La nueva industria farmacéutica: volver a hacer lo mismo que hace 10 años por la mitad de sueldo
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- octubre 7º, 2017
Creía que era el final. El día que le llamaron de la fábrica de plásticos de Vicalvaro en la que trabajaba y en la que, finalmente, cumplieron su amenaza: lo habían despedido.
Nacho acababa de teclear miles de datos en una lista de Excel en la que le pedían funcionar a toda prisa y, por lo visto, se equivocó en un encargo que fue a parar a un destinatario incorrecto: no hubo perdón.
Hoy, él ya no quiere dar el nombre ni tampoco hay forma de que acceda a la fotografía.
Pero el periodismo no puede renunciar a estas historias que muestran a un hombre de 47 años que, en realidad, va a demostrar algo más interesante que un despido: va a demostrar que, a esas edades, uno no está sentenciado en el mercado laboral, que la paciencia puede ser muy brillante y que a veces los milagros están por encima de las estadísticas, llenas de baches.
A la semana del despido, Nacho, que hoy será su pseudónimo, tenía dos ofertas para volver a la industria farmacéutica, en la que trabajaba hasta 2011, cuando una fusión del laboratorio, en el que estaba, segó 16 años de vida laboral "con un sueldo que entonces llegaba a los 44.000 euros". Pero entonces, en plena crisis, no imaginaba que la vida pudiese ser tan difícil ni que un hombre, que siempre fue de lo más risueño, se fuese a hundir de esa manera.
"Me puse a buscar trabajo y fue como pegarme con las paredes. Iba a entrevistas en laboratorios en las que te ofrecían 600 o 700 euros y te podían cambiar el turno mañana, tarde o noche cualquier día. Quedaban en llamar y ni siquiera llamaban", recuerda hoy como una pesadilla que no supo administrar, pudo ser el pánico de un hombre que ya había cumplido 40 años.
"No sabía si era yo o el mercado el que se había vuelto loco cuando escuchaba esas cosas. Pero cogí una depresión que no supe como evitar"
"Quizás fue culpa mía. No sabía si era yo o el mercado el que se había vuelto loco cuando escuchaba esas cosas. Pero cogí una depresión que no supe como evitar". Y hoy no quiere que se interprete como un drama, "porque no vinimos a este mundo para dar pena. Sólo estoy relatando una historia en la que me sentí como un boxeador acorralado frente a la cuerda.
Tenía dos hijos aún muy pequeños que hasta me hacían sentirme en deuda conmigo mismo. Y por las mañanas, a solas en casa, en la calle, o en donde fuese, me preguntaba por qué y ni yo mismo sabía responder. Y no es que estuviese ahogado porque mi mujer conservaba su trabajo. Pero no era yo.
Era la situación, la sensación de que llegase el lunes y preguntarte, '¿adónde vas?' La soledad del parado me pareció muy dura y esa amarga duda de si, a partir de los 40, ya se me había pasado el arroz me hizo daño. Por eso no me gusta perder la memoria. No me gusta olvidarme de la crisis, que dejó días muy duros y que cambió mi forma de pensar".
"Mi mejor amigo de la juventud me llamó para ofrecerme un trabajo en la fábrica de la familia de su mujer"
Al final, sin embargo, en el que escampó. "Mi mejor amigo de la juventud me llamó para ofrecerme un trabajo en la fábrica de la familia de su mujer".
Las condiciones se alejaban del pasado y el sueldo, "17.000 euros anuales", era otra historia. "Pero no pasaba nada. No era una limosna.
Era un trabajo. Por encima de todo, era un trabajo y hay gente que no lo tiene, yo mismo no lo tenía. Y, además, en casa ya habíamos descubierto que se puede vivir con menos y que si no se puede coger un avion en vacaciones no pasa nada. Hay otras opciones".
Un infierno ir a trabajar
"Yo perdí la cuenta de las amenazas que me hicieron en los cuatro años que estuve en la fábrica"
El escenario, sin embargo, fue más duro y es una de las razones por las que Nacho hoy prefiere no identificarse ("sería una falta de educación"), sino relatar lo que pasa en tantas empresas, "donde la presión es enorme, te machacan si te equivocas y te amenazan con despedirte y parece que se olvida que somos humanos. Yo perdí la cuenta de las amenazas que me hicieron en los cuatro años que estuve en la fábrica, las cosas que veía, las que escuchaba en el comedor a los compañeros, las que hablábamos... No todos los sitios pueden ser así pero hay sitios así. Cada día era casi como un infierno ir a trabajar.
Mi mujer me decía que lo dejase, pero yo no lo concebía porque eso era parte de nuestros ingresos. Pero, si no me equivoco, creo que no hubo una semana en la que dejase de enviar currículums por las tardes cuando regresaba a casa".
"Como me habían cambiado el contrato tantas veces en los cuatro años que estuve, la indemnización por el despido fue menor"
El despido, cuando el hijo sustituyó al padre al frente de la fábrica, ya fue irremediable tras teclear unos datos mal después de siete u ocho horas con la cabeza pegada a la pantalla. "Me lo prepararon como despido improcedente", recuerda.
"Aunque como me habían cambiado el contrato tantas veces en los cuatro años que estuve, la indemnización fue menor. Pero con esto no quiero decir que yo sea una excepción. Sé que en muchos sitios es así. Había compañeros que venían de otras empresas familiares del sector y te decían, 'no te puedes ni imaginar...'" Por eso, al final, todo es saber donde uno está.
"Supongo que sería injusto decir que sólo fue culpa de ellos.
Supongo que no es fácil ser empresario y no sé si yo en su caso haría lo mismo y metería esa presión a los trabajadores. No tengo el valor ni de imaginarlo. Pero hay mas cosas en la vida y como me dijo mi amigo cuando se enteró de la decisión de su cuñado y me llamó, 'espero que esto no cambie nuestra relación' y no la va a cambiar. Al final, esto sólo son las reglas de juego que, al parecer, se repiten en no pocos trabajos".
La realidad es que, a la semana del despido, vino el milagro, la patria potestad de este relato. "Ha sido un milagro. No me atrevo a pensar de otra manera".
A los 47 años, tenía dos ofertas para volver a su mundo, a lo que estudió en la universidad, a la industria farmacéutica, al mismo sitio del que salió hace siete años con otros dueños y otro sueldo ahora, "23.000 euros prácticamente la mitad de antes".
Pero cuatro meses después Nacho es inamovible en su declaración ("la vida ha vuelto a sonreirme") y a algunos compañeros de la vieja época, que también han regresado y que se quejan de que esto ya no es como antes, les recuerda que "ahí fuera hace mucho frío" a la vez que se recuerda a sí mismo que no es verdad que, a partir de los 45 años, los trabajadores tengan que pasar al desguace en el mundo laboral. La prueba es él, tal vez un anónimo milagro lleno de cicatrices.
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