Empezó como farsa y ha acabado en esperpento.
Difícil imaginar un final más ridículo para el independentismo, que ayer tuvo que soportar la traición del presidente de la Generalitat, que huyó para refugiarse en Bruselas tras pedir «una oposición democrática» a sus seguidores.
En el colmo del despropósito, Lluís Llach difundió un tuit en el que calificaba a Puigdemont de «exiliado» y subrayaba que se ha ido de Cataluña para denunciar los abusos del Estado español.
Casualmente, al president le entró este afán heroico el mismo día en el que el fiscal general del Estado presentaba una querella por rebelión o sedición contra él y los cinco consejeros que le han acompañado.
El caudillo que instaba a sus dos millones de votantes y a los funcionarios de la Generalitat a que resistiesen frente a la agresión del Estado ha puesto pies en polvorosa, en un vano intento de escapar a la acción de Justicia.
De nada le servirá refugiarse en Bruselas porque el Gobierno belga no le va a conceder asilo y, además, estaría obligado a entregarle si así lo solicita la Audiencia Nacional.
Los vencedores confinaron en Elba a Napoleón, que fingió aceptar su destino mientras se preparaba para volver a Francia a luchar contra sus enemigos. Pero Puigdemont se parece mucho más a uno de esos pistoleros cobardes de las películas del Oeste que se niega a sacar su pistola para seguir viviendo.
Nada en este final del llamado procés está siendo honorable.
No lo fue la proclamación anónima de la República por unos diputados que se escondieron en una votación secreta ni lo ha sido el absentismo de los consejeros y los altos cargos de la Generalitat que se han rendido por miedo a las consecuencias penales.
El hecho más notable que hay que resaltar no es lo que ha sucedido estos días sino justamente lo que no ha sucedido: esa falta de reacción del independentismo, que anteayer arremetía contra la carencia de legitimación del artículo 155 mientras que ayer asumía de forma vergonzante que concurrirá en unas elecciones que habían calificado de golpe de Estado.
No estoy invitando a la insumisión a los dirigentes nacionalistas. Lo que se constata aquí es la nula coherencia entre lo que han predicado y unos actos que revelan no tanto su endeblez política como su ausencia de coraje y de dignidad personal.
Les ha faltado el seny pero también la rauxa. Por tercera vez en un siglo, la historia se ha vuelto a repetir en clave de farsa.
Falló Cambó en 1917 y luego Companys en 1934, pero al menos ambos mantuvieron el tipo en unas circunstancias adversas. Puigdemont ha acabado con el autogobierno y ha propiciado la vuelta de la bandera nacional a las calles de Cataluña.
Hay razones de sobra para estarle agradecido porque nadie ha hecho más por España.
El tonto útil
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- octubre 13º, 2017
A Carles Puigdemont se lo van a cargar los suyos o los otros, pero se lo cargarán. Fue elegido para ser un tonto útil y es lo que, a la postre, ha sido. Llegado el momento de dar la cara, los que le auparon a un cargo para el que nunca estuvo preparado lo han dejado más solo que la una.
"A Puigdemont, el despacho le viene grande"
El gran Demóstenes aseguraba, con no poca razón, que la salvaguardia natural más beneficiosa para el ser humano es la desconfianza. Una dosis prudente de la misma es indispensable si se quiere navegar por las turbulentas aguas de la política sin acabar hablando con los peces, pero a muchos bisoños neopolíticos no parece interesarles saberlo.
Al finalizar una de las reuniones que mantuvo ayer el President Carles Puigdemont con sus consellers, para ver en qué modo salía del brete en el que se ha metido, me tomé un cafelito con uno de ellos.
Hay que señalar que esta persona es de los que quisiera reconducir la locura secesionista, pero sin que se note mucho.
Vamos, salvar los muebles y, especialmente, enviar a las CUP al limbo de la historia. Como sea que hay confianza, le espeté:
“¿Ya has ido a tomar medidas del despacho presidencial, a ver si te caben las cosas?” a lo que, con rapidez dialéctica, me contestó sonriente:
“A mí, el despacho me encaja como un guante, al que siempre le ha venido grande es a Carles”.
Recordé, ya saben que los clásicos son mi perdición, aquello que Aristófanes advertía acerca de mirar debajo de cada piedra que se pisa, no sea que te muerda un escorpión.
No hay que ser, sin embargo, excesivamente duros con los que intentan salvarse del colosal Titanic en el que se halla metida la Generalitat y el proceso separatista.
No hay nada peor que ser pobre y hacer el ridículo, cosas que ha logrado todo este asunto.
La administración catalana está con telarañas en las arcas y no podría hacer frente ni al gasto corriente si no fuese por Montoro y los fondos del FLA y, en cuanto al ridículo, qué les voy a contar.
El mismísimo ministro de justicia alemán Heiko Maas hacía cachondeo con el tema de la independencia este viernes, haciendo ver que proclamaba la independencia del Sarre.
Cuando un alemán que, además, es ministro de Justicia, se chotea en tu cara, con el poco sentido del humor que tienen los gachós, es señal de que estás hundido en el descrédito más total y absoluto.
Es lógico y natural que Puigdemont, un chico de pueblo, independentista él, encargado y subvencionado para montar una página web que difundiese las bondades de la independencia, el Catalonia Today, y que llegó a alcalde de Girona casi por incomparecencia de rivales (su adversaria, la socialista Anna Pagans, era un barco que hacía aguas por todas partes, por seguir con la cosa náutica del Titanic) creyera que Artur Mas lo llamó para que fuese su sucesor porque era el único que podía salvar al partido, al proceso y a Cataluña.
Craso error. Mas no lo convocó aquella tarde a Palau porque fuese el mejor, lo hizo porque creyó que era el más fácil de sacrificar, el cordero propiciatorio más óptimo, el tonto del pueblo, vamos, sea dicho con el máximo respeto a los tontos de pueblo que han sido y son.
Buena prueba de ello es que, a pasar de verlos juntitos en la sesión de la no proclamación – o sí – de la república catalana, a Mas no le ha temblado el flequillo cuando ha declarado que es momento de recular y advertir, de paso y como el que no quiere la cosa, acerca de una posible intervención del ejército, rematándolo con que ni la ANC ni Ómnium gobiernan el país.
Hombre, ésta sí que es buena.
Él, que dio alas a la organización de la ANC, que la elevó a representante de la sociedad civil cuando sabía que era un invento de Convergencia y Esquerra, él, que dijo que de presidenta del Parlament había que colocar a la ínclita Carme Forcadell, ex ANC, él, que ha sido el impulsor de todo este fenomenal embrollo, ahora dice que hay que parar y que las asociaciones externas no pintan nada. Hace falta coraje.
Puigdemont, el presidente bocata, tiene, por un lado, a los suyos conspirando a ver quien ocupa su sitio y encabeza el cartel del PDeCATen las próximas elecciones que ya se vislumbran en el horizonte.
Por otro tiene al gobierno de España, a los partidos constitucionalistas, a la Constitución, al Tribunal Constitucional y al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, a los fiscales y, no en último lugar, a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Que ya es tener.
Pero también se enfrenta a las CUP, a esos terribles hijos de la burguesía catalana, que le amenazan con toda suerte de calamidades si no levanta la suspensión de la república.
Claro que eso también lo hace Esquerra, vean si no el tweet que el hermanísimo de Pasqual Maragall, Ernest, líder del secesionista Moviment d’Esquerres de Catalunya, hizo clamando a la activación de la república y que fue rápidamente secundado por Oriol Junqueras.
El buda independentista, como le llaman algunos, ha comprado una silla y se ha sentado a esperar ver como pasa el cadáver político de su hoy por hoy socio de gobierno. Todo esto no le sirve de mucho al President, que sale de cada reunión más y más desorientado. Nadie quiere, puede o sabe responder a la pregunta que hace a todo el mundo y que resume la improvisación, estupidez, arrogancia e infantilismo de todos estos últimos cinco años: “Bueno, ¿y ahora qué hacemos?”
“Estem fotuts, fotuts, fotuts”
O lo que es lo mismo en buen castellano “Estamos jodidos, jodidos, jodidos”. La frase es de propio President. Es un análisis exacto en lo que se refiere a él y a sus cercanos colaboradores como Jordi Turull.
Si este lunes contesta al requerimiento del gobierno diciendo que sí, que proclamó la república en la astracanada del otro día en el Parlament, el 155 se lo lleva por delante como el viento de marzo a una hoja seca.
Si dice que no, que todo era un gesto simbólico y se retracta, que es lo que pide Mas, los independentistas de las CUP, la ANC, Ómnium e incluso los de su partido y Esquerra, se lo van a comer con patatas. Haga lo que haga, sale perdiendo.
Claro que ni se plantea lo más lógico y me atrevo a decir que decente: convocar elecciones y dimitir. Sería un gesto que lo dignificaría a él, al proceso, salvaría los muebles y permitiría sacar del lodazal político a Cataluña. No es cosa de broma.
Más de seiscientas empresas se han ido de estas tierras y se calcula que el promedio es de unas cincuenta al día. Muchas no volverán, y decía el otro día el profesor Gonzalo Bernardosque esta sangría no podrá remontarse en bastantes años. La economía no entiende de épicas, jornadas históricas y otras monsergas.
Visto lo visto, Puigdemont debería irse a su casa porque, caso de no hacerlo, se irá directamente del Palau a la cárcel sin pasar por la casilla de salida, y no es que sea algo que me inquiete, entiéndanme, es que un gesto así demostraría al mundo que la insensatez se cura en política con el imperio de la ley y la lógica de los mercados.
Sería una magnífica lección para todos los que, por una razón u otra, aún confían en los populismos y en los reyes magos.
No creo que lo haga, sin embargo, porque su cortedad de miras, su fanatismo provinciano, su idiocia política se lo impedirán. Él sabrá. Lo eligió un presidente asediado por las CUP que ya no tenía más conejos que sacar de la chistera para que asumiera el inevitable final que está llamando a la puerta.
Picó, creyéndose elegido por la historia.
Como muchos de los independentistas que no ven más allá de su barretina, vive en un mundo irreal en el que la razón es suya y de nadie más.
Este chico me ha hecho reconsiderar mi opinión acerca de Mas.
Ha sido un desastre para Cataluña, efectivamente, pero entiende lo suyo de tontos. ¿Ven?, todos servimos para algo en la vida, aunque solo sea para hundir al país y hacer que otro dé la cara por ti.
Miquel Giménez
Que la tontería de unos
no tape la hijoputez de otros
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