Transnistria. La última frontera soviética
Imagínense un país que no aparece en los mapas. Un país con su gobierno, su territorio y un conjunto de instituciones que regulan el día a día de sus gentes. Sin embargo, un país que no existe para el mundo. Entiendo que con esta pequeña definición les resulte extraña la realidad que describo. No obstante, esta no se encuentra en ningún lugar apartado de toda civilización, sino, que se localiza a unos escasos 200 kilómetros de la frontera con la Unión Europea.
Esta peculiar nación se conoce popularmente con el nombre de Transnistria, aunque su nombre oficial es Republica Moldava Pridnestroviana.
El territorio de este singular y controvertido estado es una estrecha franja de tierra situada entre el río Dniester, que establece la frontera occidental del país con Moldavia, y la frontera oriental con Ucrania. Unos 4100 kilómetros cuadrados en los que habitan unas 520.000 personas según los datos oficiales del país. Tiraspol, la ciudad más poblada de la nación con unos 150.000 habitantes, ejerce como capital efectiva. Es en ella donde se encuentran las principales instituciones de gobierno.
La República de Transnistria está constituida como un régimen presidencialista que también cuenta con un parlamento unicameral, conocido en los primeros años de independencia como soviet supremo, formado por diversos partidos. El presidente del país es elegido mediante elecciones libres por un mandato de cinco años, desde 1991 hasta 2011, Igor Smirnov ocupo la presidencia del país.
Difícil es aclarar la fiabilidad y transparencia de las citas electorales que se celebran en Transnistria. Argumentos totalmente encontrados son mantenidos por distintos observadores a este respecto. No obstante, la derrota sufrida por el veterano Igor Smirnov en 2011 frente a Yevgeny Shevchuk ayudo a que el país presentara de cara al mundo cierta imagen de cambio político y dinamismo institucional.
La economía del país, al igual que el funcionamiento de sus instituciones políticas, también ha sufrido cambios significativos desde la caída del bloque soviético.
Y aunque la simbología que maneja el estado sigue siendo de carácter comunista, como prueba evidente la bandera oficial del estado sigue incluyendo la hoz y el martillo, el modelo ha girado progresivamente hacia el reconocimiento de la libre empresa y un mercado más liberalizado.
La historia pasa para todos y procesos privatizadores fueron asumidos en el país en los años 90. Oficialmente la industria pesada y la producción eléctrica son los principales sectores en el país.
Aunque en la práctica es el apoyo y constante soporte económico ruso lo que hace funcionar la economía nacional. Según el presupuesto nacional en 2012 Transnistria recibió en subsidios directos de Rusia 800 millones de dólares.
Las donaciones de Moscú son por tanto indispensables para el funcionamiento nacional, tremendamente esclarecedor de esta situación fue la decisión del gobierno ruso de hacerse cargo del pago de las pensiones de Transnistria durante el bloqueo económico que la nación sufrió en 2006 por parte de Moldavia y Ucrania.
El rublo de Transnistria, moneda oficial, solo tiene validez dentro de este pequeño territorio, ningún otro estado acepta como valida esta divisa.
Una economía bajo unas características tan excepcionales ha desarrollado con los años otras maneras menos ortodoxas de desarrollo. El trafico de armas, como analizaremos mas adelante, también aporta pingües beneficios a propios y extraños en esta peculiar nación.
Aquí podemos apreciar la bandera y escudo oficial del país respectivamente
Transnistria. Una problemática étnica e histórica
La cuestión se plantea tremendamente compleja, aunque para entender de manera efectiva el porqué del divorcio de esta peculiar región con sus vecinos debemos acudir a analizar cuestiones étnicas e históricas.
La mayor parte de la población de Moldavia es rumana, Rumania y Moldavia han formado parte de entidades comunes la mayor parte de su historia, sin embargo, en la región de Transnistria la ecuación es diferente.
Esta históricamente ha sido la frontera entre los territorios rumanos y las tierras que se abrían hacia las llanuras rusas y ucranianas. Los rumanos solo representan el 35% de la población de la región, frente a las mayorías rusas y ucranias.
Es importante resaltar que en el sentir nacional rumano-moldavo siempre ha estado muy presente el hecho de considerarse una raza latina con una lengua románica.
Una raza aislada en un feroz océano de eslavos que les aleja de su origen latino.
La propaganda oficial rumana nunca pierde la ocasión de resaltar el mito de la descendencia del pueblo rumano de las legiones de Trajano.
En estas tierras tan vulnerables históricamente a las invasiones extranjeras ha surgido la necesidad de remarcar su singularidad propia.
La región más oriental de Moldavia, Besarabia, fue moneda de cambio común entre rusos y otomanos y no sería hasta 1861 cuando bajo el gobierno del coronel Alexandru Ion Cuza se conseguía formar una nación rumana independiente.
Sin embargo, la corrupción y desgobierno generalizados de este primer estado solo lograrían que en 1878 en el Congreso de Berlín Rumania se viera obligada a ceder Besarabia de nuevo al Zar. No obstante este nuevo cambio solo posponía por algunos años la cuestión y el 9 de abril de 1918, al calor de la pérdida de control ruso que había supuesto la revolución, se lograba de nuevo una unificación con Rumania, afectando esta también a los territorios al este del rio Dniester.
La unión seria confirmada por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial en el Tratado de Paris firmado en 1920.
Mapa de la Gran Rumanía del periodo de entreguerras
Muchos rumanos pensaban que se habían librado definitivamente de sus demonios, sin embargo las décadas siguientes demostrarían todo lo contrario. La crisis económica y la extensión del fascismo por Europa también llegaron al reino de Rumania.
El rey Carol II, más preocupado de sí mismo que de su país, junto con el nazismo y el comunismo agudizaron hasta límites inimaginables las trágicas imperfecciones de la política rumana. Hija de este convulso contexto es la figura de Corneliu Codrenau. Un campesino originario de Huși, en la actual frontera con Moldavia, que inspirado en un fuerte nacionalismo y en el sentir antisemita de aquellos años fundo la legión del Arcángel Miguel.
Recordemos que San Miguel Arcángel es un santo guerrero muy ligado a la lucha contra los turcos en los Balcanes. Este partido que pretendía unir a todos los rumanos en una misión historia pronto cautivo a miles de campesinos.
Al casarse Codrenau se cuenta que unas 90.000 personas acudieron a su procesión nupcial. El carisma del nuevo líder era arrollador, tanto que hasta el rey llego pronto a ver un peligroso rival en su persona.
Los augurios del monarca quedaron sobradamente confirmados cuando Hitler afirmo sin rodeos que veía en Codrenau un perfecto líder para Rumania. El rey hizo asesinar al popular líder, los rumanos nunca perdonaron el acto. En 1940 cuando el país perdía Besarabia y Transnistria a manos de la Unión Soviética, el sur de Dobruja a manos de Bulgaria y el norte de Transilvania en favor de Hungría, la situación de Carol II ya muy deteriorada, se hizo totalmente insostenible.
Imágenes de Corneliu Codrenau y el rey Carol II respectivamente
Una revolución encabezada por el general Ion Antonescu y claramente apoyada por los nazis derrocaría al rey Carol II en 1940. Por fin se pudo realizar un funeral público por Codreanu, al que el pueblo consideraba un mártir de la patria rumana.
Miles de personas acudieron a la ceremonia atraídos por una especie de fervor religioso, querían rendir reverencia al héroe caído.
Los corresponsales extranjeros que se encontraban en el país aquellos días no dudaron en describir el estado de la sociedad rumana como cercano a la locura.
Los peores presagios de los periodistas fueron confirmados unas semanas mas tarde cuando los legionarios tratando de presionar al gobierno de Antonescu se dieron un verdadero festín de sangre en el barrio judío de Bucarest.
Los hechos ocurridos durante el pogromo que duro tres días son definidos por la Enciclopedia Universal Hebrea como una de las persecuciones más brutales de la historia. Hay que tener en cuenta que esta fue escrita después de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, los legionarios no consiguieron su objetivo y Antonescu, conocido como el perro rojo, consiguió mantener el poder gracias al apoyo del Tercer Reich que lo consideraba más controlable que los vehementes legionarios.
Este apoyo además daba una nueva baza a Antonescu, la posibilidad de aliarse con Hitler y conseguir recuperar Besarabia (Moldavia oriental) y Transnistria en manos ahora de la Unión Soviética. El 25 de junio de 1941 los soldados rumanos cruzaban el rio Prut con la intención de reincorporar a la nación a su hija perdida.
Las tropas rumanas lograron llegar rápidamente hasta el rio Dniester y posteriormente cruzar el mismo, el 19 de agosto de 1941, Antonescu proclamaba la republica de Transnistria en esta región.
Esta República dependiente de la Gran Rumania de Antonescu estaría vigente hasta enero de 1944 cuando el ejército rojo volvía a ocupar el territorio.
En estos años se produjeron en Transnistria algunos de los sucesos más terribles de la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que 185.000 judíos y algunos miles de disidentes fueron deportados a la región, donde se establecieron los únicos campos de exterminio no alemanes de toda Europa. El ejercito rumano extermino a cada una de estas personas.
Los métodos empleados fueron tan macabros que hasta Adolf Eichmann, el encargado de la solución final de Hitler, pidió a Antonescu que suspendiera las ejecuciones hasta que la SS pudiera hacerse cargo de ellas de una manera mas limpia.
Las masacres dejaron huella en los habitantes de Transnistria. El perro Rojo fue depuesto en 1944 y sentenciado y ejecutado por los comunistas en 1946.
Sin embargo, en 1990 Antonescu seguía siendo una figura muy popular para muchos rumanos, simplemente los sucesos de la Transnistria no habían ocurrido.
El gobierno comunista. Un sedante por cuarenta años
En Moldavia y la Transnistria, como en muchos otros lugares balcánicos, el gobierno comunista supuso una especie de espejismo histórico. Las eternos odios nacionales y étnicos quedaron atemperados bajo el discurso marxista de las nuevas elites.
Aunque estos nuevos dirigentes no fueron completamente ciegos a estas cuestiones y también trataron de jugar las cartas que más les convenían.
Los soviéticos establecieron la llamada República Socialista de Moldavia incluyendo a la Transnistria en ella. La explicación de esta nueva organización política era fomentar en el territorio histórico de Besarabia una cultura y un sistema de gobierno específicamente moldavo y alejado de las influencias de Bucarest.
Se adopto el ruso como lengua oficial y se incentivo el asentamiento de rusos y ucranianos en la región. Los principales puestos de gobierno de la nueva república fueron adjudicados a miembros de etnias no rumanas. Hasta la lengua moldava fue adaptada y empezó a ser escrita en alfabeto cirílico. El objetivo era romper toda relación histórica con Rumania, los comunistas consideraban que el territorio así seria más fácil de controlar.
La propaganda oficial de aquellos años vendió de manera constante la idea de que los moldavos habían sido liberados de la opresión rumana por el ejército rojo.
La maniobra soviética tuvo efecto durante varias décadas, pero a finales de los 80 y principios de los 90, mientras la Unión Soviética se debilitaba para luego desaparecer, la cuestión nacional y étnica volvió a la palestra.
Primeramente, la República Socialista Moldava, en el marco de la Perestroika, adopto de nuevo la grafía latina y rumana. Recordemos que durante las pasadas décadas muchos ruso-parlantes se habían instalado en Moldavia y esta decisión provoco las primeras reticencias.
Estos acusaban al gobierno de Chisináu de estar fomentando un nacionalismo exclusivista que no tenía en cuenta a las etnias minoritarias de Moldavia.
Sin embargo, el gobierno de la República parecía desoír toda queja respecto a la cuestión y el 27 de abril de 1990 daba un paso más en su nueva política nacional. La bandera tricolor (azul, amarillo y rojo al igual que la rumana) era adoptada como oficial en el país.
Este hecho tenía una gran carga simbólica, ya que, los colores se inspiraban en la leyenda de Stefan Celmare, Esteban el Grande. Soberano que había logrado forjar a finales del siglo XV un reino moldavo-rumano independiente del imperio turco y con lengua y cultura latinas.
Cuenta el mito que el rey preocupado por conservar el saber y religión moldavo-rumanas ordeno construir monasterios en lo más profundo de los bosques, pensando que así permanecerían a salvo de los turcos o de cualquier otro invasor.
Los monasterios se levantaron y fueron decorados con pinturas tradicionales, no solo por dentro, sino también por fuera. Los tres principales monasterios (Humor, Voronets y Moldovitsa) fueron pintados de rojo, azul y amarillo respectivamente, quedando así establecidos los colores de la bandera nacional.
La idea de la reunificación cobraba fuerza en estos primeros años 90, y el 6 de mayo de 1990 se daba una apertura parcial entre las fronteras de Moldavia y Rumania.
No obstante, en Transnistria donde los moldavos eran minoría el proceso se percibía de una manera completamente distinta.
En una gran Rumania rusos y ucranianos temían ver amenazadas su identidad y lengua. El 2 de septiembre de 1990 se proclamaba en Tiráspol la República de Transnistria.
La situación tras la declaración unilateral de independencia quedo congelada de facto, ya que, todas las tropas soviéticas en la República Socialista de Moldavia se encontraban en la región de Transnistria.
Tampoco ningún estado reconoció a la recién creada nación, el foco informativo global en aquellos días estaba centrado en los sucesos de desmembración de la antigua Yugoslavia. No sería hasta el 2 de marzo de 1992, día en que Moldavia era admitida como miembro de pleno de derecho de las Naciones Unidas, cuando el conflicto alcanzara una nueva fase. Comenzaba la conocida como Guerra de Transnistria. Moldavia contaba con un recién creado ejército y la ayuda de la vecina Rumania, en Transnistria unos 9.000 milicianos con el inestimable apoyo del 14º ejército soviético se preparaban para resistir la ofensiva moldava.
Los combates durarían tres meses, durante los cuales el gobierno de Chisináu se percataría de la imposibilidad de recuperar Transnistria mientras el 14º ejército soviético siguiera apoyando a la joven república. El 21 de julio de 1992 se firmaba un alto el fuego.
Este entre otras cuestiones oficializaba la presencia del ejército ruso en la región, lo cual aseguraba a Transnistria que Moldavia no intentaría desarrollar nuevas acciones militares en el futuro. 1.500 personas habían perdido la vida durante los combates.
Coyunturas actuales. Una historia de final incierto
Durante los años posteriores al conflicto no se produjeron cambios significativos en el estatus de la República de Transnistria.
Ni Moldavia logro un claro avance en sus reivindicaciones, tradicionalmente las potencias occidentales han considerado esta una cuestión ajena a sus intereses. Ni la república del rio Dniester logro el reconocimiento internacional que siempre ha deseado. Ilustrativo es como a ojos de la Unión Europea o los Estados Unidos Igor Smirnov, el que fuera presidente de la República de Transnistria por 20 años, sigue siendo considerado un criminal.
Acusación que no debe ser tomada a la ligera, ya que, si por algo transcendió el nombre de la república a los grandes medios de comunicación durante finales de los noventa y principios de siglo fue por haberse convertido en un gran bazar de la venta ilegal de armas.
De sobra ha sido probada la existencia de fábricas de armamento en el país, al menos 13 según los expertos. Además no debemos olvidar el nulo control al que ha sido sometido el gran arsenal soviético que quedo en Transnistria tras la caída del bloque del este.
Se sospecha que miles de estas armas han sido vendidas ilegalmente durante años sin ningún tipo de control. Todo un dolor de cabeza para una Unión Europea que al aumentar sus fronteras hacia el este se iba acercando paulatinamente a la región.
Malestar que durante el último año se ha visto incrementado por la decidida intención de Transnistria de seguir el camino marcado por la península de Crimea.
Y es que ya en el referéndum celebrado en 2006 el 97% de los transnistrios reafirmo su sentimiento de independencia de Moldavia, y lo que es ahora más importante su futuro deseo de una unión con Rusia. Deseo acrecentado tras la adhesión rusa de Crimea.
En esta sintonía Yevgeny Shevchuk, presidente de la República de Transnistria, visitaba Moscú en marzo de 2014 y hacía constar en La Duma la petición formal del parlamento transnistrio para que el gobierno ruso abordara la cuestión con la mayor celeridad posible.
La pelota quedaba así en manos del gobierno de Vladimir Putin. Un as en la manga nada desdeñable para aumentar su presión sobre Ucrania y las potencias occidentales.
No es difícil imaginar que este pequeño territorio del este de Europa salte a la palestra informativa en los próximos meses.
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