La quiebra de Iraq y el fin de Oriente Próximo
La batalla contra Daesh es una guerra que nadie ganará.
He aquí la verdadera batalla que nos debe preocupar y que debemos combatir. Todas las miradas están puestas en la batalla por Mosul.
¿Derrotará la coalición al Estado Islámico o no? Al final, dará igual.
Si algo hemos aprendido en los últimos 14 años de “guerra contra el terrorismo” en Iraq es que las victorias duramente ganadas de hoy pueden transformarse rápidamente en los épicos desastres de mañana.
Estemos a favor o en contra de la guerra, los hechos hablan por sí solos: el derrocamiento de Sadam Husein creó un vacío cubierto por extremistas de al Qaeda que previamente no tenían presencia en Iraq y que rápidamente se transformaron y se expandieron en la fuerza apocalíptica conocida como Daesh.
Pero la naturaleza misma de la batalla de Mosul es una de las muchas señales que revelan que Oriente Próximo tal y como lo conocimos ya no existe y nunca volverá. La región está profundamente sumida en la agonía de una transición geopolítica irreversible a un nuevo desorden de inestabilidad.
Antes del 11-S varios estrategas neoconservadores consideraban que su papel consistía en ordenar el poder imperial de Estados Unidos para acelerar la desintegración de Oriente Próximo. En realidad, el Oriente Próximo que conocíamos se está desintegrando por la presión de procesos biofísicos más profundos y lentos: ambientales, enérgicos, económicos.
Estos procesos están socavando el poder de los Estados regionales silenciosamente.
A medida que los Estados se vuelven más débiles e incapaces de hacer frente a los retos medioambientales, energéticos y económicos esenciales, el vacío lo van cubriendo extremistas.
Pero intensificar la lucha contra los extremistas no significa que se esté haciendo frente a esas cuestiones más profundas.
Al contrario, está produciendo más extremistas.
La guerra en Mosul no será una excepción.
De Faluya a Mosul
“Es Faluya en una escala mayor”, decía Ross Caputi, ex marine estadounidense que participó en el segundo cerco a Faluya en noviembre de 2004.
“He escuchado historias terribles sobre las víctimas civiles que salen de Mosul; una amiga que trabajaba en asistencia humanitaria intentaba reclutar médicos voluntarios para trabajar en una unidad quirúrgica en Erbil, a donde se redirigían buena parte de los casos más graves. Fue ella la que me dijo que la situación es peor de lo que se cuenta en los medios”.
Las preocupaciones de Caputi se corroboran por los hallazgos de AirWars, cuyo informe de víctimas de febrero documenta que la coalición encabezada por Estados Unidos está matando con ataques aéreos a más civiles aún que Rusia.
En la primera semana de marzo, el grupo halló que entre 250 y 370 civiles fueron asesinados por las fuerzas de la coalición encabezadas por Estados Unidos que asaltaron el oeste de Mosul, cifra exponencialmente más elevada que el número de muertos civiles por bombardeos desde noviembre de 2016.
A pesar de que los rusos han causado más víctimas mortales, Airwars señala que las operaciones del gobierno iraquí para recuperar el este de Mosul del control de Daesh “supusieron un elevado coste para los no combatientes atrapados en la ciudad”.
La guerra en Mosul es la culminación de una guerra sectaria más larga que precede a la aparición de Daesh.
El gobierno iraquí respaldado por Estados Unidos marginó desde el inicio [de la ocupación] a la minoría suní.
A medida que la insurgencia suní contra la ocupación se intensificó, las autoridades estadounidenses e iraquíes lo pintaron como algo más que un levantamiento de fanáticos extremistas. En realidad, fue la ocupación misma la que radicalizó la insurgencia y colocó a al Qaeda en su vértice.
Caputi fue testigo, cuando era soldado en Faluya en 2004, de que la insurgencia no estaba dominada por al Qaeda.
En cambio, según él, bajo el pretexto de atacar a insurgentes de al Qaeda, el ejército estadounidense atacaba y mataba mayoritariamente a civiles iraquíes.
Describe un ejemplo asombroso: cuando los médicos del principal hospital de la ciudad anunciaron que los bombardeos estadounidenses habían causado un importante número de víctimas civiles, el ejército estadounidense los consideró oficialmente como “personal de apoyo terrorista” y al propio hospital como “poco más que un nido de propagandistas insurgentes” porque “habían utilizado su infraestructura para emitir reclamaciones de víctimas civiles inexistentes”.
Al final, las tropas estadounidenses tomaron el control del hospital en vísperas del principal ataque estadounidense contra Faluya. Esto, recuerda Caputi, fue considerado un éxito de las “operaciones de información” estadounidenses.
A la destrucción de Faluya por parte del ejército estadounidense se sumó el papel del gobierno central iraquí, sectario y chií, que describió la ciudad predominantemente suní como un foco de extremistas.
La guerra en Faluya nunca concluyó.
Armadas por Estados Unidos, las fuerzas iraquíes atacaron y bombardearon la ciudad de manera intermitente casi a diario desde 2012. Estas operaciones se intensificaron después de que la ciudad fuera capturada por Daesh en enero de 2014.
En este período, Bashar al Asad de Siria permitió que combatientes de al Qaeda se trasladaran libremente a través de la frontera para incrementar la insurgencia iraquí contra las fuerzas estadounidenses.
Esta política, que continuó hasta 2012, contribuyó a la desestabilización de Iraq.
Pero al Qaeda no habría podido afianzar este punto de apoyo en el país si no hubiera sido por la violencia profundamente sectaria practicada por el ejército estadounidense y por el gobierno iraquí contra la minoría suní, como se ejemplificó en Faluya, lo que llevó a algunos a aceptar a Daesh como “mal menor” y a otros a radicalizarse lo suficiente como para unirse al movimiento.
La advertencia
Los funcionarios estadounidenses fueron advertidos de este resultado desde el inicio de la ocupación.
Sin embargo, ellos y sus homólogos iraquíes han aprendido poco de la historia reciente.
Según Anne Speckhard, directora del Centro Internacional para el Estudio del Extremismo Violento y consultora del Pentágono que diseñó las secciones psicológicas y religiosas del programa de rehabilitación de los detenidos en Iraq, los terroristas reclutaban y entrenaban a prisioneros dentro del campamento Bucca.
Estados Unidos comenzó a intervenir pero el programa de rehabilitación que se diseñó para des-radicalizar nunca se aplicó realmente. Entre los prisioneros estaba el fundador y dirigente de Daesh, Abu Bakr al Bagdadi.
Otros altos comandantes de Daesh también fueron encarcelados en la prisión: Abu Ayman al Iraqi, Abu Abdulrahman al Bilawi, Abu Muslim al Jarasani, Fadel al Hayali, Mohamad al Iraqi, Mohamad Abd al Aziz al Shammari y Jalid al Samarrai.
Sin embargo, los golpes militares que habían llevado a al Bagdadi y a otros al campo de detención de Bucca fueron indiscriminados, formaban parte de una invasión y ocupación que atacaba civiles iraquíes al por mayor y que iban dirigidos desproporcionadamente contra suníes.
Según Speckhard, las estimaciones internas de las autoridades estadounidenses a finales de 2006 confirmaron que sólo el 15% de los detenidos en Camp Bucca eran “verdaderos extremistas adheridos a la ideología de al Qaeda”.
Cuando Speckhard entrevistó a exprisioneros de Camp Bucca en Jordania en 2008, descubrió que los funcionarios estadounidenses nunca habían aplicado de manera fehaciente el programa de rehabilitación de detenidos.
Los exprisioneros le informaron de que los imames, seleccionados cuidadosamente por las autoridades, permanecían fuera de la valla de la prisión, leyendo versos islámicos mientras los detenidos se reían y les escupían.
“Esto no era lo que yo propuse”, dijo.
Speckhard señaló que no se informó de muchos de los abusos cometidos en Camp Bucca.
“Los prisioneros me dijeron que fueron torturados por los iraquíes y que estaban contentos de haber caído en nuestras manos en su lugar”.
Pero otros –incluyendo ex soldados y prisioneros– refieren como testigos los abusos cometidos en la prisión.
Pruebas anecdóticas como las suyas sugieren que Camp Bucca tenía bajo la tutela de Estados Unidos a 24.000 prisioneros en su mayoría suníes y que fue allí donde el abuso sistemático y la tortura brutal causaron muertes.
Un informe clasificado del Ejército de Estados Unidos de 2004 y publicado por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) en 2006, documentó la existencia de 62 investigaciones separadas sobre acusaciones de abuso de prisioneros en centros de detención estadounidenses en todo Iraq, Camp Bucca incluido.
Cuesta leer la lista de abusos que habría hecho que Sadam estuviera orgulloso: agresiones físicas y sexuales, simulacros de ejecuciones, amenazas de muerte a un niño iraquí para “enviar un mensaje a otros iraquíes”, desnudar a los detenidos, lanzar piedras contra niños iraquíes esposados, ahogar a los detenidos con los nudos de sus bufandas e interrogarlos a punta de pistola.
Pero había asuntos más profundos en juego.
El General de División Douglas Stone, entonces comandante general de la Fuerza de Tareas de Detenidos, comenzó
a autorizar “liberaciones rápidas de detenidos a través de un programa de cuatro días que básicamente verificaba muchas casillas y sólo les implicaba superficialmente, si es que lo hacía”.
“Puede que ese programa estuviera bien para el 85% que no simpatizaba con la ideología del yihadismo militante”. Pero no causó efecto alguno en donde interesaba.
MEE contactó con el General Stone para pedirle una valoración pero no había recibido respuesta en el momento de publicar estas líneas.
En ese momento, recuerda Speckhard, advirtió al General Stone que la rehabilitación “sólo funcionará si los políticos de Iraq la apoyan. Un hombre que se ha unido al yihadismo militante porque matamos a su hermana puede que acepte renunciar a la violencia, pero si después matamos a su hermano irá otra vez de cabeza a ella”.
Divide y vencerás
“Las liberaciones masivas se llevaron a cabo para contentar a las tribus suníes”, declara.
“Liberábamos a los detenidos para que apoyaran [la iniciativa de las milicias] Despertar, destinada a organizar la insurgencia suní contra al Qaeda”.
Pero el ejército estadounidense no decidió liberar masivamente a estos prisioneros por amabilidad.
Había un contexto estratégico dudoso y peligroso:
[Las milicias] Despertar fueron una iniciativa liderada por Estados Unidos para movilizar a dirigentes tribales suníes contra al Qaeda en Iraq.
Se creía que la liberación generalizada de detenidos iraquíes ayudaría a generar confianza entre las tribus suníes sobre las intenciones estadounidenses, y que aportarían combatientes.
Pero las agencias de inteligencia estadounidenses también sabían que muchos de los que iban a luchar contra al Qaeda en Iraq en el marco de la iniciativa Despertar eran en muchos casos simpatizantes de al Qaeda.
Se practicó la estrategia clásica de la contrainsurgencia: intentar romper la resistencia volviendo a sectores de ella contra sí misma.
Como ya informé anteriormente en MEE, los elementos de la estrategia están descritos con bastante franqueza en un informe perspicaz de la RAND Corporation encargado por el Centro de Integración de Capacidades de Entrenamiento y Adoctrinamiento del Ejército de EEUU, publicado en 2008.
Lo que no enfaticé en esa información es que el informe de la RANDreconocía explícitamente que su propuesta estratégica de “dividir y gobernar” para explotar la tensión sectaria suní-chií en toda la región la aplicaron después en Iraq las fuerzas estadounidenses. Así, el informe señala que las fuerzas estadounidenses deben usar estrategias encubiertas para sembrar “divisiones en el campo yihadista. En la actualidad, esa estrategia se está utilizando en Iraq a nivel táctico”.
El informe explicaba qué significaba exactamente eso en Iraq: Estados Unidos estaba formando “alianzas temporales” con “grupos insurgentes nacionalistas” suníes afiliados a al Qaeda que habían luchado contra Estados Unidos durante cuatro años proporcionándoles “armas y dinero en efectivo”.
Aunque estos nacionalistas “han cooperado con al-Qaeda contra las fuerzas estadounidenses” en el pasado ahora estaban siendo apoyados para explotar “la amenaza común que al Qaeda plantea a ambas partes”.
La idea era fraccionar la insurgencia desde dentro mediante la cooptación de su base de apoyo más amplia entre la población suní. Suena inteligente en teoría, pero en la práctica ahora sabemos que la estrategia sembró las semillas del nacimiento de Daesh.
Pero los estadounidenses se metieron en ese jardín ellos solitos.
Al tiempo que canalizaban su apoyo a todo un espectro de yihadistas suníes descontentos con varias afiliaciones pasadas a al-Qaeda, Estados Unidos apoyaba al mismo tiempo al gobierno central chií de Iraq. Ambas partes recibieron apoyo de Estados Unidos y aumentaron las tensiones sectarias.
Y el gobierno iraquí, en particular, mostró progresivamente un brutal desprecio hacia la minoría suní. En este contexto, la estrategia estadounidense estaba condenada desde el principio.
“Desde que se retiró de Iraq, se exacerbó el sesgo sectario antisuní del gobierno iraquí bajo el entonces primer ministro Nuri al Maliki, y las fuerzas de seguridad chiíes se envalentonaron”, señala Speckard.
Bajo al Maliki, las autoridades iraquíes incluso perfilaron y detuvieron a los principales políticos suníes, lo que reforzó los prejuicios dentro de las tribus suníes y aumentó el tipo de resentimiento sectario que llevó a una minoría de suníes a apoyar a Daesh.
Por supuesto, la violencia sectaria del difunto Abu Musab al-Zarqawi, ex líder de al Qaeda en Iraq, agravó este problema”.
La siguiente insurgencia
Mientras que las atrocidades de Daesh en Faluya, Mosul y más allá, han socavado su tracción entre suníes locales, las atrocidades de la coalición anti-Daesh respaldada por Estados Unidos están alienando a la población a largo plazo.
“En general, no creo que la gente en Mosul vea a la coalición anti-Daesh como sus heroicos salvadores, aunque creo que han cambiado su evaluación de que Daesh sea el mal menor”, dijo Ross Caputi.
“El año pasado, tanto en Faluya como en Mosul, las fuerzas anti-Daesh mantenían estas ciudades bajo asedio, mientras que Daesh impedía escapar a la gente y atrapaba a todo el mundo como escudos humanos.
En consecuencia el precio de los alimentos se disparó y la gente empezó a pasar hambre.
La ONG para la que trabajaba pudo introducir algo de alimentos en Mosul, y no vimos ningún sentimiento de apoyo a Daesh”.
A principios de 2014, sectores minoritarios toleraban a Daesh como parte marginal de un levantamiento diverso contra el gobierno central respaldado por Estados Unidos. Los crímenes de Daesh cambiaron esa percepción. Así que la coalición podría tener éxito y acabar con la cadena de mando restante del grupo terrorista en Iraq. ¿Pero significará el fin de la guerra?
Un alto funcionario de inteligencia kurdo duda de ello.
Lahur Talabany, un alto funcionario contraterrorista del Gobierno Regional Kurdo (GRK), cree que aunque Daesh sea derrotado en Mosul, el grupo continuará y escalará su insurgencia por montañas y desiertos.
“Mosul se recuperará... Creo que lo que nos tiene que preocupar es la guerra asimétrica”, señala.
Aunque Daesh pueda disolverse, otro grupo más extremista emergerá probablemente en su lugar si no se hace nada para resolver las profundas tensiones sectarias de Iraq.
“Tal vez no sea Daesh, pero otro grupo surgirá bajo un nombre diferente, a una escala diferente, tenemos que ser muy cuidadosos”, alertaba Talabany a Reuters. “Estos próximos años serán muy difíciles para nosotros, políticamente...
Sabemos que algunos de estos tipos han huido. Están mandando a la gente a la siguiente fase post-Mosul, a células escondidas y durmientes.
Tenemos que intentar encontrarlos cuando se pasan a la clandestinidad, hay que intentar eliminar esas células durmientes, sin duda habrá disturbios en esta región durante los próximos años”.
Caputi está de acuerdo en que una “victoria” en Mosul podría ser el comienzo de un conflicto prolongado, pero es escéptico en relación a las “células durmientes”.
Si la estrategia es matar a cada uno de los últimos miembros de Daesh, fallará, advierte. Y es por eso que la operación actual no va a poner fin a la guerra porque ya no se trata de las condiciones creadas inicialmente por Daesh.
“Estas operaciones están creando el contexto para una insurgencia a largo plazo contra el gobierno iraquí y contra la influencia iraní en toda la región”, me dijo Caputi. “
El fenómeno de Daesh es más el producto de varias condiciones históricas, sociales y políticas a cuya transformación esta guerra no ha contribuido en absoluto, puesto que esas condiciones siguen ahí: la injusticia, la pobreza, la represión política. Avanzo que veremos la continuación de la insurgencia... los iraquíes suníes seguirán siendo ciudadanos de segunda clase bajo este gobierno y no lo tolerarán”.
Fallo de sistema
Mientras tanto, las condiciones que sentaron las bases para el surgimiento de Daesh están empeorando.
Me refiero a las condiciones geopolíticas superficiales: la destrucción de la sociedad iraquí durante décadas de guerra y ocupación; el colapso de Siria en la guerra intestina debido a la destrucción total de la infraestructura civil por parte del presidente sirio Bashar al Asad y las atrocidades de extremistas que progresivamente se han ido haciendo con el movimiento rebelde con el apoyo de los Estados del Golfo y de Turquía.
Pero existen procesos biofísicos fundamentales desarrollándose en toda la región que están acelerando el conflicto en profundidad.
He estudiado estos procesos y publicado mis conclusiones sobre ellos en una nueva monografía científica: Failing States: Colapsing Systems: BioPhysical Triggers of Political Violence, publicado por SpringerBriefs in Energy.
Una de mis conclusiones es que Daesh nació en el crisol de un prolongado proceso de crisis ecológica. Iraq y Siria están experimentando cada vez más escasez de agua.
Una serie de estudios científicos han demostrado que un ciclo de sequía de una década en Siria, dramáticamente intensificado por el cambio climático, provocó que miles de agricultores suníes del sur perdieran sus medios de vida a medida que se malograban los cultivos. Se trasladaron a las ciudades costeras y a la capital dominada por el clan alauí de los Asad.
Paralelamente, los ingresos estatales sirios estaban en declive terminal debido a que la producción de petróleo convencional del país alcanzó su punto máximo en 1996.
Las exportaciones netas de petróleo disminuyeron gradualmente, y con ellas también disminuyó la capacidad financiara siria.
En los años previos al levantamiento de 2011, Asad redujo los subsidios domésticos de alimentos y combustible.
Si bien la producción de petróleo iraquí tiene mejores perspectivas, desde 2001 los niveles de producción han permanecido muy por debajo de las proyecciones de menor rango de la industria, sobre todo debido a complicaciones geopolíticas y económicas. Esto ha debilitado su crecimiento económico y, en consecuencia, la capacidad del Estado para satisfacer las necesidades de los iraquíes de a pie.
Las condiciones de sequía en Iraq y Siria se han intensificado exacerbando los fracasos agrícolas y erosionando el nivel de vida de los agricultores.
Las tensiones sectarias se han exacerbado.
A escala internacional, una serie de desastres climáticos en las principales regiones productoras de alimentos ha impulsado el aumento de los precios mundiales.
La combinación ha convertido la vida económicamente intolerable para grandes grupos de población iraquí y siria.
Fuentes externas –Estados Unidos, Rusia, los países del Golfo, Turquía e Irán– vieron la escalada de la crisis siria como una oportunidad potencial para sí mismos.
La injerencia de estas potencias ha radicalizado el conflicto, ha secuestrado a los grupos suníes y chiíes sobre el terreno y ha acelerado el colapso de facto de la Siria que conocíamos.
Al mismo tiempo, las condiciones de sequía también han ido empeorando a través de la porosa frontera iraquí.
Como escribo en Failing States, Collapsing Systems, se ha producido una correlación sorprendente entre la rápida expansión territorial de Daesh y el empeoramiento de las condiciones locales como consecuencia de la sequía.
Esas condiciones ya extremas de escasez de agua se intensificarán en los próximos años.
El patrón discernible aquí es la base de mi modelo: los procesos biofísicos generan crisis ambientales, energéticas, económicas y alimentarias interconectadas, lo que yo denomino interrupción del sistema de la tierra (ESD, por sus siglas en inglés).
La ESD, a su vez, socava la capacidad de Estados regionales como Iraq y Siria de procurar bienes y servicios básicos a sus poblaciones. Denomino este proceso desestabilización del sistema humano (HSD, en inglés).
Mientras que Estados como Iraq y Siria comienzan a fallar a medida que la desestabilización del sistema humano se acelera, quienes actúan –ya sean los gobiernos iraquí y sirio, las potencias exteriores, los grupos militantes o los actores de la sociedad civil– no acaban de comprender que las quiebras a escala estatal y de las infraestructuras las impulsan procesos sistémicos más profundos de ESD.
Se pone el foco siempre en el síntoma y es por eso que la reacción casi siempre falla por completo incluso ya en el punto de partida para abordar las crisis.
Así, Asad, en lugar de reconocer el levantamiento contra su régimen como significante de un cambio sistémico más profundo –sintomático de un punto de no retorno impulsado por crisis ambientales y energéticas más profundas– ha optado por acabar con lo que su estrecha concepción considera como el problema: el pueblo indignado.
Igualmente, la resistencia siria circunscribe el problema al carácter nefasto, corrupto y extractivo del opresivo régimen de Asad, obviando que éste venía desmoronándose ya previamente por procesos biofísicos más profundos que seguirán desarrollándose cuando haya desaparecido.
Y, en consecuencia, mientras Siria se ha convertido en un Estado fallido, nadie está abordando el mismo proceso creciente que está alterando el sistema terrestre que está provocando la desestabilización del sistema humano por toda la región. Esto no resulta sorprendente.
Si hay algo que actúa impidiendo abordar las causas, reconstruir una resiliencia medioambiental, nuevos sistemas energéticos y fortalecer el empoderamiento político y social, ese algo es la guerra.
La lenta defunción del viejo orden basado en el petróleo
Esta miopía aún afecta a los círculos oficiales en Iraq, lo que no está muy lejos del fracaso estatal sistémico de Siria.
Las autoridades estadounidenses e iraquíes están depositando sus esperanzas en el efímero sueño de convertir el país en un floreciente productor de petróleo, capaz de bombear petróleo a un ritmo que rivalice con su vecina, Arabia Saudí.
Lo cual es, literalmente, una quimera.
En mi nuevo estudio, cito datos sólidos que muestran que la producción convencional de petróleo de Iraq alcanzará su pico dentro de una década, alrededor de 2025, para después declinar. Esto significa que después de 2025, la principal fuente de los ingresos del gobierno central empezará a disminuir a la par.
En tal contexto, será sólo cuestión de tiempo antes de que el Estado –sin haber identificado una nueva fuente de ingresos sostenible- se vea obligado a retractarse.
En este escenario, podemos ver cómo el gobierno central será cada vez menos capaz de atender los gastos sociales básicos, extremadamente tensados ya.
En una trayectoria normal, el Iraq que conocemos se encamina hacia un fracaso estatal sistémico total hacia aproximadamente 2040.
Este es un pronóstico conservador que, en mi opinión, es probable que se acelere debido a la retroalimentación amplificado existente entre los procesos subyacentes ESD de agotamiento del petróleo convencional, cambio climático, escasez de agua y crisis agrícola; y los procesos HSD de la represión sectaria estatal apoyada por EEUU, la intensificada competición geopolítica y la insurgencia sectaria a largo plazo del Estado Islámico, al Qaida y otros actores.
En resumen, mientras que la perturbación del sistema terrestre va lenta y silenciosamente desentrañando el poder estatal, las respuestas miopes están provocando la desestabilización del sistema humano, dejando un vacío que cada vez llenarán más quienes buscan la autonomía del gobierno central y los extremistas que están en guerra abierta con él.
No es sólo Iraq y Siria quienes se hallan en la senda del fracaso estatal sistémico. Otros países de la región exhiben dinámicas similares.
Yemen
En Yemen, por ejemplo, la producción convencional de petróleo alcanzó su pico en 2001 y ahora está prácticamente colapsada, según datos recientes. En agosto de 2016, las exportaciones netas de petróleo se habían reducido a “un goteo” y así siguen hasta este momento.
El Yemen de después de ese pico del petróleo, al igual que Siria e Iraq, exhibe rasgos de creciente escasez de agua y alimento.
La producción eléctrica es intermitente y la escasez de combustible por toda la nación es un problema omnipresente que ha obligado a cerrar las fábricas y a que las compañías extranjeras y organizaciones internacionales suspendan operaciones y retiren capitales y personal.
Esto significa no sólo que la principal fuente de ingresos del Estado está prácticamente agotada, sino que su capacidad para responder a la crisis de un modo que no sea simplemente reactivo a los síntomas ha quedado fatalmente inhibida.
Los Estados del Golfo no están muy lejos de lo expuesto arriba. A nivel colectivo, los principales productores de petróleo podrían tener mucho menos petróleo de lo que afirman en sus libros.
Los analistas de Lux Research estiman que las reservas de petróleo de la OPEC pueden haber sido exageradas hasta en un 70%.
La consecuencia es que los productores importantes, como Arabia Saudí, podrían tener que enfrentarse a serios retos para mantener los altos niveles de producción a que están acostumbrados en la próxima década.
Un nuevo estudio del Dr. Steven Griffiths, vicepresidente de investigación en el Instituto Masdar para la Ciencia y Tecnología en Abu Dhabi, revisado por sus colegas y publicado en la revista Energy Policy, corrobora estas preocupaciones.
El Dr. Griffiths señala que los países de la OPEC en Oriente Medio y el Norte de África en particular pueden haber exagerado la amplitud de sus reservas.
Indica la prueba de que “las reservas probadas de Kuwait pueden estar más cerca de los 24.000 millones de barriles [que los 101.000 millones de barriles citados por la OPEC], y que las reservas de Arabia Saudí pueden haberse sobreestimado hasta en un 40%”.
Otro claro ejemplo de exageración se aprecia en las reservas de gas natural. Griffiths sostiene que “la abundancia de recursos no es equivalente a la abundancia de energía explotable”.
Si bien la región tiene cantidades sustanciales de gas natural, las subinversiones debido a los subsidios, los términos de inversión poco atractivos y el “reto de las condiciones de extracción” implica que los productores de Oriente Medio “no sólo son incapaces de monetizar sus reservas para la exportación sino que, además, son fundamentalmente incapaces de utilizar sus reservas para satisfacer las demandas internas de energía”.
Esto es particularmente importante en los Estados del Golfo:
“Los países del CCG [Consejo de Cooperación del Golfo], por ejemplo, tienen sustanciales reservas de gas natural asociadas y no asociadas, pero todos los países del CCG, con excepción de Qatar, están enfrentándose en estos momentos a una escasez de suministro de gas natural doméstico”.
Griffiths concluye por tanto que “las reservas probadas de hidrocarburos en la región MENA [siglas en inglés de Oriente Medio y Norte de África] pueden ser engañosas respecto a las perspectivas de autosuficiencia energética regional”.
Amenaza alimentaria
Aunque esto “no implica necesariamente una escasez inminente de petróleo, plantea dudas respecto al pico convencional del petróleo”.
Sigue adelante señalando implicaciones potencialmente desestabilizadoras:
“Los países MENA que han dependido históricamente de las rentas de sus recursos para apoyar agendas económicas, políticas y sociales, se enfrentan a una serie de riesgos respecto a sus cronogramas reales para poner en marcha las reformas necesarias para unas economías ‘pospetróleo’”.
El agotamiento del petróleo es sólo una dimensión de los procesos ESD en juego. La otra son las consecuencias medioambientales de la explotación del petróleo.
En las tres próximas décadas, incluso si el cambio climático se llega a estabilizar en un aumento medio de 2º Celsius, el Instituto Max Planck prevé que Oriente Medio y el Norte de África tendrán que enfrentar oleadas de calor y tormentas de polvo prolongadas que podrían convertir gran parte de la región en “inhabitable”. Esos procesos podrían destruir gran parte del potencial agrícola de la región.
La Organización Árabe para el Desarrollo Agrícola (AOAD) informa que Oriente Medio está experimentando ya una persistente escasez de productos agrícolas, una brecha que se ha ampliado rápidamente durante las últimas dos décadas. En toda la región, las importaciones de alimentos están ahora por encima de los 25.000 millones de dólares anuales.
Si no se hace nada para abordar estos retos, el período de 2020 a 2030 será testigo de cómo los exportadores de petróleo de Oriente Medio sufren una convergencia sistémica de crisis climática, energética y alimentaria. Estas crisis debilitarán sus capacidades para entregar bienes y servicios a sus poblaciones.
Y el proceso de fracaso estatal sistémico que estamos viendo ya en Iraq, Siria y Yemen, se extenderá por toda la región.
Modelos rotos
Aunque algunos de estos procesos climáticos están bloqueados, no ocurre así con su impacto en los sistemas humanos.
El viejo orden en Oriente Medio está inequívocamente colapsado. No podrá recuperarse nunca.
Pero no es –todavía- demasiado tarde para que Oriente y Occidente vean qué está realmente sucediendo y actúen de inmediato para poner en marcha la transición hacia el inevitable futuro posterior a los combustibles fósiles.
La batalla por Mosul no puede derrotar a la insurgencia, porque es parte de un proceso de desestabilización del sistema humano. Ese proceso no ofrece una vía fundamental que haga frente a los procesos de alteración del sistema terrestre que socavan la tierra bajo nuestros pies.
La única vía significativa de respuesta es empezar a ver la crisis como lo que es, mirar más allá de la dinámica de los síntomas de la misma –el sectarismo, la insurgencia, los combates- y abordar las cuestiones más profundas.
Eso requiere pensar el mundo de forma diferente, reorientar nuestros modelos mentales de seguridad y prosperidad de una manera que capte bien la forma en que las sociedades humanas forman parte de los sistemas medioambientales para responder en consecuencia.
Quizá en ese momento podamos entender que estamos combatiendo una guerra equivocada y que el resultado es que nadie va a poder ganarla.
A medida que el viejo orden del petróleo en el Oriente Medio se derrumbe en los próximos años y décadas, los gobiernos, la sociedad civil, las empresas y los inversores tienen una oportunidad de construir estructuras fundamentales de combustibles posfósiles que puedan allanar el camino para nuevas formas de resiliencia ecológica y prosperidad económica.
Nafeez Ahmed es un periodista de investigación, experto en cuestiones de seguridad internacional, que trata de rastrear y profundizar en lo que denomina “crisis de la civilización”. Ha ganado el premio Project Censored Award for Outstanding Investigative Journalism por su informe en The Guardian sobre la intersección de la crisis global ecológica, energética y económica con la geopolítica regional y los conflictos. Ha escrito también para The Independent, Sydney Morning Herald, The Age, The Scotsman, Foreign Policy, The Atlantic, Quartz, Prospect, New Statesman, le Monde Diplomatique, New Internacionalist, etc. Sus trabajos sobre las causas fundamentales y las operaciones encubiertas vinculadas con el terrorismo internacional se tuvieron en cuenta en la Comisión del 11-S y en la Investigación Forense del 7 de julio [atentados de Londres].
Fuente: http://www.middleeasteye.net/essays/after-mosul-coming-break-iraq-and-end-middle-east-1887306183
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226477
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