Por 304 votos contra 179 y 208 abstenciones el Parlamento europeo ha aprobado una resolución sobre “comunicación estratégica” cuyo objetivo es contrarrestar la propaganda que terceros (o sea, Rusia) llevan a cabo en contra de la Unión Europea. Desde su mismo enunciado la resolución es, pues, un fraude ya que aparenta un carácter defensivo que no tiene.
Su objetivo no es otro que impedir la libre circulación de la información, imponer un canon, una versión oficial de cualquier acontecimiento al más puro estilo franquista, cuando dentro del gobierno existía un“Ministerio de Información” encargado de contar “la verdad”.
Lo mismo que el franquismo, la Unión Europea ha creado su propio“Ministerio de la Verdad” que editará dos boletines que cada Estado se encargará de distribuir entre sus súbditos a fin de que pueda conocer la verdad en bibliotecas, consejos de redacción, agencias de prensa y posiblemente encima de las barras de los bares, las mesillas de las peluquerías y las salas de espera de los dentistas.
Es el fascismo. A medida que el descrédito de los grandes medios de comunicación aumenta, la guerra sicológica arrecia y se convierte en auténtica propaganda de guerra como parte de la guerra misma, en la que se han involucrado a fondo las redes sociales, como Facebook, e incluso los monopolios informáticos, como Google, que la ha llevado hasta el navegador Chrome que es el más utilizado por los usuarios de internet.
La paranoia antirusa tiene muchos elementos comunes con la turca y su origen es igual de remoto.
Surge en el siglo XI con el cisma de las iglesias orientales, que abandonan la disciplina romana, a partir de lo cual la jerarquía organiza una de tantas cazas de brujas bajo la acostumbrada amalgama de lo religioso con lo racial.
A diferencia de lo que hoy creen tantos colectivos, la propaganda no se difunde sino que se organiza, algo que en Roma la Curia conoce a la perfección porque desde hace más de mil años ha creado grandes organizaciones, como las universidades, dedicadas exclusivamente a llevar sus postulados ideológicos hasta los últimos rincones del mundo sometidos a su influencia.
Desde el siglo XV la iglesia romana creó y alimentó el fantasma de una Rusia asiática y bárbara, poniendo el epicentro de la batalla política e ideológica en el este de Europa, en la frontera misma que la separaba de los ortodoxos.
La Universidad de Cracovia, en Polonia, una de las más antiguas del mundo, forjó una batería de concepciones que no sólo definían a los rusos y los turcos como herejes, lo peor del momento, sino como refugio de apóstatas.
Ambos imperios, ruso y turco, desafiaban la autoridad romana acogiendo a quienes huían porque en el occidente de Europa les perseguían a causa de sus ideas. No consentían que fueran quemados en la hoguera.
El carácter tan sumamente reaccionario del catolicismo polaco tiene ese origen.
Desde el siglo XV Polonia fue el primer muro de defensa de la auténtica cristiandad, por lo menos tanto como la Inquisición española, creada posteriormente para emprender otra batalla contra los judíos, los moriscos y luego los llamados protestantes.
Los rescoldos de aquella persecución ideológica siguen humeando hoy y en España la “cultura”fascista, que es ampliamente dominante, es buena muestra de ello, de xenofobia, de islamofobia, de antisemitismo, favorecido porque quienes debieran hacerle frente siguen cruzados de brazos.
Pocos vecinos ha tenido la Unión Europea que le hayan mostrado mayor veneración que Rusia y Turquía, a quienes ha pagado con los desprecios más rotundos que cabe imaginar, verdaderamente intolerables.
Podemos remontarnos a aquellos tiempos en que Gorbachov hablaba de “la casa común europea” o a los primeros discursos de Putin al llegar a la Presidencia, como el de 25 de setiembre de 2001 en el Bundestag, en el que propuso unificar medios a la Unión Europea, “con los hombres, el territorio y los recursos naturales rusos así como con el potencial económico, cultural y defensivo de Rusia” en un gran espacio económico desde Lisboa a Vladivostok.
Lo mismo que Turquía, durante décadas Rusia ha estado llamando a las puertas de la Unión Europea y hasta la fecha no ha recibido más que portazos, acompañados de la más repugnante de las campañas difamatorias que se recuerda desde los tiempos de la Guerra Fría.
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