En junio del año pasado, un joven de 21 años llamado Dylann Roff asesinaba a 9 personas de raza negra en una Iglesia de Charleston en Carolina del Sur. Los medios de información occidentales, lejos de profundizar en la desestructuración psicológica que está sufriendo la sociedad “americana”, que ya cuenta con un sinfín de masacres similares en pocos años, prefirieron centrarse en la necesidad del recurrente control de las armas de fuego en el país, así como en uno de los símbolos que el asesino exhibía en sus perfiles en las redes sociales, la bandera en gules y cruz de San Andrés azur estrellada que enarbolara el ejército sureño durante la guerra de secesión norteamericana.
La explicación ante esta obsesión enfermiza de estos medios de comunicación, no hay que buscarla en ningún sentimiento de empatía de los jerifaltes estadounidenses con las víctimas, sino en la necesidad de controlar, que no corregir, los problemas enquistados que desde hace tiempo aquejan a la sociedad norteamericana. Podemos afirmar que cuando la maquinaria totalitaria mediática useña se puso en funcionamiento tras el cruel suceso de Charleston, no se buscaba controlar la compra de armas y prohibir la bandera sudista con el objeto de combatir con éxito la violencia y el racismo, como nos intentaban hacer creer machaconamente los periodistas de estos medios pagados desde New York, sino que lo que pretendían los resortes del poder en Washington, era desarmar al pueblo y eliminar cualquier símbolo que pudiera unir y enardecer a los trabajadores estadounidenses frente a las consecuencias de una crisis global que no tiene visos de amainar como resultado de las nefastas políticas que llevan rigiendo en Estados Unidos desde hace décadas .
En efecto, la imagen tercermundista proyectada por USA tras el paso del huracán Katrina sobre Louisiana, o la situación de paro, pobreza y drogadicción que azotan a antiguos núcleos industriales como las ciudades de Detroit o Seattle, y que se hace extensiva a toda la costa y medio oeste norteamericano, no son hechos pasajeros y puntuales, sino que marcan una tónica en un país donde la deslocalización, la inmigración masiva y el enorme gasto militar en intervenciones exteriores no representan los intereses del pueblo “americano”, sino las necesidades de las élites globalistas de Washington y Wall Street.
EL COMIENZO DE LA REBELIÓN
El 28 de febrero de 1993 el ATF (Departamento de Alcohol, tabaco y armas de fuego) hacía una redada en el rancho de la secta de los davidianos en Waco(Texas). La intervención se saldo con la muerte de 4 civiles davidianos y 5 agentes de la autoridad. En los siguientes días el Gobierno ordenó cercar el rancho y asaltarlo, lo que acabó indiscriminadamente con la vida de 86 personas, entre los que se encontraban mujeres y niños. La nefasta intervención gubernamental levantó la simpatía y la solidaridad hacia las víctimas davidianas en gran parte la América profunda, lo cual desembocó en el atentado en un edificio federal en Oklahoma City, que terminó con la vida de 168 funcionarios. Un acto terrorista por el que fueron detenidos Terry Nichols y Timoty McVeigh (este último ya fallecido al ser condenado a muerte), si bien quedaron sobrados indicios de que contaron con la colaboración de más personas, algunas de la cuales podrían haber trabajado en ese momento en la misma administración norteamericana.
Tras estos hechos, el marido de la actual candidata a presidir la Casa Blanca, el nefasto Bill Clinton, aprovechó la ocasión para promulgar la Ley Brady en 1993 y un decreto de prohibición de armas de asalto en 1994. Una situación que provocó el levantamiento popular de miles de personas a lo largo y ancho de toda la geografía norteamericana, ya que percibían tal legislación como contraria a la segunda enmienda de la Constitución de USA. La indignación fue incrementándose al iniciar Bill Clinton una fuerte represión en todo el Estado, lo cual provocó que Frank Eugene Corder se estrellara con un avión robado en los jardines de la Casa Blanca, así como que Francisco Martin Duran disparara con un fusil automático contra este mismo edificio.
Paralelamente numerosas guerrillas fuertemente armadas, ocultándose en el monte y reclamando el espíritu de los primeros pioneros, surgieron en gran parte de Estados Unidos. Algunas de estas milicias consiguieron un éxito relativo al acuñar su propia moneda y crear un sistema monetario alternativo (como los Freemen de Montana), o bien al lograr aglutinar a varias milicias y declarar unilateralmente la independencia del territorio donde se asentaban (como la guerrilla de la República de Texas). Lógicamente el Gobierno de Bill Clinton, no sin esfuerzo y mediante el uso de la fuerza y la persuasión, evitó que la situación fuera a mayores.
Tras la salida del Gobierno de Bill Clinton, la situación se calmó bastante. No obstante, las guerrillas continuaron fruto de una menor presión gubernamental.
LA ERA OBAMA
Con la vuelta al Gobierno en Estados Unidos del Partido Demócrata de la mano de Barack Hussein Obama, la situación se volvió a complicar ante los continuos intentos de éste por aprobar una legislación que controlase el uso de armas en Estados Unidos. Una tesitura que según Daryl Johnson (analista del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos), ocasionó que entre el año 2008 y 2012 (primer mandato demócrata), el número de milicias armadas dispuestas a luchar contra el Gobierno de Wahington aumentaran de 42 a 334. El momento más tenso se vivió tras el atentado contra la congresista demócrata Gabriel Giffords y en el cual fallecieron 6 personas. Pese a que el móvil del crimen estaba relacionado a la postura pro-inmigracionista de la política demócrata, Obama intentó aprovechar el clima de violencia que se vivía en ese momento para promover el control de las armas. Un hecho que no pasó desapercibido entre sus detractores, que llegaron a pasearse con fusiles de asalto en los mítines que ofrecía el presidente norteamericano.
Pese a que Barack Obama ha sido un presidente más comedido y sensato que Bill Clinton, la oposición a sus políticas no ha hecho más que aumentar en el país norteamericano. Al malestar generado por sus numerosos intentos por promulgar leyes que reformaran la segunda enmienda de la Constitución de USA, hay que sumar la preocupación creada por sus políticas laxas en inmigración, así como la irritación causada por la intromisión de jueces demócratas en las legislaciones de los estados federales para derogar leyes que, habiéndose aprobado mediante referéndum democrático, eran contrarias a las exigencias de la comunidad LGTBI. Una situación esta última, que denota una fuerte contradicción dentro de la ideología liberal que ha regido en Estados Unidos desde su fundación, al contraponerse supuestos derechos individuales (aquellos que reclaman los gays y que son tutelados por jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos), a los derechos de los hombres libres e iguales que conquistaron el oeste “americano” y que mediante votación deciden promulgar las leyes que les someterán a todos ellos.
Dentro de este contexto de división a la hora de comprender un concepto tan relativo como “la libertad”, hay que entender la mayor rebelión armada que han tenido lugar en Estados Unidos durante el mandato de Barack Hussein Obama. A principios del presente año, un buen número de milicianos armados se atrincheraron en un edificio público en la reserva natural de Malheur. El conflicto surgía como consecuencia de la oposición de las autoridades federales a la tala de árboles en un lugar que había catalogado como protegido medioambientalmente, una situación que no fue entendida ni admitida por unos lugareños, cuyas familias habían cuidado y gestionado aquellos bosques desde hacía más de un siglo. Finalmente el enfrentamiento terminó tras 40 días de dura negociación, no sin tener que lamentar la muerte de uno de los insurgentes.
Pero si ha habido un hecho que ha preocupado enormemente a la administración Obama, ése ha sido el crecimiento exponencial del Partido Nacionalista Texano durante los últimos años. Si Bill Clinton combatió a una pequeña guerrilla armada que pretendía la independencia de este Estado, Obama se enfrenta a un partido con miles de afiliados y con centenares de miles de seguidores en las redes sociales, bien estructurado y que en el año 2013 consiguió reunir más 100.000 firmas en menos de un mes para solicitar la independencia. En la actualidad disponen de más de 265.000 firmas en su Web (1,85% del censo), pero una reciente encuesta realizada en aquel Estado afirma que si las próximas elecciones presidenciales las ganara Hillary Clinton, el número de texanos partidarios de la independencia superaría el 40%. Sin duda una auténtica bomba de relojería para un futuro gobierno demócrata.
Es por todo esto, y retornando a la primera parte del presente artículo, que sostenemos que la prohibición de la bandera sureña y la regulación del uso de armas de fuego en Estados Unidos, no se justifica como una lucha contra el racismo y la violencia, sino como el intento del Gobierno de Estados Unidos para que el pueblo no se levante en armas ante una más que posible profundización de la crisis, así como para que el ejemplo de Texas (un Estado con identidad y que fue soberano 9 largos años), con unas malas condiciones económicas, no se haga extensivo a todos los estados que conformaron la Confederación sureña y que ya lucharan por su libertad frente a Washington no hace tanto tiempo. Una guerra que la historia oficial nos la ha vendido como la lucha de un norte que combatía por la libertad de unos negros ante unos maléficos esclavistas, pero que sin embargo fue una guerra de los capitalistas y plutócratas del norte frente a una economía sureña mercantilista, que basada principalmente en la agricultura y la ganadería, suponía una amenaza ante la previsible expansión hacia el oeste que se iniciaba en aquel momento.
LA AMENAZA DE DONALD TRUMP PARA LA ÉLITE GLOBALISTA
Por eso cuando nos hablan de Donald Trump como un ser tenebroso cuya única política se basa en el racismo y la discriminación, es más posible que algún peligro se cierna sobre los poderes fácticos del mundo, que tal impresión subjetiva sea cierta. Mucho más cuando en su contra no sólo se posicionan los progres seguidores de Hillary Clinton, sino todos los neocons que invadieron Iraq.
Cuando uno analiza detenidamente la política que pretende implementar Donald Trump en Estados Unidos, se da cuenta de que su mandato puede ser auténticamente revolucionario en el contexto del giro de 180 grados que puede tomar la política norteamericana, y que al contrario de lo que se piensa, beneficiará a Estados Unidos en cuanto a la refinanciación de la deuda, la estabilidad interna y la creación de riqueza y empleo entre la población.
El paradigma político-económico actual de Estados Unidos se asienta sobre la ideología liberal que se materializa en los valores universales de los derechos humanos que Washington quiere imponer en el orbe entero. Este mesianismo de gendarme del mundo, en perpetua lucha maniquea del bien contra el mal, justifica moralmente las intervenciones militares de Estados Unidos en todo el mundo, así como los gastos económicos y humanos que éstas generan.
Lógicamente la verdad es menos idealista, siendo los derechos humanos tan solo la coartada bajo la que se esconden los intereses políticos y económicos particulares del establishment que hoy gobierna en USA, y por extensión, en todo Occidente. Seamos claros, quien manda hoy en Estados Unidos es la Reserva Federal (FED), una entidad privada que genera dinero fiduciario y cuyo deseo es prestar cada vez más papel en periódicas burbujas de crédito que deberán reembolsarse mediante el pago de un tipo de interés que abonará el pueblo de Estados Unidos. A fin de cuentas, la FED no es otra cosa que la unión de los bancos más importantes de Estados Unidos y que se creó 1913 con el objetivo de evitar una nueva crisis de pánico financiero como la de 1907.
El negocio de la FED no sería global, si en 1971 el Presidente estadounidense Nixon, con el objeto de corregir el déficit comercial generado por la guerra del Vietnam, no hubiera derogado los acuerdos de Breton Woods y no hubiera abandonado el patrón oro. Desde entonces Estados Unidos con su ejército bien pertrechado de armamento por los impuestos aplicados a los trabajadores norteamericanos, ha obligado al resto del mundo a que el dólar, y no un bien tangible como el oro y la plata, sea la moneda de referencia mundial por la que se rigen las transacciones comerciales. Y quién ha osado en algún momento romper ese estatus, como Sadam Hussein y Gadafi, lo han pagado con una guerra que los ha derrocado del poder, aunque ello haya ocasionado una desestabilización de la zona y una llegada al poder del extremismo islámico.
Lógicamente, como venimos sosteniendo, todas estas guerras y destrucción no ha beneficiado en ningún momento al pueblo “americano”, que mientras seguía pagando impuestos para satisfacer a los políticos, sus aventuras militares y el interés del dinero creado por la FED, han visto mermado su nivel de vida y su estado de bienestar, como consecuencia de los acuerdos de liberación firmados por Estados Unidos para mantener el dólar como moneda de referencia mundial. Seamos explícitos, la creación indiscriminada de papel moneda por parte de la FED desde 1971 ha sido tal, que si se pusiera todo lo creado en circulación, se generaría una super-hiperinflación, que junto a la deuda estratosférica alcanzada estos últimos años, sumiría a Estados Unidos en una crisis de proporciones terroríficas. Es por ello, que donde la fuerza militar no llega, Estados Unidos ha requerido de compradores de su moneda que quitaran de la circulación el excedente a cambio de acuerdos comerciales ventajosos para esos terceros países. El caso más conocido en este sentido es el de China tal y como nos reconoce Reuters en Mayo de 2016, cuando afirma que las reservas de dólares de esta nación habían aumentado hasta los 3,2 billones.
Sólo entendiendo este grave peligro que se cierne sobre la economía más desarrollada del mundo, se puede comprender lo que está en juego en las elecciones presidenciales del próximo noviembre en Estados Unidos. Si gana Hillary Clinton, la FED seguirá imprimiendo billetes y endeudando a Estados Unidos con el fin de evitar una nueva recesión. Dichas políticas expansivas de dinero barato se dirigirán a la economía financiera y a Wall Street, pero no a una economía productiva asfixiada por la presión fiscal y unos costes de producción inancalzables en cuanto a los enseres importados sin costes aduaneros desde el sudeste asiático o centroamérica. Si vence Hilaria, el dumping laboral de la inmigración masiva seguirá reduciendo los sueldos y el estado de bienestar se seguirá recortando. Y aquí los damnificados serán blancos, pero también negros e hispanos nativos o con residencia legal.
En cuanto a la política internacional, un triunfo demócrata nos traerá más guerra y desestabilización mundial. El fin de la era del Fracking, aumentará la lucha geopolítica por el petróleo y otras materias primas en diferentes partes del mundo. En este sentido, el choque geopolítico de Estados Unidos con Rusia y China en su expansión hacia oriente, podría conducirnos a situaciones verdaderamente apocalípticas. Sobre todo teniendo en cuenta el carácter de inestabilidad mental de Hillary Clinton en comparación con Barack Obama, que era partidario de la estrategia denominada del “caos”, pero “controlado”.
A ello hay que sumar que Rusia, China, Irán y los BRIC seguirán con la intención de eliminar el dólar como moneda de referencia mundial, lo cual se encontrará con la beligerancia más enconada de Hillary Clinton y la FED. La situación actual en que Rusia y China siguen comprando cantidades ingentes de oro, los acuerdos comerciales entre Rusia y China en yuanes, o los de Irán, India y Brasil en euros, podrían socavar la paz mundial si la irascible de Hilaria habitara en la Casa Blanca.
Por el contrario, si Donald Trump llega a ser Presidente de los Estados Unidos, la situación será muy diferente a tenor del discurso del magnate norteamericano. Su asesora económica Judy Sheldon es partidaria de retornar al patrón oro, mientras el propio Donald Trump ha expresado en más de una ocasión su intención de eliminar la Reserva Federal. Si estas dos premisas se hacen realidad, sobra especificar que Estados Unidos ya no tendrá la obligación de disponer de un fuerte gasto militar y de numerosas guerras exteriores para mantener un dólar como moneda de referencia mundial. Cuanto más cuando Donald Trump ya ha expresado públicamente que para él no hay valores universales que exportar.
Un dólar vinculado al oro permitirá la refinanciación de la gran deuda estadounidense y recuperara el papel del Estado norteamericano para controlar la emisión de dinero sin pagar un tipo de interés a la FED. Lógicamente, un dólar respaldado por oro hará atractiva y fortalecerá a esta divisa, lo que permitirá a Donald Trump aplicar políticas de estímulo que generarán empleo sin que ello se vea reflejado en un aumento de la deuda y la inflación.
Por otro lado, dentro del contexto de la política exterior, un Donald Trump como Presidente de los Estados Unidos garantizará menos conflictos y menos gasto en defensa. Donald Trump ha prometido modernizar y dotar de mejor armamento al Ejército, pero no es menos cierto que también se ha mostrado dispuesto a eliminar organizaciones inservibles como la OTAN y evitar conflictos diplomáticos y guerras de baja intensidad con otras potencias. El Estados Unidos de Donald Trump se conformará como un Estado nación más que velará por sus intereses, priorizando la negociación y la colaboración al enfrentamiento, tal y como se puede comprobar con declaraciones en las que expone que podría reconocer Crimea como parte de Rusia.
Es cierto que Donald Trump luchará eficazmente contra la inmigración ilegal y apostará por la reindustrialización de Estados Unidos, aun a costa de derogar o no firmar acuerdos bilaterales internacionales de liberalización con terceros países (TTPI, NAFTA…). Con ello Trump pretende recuperar las 60.000 empresas y los 5 millones de empleos industriales perdidos por la deslocalización, pero también convertir a Estados Unidos en un faro mundial donde otros países se fijen para copiar el modelo político y económico, y no como sucede en la actualidad, que USA es visto internacionalmente como un tirano que pretende imponer su visión a otros, lo que ha generado un antiamericanismo creciente en el mundo entero. De ahí su lema de campaña “hacer América grande otra vez”.
Es cierto que el proteccionismo y el soberanismo que persigue implantar Donald Trump, puede llevarle a desencuentros con otros países que puedan salir perjudicados con estas nuevas políticas. Pero aun así, naciones como México y China que pueden ser afectadas, podrían, sin embargo, verse beneficiadas en otros aspectos. China gozaría de una menor presión en sus mares adyacentes y México tendría la oportunidad para acabar con el crimen organizado que azota aquel país y que genera una inestabilidad constante.
Pero no seamos ingenuos, si gana Trump los comicios de noviembre e implementa el programa que deja entrever, los riesgos de atentado contra su vida o golpe de Estado aumentarán. De hecho hay un precedente, el John F. Kenndy.
El 4 de Junio de 1963, el Presidente Kennedy firmó el Decreto presidencial número 11.110, un decreto que permitía al Departamento del Tesoro norteamericano “emitir certificados de plata contra cualquier lingote de plata, o dólares en metal tanto de oro como de plata existentes en tesorería”, lo que viene a significar que dicho departamento podría emitir dinero conforme a las reservas de oro y plata sin tener que pedirlo a la Reserva Federal (FED). Como consecuencia de este Decreto 4000 millones de dólares entraron en circulación en billetes de 2 y 5 dólares. Al poco tiempo del asesinato de Kennedy dichos billetes fueron sacados de la circulación, mientras que los de 10 y 20 dólares que ya estaban impresos, nunca llegaron a entrar.
No cabe duda que Kennedy, al querer acabar con la deuda, al emitir dinero respaldado en plata y al finalizar con la guerra del Vietnam, suponía un peligro para el establishment que también ve una amenaza en Donald Trump. Por lo tanto, es muy probable que Kennedy fuera asesinado por este motivo y no por un racista descontrolado que no quería que lo negros se sentasen con los blancos en los autobuses. No discutimos que quizá Lee Harvey Oswald pudiera pensar eso o cualquier otra cosa, sino que afirmamos que Oswald era un “pringado” y que la versión del racismo, desde la guerra de secesión hasta nuestros días, ha servido para ocultar cuestiones más complejas.
En este sentido, si Trump gana electoralmente y aplica su programa, deberá tener presente en todo momento que se convertirá en el objetivo de estas élites globalistas y corruptas que no están dispuestas a perder su estatus y ganancias. Por ello, Donald Trump deberá extremar su seguridad y tendrá que prevenir un probable golpe de Estado teniendo en cuenta la infiltración masónica en el conjunto del Ejército y la administración norteamericana. Las lecciones y la experiencia que se puedan extraer tras el fracaso del golpe de Estado en Turquía (un país similar en cuanto a un gran número de opositores en el Ejército y la administración), serán de suma importancia para la inteligencia que tenga que velar por un futuro Presidente Donald Trump.
Que duda cabe que en el presente artículo no hemos tomado en consideración, la posibilidad de que Donald Trump no cumpla con lo prometido, sometiéndose a los designios del establishment. Sí, es cierto, es posible que el showman de Donald Trump pueda mentirnos, pero, parafraseando al propio Trump cuando se refiere a los votantes negros e hispanos a la hora de pedir su voto: ¿Hay algo que perder? .Al fin de cuentas con la bruja Hilaria estaremos en perpetua tensión termonuclear.
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