Por Guadi Calvo
Hace apenas un año, los titulares de la prensa del mundo, durante algunas semanas, pusieron su atención en el drama de los rohingyas (*), un pueblo sin país, una minoría musulmana de confesión sunnita de un millón de miembros, de habla bengalí.
Originarios de una región de Bangladesh, fronteriza con Birmania, donde comenzaron a instalarse entre los siglos VII y VIII, cuando comerciantes árabes musulmanes se asentaron en el antiguo estado de Arakán la actual provincia de Rakhine, el oeste del país, a lo largo de la frontera occidental con Bangladesh e India, uno de los más pobres de Birmania o Myanmar.
Durante la guerra por la liberación de Bangladesh en 1971, importantes contingentes de rohingyas huyen hacia Birmania, donde, desde siempre han padecido toda clase de arbitrariedades de mano de los diferentes gobiernos birmanos.
La etnia Rohingya siempre fue considerada ajena a la sociedad birmana, de absoluta mayoría budista con más de un 90% de los 60 millones de habitantes, ya que ni siquiera son racialmente sudasiáticos, sino bengalíes.
La diferencia de raza, lengua y Dioses fueron las razones de ser estigmatizados y sometidos a un silencioso apartheid por el que fueron excluidos, segregados y despreciados.
Estas políticas desembocaron en campañas de exterminio o limpieza étnica, impuesta por los diferentes gobiernos birmanos lo que generaron dos grandes éxodos en 1978 y en 1992.
En el marco de ese apartheid los rohingyas, tiene prohibido casarse con personas de otras etnias, viajar sin permiso de las autoridades, y son obligados a vivir hacinados en campos de desplazados como el ghetto de Aungmingalar y otros a lo largo del país. No pueden poseer ni tierras, casas o animales.
No se les permite tener más de dos hijos, en muchos casos las mujeres rohingyas son sometidas a abortos clandestinos.
Las parejas sólo pueden vivir juntas si estuvieran casadas, para lo que deben cumplir con diez requisitos burocráticos y el pago de elevados impuestos.
La política represiva permite a las fuerzas de seguridad métodos arbitrarios para el control poblacional, como el registro de hogares en el cual obligan a las mujeres rohingyas a amamantar a sus hijos en presencia de los policías para comprobar que son las madres biológicas y controlar el número de integrantes por familia.
Con estas condiciones, sin ningún apoyo internacional, privados de cualquier derecho viven perseguidos por el fantasma del exterminio.
Liderados por el monje budista Ashin Wirathu, la banda terrorista 969, (por los 9 atributos de Buda, los 6 atributos de sus enseñanzas y los 9 atributos de la orden de Buda), centran sus acciones contra la minoría musulmana.
El grupo aprovecha de los prejuicios contra los rohingyas para alentar el fantasma de “la conspiración islámica para la toma del poder”, acusándolos de multiplicarse más rápido que los bamar, para desplazarlos étnicamente.
En mayo de 2015, los cables internacionales comenzaron a mencionar que cientos de embarcaciones repletas de pasajeros comenzaron a lanzarse al mar en búsqueda de refugio.
Nunca se ha podido conocer el número exacto de cuantos han huido y cuántos han naufragado en el mar de de Andamán.
Solo en las primeras semanas de la huida algunas fuentes estimaron entre 7 y 25 mil en un número desconocido de precarias e inseguras naves a la deriva, sin agua, ni comida.
Desde entonces, mayo 2015, las cifras también han naufragado por el descuido o la culpa.
Después del naufragio.
Poco más se ha sabido a lo largo de este último año del destino de los miles de almas que se lanzaron al mar, huyendo de lo que consideraban un genocidio anunciado.
En su momento se generaron algunas reuniones de países del área, como: Australia, Bangladesh, Birmania, Camboya, India, Indonesia, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas, y Tailandia entre otros con el fin de superar la crisis, sin conseguir más que alguna declaración de buenas intenciones.
El primer ministro y jefe de la junta militar tailandesa, Prayuth Chan-ocha, había advertido entonces que su país no tenía capacidad para acoger inmigrantes indocumentados y que temía que robasen empleos a los tailandeses, lo que provocó una ola de xenofobia contra los rohingyas y pedidos de que no se les permita ingresar al país. Existen denuncias que la marina tailandesa, amenazó con abrir fuego si no se alejaban.
Mientras el primer ministro australiano, Tony Abbott, a la pregunta de un periodista sobre la posibilidad de recibir migrantes declaró rotundo: “No, pues no, pues no”.
El gobierno de Bangladesh, sin reconocer la remota relación con los rohingyas birmanos, los ha concentrados en algunos centros como el de Nayapara, que no son más que un conjunto de casuchas, montadas sobre barriales, sin ningún tipo de instalación sanitaria.
El gobierno amenazó con reinstalar a unos 35 mil rohingyas en la isla de Thengar Char, que se sumerge completamente durante la marea alta, sin carreteras, ni diques de contención.
Solo Indonesia y Malasia cedieron a la presión internacional y autorizaron en la condición de un “reasentamiento”, en el plazo de un año.
Las últimas informaciones acerca del pueblo Rohingya, hablan de un incendio en Rajine al oeste de Birmania el martes tres de mayo que destruyó parte del campamento de refugiados de Baw Du Phan II, que abarcó unas 50 tiendas, donde se calcula, viven seis familias, en cada una y de una manifestación frente a la embajada de los Estados Unidos, en Rangún, la antigua capital birmana, a finales del mes de abril, para acompañar el pedido “no oficial” por parte del gobierno para que los Estados Unidos, dejé de denominar como rohingyas, a esa comunidad, que ya no solo carecerán de patria y derechos, sino también de nombre.
Nota:
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino . Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook:
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