Varoufakis, en París, en una imagen de 2016.Foto por: EFE
La batalla de Varoufakis contra el establishment europeo es el libro del año
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El libro de memorias de Yanis Varoufakis sobre sus poco más de cinco meses como ministro de Finanzas griego, 'Comportarse como adultos. Mi batalla contra el establishment europeo', (Deusto) es, probablemente, ellibro del año.
Y lo es por muchas razones: su narración de las maratonianas reuniones del Eurogrupo sobre la posible reestructuración de la deuda griega y los paquetes de ayuda constituye una mirada única a unas negociaciones que normalmente están vedadas a los ciudadanos (Varoufakis grababa de manera oculta las conversaciones y las transcribe en el libro).
Su retrato de personajes con los que tuvo un trato casi cotidiano, como Merkel, el ministro de Finanzas alemán, Schäuble, la presidenta del FMI, Lagarde, o el presidente del Eurogrupo, Dijsselbloem, es literariamente valioso y humanamente brutal (Varoufakis se oponía a los tres primeros, pero muestra por ellos un gran respeto intelectual; al último lo detesta con todas sus fuerzas, y lo deja bien claro).
Y su relato del grado de descoordinación e improvisación del Gobierno griego pone los pelos de punta.
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Pero lo más interesante, a pesar de estos precedentes, es la psicología del propio Varoufakis.
Cuando en enero de 2015 es nombrado por Tsipras, el nuevo primer ministro de Syriza, llega a un ministerio desarbolado, donde su predecesor se ha llevado todos los papeles relevantes y a duras penas consigue que alguien le dé la clave del wifi (porque Varoufakis decide que trabajará con su portátil personal, no con el viejo PC de la Administración pública).
A partir de entonces se pone a trabajar, y lo hará armado con una arrogancia intelectual que a veces resulta difícil de creer y con un gran patriotismo contraintuitivo que le lleva a creer que lo mejor que puede pasarle a Grecia es quebrar, y luchará por lo tanto para que eso suceda.
Boicots y desesperación
Su convencimiento de que está en posesión de la verdad es absoluto, pero el relato que sigue es el de un hombre al que engañan constantemente, que pierde en casi todas las ocasiones, que carece de talento político.
Las reuniones narradas —ya sean con inversores extranjeros, representantes de la Unión Europea, políticos nacionales o diplomáticos— suelen seguir el mismo patrón:
Varoufakis siente que todo el mundo que le escucha considera sus ideas brillantes, osadas y útiles para salir del atolladero.
Al abandonar esos encuentros, siempre cuenta que tiene la sensación de haber convencido a los asistentes y de que por fin la élite global se da cuenta de que es él, y no los demás, quien tiene la razón.
Pero cuando llega la hora de tomar las decisiones, los responsables adoptan una posición contraria a la solución que él no solo deseaba, sino de la que pensaba haberles convencido.
Cuando,desesperado por conseguir dinero, acepta no revertir la privatización de un puerto vendido a China, el Gobierno chino le engaña.
Este le promete la adquisición de una gran cantidad de deuda pública griega a cambio, pero en lugar de comprar la cantidad acordada, 1.500 millones de euros inmediatamente y 10.000 millones en el medio plazo, compra 200 millones y se queda con el puerto. Varoufakis se encoge de hombros: habrá sido una conspiración urdida en Berlín, dice sin ninguna prueba.
Su Gobierno, reconoce, era caótico, incompetente y le boicoteaba; el partido le imponía a sus colaboradores más cercanos y muchas veces estos negociaban con las autoridades europeas a sus espaldas, y Tsipras, en última instancia, le parece un cobarde.
La cuestión, sin embargo, es que al final no se hace nada de lo que propone Varoufakis, como activar un plan secreto para establecer una moneda alternativa al euro o rechazar los sucesivos planes de la Troika.
“Me siento solo —dice que le contó a su mujer en un momento en que se sentía particularmente derrotado—.
Me siento en mi despacho ministerial, y en teoría soy el jefe de 14.000 funcionarios públicos.
Pero en realidad estoy a solas, enfrentándome a un ejército enorme y armado hasta los dientes sin tener ningún escudo que me sirva de protección…
Joder, no tengo ni siquiera un departamento de prensa como Dios manda que explique al mundo entero las propuestas y las políticas muy sólidas en las que está trabajando mi pequeño equipo”. Pierde siempre, pero él es el héroe.
Catástrofe de escala continental
Portada del libro de Yanis Varoufakis.
Varoufakis cuenta esta sucesión de derrotas con un candor que resulta asombroso, y es casi inevitable preguntarse si su ego le impide darse cuenta de que fueron, efectivamente, derrotas debidas a sus carencias como político o si su franqueza le lleva a confesarlas como si nada.
(No pretendo entrar aquí en si en lo peor de la eurocrisis sus ideas económicas y políticas eran las correctas, aunque ahora parece haber un consenso creciente de que la austeridad impuesta fue excesiva).
Hay algo en él que recuerda poderosamente por qué los intelectuales suelen ser pésimos políticos: porque las tareas a las que se dedican ambas profesiones son esencialmente distintas.
Los intelectuales deben buscar la verdad; los políticos, en cambio, deben ganar. Tuviera o no razón en sus ideas políticas, visto lo visto, Varoufakis parece más adecuado para la primera tarea que para la segunda.
Y de hecho, eso se refleja incluso en la estructura del libro: las primeras páginas, dedicadas a sus ideas económicas, le dejan en mucho mejor lugar que la segunda mitad, dedicada a contar las negociaciones y el día a día del Gobierno.
Pero más allá de la a veces asombrosa psicología de Varoufakis, hay undrama subyacente en todo el libro que el propio autor detecta perfectamente:
“Todas las personas que aparecen en estas páginas [gestionando la crisis europea] creían actuar de la forma correcta, aunque al final sus acciones, tomadas en conjunto, acabaran provocando una catástrofe de escala continental.
¿No es ese el material con el que se escriben las auténticas tragedias? ¿No son estos los motivos por los que Sófocles y Shakespeare siguen manteniendo su vigencia, cientos de años después de que los hechos que describen perdieran cualquier atisbo de actualidad?”.
Es una gran verdad. Aunque, una vez leído el libro, uno sospecha queVaroufakis está aprovechando para compararse con Sófocles y Shakespeare.
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