo es que el Estado haya gastado.

La función de los impuestos al final es apartar recursos reales para que los use el Estado; el Estado es nuestro agente, le encomendamos misiones (carreteras, sanidad, enseñanza, hospitales, seguridad). 

Todas estas misiones que nosotros desde el sector privado no podemos asumir como individuos o como grandes empresas (para las que muchas cosas no son rentables o simplemente no son posibles). 

No olvidemos que, de alguna forma, el Estado somos nosotros, y le encomendamos lo que nosotros no podemos hacer.

Apartamos recursos reales que además están ociosos hoy en día, esto último está claro. Entonces imponemos tributación: por vivir aquí tengo que pagar un IBI, IRPF, etc. 

Yo para conseguir ese dinero para pagar mis impuestos le tengo que ofrecer algo al Estado, y por ello yo vendo mi trabajo, o bienes si soy un fabricante… Entonces consigo su dinero, que es un pagaré del Estado, lo equivalente a un crédito fiscal que se puede utilizar para pagar los impuestos.

¿Entonces el dinero es un crédito fiscal del Estado?

Efectivamente, y puedo hacer varias cosas con el dinero: devolvérselo al Estado vía impuestos o bien guardarlo como instrumento de ahorro… 

Hay un ejemplo muy claro de la historia colonial de África a la hora de explicar la introducción de una moneda: en Ghana, cuando llegan los británicos, estos querían cultivar café, pero se encuentran con el problema de que la población nativa no quería acudir a trabajar a los cafetales porque les pagaban con dinero británico y eso no les servía para nada, ya que ellos tenían su propio circuito económico.

Por mucho que los colonos subieran el salario, los nativos no querían trabajar. Entonces el gobernador de la colonia pone un impuesto confiscatorio a las chozas, unos veinte chelines. Se produce una revuelta y encarcelan al jefe tribal. 

Los nativos al final se dan cuenta de que tenían que conseguir libras o chelines para saldar la deuda. Y eso al final genera la oferta de trabajo que los británicos buscaban.

Entonces, el Estado introduce una moneda, gastando para ello e incorporando los impuestos. Pero el peligro de la devaluación con respecto al euro está todavía ahí. 

En su libro afirma que una manera de impedir que esto ocurra es “generar demanda por la propia moneda”.

Sí, hay varias maneras de hacerlo. 

Una es obviamente lanzar la nueva moneda poco tiempo antes de una campaña de liquidación del IVA, o bien justo antes de la campaña del IRPF: la gente tiene que pagar el impuesto pero no tiene esa moneda en su bolsillo.

La condición es que el Estado no acepta el pago con euros. Entonces el sector privado necesita una moneda que no tiene: se genera una demanda por dicha moneda y en el mercado su cotización sube porque está todo el mundo buscándola. 

Al final puedes encontrarte con que la nueva moneda acaba incluso apreciándose.

De hecho, un famoso estudio de P. Pilkington y W. Mosler sobre una posible salida del euro propone no forzar la conversión de los depósitos de los ciudadanos a la nueva moneda, un error que suelen cometer los Estados para mantener el tipo de cambio y para que el banco central tenga unas reservas de divisas. 

Esto puede hacer que el sector privado se encuentre con unos depósitos que no quiere y que entonces los venda para comprar euros, provocando la depreciación de la moneda.

Lo que propone, pues, son unas condiciones algo más flexibles que las tradicionales a la hora de introducir una moneda o de salir de una unión monetaria. Algo que es bastante corriente a lo largo de la historia…

Según un artículo científico de Andrew Ross, ha habido 69 rupturas de uniones monetarias desde la Segunda Guerra Mundial. Sería un error pensar que una unión monetaria es para siempre. Además, aquí hay otro error: pensar que el proyecto europeo es igual al euro, que no lo es, y hay muchos países europeos que no están en el euro.

No hay una identificación entre euro y Europa. Para mí el euro no es un proyecto europeo, es un proyecto fundamentalmente neoliberal. Ha habido una muy exitosa ruptura monetaria en Europa que ha sido la checoslovaca, que generó un pequeño punto de inflación en el 93 pero que fue bastante pacífica. 

Toda institución humana es temporal… En conclusión, no hay que convertir el euro en un tótem, siendo una institución mal diseñada.

Bueno, pero si salimos del euro, ¿nos seguirán prestando los mercados? Nos tendremos que poner a imprimir dinero… Y de ahí a la República de Weimar...

La hiperinflación de la República de Weimar es un episodio extraordinario de los que ha habido muy pocos en la Historia. 

Lo de Weimar se explica por la derrota de la guerra y las reparaciones del Tratado de Versalles, lo que elimina gran parte de la capacidad productiva alemana: barcos, capacidad ferroviaria, minas…

Además, los alemanes tenían que hacerse con recursos para pagar las compensaciones a los aliados. Entonces la única solución que encontraron fue la de imprimir una cantidad de dinero tremenda. 

El caso español, por el contrario, es el de la existencia de recursos ociosos, como fábricas que no están al cien por cien de su capacidad productiva, gente que no encuentra trabajo, viviendas sin inquilino... 

El Instituto Nacional de Estadística afirma que no estamos por encima del 80% de nuestra capacidad productiva.

¿Por qué hay entonces tanto miedo a la inflación?

Porque es un fenómeno muy complejo que no se ha explicado bien. La denominada teoría cuantitativa del dinero, muy simplista, relaciona la oferta monetaria con la inflación de modo unidireccional. Y no es cierto. 

Tú puedes aumentar la oferta monetaria y lo más probable es que en vez de aumentar los precios aumente la producción. 

Por ejemplo (y esto viene del pensamiento keynesiano), cuando un empresario percibe un aumento de demanda y tiene capacidad sobrante, lo primero que hace es subir la producción.

Porque si yo soy Mercadona y me aumenta la demanda yo no quiero perder cuota de mercado: aumento la producción, contrato trabajadores, pero no subo los precios. 

Esto es fundamental entenderlo: las empresas quieren aumentar o mantener la cuota de mercado; en una economía como la nuestra, debajo de su capacidad productiva, lo más normal es que primero aumente la producción. Si hay algo de inflación no es malo, ya que llevamos ya tres años de deflación, lo que empeora los balances de los que están más endeudados.

Es fundamental entender que una nueva moneda a corto plazo no tiene por qué llevarnos a una situación inflacionista. Puede darse a más largo plazo, pero depende de cómo se comporten a tres o cuatro años tanto el sector privado como el sector público.

¿La devaluación, de producirse, 
no tendría un efecto inflacionista en un país que importa tantas mercancías?

Sí, la devaluación puede tener un efecto inflacionista. 

Pero hay que tener cuidado con cómo la definimos: la inflación es una subida continuada en el tiempo de los precios y hay que distinguirla de episodios singulares o aislados, donde hay una depreciación repentina de la moneda, que sería difícil que fuera mayor del 30%. Si tú gestionas ese repunte de inflación con inteligencia, no tiene por qué asentarse en las expectativas de los agentes ni prolongarse en el tiempo.

¿Y cuál sería esa gestión inteligente de la situación para que no se convirtiera en un peligro?

Hay varias maneras. Es importante entender que el Estado, como monopolista, tiene la capacidad de fijar el precio de la moneda. Una forma de evitar un proceso inflacionario es anclando el valor de la moneda a una especie de salario mínimo que llamaremos el salario genérico.

¿Y cómo se consigue este anclaje? 

A través de un Plan de Empleo de Transición. 

Este plan estatal no solo tendría el objetivo de acabar con el desempleo, sino que también tendría un objetivo macroeconómico, consistente en actuar como stock de reserva que absorbiera las variaciones en la demanda de trabajo: si cae la demanda de trabajo remunerado, el Estado absorbe el stock, impidiendo que el salario caiga; en el momento en que la economía se recupera, hay un stock de mano de obra preparada, formada, con currículum, para que los empresarios puedan volver a contratarla. 

De esta manera, además, estabilizas el salario como el principal factor de coste para la mayor parte de las actividades económicas; una vez estabilizado y sin que los márgenes empresariales crezcan demasiado, se consigue la estabilización de los precios.

Entonces es lo contrario a la creación de aquel “ejército de reserva” al que se refiere Marx…

Exactamente. Sustituyes como variable de ajuste el empleo para que la variable de ajuste sea el salario. Y hay muchas otras formas de luchar contra la inflación dada la capacidad de compra del Estado, por lo que la teoría de la hiperinflación es bastante inverosímil dadas estas condiciones.

¿Cómo se paga este plan de empleo?

Se pagaría desde el Estado, y recuerda que un Estado soberano monetariamente es siempre solvente. Y se crearía pleno empleo de manera más efectiva que a través de las maneras tradicionales de caminar hacia el pleno empleo. Otras vías indirectas de llevarlo a cabo pueden ser más inflacionistas. 

Y siempre va a haber muchas personas que las empresas no quieran contratar: antecedentes penales, discapacidades, problemas de alcoholismo… Estas personas no empleables por el sector privado pueden demostrar sus capacidades en estos planes de empleo garantizado.

Estos planes de impacto son compatibles con la transformación de nuestro modelo productivo, incidiendo en una investigación y desarrollo bastante abandonados…

Por supuesto, yo provengo del sector de las biotecnologías, por lo que alguna idea tengo de esto. Hace falta lo que Mazzucato llama “el Estado emprendedor”.

El dirigismo estatal se ha asociado al franquismo y el pensamiento económico dominante posterior desmanteló la industria y la banca pública, con el modelo de la CEE de fondo. 

Pero dejar el protagonismo al sector privado es una ficción; lo que hace el Estado emprendedor es establecer una relación simbiótica entre sector público y privado sin excluir ninguno de los dos.

El Estado lidera y muestra el camino, piensa EEUU en Internet y los móviles, el Ministerio de Defensa, la tecnología GPS… todo esto procede del sector público. Muchos empresarios lo que han hecho ha sido meter algo de diseño… sin reconocer al Estado su liderazgo y sin garantizarle ningún retorno.

En España esto ha sucedido también: el Estado siembra y luego el sector privado hace las apuestas. Y la innovación tiene muchísimo riesgo, tecnológico y comercial, por lo que el inversor privado huye como de la peste, imagínate en el sector biotecnológico…

En realidad necesitas que alguien le señale el camino al sector privado, como ha ocurrido con la red de alta velocidad española: aquí ha habido un Estado que ha pagado miles de millones durante un montón de años.

Y lo mismo con la industria automovilística, con las carreteras, las autopistas, las autovías. ¡A nadie se le ocurría aparcar en la calle en el siglo XIX!


Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa

Adelanto del nuevo libro de Joseph e. Stiglitz, en el que el premio Nobel de Economía defiende la necesidad de abandonar el euro como condición para salvar el proyecto de construcción europea

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Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa
SR. GARCÍA
El mundo se ha visto bombardeado con informaciones deprimentes sobre Europa. Grecia está en depresión, y la mitad de sus jóvenes, en el paro. La extrema derecha ha ganado enorme terreno en Francia. En Cataluña una mayoría de los diputados electos en el Parlamento regional apoyan independizarse de España.  Grandes zonas de Europa afrontan una década perdida, con un PIB per cápita más bajo que el que tenían antes de la crisis financiera global.
Incluso lo que los europeos consideran un éxito representa un fracaso: la tasa de desempleo en España ha caído del 26 por ciento en 2013 al 20 por ciento al comienzo de 2016, pero casi uno de cada dos jóvenes sigue en el paro, y el porcentaje sería aún mayor si muchos, sobre todo los más preparados, no se hubieran ido del país para buscar empleo en otros lugares.
Los buenos acuerdos monetarios no garantizan prosperidad, pero los malos pueden causar recesiones
¿Qué ha sucedido? 
Con los avances que se han producido en la ciencia económica, ¿no deberíamos saber mejor cómo administrar la economía? 
De hecho, el economista y premio Nobel Robert Lucas declaró en 2003, en su discurso como presidente de la Asociación Americana de Economistas, que “el problema principal para prevenir la depresión está resuelto”. 
Y dadas las mejoras en los mercados, ¿no debería ser incluso más fácil? Las características fundamentales de una economía sana son el crecimiento rápido, con unos beneficios que recaen en todos los sectores, y una tasa de paro baja. En Europa ha ocurrido todo lo contrario.

Este aparente enigma tiene una explicación sencilla: la decisión fatal, en 1992, de adoptar una moneda única sin dotarla de las instituciones necesarias para que funcionase. 
Los buenos acuerdos monetarios no garantizan la prosperidad, pero los malos convenios pueden desembocar en recesiones y depresiones. Y uno de los acuerdos monetarios que van unidos desde hace mucho tiempo a las recesiones y a las depresiones es la vinculación de divisas, por la que el valor de la moneda de un país se fija en función de otra o de una materia prima.

La depresión de Estados Unidos a finales del siglo XIX estuvo relacionada con el patrón oro, el sistema según el cual cada país fijaba el valor de su divisa en función del oro e implícitamente, por tanto, a las divisas de los demás; como no había habido nuevos hallazgos sustanciales del metal precioso, su escasez empezó a generar la caída de los precios de los bienes ordinarios con respecto a él, lo que hoy llamamos “deflación”. 
En la práctica, el dinero tenía cada vez más valor. Y eso empobrecía a los agricultores estadounidenses, que cada vez afrontaban más dificultades para pagar sus deudas. 
La campaña electoral de 1896 se centró en la cuestión de si, como dijo el candidato demócrata William Jennings Bryan, Estados Unidos iba a “sacrificar a la humanidad en una cruz de oro”.

Al patrón oro se le achaca también haber contribuido a intensificar y prolongar la Gran Depresión. Los países que antes lo abandonaron se recuperaron con más rapidez.

A pesar de esos antecedentes Europa decidió atarse a una moneda única, que creó en el continente el mismo tipo de rigidez que el patrón oro había impuesto al mundo. 
El patrón oro fracasó y, salvo unas cuantas personas, los llamados “escarabajos de oro”, nadie desea que se restablezca.
Morir en la cruz

Europa no tiene por qué morir sacrificada en la cruz del euro; la moneda puede funcionar. Las reformas fundamentales que se necesitan están en la estructura de la propia unión monetaria, no en las economías de los respectivos países. 

Lo que está por ver es si existe suficiente cohesión política, suficiente solidaridad, para adoptar esas reformas. 

Y a falta de reformas, sería preferible un divorcio amistoso en vez de la estrategia actual de limitarse a salir del paso. 

Mostraré cuál es la mejor forma de gestionar la separación.
En 2015 la Unión Europea de 28 miembros era la segunda mayor economía del mundo, con aproximadamente 507,4 millones de ciudadanos y un PIB de 16,2 billones de dólares, ligeramente inferior al de Estados Unidos. 
(Dado que los tipos de cambio pueden variar mucho, el tamaño relativo de los distintos países varía también. En 2014 la Unión Europea fue la mayor economía). 
Dentro de la Unión Europea 19 países tienen una moneda común, el euro. 
El “experimento” de compartir divisa es relativamente reciente: los euros empezaron a circular en 2002, aunque Europa se había comprometido a poner en práctica la idea diez años antes, con el Tratado de Maastricht, y tres años antes los países de la eurozona habían vinculado sus divisas entre sí. 
En 2008 la región se vio arrastrada, junto con el resto del mundo, a la recesión. 
Hoy Estados Unidos se ha recobrado en gran parte —una recuperación débil y tardía, pero una recuperación—, mientras que Europa, y sobre todo la eurozona, permanece sumida en el estancamiento.
Con el TLCAN quedó claro que la expresión “acuerdo de libre comercio” era publicidad engañosa
Este fracaso es importante para el mundo entero, no solo para la denominada “eurozona”. 
Por supuesto, es especialmente grave para quienes viven en los países que han sufrido la crisis, muchos de los cuales continúan hundidos en la depresión. 
Esto se debe en buena medida a que, en nuestro mundo globalizado, cualquier cosa que provoca el estancamiento en una parte tan importante de la economía mundial perjudica a todos.
A veces, como demostró con gran claridad Alexis de Tocqueville en La democracia en América, alguien de fuera puede hacer un análisis de la cultura y la política más exacto y desapasionado que quienes están involucrados en el desarrollo de los hechos. 
Lo mismo ocurre, hasta cierto punto, en economía. 
He hecho viajes a Europa desde 1959 —en las últimas décadas, varias veces al año— y pasé seis años allí dando clases y estudiando. 
He colaborado estrechamente con muchos Gobiernos europeos (sobre todo de centro izquierda, aunque en no pocas ocasiones con otros de centro derecha).

Mientras se fraguaban la crisis financiera global y del euro de 2008, tuve mucha relación con varios países involucrados en ellas (como miembro de un consejo asesor del expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero y como amigo y consejero, desde hace mucho tiempo, del ex primer ministro de Grecia Yorgos Papandréu). 
Conocí de primera mano lo que ocurría en los países en crisis y las políticas que estaban elaborando los Gobiernos de la eurozona como respuesta.
El experimento

Como economista, el experimento del euro es fascinante. Los economistas no tenemos acceso a laboratorios. Tenemos que poner a prueba nuestras ideas con los experimentos que la naturaleza —o la política— nos arroja. Creo que el euro nos ha enseñado mucho.

Se concibió con una mezcla de defectos económicos e ideológicos. Era un sistema que no podía funcionar mucho tiempo y, cuando llegó la Gran Recesión, esos errores quedaron a la vista de todos. 

En mi opinión esas deficiencias estaban claras desde el principio para cualquiera que quisiera verlas, y contribuyeron a una acumulación de desequilibrios que supusieron un factor crucial en las sucesivas crisis y que tardarán años en superarse.
El experimento fue especialmente importante para mí porque llevaba años reflexionando y escribiendo sobre la integración económica, sobre todo desde que estuve al frente del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton en los años noventa. 
Entonces trabajamos para abrir las fronteras al comercio entre Estados Unidos, Canadá y México con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). 
También trabajamos para crear la Organización Mundial de Comercio, que nació en 1995 y fue el comienzo de un orden legal internacional que rige esa actividad. El TLCAN, puesto en marcha en 1994, no era tan ambicioso como la Unión Europea, que permite también la libre circulación de trabajadores. 
Y era mucho menos ambicioso que la eurozona; los tres países no tienen una moneda común. Pero incluso esa mínima integración planteó numerosos problemas. 
Y por encima de todo, quedó claro que la expresión “acuerdo de libre comercio” era publicidad engañosa: en realidad, era un acuerdo de comercio gestionado, dirigido sobre todo en función de los intereses especiales de las empresas, en especial en Estados Unidos. 
Fue entonces cuando empezaron a preocuparme las consecuencias de la disparidad entre la integración económica y la política, así como las repercusiones de los acuerdos internacionales firmados por gobernantes
—por buenas que fueran sus intenciones— en procesos escasamente democráticos.

De trabajar con el presidente Clinton pasé a ser economista jefe del Banco Mundial. Allí me encontré con nuevos aspectos de una integración económica que no estaba en sintonía con la integración política. 
Vi que nuestra institución hermana, el Fondo Monetario Internacional (FMI), trataba de imponer lo que en su opinión (y la de otros donantes) eran buenas políticas económicas a los países que necesitaban su ayuda. 
Esas opiniones estaban equivocadas —a veces, muy equivocadas—, y las imposiciones del FMI desembocaban a menudo en recesiones y depresiones. Tenía que esforzarme para intentar entender aquellos fracasos y por qué el Fondo hacía eso.

Como indico en varios momentos del libro, existen estrechas semejanzas entre los programas que el FMI (a veces con el Banco Mundial) impuso a los países en vías de desarrollo, así como a los mercados emergentes, y los que se les han obligado a aceptar a Grecia y los demás países afectados por la Gran Recesión. 
También explico el hecho de que sean tan parecidos los motivos por los que estos programas siguen siendo decepcionantes, aparte de la inmensa oposición pública suscitada allí donde se han impuesto.
Intereses contraproducentes

Hoy el mundo está plagado de nuevas iniciativas pensadas para aprovechar la globalización en beneficio de unos pocos. 

Estos acuerdos comerciales entre las dos orillas del Atlántico y el Pacífico, el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones y el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTIP y TPP, respectivamente), se forjan una vez más a puerta cerrada, en reuniones de dirigentes políticos que ponen los intereses del mundo empresarial sobre la mesa.
Los acuerdos ponen de manifiesto un deseo persistente de integración económica que no está en sintonía con la integración política. 
Una de sus disposiciones más polémicas permitiría a las empresas amenazar con querellarse contra los Estados cuando los beneficios previstos resulten perjudicados por cualquier nueva normativa, algo que ningún Gobierno admitiría dentro de sus fronteras. 
El derecho a regular —y a actualizar las reglas en función de los cambios de circunstancias— es un aspecto fundamental del ejercicio del gobierno.
Hoy el mundo está lleno de iniciativas pensadas para aprovechar la globalización en beneficio de unos pocos
Sin embargo, el proyecto de la eurozona era diferente de estos otros ejemplos en un sentido crucial: se basaba en un intento serio de avanzar hacia la integración política. 
Los nuevos acuerdos comerciales no parten de ningún deseo de contar con unos criterios reguladores armonizados, establecidos por un Parlamento que represente a los ciudadanos de toda la zona comercial. 
Lo que buscan las empresas es sencillamente interrumpir la regulación o, mejor todavía, revocarla.

Pero el diseño del  “proyecto de moneda única” estaba tan influido por la ideología y los intereses que fracasó no solo en su aspiración económica —generar prosperidad—, sino también en su ambición de unir más a los países desde el punto de vista político.

Por eso, aunque este libro se ocupa de la importantísima cuestión del euro, su objetivo es más amplio: demostrar que incluso las mejores intenciones a la hora de avanzar hacia la integración económica pueden ser contraproducentes si lo que fija las prioridades es una serie de doctrinas económicas cuestionables, inspiradas más en la ideología y los intereses que en los hechos y la ciencia económica. […]
Con defectos de nacimiento

La eurozona tuvo defectos desde su nacimiento. 

Su estructura —las normas, los reglamentos y las instituciones que la gobiernan— tiene la culpa del mal comportamiento de la región y de sus múltiples crisis.

Su fortaleza estaba en la diversidad de Europa. 

Pero esa inmensa diversidad económica y política hace que no sea nada fácil que funcione una moneda única. Esta implica un tipo de cambio fijo entre unos países y otros, y un tipo de interés único.

Aunque se establezcan unos tipos que reflejen las circunstancias de la mayoría de los países miembros, debido precisamente a su diversidad económica son necesarias instituciones capaces de ayudar a los países donde las políticas no resulten completamente apropiadas. 

Y Europa no creó esas instituciones.
Los fundadores del euro se regían por una serie de ideas que estaban de moda pero eran equivocadas
Además, las normas deben tener la flexibilidad suficiente para adaptarse a las distintas circunstancias, creencias y valores. 
Europa ha consagrado esta idea en su principio de subsidiariedad, en función del cual la responsabilidad de las políticas públicas recae sobre las instancias nacionales, y no sobre las europeas, en el mayor número de decisiones posible. 
En realidad, dado que el presupuesto de la Unión Europea representa solo alrededor del 1 por ciento de su PIB (a diferencia de Estados Unidos, donde el gasto federal constituye más del 20 por ciento del PIB), el gasto de la Unión Europea como tal es escaso. 
Ahora bien, en un terreno crucial para el bienestar personal de los ciudadanos —las políticas monetarias, fundamentales para determinar el desempleo y las bases para la subsistencia—, el poder sí se centralizó en el BCE, creado en 1998. 
Y dadas las firmes limitaciones al gasto deficitario, a los países no se les dio la flexibilidad suficiente para llevar a cabo su política fiscal (impuestos y gastos), que habría permitido afrontar unas circunstancias adversas y evitar una recesión profunda.

Peor aún, la estructura de la eurozona incorporó ciertas ideas sobre lo que era necesario para tener éxito económico: por ejemplo, que el BCE debía atender sobre todo a la inflación, en contraste con la misión de la Reserva Federal de Estados Unidos, que también se ocupa del desempleo, el crecimiento y la estabilidad. 
No fue solo que la eurozona no se estructurara teniendo en cuenta la diversidad económica de Europa; es que esa estructura, sus normas y sus reglamentos no se pensaron para fomentar el crecimiento, el empleo ni la estabilidad.

A los problemas de la estructura de la eurozona se han sumado las políticas que ha llevado a cabo la región, especialmente tras la crisis y dentro de los países más afectados por ella. Incluso con los fallos estructurales, existían alternativas. 
Europa se equivocó. Impuso la austeridad, unos recortes excesivos del gasto público. Exigió determinadas “reformas estructurales”, cambios, por ejemplo, en la gestión de los mercados laborales y las pensiones por parte de los países en crisis. 
Y, sobre todo, no prestó suficiente atención a las reformas que más probabilidades tenían de acabar con las profundas recesiones que amenazaban a esos países. Estas políticas, aunque se hubieran aplicado a la perfección, no les podían devolver la salud.

Por eso, donde se necesitan con más urgencia las reformas es en la propia estructura de la eurozona —no en cada país—, y se han tomado algunas tímidas medidas en esa dirección. 
Pero son medidas demasiado escasas y demasiado lentas. 
Alemania y otros han tratado de culpar a las víctimas, a los países que sufrieron como consecuencia de las políticas equivocadas y la estructura defectuosa de la eurozona. 
Sin embargo, sin unas reformas profundas de su propia estructura, Europa no podrá recuperar el crecimiento.
 Para profundizar

¿Por qué unos estadistas bienintencionados, que intentan construir una Europa más fuerte y más unida, crean algo que tiene el efecto contrario? 

Este libro no aborda solo el hecho central —la crisis del euro, que está transformando Europa— y su base económica. 

Trata de la relación entre la política y la economía, y del papel de las ideas y las creencias.

Cuando el euro era un proyecto político, la cohesión política —sobre todo en cuanto a la delegación de poderes de los Estados soberanos a la Unión Europea — no tenía la fuerza suficiente para crear las instituciones económicas que quizá habrían hecho posible el éxito de la moneda.
joseph E. Stiglitz. Premio Nobel de Economía (2001), vicepresidente del banco mundial (1997-2001) , consejero económico de bill clinton (1993-1997)
Además, los fundadores del euro se regían por una serie de ideas, de nociones sobre el funcionamiento de las economías, que estaban de moda entonces pero eran equivocadas. Tenían fe en los mercados y no comprendían sus limitaciones ni lo que hacía falta para que funcionaran. 
Esa fe inquebrantable se denomina a veces “fundamentalismo de mercado” y a veces “neoliberalismo”. Los fundamentalistas de mercado, por ejemplo, creían que si el Gobierno se aseguraba de que la inflación fuera baja y estable los mercados garantizarían el crecimiento y la prosperidad para todos. 
Aunque esta teoría ha sido desacreditada en la mayor parte del mundo, sobre todo tras la crisis financiera global de 2008, esas creencias sobreviven y florecen en la potencia dominante de la eurozona, Alemania. 
Sus defensores las mantienen con tanta convicción y tal certeza, inmunes a toda prueba en contra, que las consideran, con razón, una ideología. 
Unas ideas similares, impulsadas por el FMI y el Banco Mundial en todo el mundo, desembocaron en un cuarto de siglo perdido en África, un decenio perdido en América Latina y una transición del comunismo a la economía de mercado en la antigua Unión Soviética y el este de Europa que fue, cuando menos, decepcionante.

Así pues, los fallos de la eurozona, tanto en su estructura como en sus políticas, pueden achacarse en gran parte a la combinación de una ideología económica equivocada, predominante en la época de la construcción del euro, y a una falta de solidaridad política profunda. Esta mezcla hizo que la creación del euro sembrara las semillas de su propia destrucción.
Errores de concepto

Otro factor fueron las ideas equivocadas sobre el proceso de reforma. Los líderes sabían que el proyecto de la eurozona estaba incompleto, pero lo veían como parte de un proceso a largo plazo. 

La dinámica desencadenada por el euro obligaría a crear cualquier institución necesaria que no existiese. Y ese éxito impulsaría la integración política y económica.

En mi periodo como economista jefe del Banco Mundial aprendí que hay que tener mucha cautela con la oportunidad y el ritmo de las reformas. Un fracaso inicial aumenta la resistencia a las reformas posteriores. Y esa es la historia del euro.
La vía hacia delante

Los defensores de las políticas actuales en la eurozona, encabezados por Alemania, han defendido en esencia que “no hay alternativa” a la estructura actual (aparte de las pequeñas modificaciones que han querido aceptar) ni a las políticas que han impuesto. 

Lo han sostenido con tanta frecuencia que la frase tiene su propio acrónimo: TINA (There is no alternative). 

En este libro se demuestra que sí existen alternativas a la estrategia actual: unas reformas que harían que el euro funcionase, un divorcio amistoso y una medida provisional, pero muy distinta a la actual, capaz de transformarse con facilidad en una moneda única si existiera la determinación suficiente para hacer que funcionara el sistema. 

La medida provisional actual —una moneda única sin las mínimas instituciones necesarias para una zona de moneda única— no ha funcionado ni parece que lo vaya a hacer. 

Tiene que haber o “más Europa” o “menos”.
¿Peor que una década perdida?

De vez en cuando, cuando golpean las crisis, las economías tardan años en regresar a los niveles anteriores de crecimiento y paro. 

Lo que afronta Europa es peor

en la mayoría de sus países, casi con toda seguridad, el nivel de vida no subirá nunca hasta donde habría podido si no se hubiera producido la crisis del euro, o si la crisis se hubiera gestionado mejor. Pero el fracaso del euro va mucho más allá.

Los defensores del euro alegan, con razón, que la moneda única no era solo un proyecto económico que pretendía mejorar los niveles de vida a base de asignar los recursos con más eficacia, poner en práctica los principios de ventaja competitiva, mejorar la competencia, aprovechar las economías de escala y reforzar la estabilidad económica. 

Era, sobre todo, un proyecto político, que debía impulsar la integración política de Europa, unir más a los pueblos y países del continente, y garantizar la coexistencia pacífica.

El euro no ha logrado ninguno de sus dos objetivos principales, la prosperidad y la integración política, que están ahora más lejos que antes de la creación de la eurozona. 

En vez de paz y armonía, los países europeos se miran hoy con desconfianza e indignación. 

Reaparecen los viejos estereotipos, el norte de Europa acusa al sur de ser vago y poco de fiar, y se invocan los recuerdos del comportamiento de Alemania en las guerras mundiales.
Comportamiento lamentable

El comportamiento económico de los países de la eurozona ha sido decepcionante. 

La eurozona está básicamente estancada, y su rendimiento ha sido especialmente penoso desde la crisis financiera mundial. 

Los detractores del euro siempre sostuvieron que la prueba llegaría cuando los países de la eurozona se enfrentaran a una conmoción asimétrica, un cambio que afectara a unos de forma distinta que a otros. 

Las consecuencias de la crisis financiera global de 2008 han demostrado que esos temores se materializaron con creces: las economías de la eurozona se han conducido peor de lo que habían predicho incluso sus mayores críticos. 

La crisis comenzó en Estados Unidos, pero estos se han recuperado —aunque débilmente—, con un PIB real que en 2015 fue un 10 por ciento superior al de 2007, mientras que el PIB de la eurozona casi no ha variado desde 2007, e incluso, como ya hemos dicho, la renta per cápita ajustada a la inflación ha disminuido. 

La eurozona vivió una doble recesión, al tiempo que a algunos países fuera de ella, como Suecia y Noruega, les ha ido bastante bien. Existe un factor fundamental que contribuye a este mal rendimiento: el euro.
Hasta Alemania ha fracasado

Alemania presume de sus éxitos y de que es un ejemplo de lo que deben hacer otros países. 

Su economía ha crecido un 6,8 por ciento desde 2007, pero con una tasa media de crecimiento de solo el 0,8 por ciento anual, una cifra que en circunstancias normales se consideraría casi un fracaso. 

También hay que destacar que la evolución de Alemania antes de la crisis, al comienzo de este siglo —cuando aprobó unas reformas que recortaron drásticamente la red de protección social—, se produjo a expensas de los trabajadores corrientes, en especial los de la franja inferior. 

Mientras los salarios reales se estancaban (según algunos cálculos, disminuían), la brecha entre los de abajo y los de la franja intermedia aumentó un 9 por ciento en un breve periodo, menos de 10 años. Y en los primeros años del siglo, la pobreza y las desigualdades también aumentaron. Se dice que Alemania es un “éxito” solo en comparación con otros países de la eurozona.
El euro generó la crisis del euro

Los defensores del euro afirman que la moneda sí funcionó, aunque solo fuera durante un breve periodo. Entre 1999 y 2007 reinó la convergencia, con un rápido crecimiento de los países más débiles a medida que bajaban los tipos de interés que tenían que pagar los Gobiernos y las empresas sobre sus préstamos. 

El euro consiguió fomentar la integración económica, y el capital fluyó hacia los países más pobres. Según estos observadores, la moneda común fue víctima de una tormenta desgraciada que se originó al otro lado del Atlántico, un huracán de los que suceden una vez cada cien años. 

El hecho de que el huracán lo destruyera todo no es culpa del euro: 

los buenos sistemas económicos se construyen para soportar tormentas normales, pero ni el mejor diseñado puede resistir unos sucesos tan extraordinarios. 

Eso es lo que dicen los defensores de la moneda única.
El euro no ha logrado ninguno de sus dos objetivos principales, la prosperidad y la integración política
La crisis financiera mundial, sin duda, dejó al descubierto el punto más débil del euro: la manera en que impedía adaptarse a los golpes que afectaban de manera distinta a unas y otras partes de la eurozona. 
Pero el euro no fue la víctima inocente de una crisis creada en otro lugar. Los mercados, siempre propensos a una exuberancia y un pesimismo irracionales, supusieron, de forma equivocada e irracional, que la eliminación del riesgo cambiario (con la moneda única desaparecía el riesgo relacionado con los cambios de valor de, por ejemplo, la lira —la antigua moneda de Italia— respecto a la peseta) significaba la eliminación del riesgo soberano, el peligro de que un Gobierno no pudiera devolver lo que debía. 
Los mercados se sumaron a la euforia de la creación del euro y, como los políticos que habían ayudado a crearlo, no pensaron con demasiado detalle en sus fundamentos económicos. 
No se dieron cuenta de que la forma en que lo habían creado, en la práctica, había incrementado el riesgo soberano.

Con la creación del euro en 1999, el dinero fluyó a los países de la periferia (los más pequeños, como Grecia, España, Portugal e Irlanda, alrededor del “núcleo duro” europeo, formado por Francia, Alemania y el Reino Unido), y los tipos de interés bajaron. 
En una repetición de la pauta observada en cualquier lugar del mundo donde los mercados estuvieran liberalizados, la llegada de dinero a un país iba seguida de su salida, en cuanto los mercados comprendían que se habían mostrado demasiado eufóricos. 
En este caso, la crisis financiera mundial fue el detonante: de pronto, Grecia, España, Portugal e Irlanda se encontraron sin acceso al crédito y en una crisis para la que los fundadores de la eurozona no se habían preparado. 
En la crisis del Este asiático, diez años antes, cuando los cambios repentinos de confianza de los inversores dieron la vuelta a los flujos de capitales, los tipos de cambio se desmoronaron en los países afectados y eso les permitió hacer los ajustes necesarios. 
En los países de la periferia del euro, eso no era posible. Los responsables de la eurozona no habían previsto un hecho así y, por consiguiente, no tenían ningún plan.
La creación de una eurozona divergente

Existe abundante literatura económica que pregunta lo siguiente: ¿qué es necesario para que un grupo de países comparta una moneda común y alcance la prosperidad? 

Existía entre los economistas el consenso de que, para que la moneda única funcionara, era necesario que hubiera suficientes similitudes entre los países.

Puede discutirse qué tipo de similitud se necesita, pero baste decir que lo que muchos europeos (sobre todo alemanes) consideraban imprescindible —la tendencia a la llamada prudencia fiscal, bajos déficits y bajo endeudamiento— no era suficiente para garantizar el funcionamiento del euro, y quizá ni siquiera necesario.
Un fracaso inicial aumenta la resistencia a las reformas posteriores. Y esa es la historia de la moneda única
Se daba tanta importancia a estas preocupaciones fiscales que se les dio el nombre de “criterios de convergencia”. 
Pero el diseño del euro fomentaba la divergencia: cuando un país sufría una “conmoción” adversa, los países más fuertes salían ganando a costa de los más débiles. Y las propias limitaciones fiscales impuestas como parte de esos criterios de convergencia —límites al déficit y la deuda en relación con el PIB— también alimentaron la divergencia.

En concreto, la estructura de la eurozona hizo que la gente —sobre todo las personas de más talento y más formación— y el capital fluyeran de los países pobres y con mal comportamiento económico a los países ricos y en buena situación. 
Estos últimos podían invertir en mejores escuelas e infraestructuras.
Sus bancos podían prestar más dinero, por lo que los emprendedores tenían más facilidades para poner en marcha nuevos negocios. 
Peor aún, las restricciones de la Unión Europea impedían que los países que estaban quedándose atrás emprendieran determinadas políticas que habrían podido ayudarlos a alcanzar a los más avanzados.

Dejando al margen la retórica sobre la solidaridad, la realidad es una Europa más dividida, con menos posibilidades de emprender las políticas capaces de devolver la prosperidad a la región.
 
Este texto es un extracto del último libro de Joseph e. Stiglitz, El Euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa (Taurus, 2016).


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Si nos han de robar, 
que sean otros y no los mismos de siempre

Si como votantes, no nos escuchan
como consumidores, lo harán
boicoetemos sus empresas.
Llevamos las de ganar. 

Como acabar con la ESTAFA de las ELÉCTRICAS... de una puta vez pasando de los Vendepatrias del Bipartidismo

Ante el robo continuo y escandaloso por parte de las eléctricas y sus abusos en el recibo de la luz
propongo... 
actuar todos unidos como consumidores
contratando TODOS 
o en su defecto una gran mayoría,
  otra compañia eléctrica que no sea ninguna de estas dos (ENDESA - IBERDROLA) y cambiarnos a otra cualquiera de las muchas ofertas que existen hoy en día.

De tal forma que no les quede otra a las grandes que plegarse a nuestras demandas de una tarifa más justa y mucho más barata
o atenerse a las consecuencias 
de seguir con su estafa.

En nuestra mano está que siga este robo o cortar por lo sano para que no nos sigan mangoneando

ARMAK de ODELOT

Canción del Indignado Global

(solo pá Mentes preclaras 

libres de Polvo y Cargas)

Si me han de matar que sea,
 un Trump que de frente va

  no un Obama traicionero, 

que me venga por detrás.


Éstos del bipartidismo, 

a nadie ya se la dan

Tanto monta, monta tanto,

ser sociata o liberal.


Que harto me tienen sus cuentos, 

de crisis y guerras sin más

Cuando no hay bandera que tape, 

la ansia de un criminal.


Daños colaterales son, 

inocentes masacrar

si lo hiciéramos con ellos, 

no habría ni una guerra más.


Por eso pasa que pasa, 

que nadie se alista ya

a no ser que la CIA pague,
 
como al ISIS del MOSAD


A mí, que nunca me busquen, 

ni me llamen pá luchar.

Que yo no mato por nadie. 

Yo mato por no matar.


La paz de los cementerios 

es la paz del capital

Si soy rojo es porque quiero, 

en vida, vivir en paz.


Hoy tan solo mata el hambre, 

del rico por tener más 

Con el cómplice silencio, 

de toítos los demás.


Que preferimos taparnos, 

los ojos pá no pensar

O mirar pá otro lado, 

pensando que el mal se irá.


Creer que lo que a otro pasa, 

no nos tiene que importar.

Cá palo aguante su vela, 

repetimos sin cesar.


Éste es el mantra egoísta 

que rula por la sociedad

como si lo que le pase a otro, 

no te pueda a tí pasar


Más todo, cuán boomerang vuelve, 

al sitio de donde partió

y tal vez ocupes mañana, 

el sitio que otro dejó.


Mil pobres ceban a un rico, 

otros mil le dan jornal,

y otros cuantos dan su vida 

porque todo siga igual. 


Que no me coman la oreja, 

que no me creo ya ná

de sus guerras, sus estafas, 

ni su calentamiento global


Tan solo vuestras mentiras, 

esconden una verdad

que unos pocos están arriba 

y abajo tós los demás.


Da igual que seas ateo, 

cristiano o musulmán.

Solo los elegidos, 

el paraíso verán.


Hay medios alternativos, 

amarillos muchos más.

Unos más rojos que otros. 

Los menos, de radikal.


Más todos tienen su cosa, 

y a todos hay que hojear

Que comparando se tiene 

opinión más general.


Qué de tó aprende uno. 

Nadie tiene la verdad.

Ser más papista que el Papa, 

no es garantía de ná.


Solo creo en lo que veo, 

díjome santo Tomás, 

que el que a ciegas se conduce, 

no para de tropezar.


Y al enemigo, ni agua, 

ni nunca contemporizar

No dudes, tarde o temprano, 

siempre te la jugará.


No hay que seguir a nadie 

y a todos hay que escuchar.

Si tu conciencia te guía, 

de nada te arrepentirás.


Dá gusto ver a los ricos, 

pegarse por serlo más

mientras en eso se hallen, 

quizás nos dejen en paz.


Si te crees o no sus mentiras, 

a ellos les dá igual.

Con tomarlas por veraces, 

les basta para actuar. 


Que no me cuenten más cuentos, 

que tós me los sé yo ya.

Se demoniza a cualquiera

que no se deje robar.



No basta con ser un santo, 

sino ser de"su santoral"

Como la cojan contigo, 

no te valdrá ni el rezar.


Pensamiento único llaman. 

Anteojeras pá no pensar

más que en la zanahoria. 

El palo irá por detrás.


Si no crees en lo dictado, 

anti-sistema serás

Y por mucho bien que hagas, 

te van a demonizar.


Que no me coman la oreja, 

que a mí, no me la dan.

Que me sé todos sus cuentos 

y también, cada final.


Si de cañon, quieren carne, 

pál matadero llevar

que busquen a otro tonto, 

que este tonto no va más



No se ha visto en tóa la historia, 

otra estafa sin igual.

Que la madre tóas las crisis, 

que creó el capital


Y cuando tan ricamente, 

uno estaba en su sofá

Relajado y a cubierto, 

de inclemencias y demás,


te cortan sin previo aviso

el grifo de tu maná. 


Y te dejan sin tus sueños,
 
sin trabajo y sin hogar


y pá colmo y regodeo 

de propios y extraños, van

y te dicen como aviso

que al rojo no hay que escuchar


que son peores que el lobo,

del cuento y mucho más

y que si vas y los votas

toíto te lo robarán.



Si como votantes, no nos escuchan

como consumidores lo harán.

Boicoetemos sus empresas

Llevamos las de ganar. 


Si no queda más remedio

que dejarnos de robar

que sea otro y no el de siempre

tal vez así, aprenderá


No hay pan pá tanto chorizo,

dicen, cuando lo que sobra es pan.

Lo que no hay es un par de huevos
 
pá que no nos choriceen más.


Resultado de imagen de eladio fernandez refugiados suecia

Ellos tienen de tó

los demás, cuasi-de-ná

mas ellos son cuatro mierdas

y nosotros sémos más.


La próxima revolución 

contra las corporaciones será

y si ésta no se gana 

no habrá ninguna ya más.

Quien sepa entender que entienda

lo que digo es pá mascar

despacio y con buena conciencia.

Mi tiempo no dá... pá más


Armak de Odelot


Dicen: 

No será televisada, 

la próxima revolución.

Más como nadie se fía 

de lo que se nos dice hoy en día,

pasamos los días enteros, 

tumbados en el sofá

delante la caja tonta,

 por no perder el momento
del pase de la procesión 
que tós llevamos por dentro