Debates
¿Debería “trumpizarse” la izquierda?
23/11/2016 | Michel Husson
El 23 de enero de 2015, unos días antes de ser nombrado Ministro de Finanzas del nuevo gobierno griego, YanisVarufakis respondía a las preguntas de Channel Four.
Su primer objetivo [como ministro del gobierno griego], explicaba, era tomar las medidas de urgencia que permitiesen reducir los efectos sociales de la crisis y el tercero era la renegociación de la deuda.
Entre los dos, e incluso antes de la cuestión de la deuda, Varufakis designaba como objetivo la destrucción del sistema oligárquico:
“We are going to destroy the Greek oligarchy system”.
Esas intenciones tuvieron consecuencias, pero Varoufakis comprendía de forma clara que una alternativa al desastre económico y social necesitaba de una doble ruptura:
no solo con la austeridad impuesta por la Troika sino también, en el mismo interior de Grecia, con un sistema oligárquico formado por armadores extra-territorializados, jefes de empresa depredadores y banqueros especuladores.
Cuestión social y cuestión “nacional”
¿Qué relación tiene esto con el Brexit, la elección de Trump o el auge del Frente Nacional ?
Quizá se encuentra en la asimetría fundamental de los discursos anti-sistema que contribuyen a su éxito. El procedimiento consiste en subordinar la cuestión social a la cuestión nacional, o más precisamente a cómo se inserta en la economía mundial.
En concreto, consiste en inculcar una idea simple: todos nuestros problemas, incluidos los sociales, vienen del exterior.
Los responsables de todos nuestros males son, “por naturaleza”, extranjeros: la mundialización, China, Méjico, los refugiados, la Comisión Europea, etc.
La música de fondo que se juega tras las proclamaciones anti-sistema es la de restablecer a Estados Unidos en su estatuto de potencia mundial indiscutida.
Así es: dentro de las fronteras hay que oponerse a los partidos “del sistema”, pero lo que más se les reprocha no es de servir a los bancos y las multinacionales y, por tanto, de haber llevado políticas socialmente regresivas.
En efecto, los partidos de la casta son designados como responsables del paro o de las desigualdades, pero solo en la medida en que se han subordinado a Bruselas o a la OMC y, de esta forma, se han sometido a las exigencias del sistema mundial.
¡USA, USA, USA!
“Vamos a recuperar el control del país y actuar de forma que Estados Unidos vuelvan a ser un gran país”, tal era el tema fundamental de la campaña de Trump y había que escuchar a sus partidarios aclamarlo en su primera declaración presidencial, a los gritos de ¡“USA, USA, USA”!
Restablecer a Estados Unidos en su estatuto de potencia mundial indiscutida o reencontrar los beneficios de la insularidad británica: ésa es la música de fondo que se juega tras sus proclamaciones anti-sistema.
Ignacio Ramonet desvelaba recientemente
las “propuestas de Donald Trump que nos esconden los grandes medios de comunicación”.
Más allá del discurso victimista de Trump respecto a los media (un clásico), dos propuestas ocupan un lugar central en el programa de Trump:
la denuncia de los perjuicios de la mundialización
y el proteccionismo.
En Estados Unidos se han perdido cinco de millones de empleos industriales y, según Trump, ello sería a causa de las deslocalizaciones, del libre cambio y de la competencia china.
Por consiguiente, él se compromete a aumentar los derechos de aduana sobre los productos chinos y mejicanos y a denunciar los pasados acuerdos de libre cambio (NAFTA, Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Ndt) o los que están en curso de negociación (TTIP).
Niebla confusionista a izquierda
En un reciente comentario, Antoine Bevort y Philippe Corcuff denuncian la “niebla confusionista a izquierda”.
Pero si el título de su nota –“¿Ignacio Ramonet trumpizado?”- puede parecer excesivo, su crítica apunta a un verdadero problema.
En efecto, el artículo de Ramonet puede leerse como la lista de temas que sería erróneo dejárselos a la derecha.
Su enumeración continúa con la “negativa a las restricciones presupuestarias neoliberales en materia de seguridad social”, el aumento de los impuestos a los operadores financieros y el restablecimiento de la ley Glass-Steagall (ley dictada en 1933 para controlar la especulación financiera mediante la separación entre la banca de depósito y la banca de inversión. Ndt) derogada en 1999 por Bill Clinton.
En resumen, Trump sería también el defensor de las clases medias y de los pobres: de alguna forma, el enemigo del capital financiero.
Habría que tomar en cuenta este aspecto del programa de Trump, que “los grandes medios nos esconden”.
Eso es cierto, pero Ramonet “nos esconde” el programa de Trump de privatizar el Obacamare.
Y, sobre todo, ¿como se puede tomar en serio el párrafo demagógico (“bajaremos los impuestos, pero sin tocar las conquistas sociales”) que conocemos bien en Francia gracias a las primarias de la derecha (elecciones para designar al candidato de la derecha a la presidencia de la República cuya segunda vuelta se disputará entre los dos más votados en le primera vuelta:
François Fillon (44,1 %) y Alain Juppé (28,5 %). Ndt)?
En Trump, como en Sarkozy, Juppé o Le Pen, el contenido social es puramente decorativo: adorna el corazón del discurso, es decir, la afirmación de una soberanía o de una identidad (más o menos desgraciadas).
La fuerza de ese discurso se basa en una representación simplista del mundo, incluso primitiva o tribal: todos nuestros males vienen de fuera, del extranjero.
Entonces es posible construir una sicología de masas basada en el miedo al futuro y al otro.
La sombra de la cuestión nacional es arrojada como un velo sobre la cuestión social.
No se debería, se nos dice, dejar a la derecha el monopolio de la cuestión “nacional”:
la izquierda debería desarrollar un soberanismo –forzosamente de izquierda- del que la salida del euro sería el punto final.
Si tal debiera ser la lección a extraer de la victoria de Trump, entonces a las derechas identitarias y xenófobas le espera un futuro prometedor.
10/11/2016
http://www.alterecoplus.fr/michel-husson/gauche-se-trumpiser/00012581
Traducción: VIENTO SUR
Su primer objetivo [como ministro del gobierno griego], explicaba, era tomar las medidas de urgencia que permitiesen reducir los efectos sociales de la crisis y el tercero era la renegociación de la deuda.
Entre los dos, e incluso antes de la cuestión de la deuda, Varufakis designaba como objetivo la destrucción del sistema oligárquico:
“We are going to destroy the Greek oligarchy system”.
Esas intenciones tuvieron consecuencias, pero Varoufakis comprendía de forma clara que una alternativa al desastre económico y social necesitaba de una doble ruptura:
no solo con la austeridad impuesta por la Troika sino también, en el mismo interior de Grecia, con un sistema oligárquico formado por armadores extra-territorializados, jefes de empresa depredadores y banqueros especuladores.
Cuestión social y cuestión “nacional”
¿Qué relación tiene esto con el Brexit, la elección de Trump o el auge del Frente Nacional ?
Quizá se encuentra en la asimetría fundamental de los discursos anti-sistema que contribuyen a su éxito. El procedimiento consiste en subordinar la cuestión social a la cuestión nacional, o más precisamente a cómo se inserta en la economía mundial.
En concreto, consiste en inculcar una idea simple: todos nuestros problemas, incluidos los sociales, vienen del exterior.
Los responsables de todos nuestros males son, “por naturaleza”, extranjeros: la mundialización, China, Méjico, los refugiados, la Comisión Europea, etc.
La música de fondo que se juega tras las proclamaciones anti-sistema es la de restablecer a Estados Unidos en su estatuto de potencia mundial indiscutida.
Así es: dentro de las fronteras hay que oponerse a los partidos “del sistema”, pero lo que más se les reprocha no es de servir a los bancos y las multinacionales y, por tanto, de haber llevado políticas socialmente regresivas.
En efecto, los partidos de la casta son designados como responsables del paro o de las desigualdades, pero solo en la medida en que se han subordinado a Bruselas o a la OMC y, de esta forma, se han sometido a las exigencias del sistema mundial.
¡USA, USA, USA!
“Vamos a recuperar el control del país y actuar de forma que Estados Unidos vuelvan a ser un gran país”, tal era el tema fundamental de la campaña de Trump y había que escuchar a sus partidarios aclamarlo en su primera declaración presidencial, a los gritos de ¡“USA, USA, USA”!
Restablecer a Estados Unidos en su estatuto de potencia mundial indiscutida o reencontrar los beneficios de la insularidad británica: ésa es la música de fondo que se juega tras sus proclamaciones anti-sistema.
Ignacio Ramonet desvelaba recientemente
las “propuestas de Donald Trump que nos esconden los grandes medios de comunicación”.
Más allá del discurso victimista de Trump respecto a los media (un clásico), dos propuestas ocupan un lugar central en el programa de Trump:
la denuncia de los perjuicios de la mundialización
y el proteccionismo.
En Estados Unidos se han perdido cinco de millones de empleos industriales y, según Trump, ello sería a causa de las deslocalizaciones, del libre cambio y de la competencia china.
Por consiguiente, él se compromete a aumentar los derechos de aduana sobre los productos chinos y mejicanos y a denunciar los pasados acuerdos de libre cambio (NAFTA, Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Ndt) o los que están en curso de negociación (TTIP).
Niebla confusionista a izquierda
En un reciente comentario, Antoine Bevort y Philippe Corcuff denuncian la “niebla confusionista a izquierda”.
Pero si el título de su nota –“¿Ignacio Ramonet trumpizado?”- puede parecer excesivo, su crítica apunta a un verdadero problema.
En efecto, el artículo de Ramonet puede leerse como la lista de temas que sería erróneo dejárselos a la derecha.
Su enumeración continúa con la “negativa a las restricciones presupuestarias neoliberales en materia de seguridad social”, el aumento de los impuestos a los operadores financieros y el restablecimiento de la ley Glass-Steagall (ley dictada en 1933 para controlar la especulación financiera mediante la separación entre la banca de depósito y la banca de inversión. Ndt) derogada en 1999 por Bill Clinton.
En resumen, Trump sería también el defensor de las clases medias y de los pobres: de alguna forma, el enemigo del capital financiero.
Habría que tomar en cuenta este aspecto del programa de Trump, que “los grandes medios nos esconden”.
Eso es cierto, pero Ramonet “nos esconde” el programa de Trump de privatizar el Obacamare.
Y, sobre todo, ¿como se puede tomar en serio el párrafo demagógico (“bajaremos los impuestos, pero sin tocar las conquistas sociales”) que conocemos bien en Francia gracias a las primarias de la derecha (elecciones para designar al candidato de la derecha a la presidencia de la República cuya segunda vuelta se disputará entre los dos más votados en le primera vuelta:
François Fillon (44,1 %) y Alain Juppé (28,5 %). Ndt)?
En Trump, como en Sarkozy, Juppé o Le Pen, el contenido social es puramente decorativo: adorna el corazón del discurso, es decir, la afirmación de una soberanía o de una identidad (más o menos desgraciadas).
La fuerza de ese discurso se basa en una representación simplista del mundo, incluso primitiva o tribal: todos nuestros males vienen de fuera, del extranjero.
Entonces es posible construir una sicología de masas basada en el miedo al futuro y al otro.
La sombra de la cuestión nacional es arrojada como un velo sobre la cuestión social.
No se debería, se nos dice, dejar a la derecha el monopolio de la cuestión “nacional”:
la izquierda debería desarrollar un soberanismo –forzosamente de izquierda- del que la salida del euro sería el punto final.
Si tal debiera ser la lección a extraer de la victoria de Trump, entonces a las derechas identitarias y xenófobas le espera un futuro prometedor.
10/11/2016
http://www.alterecoplus.fr/michel-husson/gauche-se-trumpiser/00012581
Traducción: VIENTO SUR
Salvar al capitalismo de Donald Trump y de la extrema izquierda
Michael Roberts
23/03/2016
El triunfo inminente de Donald Trump como el candidato republicano en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos está preocupando de verdad a los economistas convencionales. Adair Turner fue jefe de la autoridad reguladora financiera del Reino Unido, donde tuvo un gran éxito impidiendo que los bancos británicos especularan imprudente (¡es broma!). Fue vicepresidente de Merrill Lynch Europa y da conferencias en la London School of Economics.
Turner acaba de publicar un libro, Between Debt and the Devil, en el que sostiene que para relanzar la economía mundial, los bancos centrales y los gobiernos deben optar por el 'dinero helicóptero', es decir, los bancos centrales deben acreditar cada cuenta bancaria de los hogares con varios miles de dólares, euros o libras, de modo que puedan gastar directamente ese dinero y restablecer la demanda agregada, aumentar la producción y alentar a las empresas a invertir para un mayor crecimiento.
Pueden leer sus argumentos y propuestas básicas en un trabajo que presentó en noviembre pasado en una conferencia especial del FMI en Washington. ( IMF- The Case For Monetary Finance – Adair Turner IMF Jacques Polak Nov 2015.pdf).
He analizado ya la naturaleza del dinero helicóptero y sus probabilidades de éxito para colmar las expectativas de Adair Turner: no muchas, esa es la respuesta corta.
Pero, sin embargo es necesario que las autoridades económicas gobernantes la apliquen, dice Turner, porque el extremismo político, representado por Trump y otros partidos de extrema izquierda y derecha en Europa son una "consecuencia inevitable del mal funcionamiento del capitalismo".
"Creo que es un gran problema para aquellos de nosotros que creemos en una economía de libre mercado y que el capitalismo de libre mercado es bueno para todo el mundo. El hecho contundente es que no está funcionando".
No explicó en detalle cuando había funcionado satisfactoriamente para la mayoría.
Señaló que los asalariados en el extremo inferior de la escala "han visto ningún aumento en los EE.UU. durante los últimos 25-30 años" y en la zona euro, los salarios "son significativamente inferiores que antes de la crisis financiera de 2008", agregó.
Esta es la causa de la pérdida de votos de los partidos de centro defensores del capitalismo en las principales economías ( y el aumento de la abstención o el partido del "no voto", añadiría yo).
Cuadro: Los salarios reales en EE.UU.
El hecho de que el capitalismo no se recupere en la forma "normal" después de la crisis mundial de 2009 ha dado lugar a un debilitamiento de la credibilidad de las principales políticas “ortodoxas”.
Y "estas cosas pueden llegar a ser circulares, y hay un proceso de incertidumbre política que crea preocupación acerca de los riesgos financieros que lleva a niveles más bajos de inversión", dijo Turner. "La emergencia de Trump es la consecuencia inevitable de un sistema" que antes proporcionaba beneficios para todo el mundo (excepto para dos generaciones en los EE.UU.), pero que ya no lo hace.
El economista keynesiano Mark Thoma es un macroeconomista y económetra y profesor de Economía en el Departamento de Economía de la Universidad de Oregon. Thoma es conocido sobre todo como columnista habitual de The Fiscal Times, con su blog “Economist’s View”, que Paul Krugman considera "el mejor lugar, de lejos, para mantenerse al día en lo último del discurso económico".
Thoma también está preocupado. Cree que "el capitalismo es el mejor sistema económico que se ha inventado para producir crecimiento económico y satisfacer los diversos deseos de millones y millones de personas. La clave de su éxito es la capacidad de responder rápidamente a los cambios en las condiciones económicas".
Pero parece que el capitalismo tiene un coste: a saber, aunque el sistema económico capitalista es estupendo, sus políticos no lo son. “El fracaso de nuestro sistema político a la hora de proteger a la gente que paga el precio del dinamismo del capitalismo, un fallo que ha alimentado la inseguridad económica, es lo que está ayudando al ascenso de Donald Trump y Bernie Sanders".
Ya ven, de acuerdo con Thoma, el capitalismo permite que prospere nueva tecnología, pero este tipo de tecnología es perjudicial para muchos: "produce ganadores y perdedores.
Cuando se adopta nueva tecnología, algunas personas cuyo único pecado es haber escogido la industria equivocada donde trabajar, perderán sus trabajos, mientras que otros verán aumentar sus ingresos, a veces de manera espectacular si la nueva tecnología satisface una importante necesidad, aún sin cubrir".
Y la globalización, aunque buena, también ha sido perjudicial.
"La apertura de los mercados al comercio internacional también produce ganadores y perdedores en la medida en que los mercados se adaptan a la especialización de la producción a nivel transnacional.
El comercio internacional beneficia a los consumidores al hacer disponibles productos más baratos, pero daña a las personas empleadas en las industrias productoras de aquellos bienes que se pueden producir a un coste menor en otros países".
Por lo general, reconoce Thoma, los beneficios de la nueva tecnología, el libre comercio y los flujos globales de capital son mayores que las pérdidas de la mayoría (aunque no muestra por qué), pero al parecer en este momento no está sucediendo.
Porque, "en realidad, los beneficios no han sido transferidos de los ganadores a los perdedores. En cambio, los beneficios han ido a parar en gran parte a los ganadores - a menudo aquellos situados en la parte superior de la distribución de ingresos, que es un factor importante detrás del aumento de la desigualdad de ingresos que los EE.UU. ha experimentado en las últimas décadas".
¿Por qué ha ocurrido? Thomas no lo dice, pero con el fin de salvar el capitalismo, el mejor sistema económico que nunca ha existido, parece que tenemos que interferir en el mercado y el proceso de producción capitalista: una conclusión contradictoria.
¿Cuál es la respuesta? Bueno, necesitamos mejores programas de seguridad social para redistribuir los ingresos de los ricos a los peor situados.
Pero los políticos de la derecha en los EE.UU. y en otros lugares no apoyan tales medidas; de hecho, imponen políticas aún peores: recortes de impuestos para los ricos y recortes en el estado de bienestar para los pobres y los más vulnerables.
"El resultado ha sido un creciente descontento, la percepción (¿tal vez la realidad, Thoma?) que el sistema está sesgado en contra de la clase trabajadora y los movimientos populistas que el país está experimentando actualmente ".
Sin embargo, Thoma no se rinde en defensa del sistema.
Bastaría con que los políticos entraran en razón.
"No tenemos que abandonar el capitalismo. Compartir los beneficios de la economía dinámica y flexible de Estados Unidos más ampliamente no mataría la gallina de los huevos – mal distribuidos- de oro”.
Por lo tanto, el problema no es el modo de producción capitalista para el beneficio privado, sino la distribución de la producción. Se podría preguntar al profesor Thoma, si lo primero no conduce a lo segundo.
El objetivo de los economistas convencionales debe ser explicar a los ricos y poderosos que si siguen así, van a provocar más "fases ascendentes populistas" (una mala noticia) y los futuros cambios en el sistema podrían ser "más drásticos e impredecibles" (Dios no lo permita).
Así que la respuesta de los Turner y Thoma de este mundo es apelar a los ricos a ser más razonables o la 'plebe' podría llegar a ser muy poco razonable. ¿Suena a plan creíble? (Me parece que no).
es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.
https://thenextrecession.wordpress.com/2016/03/20/saving-capitalism-from-donald-trump-and-the-extreme-left/
Traducción:
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