Los grandes magnates de la tecnología no saben ya en qué gastarse el dinero, así que financian iniciativas para detener el envejecimiento o asegurarse la inmortalidad. Criaturitas
Si tu dios es el dinero, el transhumanismo es tu religión: así esquilman a Silicon Valley
Jeff Bezos o Peter Thiel podrían ser fácilmente los más ricos del cementerio, pero estos multimillonarios, fundadores de Amazon o PayPal, parecen más proclive a querer cambiar lo primero por evitar lo segundo.
Bezos es el último de los magnates en apuntarse a la búsqueda de la inmortalidad, concretamente metiendo dinero a través de Bezos Expeditions, su fondo de inversión, en Unity Biotechnology, la empresa que investiga cómo "frenar potencialmente, detener o incluso revertir enfermedades asociadas al envejecimiento mientras se restaura la salud humana".
“Yo no voy a morir. No solo eso, sino que dentro de 30 años voy a ser más joven”
Héctor G. Barnés
Antes que él han venido muchos, por ejemplo el fundador de Google Sergey Brin, que invirtió mil millones de dólares en Calico (acrónimo de California Life Company) o el excéntrico fundador de Oracle, Larry Elisson, que cada año dona cientos de miles de dólares a terapias de extensión de la vida.
En el fondo, ellos no creen que vayan a desaparecer. No es que tengan dudas, no. Lo creen de verdad, lo dicen en voz alta y lo han dejado escrito como lo dejó escrito esta semana, una vez más, José Luis Cordeiro en una entrevista con este periódico: "Yo no voy a morir".
Todas las personas mencionadas hasta ahora son muy diversas, pero tienen un punto en común. El transhumanismo, un lubricante que hace que toda esta plétora de millonarios de Silicon Valley, neoliberales, biotecnólogos de opacas intenciones o divulgadores como Cordeiro encaje y funcione a la perfección en su camino hacia el objetivo más ambicioso de la historia de nuestra raza: ¡acabar con la muerte!
En el futuro la muerte será opcional, pero el frasco parece obligatorio.
El propio Thiel, en 2009, resumía muy bien todo esto en un ensayo publicado por el Instituto Cato:
"Me opongo a los impuestos confiscatorios, a los colectivos totalitarios y a la ideología de la inevitabilidad de la muerte de cada individuo. Por todos estos motivos, todavía me llamo a mí mismo libertario".
Que la muerte es inevitable es algo... bueno, digamos que la ciencia no ha encontrado aún a un ser humano que haya nacido y no haya muerto. Sin embargo, estas corrientes de pensamiento tienden a pensar en la muerte como algo que, en un momento dado, será opcional gracias a la tecnología.
Los teóricos de la inmortalidad
En el mundo de la vida eterna, Cordeiro en el fondo no es más que un repartidor de Deliveroo.
Los verdaderos chefs están en otra parte, y son, principalmente, dos: Ray Kurzweil y Aubrey de Grey. Estos dos científicos fabrican el sustrato que los demás espolvorean en su jardín para dotarlo de cierta consistencia intelectual.
En 'La muerte de la muerte', el último libro del profesor venezolano editado por Deusto, las referencias a Kurzweil son ubicuas.
Este estadounidense de 70 años trabaja desde hace cinco en Google, donde investiga sobre tecnologías de reconocimiento de lenguaje natural, pero si es citado en este artículo es por su faceta como futurista y Padre de la Singularidad Tecnológica.
La idea es que, gracias a la inteligencia artificial, llegará un día en que la línea entre humanos y máquinas ya no exista y, por tanto, la muerte tampoco.
Estas son algunas de las predicciones de este caballero para las próximas décadas.
¿Cómo lo ven? Ni tan mal, ¿no? Sólo hay que resistir 27 años más o bueno, crionizarse hasta que toque.
El problema de Kurzweil, fundador de la Singularity University en Silicon Valley, es que en un libro de 1999 ya hizo una tanda similar de predicciones para 2009, como que "la mayoría del texto será creado con reconocimiento de voz", "los músicos humanos ensayan con colegas cibernéticos" o que "los tratamientos con bioingeniería han reducido la mayoría de muertes por cáncer o fallo cardiaco".
En total, de 12 predicciones sólo clavó una, que los sordos o los ciegos llevarían dispositivos en su bolsillo que les ayudarían a aminorar su discapacidad. Otras no tuvieron lugar para cuando Kurzweil predijo y alguna que otra aún no se ha cumplido.
Por supuesto, Kurzweil está constantemente matizando o corrigiendo estas proyecciones, pero si no podemos pronosticar un iPhone, ¿cómo hacerlo con nuestra propia muerte?.
Como lo definió Douglas Hofstadter (autor del muy recomendable 'Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle'), "lo que encuentro es que es una mezcla muy extraña de ideas que son sólidas y buenas con ideas que son locas. Es como si tomaras mucha comida muy buena y algo de excremento de perro y los mezclaras para que no puedas descubrir qué es bueno o malo".
El biólogo experto en envejecimiento Aubrey de Grey.
La otra pieza del rompecabezas del transhumanismo es el enigmáticoAubrey de Grey. investigador del envejecimiento en la Universidad de Cambridge.
Este gerontólogo cuenta con una sólida formación, pero al mismo tiempo es capaz de enunciar que la primera persona en llegar a vivir 1.000 años probablemente ya ha nacido.
Sin embargo, por polémicos que sean algunos de sus planteamientos, De Grey no incurre en la irresponsabilidad de hablar del fin de la muerte, y al contrario que Kurzweil, no cree que lleguemos nunca a curar el cáncer o el alzheimer, ya que son consecuencia de haber extendido los límites de nuestra existencia muchos más años de los que inicialmente pensábamos. Y cuantos más los extendamos, más complicaciones.
Ni por todo el oro del mundo
Si le ofrecen invertir en una nueva empresa que promete extender su vida, incluso revertir su vejez, piense sólo en una cosa: estamos programados para morir.
Lo resumía de una forma muy bella un estudio de la Universidad de Arizona publicado en 'PNAS' hace unos meses: eslógica, teórica y matemáticamente imposible revertir el envejecimiento.
En resumen, para que exista evolución debe haber competencia celular, y esto sólo ofrece dos resultados: células inactivas que se amontonan o células cancerosas que proliferan.
"Así que estás atrapado entre permitir que estas células inactivas se acumulen o que las células cancerosas proliferen, y si haces una cosa no puedes hacer la otra. No puedes hacer ambas cosas al mismo tiempo", explicaba Paul Nelson, uno de los autores del estudio.
Pero seamos francos, el corazón tiene razones que la razón no entiende, y no importa en qué época estemos, siempre habrá gente dispuesta a creer en prolongar indefinidamente su vida.
En la Rusia comunista había pensadores como Nikolái Fiódorov o Alexander Bogdanov que experimentaban con transfusiones de sangre para lograr la inmortalidad. Justo como Erzsébet Báthory en el siglo XVI o, bueno, la start-up Ambrosia en la actualidad, que ofrece transfusiones de plasma adolescente a cambio de unos cuantos miles de euros.
No aprendemos nunca, probablemente porque estamos genéticamente programados para ello.
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