China está presa de sus propias palabras respecto al nuevo mundo multipolar que quiere construir y Corea del Norte es una piedra en su zapato
El aspecto más reseñable de la crisis que estamos viviendo con Corea del Norte como referencia no tiene nada que ver con su programa nuclear, ni con sus pruebas de misiles, ni siquiera con las amenazas de EEUU de un ataque contra este país.
Tiene que ver con la política exterior de China, que casi está saltando por los aires por la tenacidad o la terquedad (según quien opine) de los norcoreanos.
Hasta ahora China venía realizando un paseo triunfal por todo el mundo contraponiendo su “consenso de Beijing” –multilateralidad, diplomacia y no injerencia en los asuntos internos- (lo que desde Occidente se ha dado en llamar “poder blando”) con la tradicional forma de actuación del imperialismo estadounidense y occidental, siempre amenazante e injerencista hasta la náusea. China llevaba a gala este modelo desde Asia a África, pasando por América Latina, y lo planteaba como el estilo sobre el que iba a pivotar su política exterior como superpotencia en este siglo XXI ya claramente el siglo de China y en el que la hegemonía planetaria va a girar sobre este país (y Eurasia en un concepto más amplio) ante el colapso político, económico y militar del imperialismo clásico (1).
Pero en este camino triunfal se ha cruzado de forma sorprendente Corea del Norte y ha puesto de relieve, con absoluta crudeza, cómo el “consenso de Beijing” chino está desapareciendo en aras de una política exterior que se parece cada vez más, como una gota de agua a otra, a un comportamiento típicamente imperialista.
No es algo que diga yo. Es algo que ha dicho una persona tan relevante como Fu Ying, presidenta del Comité de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional del Pueblo tras una durísima crítica norcoreana al ultimátum presentado por China y que hacía referencia a un endurecimiento de las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Nunca nadie de China lo había dicho con tanta claridad y nunca ha estado tan entredicho el “consenso de Beijing”, el eje sobre el que, hasta ahora, pivotaba la política exterior china.
Fu Ying dijo textualmente: "los estados poderosos pueden tener una mayor influencia sobre la situación internacional y deben también soportar las consecuencias de lo que dicen o hacen; los estados más pequeños o más débiles pueden contrarrestar o responder a las presiones de los estados poderosos, pero hay que pagar un precio por ello" (2). Más claro, agua.
Lo sorprendente no es sólo el lenguaje utilizado, sino el hecho de que se haya hecho en una publicación estadounidense y no en instancias chinas.
El hecho no pasado desapercibido, ni el contexto en el que se ha hecho, y muchos países asiáticos han tomado buena nota de estas palabras, sobre todo en los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), que habían iniciado un tímido acercamiento a China tras la retirada de EEUU de la Asociación Trans-Pacífico. Ese acercamiento ahora se ha paralizado.
¿Cómo hemos llegado a esto?
Hay que hacer un poco de historia para llegar hasta el momento actual, con un nivel de amenazas mutuas inimaginable y que pone la histórica relación entre China y Corea del Norte al borde de la ruptura.
No hay que irse muy lejos para ello, solo hasta el mes de diciembre de 2016 cuando el Consejo de Seguridad de la ONU decidió, por unanimidad, imponer unas sanciones a Corea del Norte que incluían la imposibilidad de exportar carbón, entre otras cuestiones.
El carbón es una de las principales materias primas que exporta Corea del Norte, que quedaba muy tocado en cuanto a la posibilidad de generar divisas y cuyo montante anual se reduce de forma drástica.
China rompía así, de forma sorpresiva, una política de equidad y de acuerdos mutuos (asentados en el Tratado de Amistad, Ayuda Mutua y Cooperación firmado en 1961) que se plasmaba en la filosofía de “la doble suspensión” establecida en 2015 de común acuerdo con Corea del Norte y que, en síntesis, significa que habría una suspensión por parte de Pyongyang de las pruebas de misiles y nucleares a cambio de que EEUU y Corea del Sur no realizasen maniobras a gran escala.
Esto es vital para Corea del Norte porque año tras año EEUU y Corea del Sur realizan sus maniobras militares entre los meses de marzo y mayo, que son los meses en los que hay que recoger la cosecha de arroz y sembrar para la del año próximo. El ejército de Corea del Norte suele participar en ambas, por lo que al realizar “el enemigo” esas grandes maniobras militares tiene que estar en alerta y destinar pocos efectivos a la cosecha y este es uno de los objetivos de EEUU y de Corea del Sur.
Teniendo en cuenta que sólo se puede sembrar el 20% del territorio en Corea del Norte, que hay una gran deforestación consecuencia de la guerra de 1950-53 y que el terreno aún se resiente de los elementos químicos arrojados (y también por el excesivo uso de fertilizantes químicos en un intento infructuoso de hacer esa tierra productiva) se entenderá que estas maniobras sean consideradas por Corea del Norte como una amenaza directa para su seguridad y que responda en propiedad.
China y Corea del Norte habían acordado “la doble suspensión” después de que Pyongyang decidiese incrementar sus pruebas de misiles y nucleares como forma de atención a China, que desde un poco antes de la muerte de Kim Jong Il (2011) había solicitado a su socio y aliado “contención” para no dificultar una política de acercamiento a Corea del Sur y a Japón. Desde ese año 2011 y hasta 2015 Corea del Norte se atuvo al acuerdo, pero no se vio recompensado de ninguna manera.
Las maniobras seguían, las sanciones se aprobaban y no se vislumbraba ni el menor respiro. Por consiguiente, Corea del Norte dio un toque de atención retomando las pruebas de misiles, aunque con moderación, y China entendió el mensaje retomando el acuerdo de “la doble suspensión”.
Pero EEUU dijo que no. Lo dijo de palabra (Obama lo rechazó año tras año) y con acciones, incrementando su presencia en Corea del Sur y en Japón.
Era una clara provocación a Corea del Norte (e, indirectamente, a China) y los norcoreanos respondieron incrementando de manera sustancial sus pruebas misilísticas durante 2016, con 10 lanzamientos, y 2 ensayos nucleares.
Sin embargo, China consideró demasiado respondón a Corea del Norte. No podía permitir una insubordinación de ese tamaño y mucho menos en Asia porque eso podría poner en cuestión toda su estrategia geopolítica y neoeconómica.
Lo primero que hizo fue denegar a Corea del Norte la posibilidad de formar parte del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), con lo que cortaba toda posibilidad de desarrollo en este nivel.
Lo segundo fue aceptar el endurecimiento de sanciones que planteaba EEUU en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Si bien es cierto que desde diciembre de 2016, cuando se aprobó la última, por ahora, ronda de sanciones en la ONU, hasta febrero de 2017 China no hizo efectiva la resolución del CSONU, también es cierto que cuando lo hizo fue más de boquilla que en la realidad puesto que los barcos norcoreanos continuaban llegando a los puertos chinos y descargando su carbón con regularidad.
Esperaba claramente a que Trump fuese investido presidente para reevaluar su estrategia, dado que Obama siempre se había opuesto a la “doble suspensión”. Pero el 9 de marzo Trump también rechazó la propuesta (3) al tiempo que impulsó el despliegue de misiles THAAD en Corea del Sur supuestamente para hacer frente a la amenaza norcoreana.
China no tenía, por lo tanto, ningún buen motivo para apretar aún más las tuercas a Corea del Norte. Pero contra todo pronóstico, en el mes de abril China cerró casi definitivamente la puerta a Pyongyang anunciando que “reforzaría” el bloqueo a las importaciones de carbón al tiempo que anunciaba que, de forma “muy selectiva”, admitiría a algún buque norcoreano que transportase este mineral “por razones humanitarias”.
Por lo tanto, nada tiene de extraño que Corea del Norte realizase una inusual crítica a China, sin mencionar a este país, afirmando cosas como las siguientes: "un país vecino, que a menudo dice de sí mismo que es amigo, ha tomado medidas inhumanas como el bloqueo total del comercio exterior" (…) "labrándose el camino como gran potencia, está bailando con la música de los EEUU".
Sólo en dos ocasiones anteriores en la larga historia de relación chino-norcoreana se había producido una crítica tan dura por parte de Pyongyang, y esas dos ocasiones fueron en la década de 1960 y por motivos estrictamente ideológicos. Junto a ello, desde Pyongyang se acusaba, lisa y llanamente, a China de "afectar el nivel de vida" de la población norcoreana por haber tomado esa medida.
Este sorprendente cambio de postura coincidió con el viaje que hizo el presidente chino, Xi Jinping, a EEUU y tras el bombardeo que este país realizó contra una base aérea siria con la excusa de un pretendido ataque con gas contra la población civil. China sólo se opuso con rotundidad a ese ataque contra Siria a la vuelta de Jinping a Beijing, pero no se opuso con tanta contundencia al envío de tres portaaviones estadounidenses al Mar de Japón en una clara amenaza a Corea del Norte al tiempo que Washington imponía a Corea del Sur la realización de las mayores maniobras militares que se hubiesen realizado nunca en la zona.
Esto dio pie a Pyongyang a ahondar en la herida interna dentro del Partido Comunista chino (estamos en los prolegómenos del XIX Congreso, que tendrá lugar en otoño) para despertar al sector más crítico con la excesiva complacencia china con EEUU al afirmar que Beijing había pasado de una posición "implacable" de rechazo al despliegue de misiles de EEUU en Corea del Sur a una "cooperación de vis-à-vis con EEUU" contra Corea del Norte.
China ni siquiera se dignó responder y actuó con desprecio afirmando "no tener el menor interés" en participar en ese debate iniciado por los norcoreanos.
Eso fue interpretado, dentro y fuera de China, como un cambio cualitativo en las prioridades geopolíticas de China, mientras que en Beijing se soltaba cuerda en el convencimiento de que Corea del Norte no tendría otra opción que adaptarse a lo que dijese China considerando poco menos que Corea del Norte estaba obligada a hacerlo como muestra de agradecimiento por el apoyo con el que siempre ha contado desde Beijing.
El gato y el ratón
Da toda la impresión de que China y Corea del Norte están jugando al gato y al ratón. Pero si este último país es el ratón, está resultando ser muy listo.
Tan listo que está dejando patente, con una claridad diáfana, que no se está dejando impresionar por las presiones chinas y está diciendo que tiene su propia política que basa incuestionablemente en su capacidad defensiva ante hipotéticos ataques o intentos de derrocar al gobierno como ha ocurrido en Irak o Libia tras renunciar a sus armas químicas y nucleares (estas últimas no las tenían, pero sí existía un avanzado plan de nuclearización).
Corea del Norte ha aprendido “las lecciones de árabe” que se han impuesto al mundo; ha visto cómo ningún país que ha renunciado a sus armas ha sido respetado y, por el contrario, sus gobiernos han sido derrocados y los países arrojados al caos. Cora del Norte actúa en consecuencia y sin temor a dañar relaciones ni amistades más o menos históricas.
Esta actitud norcoreana está afectando a China, que está viéndose poco menos que desafiada en su capacidad para asumir un papel protagonista, si no hegemónico, no sólo en Asia sino en todo el mundo.
Como la nueva superpotencia, tiene que ser el “garante de la paz y seguridad” no sólo regional sino internacional. Y Corea del Norte está resultando ser un ratón muy escurridizo al tiempo que un hueso muy duro de roer.
China está, en estos momentos, prisionera de su propio discurso y por eso asistimos a espectáculos como los de Fu Ying, que tienen que ser contrarrestados desde Beijing afirmando que no son los chinos quienes tienen la clave para solucionar los problemas de seguridad de Corea del Norte y, por lo tanto, tampoco para convencer a “esta nación extranjera” (sic) para detener su programa nuclear, como se vio obligado a reconocer el ministro de Asuntos Exteriores, en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU en la que se abordó el tema a finales del mes de abril (4).
China tiene tres frentes abiertos: a) tiene que hacer frente al belicismo de EEUU (por eso pide constantemente “diálogo y moderación con Corea del Norte”); b) continuar insistiendo con la diplomacia con Pyongyang o blandir el garrote de unas sanciones más duras en la ONU aunque eso conlleve un descrédito considerable para su política exterior vinculada al “consenso de Beijing”; c) tiene que lidiar con el nuevo presidente de Corea del Sur, mucho más receptivo a los vínculos con China que los anteriores, y acentuar el interés del recién llegado Moon Jae-in por una relación más estrecha entre los dos países intentando que se afloje un tanto la dependencia de este país respecto de EEUU.
Corea del Norte ha puesto a China ante el espejo y está haciendo resquebrajarse el modelo de política exterior que mantenía hasta la fecha.
Se puede decir también que China está presa de sus propias palabras respecto al nuevo mundo multipolar que quiere construir y que Corea del Norte es una piedra en su zapato que no sabe como quitarse sin quedar descalza.
El desafío al que se enfrentan los chinos es de una gran envergadura y el malestar y desagrado con quien ya está siendo calificado como “enemigo latente” (Corea del Norte) es muy considerable porque, además, se está produciendo en unos instantes en los que el mundo está girando hacia China y su Nueva Ruta de la Seda a la que se está acercando, tímidamente, pero acercando, el mismísimo EEUU. Eso es tanto un triunfo chino como una rendición estadounidense que ve cómo se acerca, imparable, su colapso como única superpotencia.
Por eso el mundo, sobre todo el asiático, está mirando con mucha atención el comportamiento chino respecto a los norcoreanos. Cómo se resuelva finalmente será determinante para comprobar hemos iniciado un nuevo mundo multipolar, tal y como China venía predicando hasta ahora, o estamos en más de lo mismo.
Notas
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