martes, 20 de diciembre de 2016

A 27 años de la Criminal Invasión Yanqui a Panamá...“Little Hiroshima ”

27 años de la invasión yanqui a Panamá...“Little Hiroshima ”

Era el 19 de diciembre de 1989. Luego de cenar, la pareja se había dedicado a construir el pesebre. Habían colocado casi todo: la Virgen María, San José, los pastores, la vaca, el asno y una buena cantidad de figuritas plásticas.

Ella había tenido que explicar veinte veces a Jorge, el menor de cuatro años, por qué se debía esperar hasta el 25 de diciembre para poner al niño Jesús: ese día nacía.

A la hora de irse a dormir, los bebes se opusieron de hacerlo en sus camas. Querían dormir cerca del pesebre. Ana, la madre, aceptó con la condición de que estuvieran al lado opuesto, cerca del ventanal. Ahí les pusieron un colchón.

Había música en algunos lugares cercanos. El ambiente festivo estaba en aumento porque ya se olía a navidad, particularmente en este barrio panameño del Chorrillo.

 Su marido se fue a la cama. Ella se sentía extraña. Aunque estaba cansada prefirió sentarse en el piso a leer un libro.

 A momentos observaba con ternura a sus dos varoncitos. El tiempo fue pasando.

Miro el viejo reloj que estaba sobre el televisor y se dio cuenta que faltaba poco para que una manecilla tapara la otra: era casi media noche.

Entonces el aparato comenzó a vibrar. Ella miró las paredes, el techo y puso los ojos en las figuritas que cambiaban de lugar.

 ¡ Todo temblaba! Escuchó un terrible estruendo, luego otro y otros. Por unos segundos creyó que era otra maniobra del Ejército estadounidense, acantonado a los alrededores del Canal.

Se levantó como un resorte y se lanzó a la habitación, donde su marido ya estaba parado en calzoncillos.

Ambos fueron a la ventana y con temor se asomaron. Vivían en un cuarto piso. Resplandores y explosiones por todas partes: “ ¡la invasión, la invasión!” Fueron los gritos angustiados que escucharon casi a coro.

Los helicópteros disparaban cohetes contra el Cuartel del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa Panameña, no muy lejos de ahí.



Corrieron a la sala. Ella abrió la puerta, saliendo al balcón para presenciar el inicio del apocalipsis. Los gritos de terror aumentaban por todas partes, tanto como las explosiones y las ráfagas de tiros.

Ella entró y se lanzó sobre los niños, que ya estaban sentados llorando asustados. Los abrazó. Levantó los ojos y vio a su marido parado en la mitad de la sala sin saber qué hacer. “ ¡ Trae un colchón! ¡ Trae un colchón!”, le gritó.

 El hombre reaccionó, pero para gritarle que debían poner los niños al lado del pesebre para que la Virgen María los protegiera.

“ ¡ Trae un colchón, por Dios, tráelo!”, le gritó desesperada. “ ¡ La virgen no protege ahora!”, le precisó.

Al no verlo reaccionar, con resplandores entrando por el ventanal y el terremoto a sus pies, corrió hasta la habitación de los niños, agarró el colchón que sobraba y lo levantó como si fuera pluma.

Se los puso encima a los bebes que no paraban de llorar en pánico.

Los aviones supersónicos surcaban, dejando su ruido que reventaba los oídos y los vidrios. El cielo estaba rojizo debido al reflejo de las explosiones y los incendios. El ruido de las aspas de los helicópteros estaba por todas partes. Los cohetes también venían desde la bahía tan próxima: los barcos cañoneaban.

De repente, por la puerta entró una especie de rayo enceguecedor.

 Cuando abrió los ojos todo seguía iluminado y temblando, pero había una especie de humo con olor imposible a saber. En el lugar del pesebre y el televisor solo había una mancha como de aceite negro y cenizas. Ni la virgen se había salvado.

Su marido, aterrado y mudo, miraba aquello y miraba a donde estaban los bebes. Si no hubiera sido por ella…

Ana recordó que era dirigente comunal, por eso debía calmarse y tratar de ayudar. 

Fue a la puerta de salida, encontrando a todo el vecindario en caos, sin saber qué hacer.

Le dijo al marido que había que irse de ahí con los niños, pues una bomba podía acabar con el edificio de siete pisos. Se debía buscar refugio. 

El salió cargando los bebes, y ella se fue gradas arriba para exigir que se desalojara la edificación. Entonces vio, en el último piso, a dos viejitos que lloraban y gritaban, pidiéndole al nieto que se quitara del balcón de enfrente. 

El joven amenazaba a un helicóptero con un revolver que ya no tenía balas. Ana le gritó que por su culpa iban a bombardear el edificio.

 El, como enloquecido, exclamaba a todo pulmón: “ ¡ yanquis asesinos!”, “ ¡ yanquis hijosdeputas!”.

 Los tres vieron cuando una especie de rayo laser partió en dos, por la cintura, al joven. Ni una maquina aserradora lo hubiera hecho con tanta facilidad. Gritos y más gritos de pánico e impotencia ante ese horror. Ana empujó a los abuelos, obligándolos a bajar, aunque ya no querían ni vivir.

Abajo se encontró con su marido. Todos los niños que ahí había estaban en pánico total. Ella, con cautela, abrió el portón y fue saliendo. Su marido ni se atrevió a detenerla. Ella era así. En diagonal ardían varias edificaciones. Con cada estallido de las bombas los gritos eran generales, pues se creía que caían sobre sus cabezas.

Mujeres y hombres que corrían en cualquier dirección, llevando en brazos hasta tres niños. Niños que cargaban niños. Ancianos arrodillados en los quicios de las puertas orando.

En la esquina, a unos cien metros vio a tres hombres de civil que disparaban contra los helicópteros. Corrió hasta ellos y pidió un arma. No había.

Regresó desilusionada. Propuso de quedarse ahí porque no había a donde ir. Se acurrucaron, al interior del edificio. Unos se abrazaron. Llorando, hombres y mujeres, se pusieron a esperar que llegara la luz del día, quizás sería menos espantosa aquella horrible pesadilla.

A las 6h15 las explosiones continuaban. 

Ella abrió el portón lentamente, asomó la cabeza y se encontró con varios hombres con el rostro pintado. Se sintió muerta cuando le apuntaron con sus inmensas armas.

Ellos empezaron a gritarle varias cosas, de las que solo entendió “go, go, go”, fuera, fuera, fuera. Hicieron señas para que salieran con las manos en alto. Los invasores ya se habían apoderado de casi todas las casas y edificios.

Uno, con cara de latino, les dijo en español que debían ir hacia Balboa, un puerto que queda en la desembocadura del canal de Panamá, por el Océano Pacífico. Como a 5 kilómetros de ahí.

Los tanques estaban entrando al Chorrillo masivamente. De ellos se fueron bajando invasores que, a gritos en inglés, pedían que desocuparan las casas y edificios. Entonces empezaron a tirarles adentro un pequeño dispositivo que las incendiaba. Era una espeluznante magia. Igual estaban haciendo en San Miguelito, otro barrio de gentes humildes.

Ana quiso ayudar a una mujer herida que apenas podía caminar, y que tenía al pequeño hijo en los brazos. Los soldados apuntaban amenazantes. Otra mujer vino en apoyo, a sabiendas que podían ser asesinadas por no levantar los brazos.

Había muchos muertos en las calles, todos civiles. 

Un niño de unos diez años señaló, horrorizado, los cuerpos de dos compañeritas de estudio en medio de un gran charco de sangre. Ana sintió que se le partía el alma cuando reconoció a su vecina abrazada a sus dos hijos, los tres casi calcinados.

Nunca se había escuchado gritos más desgarradores: un tanque pasó sobre dos hombres, aunque uno de ellos estaba sentado en la calle herido. Las orugas los dejaron como papilla. Los sesos volaron a varios metros. Varias personas vomitaron o cayeron arrodilladas al presenciarlo. Esto se repitió varias veces durante el trayecto.

Se caminaba entre cadáveres. Los invasores tenían libertad para asesinar. Ejecutaban a civiles en plena calle por el tan solo hecho de haberles gritad o “Yankee go home”, ¡Yanqui, fuera!

No se permitió que se auxiliara a los heridos, ni que los familiares tocaran a sus muertos. Los camiones de los invasores venían a buscarlos y se los llevaban. Muchos capitalinos vieron cuando los incineraban con lanzallamas en las playas. Otros cientos de cuerpos fueron lanzados a fosas comunes.

Aunque en los barrios de los ricos salieron a tomarse fotos con los invasores , portando la bandera estadounidense. Esas mujeres querían hasta besarlos. En algunos lugares del campo también se les ofreció Coca-Cola y cigarrillos.

Fue la invasión estadounidense llamada “Causa Justa”: el desembarco aéreo más grande después de la Segunda Guerra Mundial. Sobre este pequeño país de tres millones de habitantes, cayó todo el poder militar de la primera potencia mundial: 26.000 soldados que parecían sedientos de sangre.

La invasión se convirtió en un campo experimental de la tecnología bélica más avanzada, la que luego se utilizaría contra Irak en 1991.

Por ejemplo, el rayo que acabó con el pesebre y el televisor de Ana, y que partió al nieto.

El avión bombardero invisible “Stealth” tuvo ahí su bautizo.

Las Fuerzas de Defensa de Panamá no tenían ni 3000 hombres de combate. No contaba con defensa aérea. Civiles y militares dieron su vida por la soberanía y la patria, no por el general Manuel Antonio Noriega.

Porque fueron más de 4000 los asesinados bajo el pretexto de capturar al dictador por represor y narcotraficante. Militar que hasta pocos meses antes había sido uno de los preferidos de Estados Unidos en América Latina.

Asalariado de la CIA, y gran amigo de George Bush padre, fue el puente entre la mafia colombiana y la CIA para el tráfico de cocaína que financió la guerra contrainsurgente en Centroamérica, en los años ochenta.

Pero en un arranque de soberanía, quiso que Estados Unidos no tuviera el mínimo control sobre Panamá, empezando por el Canal. Y los pecados que nunca le habían visto al general, fueron noticia mundial

Cuando invadieron, no lo pudieron encontrar. La CIA quedó ridiculizada. Tuvieron que ofrecer dinero por su captura. El se entregó el 3 de enero de 1990.

Los invasores se ensañaron contra el Chorrillo y San Miguelito porque sabían que ahí ellos no eran bienvenidos. 

De esos barrios apenas quedaron algunas columnas de hormigón.

Los mismos soldados estadounidenses empezaron a llamar al Chorrillo su “Little Hiroshima ”.

La “pequeña Hiroshima”, comparándolo con la bomba atómica soltada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa el 6 de agosto de 1945. La gran mayoría de panameños lo reconocen como el “Barrio Mártir”.

Heroína y mártir fue Ana. Ella dejó a su marido con los niños y se fugó del campo de concentración donde los habían metido en Balboa.

Se unió a quienes combatían las tropas invasoras. Les hizo varias bajas y averió un helicóptero. La mujer que disparaba a su lado vio cuando Ana recibió la bala en el pecho.

Agonizante, le dijo: “cuéntale a mis hijos de mí”.

 Por poco no le logran abrir la mano para recuperar el fusil.

Periodista, escritor y realizador colombiano residente en Francia.

Este texto hace parte del libro Latinas de Falda y Pantalón, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona 2015.

Algunas fuentes:

Méndez, Roberto. Panamá, 20 de diciembre de 1989: ¿Liberación... O crimen de guerra?

Calloni, Stella. “Panamá: El Día del Lobo”. Revista América: la Patria Grande. N° 8°. México. Julio-Septiembre de 1990.

Rodríguez, Mario. La Operación Just Cause en Panamá. Fundación Omar Torrijos. Panamá, 1991.

http://www.radiolaprimerisima.com/noticias/general/214705/se-cumplen-27-anos-de-la-invasion-yanqui-a-panama


Fuente: http://carlosagaton.blogspot.com.es/2016/12/27-anos-de-la-invasion-yanqui.html

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Si nos han de robar, 
que sean otros y no los mismos de siempre

Si como votantes, no nos escuchan
como consumidores, lo harán
boicoetemos sus empresas.
Llevamos las de ganar. 

Como acabar con la ESTAFA de las ELÉCTRICAS... de una puta vez pasando de los Vendepatrias del Bipartidismo

Ante el robo continuo y escandaloso por parte de las eléctricas y sus abusos en el recibo de la luz
propongo... 
actuar todos unidos como consumidores
contratando TODOS 
o en su defecto una gran mayoría,
  otra compañia eléctrica que no sea ninguna de estas dos (ENDESA - IBERDROLA) y cambiarnos a otra cualquiera de las muchas ofertas que existen hoy en día.

De tal forma que no les quede otra a las grandes que plegarse a nuestras demandas de una tarifa más justa y mucho más barata
o atenerse a las consecuencias 
de seguir con su estafa.

En nuestra mano está que siga este robo o cortar por lo sano para que no nos sigan mangoneando

ARMAK de ODELOT

Canción del Indignado Global

(solo pá Mentes preclaras 

libres de Polvo y Cargas)

Si me han de matar que sea,
 un Trump que de frente va

  no un Obama traicionero, 

que me venga por detrás.


Éstos del bipartidismo, 

a nadie ya se la dan

Tanto monta, monta tanto,

ser sociata o liberal.


Que harto me tienen sus cuentos, 

de crisis y guerras sin más

Cuando no hay bandera que tape, 

la ansia de un criminal.


Daños colaterales son, 

inocentes masacrar

si lo hiciéramos con ellos, 

no habría ni una guerra más.


Por eso pasa que pasa, 

que nadie se alista ya

a no ser que la CIA pague,
 
como al ISIS del MOSAD


A mí, que nunca me busquen, 

ni me llamen pá luchar.

Que yo no mato por nadie. 

Yo mato por no matar.


La paz de los cementerios 

es la paz del capital

Si soy rojo es porque quiero, 

en vida, vivir en paz.


Hoy tan solo mata el hambre, 

del rico por tener más 

Con el cómplice silencio, 

de toítos los demás.


Que preferimos taparnos, 

los ojos pá no pensar

O mirar pá otro lado, 

pensando que el mal se irá.


Creer que lo que a otro pasa, 

no nos tiene que importar.

Cá palo aguante su vela, 

repetimos sin cesar.


Éste es el mantra egoísta 

que rula por la sociedad

como si lo que le pase a otro, 

no te pueda a tí pasar


Más todo, cuán boomerang vuelve, 

al sitio de donde partió

y tal vez ocupes mañana, 

el sitio que otro dejó.


Mil pobres ceban a un rico, 

otros mil le dan jornal,

y otros cuantos dan su vida 

porque todo siga igual. 


Que no me coman la oreja, 

que no me creo ya ná

de sus guerras, sus estafas, 

ni su calentamiento global


Tan solo vuestras mentiras, 

esconden una verdad

que unos pocos están arriba 

y abajo tós los demás.


Da igual que seas ateo, 

cristiano o musulmán.

Solo los elegidos, 

el paraíso verán.


Hay medios alternativos, 

amarillos muchos más.

Unos más rojos que otros. 

Los menos, de radikal.


Más todos tienen su cosa, 

y a todos hay que hojear

Que comparando se tiene 

opinión más general.


Qué de tó aprende uno. 

Nadie tiene la verdad.

Ser más papista que el Papa, 

no es garantía de ná.


Solo creo en lo que veo, 

díjome santo Tomás, 

que el que a ciegas se conduce, 

no para de tropezar.


Y al enemigo, ni agua, 

ni nunca contemporizar

No dudes, tarde o temprano, 

siempre te la jugará.


No hay que seguir a nadie 

y a todos hay que escuchar.

Si tu conciencia te guía, 

de nada te arrepentirás.


Dá gusto ver a los ricos, 

pegarse por serlo más

mientras en eso se hallen, 

quizás nos dejen en paz.


Si te crees o no sus mentiras, 

a ellos les dá igual.

Con tomarlas por veraces, 

les basta para actuar. 


Que no me cuenten más cuentos, 

que tós me los sé yo ya.

Se demoniza a cualquiera

que no se deje robar.



No basta con ser un santo, 

sino ser de"su santoral"

Como la cojan contigo, 

no te valdrá ni el rezar.


Pensamiento único llaman. 

Anteojeras pá no pensar

más que en la zanahoria. 

El palo irá por detrás.


Si no crees en lo dictado, 

anti-sistema serás

Y por mucho bien que hagas, 

te van a demonizar.


Que no me coman la oreja, 

que a mí, no me la dan.

Que me sé todos sus cuentos 

y también, cada final.


Si de cañon, quieren carne, 

pál matadero llevar

que busquen a otro tonto, 

que este tonto no va más



No se ha visto en tóa la historia, 

otra estafa sin igual.

Que la madre tóas las crisis, 

que creó el capital


Y cuando tan ricamente, 

uno estaba en su sofá

Relajado y a cubierto, 

de inclemencias y demás,


te cortan sin previo aviso

el grifo de tu maná. 


Y te dejan sin tus sueños,
 
sin trabajo y sin hogar


y pá colmo y regodeo 

de propios y extraños, van

y te dicen como aviso

que al rojo no hay que escuchar


que son peores que el lobo,

del cuento y mucho más

y que si vas y los votas

toíto te lo robarán.



Si como votantes, no nos escuchan

como consumidores lo harán.

Boicoetemos sus empresas

Llevamos las de ganar. 


Si no queda más remedio

que dejarnos de robar

que sea otro y no el de siempre

tal vez así, aprenderá


No hay pan pá tanto chorizo,

dicen, cuando lo que sobra es pan.

Lo que no hay es un par de huevos
 
pá que no nos choriceen más.


Resultado de imagen de eladio fernandez refugiados suecia

Ellos tienen de tó

los demás, cuasi-de-ná

mas ellos son cuatro mierdas

y nosotros sémos más.


La próxima revolución 

contra las corporaciones será

y si ésta no se gana 

no habrá ninguna ya más.

Quien sepa entender que entienda

lo que digo es pá mascar

despacio y con buena conciencia.

Mi tiempo no dá... pá más


Armak de Odelot


Dicen: 

No será televisada, 

la próxima revolución.

Más como nadie se fía 

de lo que se nos dice hoy en día,

pasamos los días enteros, 

tumbados en el sofá

delante la caja tonta,

 por no perder el momento
del pase de la procesión 
que tós llevamos por dentro