Arquitectura de la Desigualdad (85)
"El cóctel en el que se mezclan empresas, subvenciones, créditos ventajosos, ingeniería fiscal, irregularidades contables y una agenda de nombres y cargos influyentes no es una charca en la que croan dos o cuatro “ranas”, sino el ecosistema imprescindible para que el establishment español se mantuviera intocable durante el franquismo y en la democracia, en mitad de la burbuja inmobiliaria y también tras el estallido de la misma"
Jesús Maraña
Como venimos comentando, el mercado laboral es la expresión más salvaje de la desigualdad, y se manifiesta crecientemente en múltiples facetas. En este sentido, hasta la misma filosofía y concepto del trabajo humano ha sido prostituido, y ha dejado de representar lo que históricamente ha representado. Sobre todo jóvenes, mujeres, mayores de 50 años y autónomos sufren especialmente la precariedad laboral, que anula las tradicionales funciones del trabajo, resumidas en seguridad, bienestar, dignidad, salud, participación y realización.
Nuestro país se ha convertido además en un auténtico paraíso de trabajadores pobres, ya que las últimas contrarreformas han dejado el panorama laboral absolutamente destruido. Los jóvenes trabajan hoy en condiciones de absoluta flexibilidad, sin poder llevar a cabo cualquier mínimo proyecto vital digno, sin poder emanciparse, sin poder formar una familia, sin poder atenerse a un futuro más allá de un mes o dos vista.
Los derechos laborales que hace una década considerábamos absolutamente consagrados están siendo triturados a marchas forzadas en un agresivo proceso de desregulación de las condiciones de trabajo. La precarización no es un estadío intermedio, sino que es un fin. La precarización laboral es hoy día el único destino posible.
La crisis-estafa ha servido como perfecta excusa para implantar una calculada estrategia que delimite una nueva reconversión del mundo laboral, un nuevo paradigma donde los derechos y la estabilidad no existen. Se han instalado los dogmas del empleo de baja calidad y de la precariedad normalizada.
Y la cara más extrema de todo este fenómeno, como nos cuenta José A. Llosa en este artículo para el medio CTX, se encuentra en los trabajadores pobres, un nuevo concepto surgido a la luz de las nuevas contrarreformas laborales. Esta masa laboral la forma un segmento de población ocupada que vive por debajo del umbral de la pobreza. Personas que, pese a contar con "empleos" (la degradación de este concepto es ya harto evidente), sufren una situación económica extrema, no pudiendo desarrollar tampoco un proyecto de vida digno.
La ocupación laboral en los mayores de 45 años se torna extremadamente dificultosa, pues la filosofía empresarial consiste en lanzar ERE masivos de trabajadores/as veteranos (que ya contaban con derechos consolidados), para albergar en su lugar a trabajadores/as jóvenes, a los cuales someten a las prácticas precarias que ya hemos comentado. ¿Y qué ocurre con las vidas de estas personas que superan la cincuentena?
Pues veamos: al mermar considerablemente la posibilidad de nuevas oportunidades laborales a partir de dichas edades, y especialmente por encima de los 55 años, la salida tras el agotamiento de las insuficientes prestaciones por desempleo pasa por el acceso a las pensiones no contributivas, lo que penaliza sustancialmente la cuantía de la jubilación, condicionando el resto de la trayectoria vital de la vejez. En efecto, actualmente el subsidio indefinido hasta la jubilación se ha elevado desde los 52 años hasta los 55, ha bajado su cuantía hasta los mínimos vitales, y se ha endurecido el acceso al mismo.
En nuestro país, más del 50% de los parados y paradas supera los 40 años, lo cual da lugar a una situación dramática, pues son personas que normalmente soportan cargas familiares, y a las cuales, como decimos, el sistema no sólo no provee de renta mínima digna, sino que además son castigadas por el propio sistema de relaciones laborales, que busca sobre todo personal joven para someterlo a la universal precariedad.
La obsesión por parte de las grandes empresas de reconvertir su personal veterano en personal joven es absolutamente irracional. Existen casos absolutamente paradigmáticos, como el de la empresa Ericsson, a la cual dedica Jairo Vargas este artículo en el medio Publico, resumiendo que ha llevado a cabo cinco ERE's en diez años, y que sigue teniendo el mismo número de trabajadores que cuando comenzó dicho proceso. Increíble, ¿verdad? Porque la lógica más elemental nos indica que si una empresa implanta un Expediente de Regulación de Empleo es porque no necesita (por razones organizativas o de producción) el número de trabajadores actual, y necesita quedarse con menos personal. Pero como estamos viendo, esta elemental lógica no casa con las mafiosas e indecentes prácticas empresariales.
Los sindicatos con representación en la multinacional sueca de telecomunicaciones denuncian una clara estrategia para precarizar las condiciones laborales de la plantilla, al echar a empleados con salarios consolidados para contratar a jóvenes más baratos, mientras los directivos de la compañía aumentan sus retribuciones. Básicamente, la cantidad de trabajadores/as no ha variado, y se mantiene en el entorno de las 3.000 personas.
Y mientras todo esto ocurre, la empresa continúa ofreciendo beneficios. ¿Será desigualdad? Creemos que sí. ¿Será una arquitectura laboral que la permite? Creemos que sí. Y creemos que todas estas prácticas tienen un nombre: Terrorismo Empresarial (una de las modalidades que ya definimos en nuestro célebre artículo, uno de los más seguidos de nuestro Blog). Porque en efecto, estas medidas indiscriminadas e injustificadas generan en el grueso de las plantillas un estrés y un terror muy difíciles de soportar sin que afecte a las vidas íntimas y personales de los/as empleados/as.
Malestar, incertidumbre y desmotivación son otros efectos que se provocan en el personal, lo que a su vez incide en la productividad laboral y en la felicidad de los empleados y empleadas de la compañía. Todas ellas también son manifestaciones de esa precariedad vital de la que hablamos. Todo este terrorismo empresarial, sus variantes y manifestaciones son perfectamente estudiadas en el libro "La empresa criminal", de los autores Steve Tombs y David Whyte, que agregan además el sugestivo título "Por qué las corporaciones deben ser abolidas". Una estupenda reseña de dicha obra fue realizada por Pedro López, Profesor de la UCM, y publicada en el medio Crónica Popular, artículo del que tomaremos referencias a continuación.
La obra repasa el historial criminal de muchas empresas y corporaciones emblemáticas. Pedro López relata textualmente: "La lista de empresas que se beneficiaron del trabajo esclavo en el nazismo y en el franquismo es extensa: entre las más conocidas, Siemens, Daimler-Benz, Deustche Bank, Siemens-Schuckertwerke, Volkswagen, Bayer, BMW, Krupp, Shell o Ford lo utilizaron en los campos de concentración alemanes; en la España franquista, constructoras como Dragados y Construcciones, Banús, Hermanos Nicolás Gómez, Construcciones ABC y otras, así como empresas de otros sectores como Los Certales (muebles), Compañía de Autobuses de Barcelona, Babcock & Wilcox (estadounidense dedicada a la electricidad), Minas de Almadén y Arrayanes, Astilleros de Cádiz, La Torrassa (fábrica de cristal) y un largo etcétera.
Por otro lado, la eficaz colaboración de la estadounidense IBM con los nazis para identificar y llevar al exterminio a los judíos, de la General Motors para fabricar tanques alemanas, de la ITT para dirigir las telecomunicaciones nazis a cambio de una futura recompensa después de la guerra, o la colaboración de bancos suizos (Credit Suisse, Union Bank of Switzeland, Swiss Bank Corporation) en el robo de las propiedades de estos, casos citados en este libro, muestran que el capitalismo colaboró de manera entusiasta con las dictaduras más extremas".
Y es que el capitalismo, máximo adalid de la desigualdad, nunca se implantó democráticamente, sino que se impuso en principio a sangre y fuego, y después ha ido envolviendo su oscura capa con diferentes disfraces.
Y poco a poco nos ha ido imponiendo su propia visión de la vida y del mundo, inculcando falaces mantras como el de la eficiencia empresarial, el valor de la emprendeduría, la autonomía del mercado, la autorregulación corporativa, la seguridad jurídica, la responsabilidad social, la regulación estatal o la protección pública del interés general.
Conceptos que pueden quedar muy bien en un seminario teórico, pero que en la práctica se comprueba diariamente que sólo sirven para proteger los intereses de las grandes corporaciones, su obtención máxima de beneficio, y la protección de sus directivos y accionistas.
Hasta el lenguaje concede a las corporaciones una mayor benevolencia, ya que por ejemplo mientras al individuo se le imputa intención, a las empresas como mucho se les imputa negligencia o imprudencia, categorías mucho más leves de condena social y legal. Pedro López indica textualmente:
"Al referirse a actividades criminales corporativas, el lenguaje de los medios y del poder suaviza los matices; lenguaje anestésico lo llaman Tombs y Whyte: hablamos de escándalos en vez de crímenes, de venta abusiva en vez de robo o fraude, de accidentes en vez de homicidios o lesiones.
Todo ello contribuye a formar un velo corporativo que aparta a los responsables criminales de toda responsabilidad penal". Y mientras las empresas no tienen patria (su patria no es donde reside su sede social, sino que suele ser donde más intereses poseen), se asocia ingenua y equivocadamente la "nacionalidad" (española, francesa, italiana, etc.) a las empresas, y se difunde en el imaginario colectivo que defender a dichas empresas es defender a tu país. Craso error.
Rafael Silva
Arquitectura de la Desigualdad (86)
Fuente Viñeta: Wikipedia
Como venimos comentando, el mercado laboral es la expresión más salvaje de la desigualdad, y se manifiesta crecientemente en múltiples facetas. En este sentido, hasta la misma filosofía y concepto del trabajo humano ha sido prostituido, y ha dejado de representar lo que históricamente ha representado.
Sobre todo jóvenes, mujeres, mayores de 50 años y autónomos sufren especialmente la precariedad laboral, que anula las tradicionales funciones del trabajo, resumidas en seguridad, bienestar, dignidad, salud, participación y realización.
Nuestro país se ha convertido además en un auténtico paraíso de trabajadores pobres, ya que las últimas contrarreformas han dejado el panorama laboral absolutamente destruido.
Los jóvenes trabajan hoy en condiciones de absoluta flexibilidad, sin poder llevar a cabo cualquier mínimo proyecto vital digno, sin poder emanciparse, sin poder formar una familia, sin poder atenerse a un futuro más allá de un mes o dos vista. Los derechos laborales que hace una década considerábamos absolutamente consagrados están siendo triturados a marchas forzadas en un agresivo proceso de desregulación de las condiciones de trabajo.
La precarización no es un estadío intermedio, sino que es un fin. La precarización laboral es hoy día el único destino posible.
La crisis-estafa ha servido como perfecta excusa para implantar una calculada estrategia que delimite una nueva reconversión del mundo laboral, un nuevo paradigma donde los derechos y la estabilidad no existen. Se han instalado los dogmas del empleo de baja calidad y de la precariedad normalizada.
Y la cara más extrema de todo este fenómeno, como nos cuenta José A. Llosa en este artículo para el medio CTX, se encuentra en los trabajadores pobres, un nuevo concepto surgido a la luz de las nuevas contrarreformas laborales.
Esta masa laboral la forma un segmento de población ocupada que vive por debajo del umbral de la pobreza. Personas que, pese a contar con "empleos" (la degradación de este concepto es ya harto evidente), sufren una situación económica extrema, no pudiendo desarrollar tampoco un proyecto de vida digno.
La ocupación laboral en los mayores de 45 años se torna extremadamente dificultosa, pues la filosofía empresarial consiste en lanzar ERE masivos de trabajadores/as veteranos (que ya contaban con derechos consolidados), para albergar en su lugar a trabajadores/as jóvenes, a los cuales someten a las prácticas precarias que ya hemos comentado.
¿Y qué ocurre con las vidas de estas personas que superan la cincuentena? Pues veamos: al mermar considerablemente la posibilidad de nuevas oportunidades laborales a partir de dichas edades, y especialmente por encima de los 55 años, la salida tras el agotamiento de las insuficientes prestaciones por desempleo pasa por el acceso a las pensiones no contributivas, lo que penaliza sustancialmente la cuantía de la jubilación, condicionando el resto de la trayectoria vital de la vejez.
En efecto, actualmente el subsidio indefinido hasta la jubilación se ha elevado desde los 52 años hasta los 55, ha bajado su cuantía hasta los mínimos vitales, y se ha endurecido el acceso al mismo.
En nuestro país, más del 50% de los parados y paradas supera los 40 años, lo cual da lugar a una situación dramática, pues son personas que normalmente soportan cargas familiares, y a las cuales, como decimos, el sistema no sólo no provee de renta mínima digna, sino que además son castigadas por el propio sistema de relaciones laborales, que busca sobre todo personal joven para someterlo a la universal precariedad.
Malestar, incertidumbre y desmotivación son otros efectos que se provocan en el personal, lo que a su vez incide en la productividad laboral y en la felicidad de los empleados y empleadas de la compañía.
Todas ellas también son manifestaciones de esa precariedad vital de la que hablamos.
Todo este terrorismo empresarial, sus variantes y manifestaciones son perfectamente estudiadas en el libro "La empresa criminal", de los autores Steve Tombs y David Whyte, que agregan además el sugestivo título "Por qué las corporaciones deben ser abolidas".
Una estupenda reseña de dicha obra fue realizada por Pedro López, Profesor de la UCM, y publicada en el medio Crónica Popular,artículo del que tomaremos referencias a continuación.
La obra repasa el historial criminal de muchas empresas y corporaciones emblemáticas.
Pedro López relata textualmente: "La lista de empresas que se beneficiaron del trabajo esclavo en el nazismo y en el franquismo es extensa: entre las más conocidas, Siemens, Daimler-Benz, Deustche Bank, Siemens-Schuckertwerke, Volkswagen, Bayer, BMW, Krupp, Shell o Ford lo utilizaron en los campos de concentración alemanes; en la España franquista, constructoras como Dragados y Construcciones, Banús, Hermanos Nicolás Gómez, Construcciones ABC y otras, así como empresas de otros sectores como Los Certales (muebles), Compañía de Autobuses de Barcelona, Babcock & Wilcox (estadounidense dedicada a la electricidad), Minas de Almadén y Arrayanes, Astilleros de Cádiz, La Torrassa (fábrica de cristal) y un largo etcétera.
Por otro lado, la eficaz colaboración de la estadounidense IBM con los nazis para identificar y llevar al exterminio a los judíos, de la General Motors para fabricar tanques alemanas, de la ITT para dirigir las telecomunicaciones nazis a cambio de una futura recompensa después de la guerra, o la colaboración de bancos suizos (Credit Suisse, Union Bank of Switzeland, Swiss Bank Corporation) en el robo de las propiedades de estos, casos citados en este libro, muestran que el capitalismo colaboró de manera entusiasta con las dictaduras más extremas".
Y es que el capitalismo, máximo adalid de la desigualdad, nunca se implantó democráticamente, sino que se impuso en principio a sangre y fuego, y después ha ido envolviendo su oscura capa con diferentes disfraces.
Y poco a poco nos ha ido imponiendo su propia visión de la vida y del mundo, inculcando falaces mantras como el de la eficiencia empresarial, el valor de la emprendeduría, la autonomía del mercado, la autorregulación corporativa, la seguridad jurídica, la responsabilidad social, la regulación estatal o la protección pública del interés general.
Conceptos que pueden quedar muy bien en un seminario teórico, pero que en la práctica se comprueba diariamente que sólo sirven para proteger los intereses de las grandes corporaciones, su obtención máxima de beneficio, y la protección de sus directivos y accionistas.
Hasta el lenguaje concede a las corporaciones una mayor benevolencia, ya que por ejemplo mientras al individuo se le imputa intención, a las empresas como mucho se les imputa negligencia o imprudencia, categorías mucho más leves de condena social y legal. Pedro López indica textualmente:
"Al referirse a actividades criminales corporativas, el lenguaje de los medios y del poder suaviza los matices; lenguaje anestésico lo llaman Tombs y Whyte: hablamos de escándalos en vez de crímenes, de venta abusiva en vez de robo o fraude, de accidentes en vez de homicidios o lesiones. Todo ello contribuye a formar un velo corporativo que aparta a los responsables criminales de toda responsabilidad penal".
Y mientras las empresas no tienen patria (su patria no es donde reside su sede social, sino que suele ser donde más intereses poseen), se asocia ingenua y equivocadamente la "nacionalidad" (española, francesa, italiana, etc.) a las empresas, y se difunde en el imaginario colectivo que defender a dichas empresas es defender a tu país. Craso error.
Arquitectura de la Desigualdad (85)
Nos acabamos de enterar por Oxfam Intermón de que 250.000 trabajadores del sector avícola estadounidense, tierra de libertades, cumplen su jornada laboral con pañales porque los jefes de la cadena de producción consideran un lujo bolivariano y sindical eso de mear y cagar. Ni siquiera Charles Chaplin vislumbró tan satírica profecía en su agorera película Tiempos modernos. Es asombroso cómo nuestros más afamados empresarios consiguen que la realidad (empresarial) supere al arte (del trabajo). El obrero del mundo ya no tiene que velar por sus derechos salariales, ni por un horario digno, ni por la conciliación familiar y esas otras chorradas que hasta los más conspicuos y subvencionados sindicatos han ido descendiendo a media asta. Ahora, la lucha obrera consiste en vindicar el derecho fisiológico a la cagada y a la meada. Pronto nuestras mujeres se verán obligadas a parir encima del teclado del ordenador o en la trastienda de un McDonalds. Y, eso sí, sin manchar. Me queda la duda, no explícita en el informe de Oxfam, de si el obrero ha de pagarse los pañales o los reparte (y se los pone y se los quita) un capataz..
No exageraba Aníbal Malvar al contar las maldades y salvajadas a las que los patrones someten a sus esclavos y esclavas laborales de algunos sectores por algunas partes del mundo.
Un país paradigmático en este sentido es la India, y un sector dentro de su industria es el calzado, en el cual diversas ONG's han denunciado vulneraciones flagrantes de los derechos laborales, y discriminaciones por casta y género.Recomendamos para ilustrarlo la lectura de este artículo de Enric Llopis para el medio Rebelion.org, del cual extraemos alguna información.
Más de un millón de personas trabajan en el sector del calzado en ese país.
Las más prestigiosas marcas sacan su mano de obra de allí. A la mayoría de los obreros se les remunera con un salario de carácter diario, y también se practica la contratación a través de Empresas de Trabajo Temporal (ETT). No existen los contratos de trabajo, sino únicamente los acuerdos verbales.
No existe ningún tipo de protección social, y gran parte de las plantillas pertenecen a grupos marginados por el sistema indio de castas. No existen los sindicatos, tampoco existen botiquines en los lugares de trabajo ni en muchos casos equipos de protección, pese a las frecuentes quemaduras y cortes.
Por supuesto, ante cualquier accidente, son los propios trabajadores los que han de pagarse el tratamiento médico.
El salario mínimo del personal semicualificado durante 2015 se situaba en los 87,5 euros mensuales, en la localidad donde mejor pagados están.
Los ingresos mensuales están entre 20 y 160 euros mensuales, y laboran entre 8 y 12 horas diarias. El sistema implantado no garantiza derechos básicos como el descanso semanal o los permisos por enfermedad.
De esta forma, el aumento sin pausa de la productividad y la creciente autoexplotación en el "destajo" se revelan como imprescindibles para poder sobrevivir.
Son frecuentes los mareos por los productos químicos utilizados, así como la artritis y demás lesiones y dolencias ligadas a su actividad diaria.
Ya sabemos de dónde sacan sus inmensas fortunas los propietarios y accionistas de las grandes cadenas de calzado mundiales. Es sólo un sector típico del trabajo esclavo que hemos puesto como ejemplo.
Lo podemos extender a muchos otros. El sector textil es otro caso paradigmático.
La periodista Nazaret Castro nos informa en su obra "La dictadura de los supermercados", que de los 29 euros que puede costar una camiseta distribuida por estas grandes marcas (Inditex, H&M, Mango...), la cantidad destinada al salario de los obreros que las fabrican no supera el 5%.
La explicación radica en los procedimientos de subcontratación y deslocalización, con mengua de derechos laborales, hacia los países del Sur. El modo de operar no es muy distinto en el sector del mueble.
La multinacional sueca IKEA ha sido objeto de acusaciones por el uso de mano de obra infantil en Pakistán.
Todo ello viene a corroborar, como tantas veces hemos afirmado, que la inmensa riqueza de los grandes empresarios nunca proviene de sus actividades lícitas u honestas, sino de la explotación de los más necesitados y vulnerables, y que además están apoyados por los indecentes gobernantes de la inmensa mayoría de países.
Y es que la complicidad entre los grandes poderes económicos y los gobiernos es hoy día ciertamente desoladora. El sociólogo Rubén Juste describió muy bien esa "trama" en su completo y reciente libro, que recomendamos a todos nuestros lectores y lectoras. Un texto que podría actualizarse casi al día, pues casi diariamente van apareciendo nuevos casos de corrupción, tramas económicas relacionadas con el poder político, etc.
Como muy bien señala Juste (y destaca Enric Llopis en su artículo de referencia), el sentido del libro se justifica con tan sólo tres cifras, a saber:
en primer lugar, la que cuantifica el peso de estas grandes sociedades en la economía española (35 empresas que representan el 50% del PIB), el hecho de que en 2013 empleaban a 1,2 millones de trabajadores (lo cual representaba el 7,3% de la población ocupada), y su aportación al Impuesto de Sociedades (8.500 millones de euros, sólo el 7,5% del total de los ingresos fiscales de ese año).
Todos estos datos se explican si se analizan pormenorizadamente (lo cual lleva a cabo Rubén Juste en su obra) todo el nudo de conexiones y la trama de intereses que subyacen a su imperio económico.
Los orígenes del IBEX-35 podemos situarlos en 1992, cuando el Estado decide ir creando grandes empresas multinacionales privadas con el apoyo y complicidad de sagas de empresarios afines.
Incluso se irían privatizando las auténticas "joyas de la Corona", grandes empresas públicas que se habían dedicado a los suministros y servicios básicos (energía, banca, agua, transporte...).
Entre los años 1985 y 1991, bajo la segunda legislatura del "socialista" Felipe González (que años más tarde también formaría parte del Consejo de Administración de alguna de ellas), se privatizaron un total de 45 grandes empresas.
Estábamos en la antesala de lo que luego continuaría el PP de José María Aznar. Se comienzan a fortalecer las puertas giratorias, legitimando el nexo de unión entre el mundo público y el privado.
Actualmente, de las 10 mayores fortunas españolas, ocho destacan como propietarias de empresas que cotizan en bolsa. Y cinco de ellas, de sociedades del IBEX-35.
Y como venimos afirmando, las épocas de "crisis" (donde el gran capital implosiona ante sus contradicciones) son aprovechadas para agudizar esta arquitectura de la desigualdad.
Según la revista Forbes, los diez mayores patrimonios del Estado Español duplicaron su fortuna entre 2008 (54.000 millones de dólares) y 2014 (algo más de 100.000 millones). El IBEX es un auténtico club de socios restringidos, donde se unen los apellidos de rancio abolengo con los altos niveles económicos.
En 2014 la remuneración media de un Consejero del IBEX se situaba en más de 300.000 euros, promedio que se elevaba hasta los 1,3 millones de euros para la alta dirección, y hasta los 3,36 millones de euros si hablamos de los respectivos presidentes.
En 2017, las empresas que conforman el IBEX obtuvieron un beneficio neto de casi 10.000 millones de euros sólo durante el primer trimestre del año, lo cual supuso un aumento de más del 30% respecto al mismo período del año anterior, según datos publicados por Europa Press.
Y mientras ocurre esto, el mercado laboral se desregula a marchas forzadas, las privatizaciones avanzan a todos los niveles, el paro se desboca, la precariedad se instala en todas las facetas, disminuyen los niveles de protección social, continúan los ERE masivos de miles de empleados, el cierre de fábricas y oficinas, y la inseguridad e inestabilidad se vuelven realidades cotidianas.
Todas ellas son manifestaciones de esta perversa arquitectura de la desigualdad, que mientras perpetúa e incrementa la riqueza de los más ricos, explota y condena a los más pobres a una mísera y degradante vida.
Hoy día, el mercado laboral es quizá la mejor expresión de la desigualdad a todos los niveles. Es donde de forma más palpable pueden comprobarse todos los mecanismos que los ricos levantan contra los pobres, toda la legislación que se alza a su favor, y toda la mierda que se vierte sobre los más débiles.
La precarización se convierte así en un modo de vida, ya que afecta a múltiples aspectos de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera:
el incremento de las desigualdades, la distribución de la renta entre beneficios empresariales y salarios de los trabajadores y trabajadoras (en ellas se suma además la brecha salarial, el techo de cristal y la división sexual del trabajo, entre otros factores), el modelo productivo existente, el trabajo en la economía sumergida, el paro juvenil, la disminución de los mecanismos de protección social, la ausencia de políticas activas de empleo y prestaciones indefinidas por desempleo, la temporalidad, el paro de larga duración, el trabajo a tiempo parcial, la rotación laboral, la oscilación por estacionalidad laboral, la pérdida de derechos laborales, la inseguridad en el trabajo, el bajo SMI, la existencia de trabajadores con empleo por debajo del nivel de pobreza,
a todo lo cual podemos unir la pérdida del vigor de los Convenios Colectivos, la deriva hacia las Empresas (privadas) de Trabajo Temporal (ETT) en lo relativo a la búsqueda de empleo y contratación activa, y el declive que se produce en las propias relaciones laborales, concediendo todo el poder y la hegemonía a las organizaciones empresariales.
Todo ello delimita un panorama laboral incierto y desolador, donde el actual Gobierno únicamente toma por (falaz) bandera la (falsa) "creación de empleo", y además la circunscribe como "mejor política social", tomando únicamente el horizonte del "crecimiento económico" como mejor (y único) indicador de la riqueza del país. Pero riqueza...¿Para quién?
Arquitectura de la Desigualdad (84)
Y esos grandes accionistas, directores, ejecutivos y demás ralea de los altos vuelos empresariales practican un absoluto desprecio hacia los bienes comunes y hacia los servicios públicos, generando aún más desigualdad. Son los promotores de los falaces mensajes de que "lo gratis no funciona", "lo público es insostenible", y demás lindezas por el estilo.
Claro, ellos y ellas no necesitan los servicios públicos, y la insolidaridad rezuma por los poros de sus pieles.
Los multimillonarios y sus familias disfrutan de una vida más larga y saludable que los trabajadores y trabajadoras que laboran en sus empresas, sometidos al chantaje, a la presión y a la precariedad impuesta por sus jefes y jefas.
Los grandes gerifaltes empresariales no necesitan ni seguros médicos ni hospitales públicos.
Un CEO (director ejecutivo, según sus siglas en inglés) vive un promedio de diez años más que un trabajador y disfruta de veinte años más de condiciones de vida saludable.
Por eso los vemos trabajar con 70 o más años, porque su mundo es un mundo de garantías, no de incertidumbres, es un mundo de placeres, no de necesidades, es un mundo de satisfacciones, no de precariedad.
Los multimillonarios y sus familias disfrutan de accesos privilegiados a las escuelas y a las clínicas más prestigiosas, y sus parejas suelen ser igualmente personas privilegiadas y bien conectadas con las que unen sus inmensas fortunas, multiplicándolas y acumulándolas para sus sucesivas generaciones, inculcando en las mismas ese culto a la desigualdad.
Y así, los grandes imperios empresariales forjan imperios aún más grandes. Pero no se debe en la inmensa mayoría de casos, como ya adelantábamos en la entrega anterior, a su especial inteligencia o dedicación.
Se debe a que disfrutan de un mundo capitalista y globalizado pensado para ellos, para perpetuar y aumentar sus riquezas, para incrementar sus privilegios, para mejorar su imagen social.
Su riqueza les permite comprar una cobertura de prensa favorable, incluso servil, y les garantiza el acceso a los voceros, abogados y defensores más influyentes, para encubrir y disfrazar sus malas prácticas, sus abusos y sus estafas.
A su vez contratan a personal intermedio con dotes de mando para que se ocupen de crear nuevas formas de recortar los salarios, de incrementar la productividad y de asegurarse de que las desigualdades se profundicen aún más.
Bancos, tecnologías de la información, fábricas, alimentos, artefactos, laboratorios farmacéuticos, hospitales, etc., están directamente relacionados con las élites políticas que se deslizan por sus puertas giratorias, y de donde se nutren para sus fichajes.
Si existen grandes empresarios que se alejen de este perfil que estamos describiendo, lo celebramos.
Precisamente, trabajamos por un mundo donde la iniciativa empresarial se limite a una competencia limpia, sin agredir ni depredar al mundo laboral, ni a la naturaleza, ni al resto de animales.
Trabajamos por un mundo donde a los empresarios también les preocupen las desigualdades, y a los cuales también les importe el bien común, y no estén pensando continuamente en destruirlo.
Trabajamos por un mundo donde los empresarios también comprendan que sus asalariados/as también tienen derecho a vivir unas vidas dignas, como sus jefes, directivos y accionistas.
Ojalá llegue el momento donde podamos contar todo eso. Pero desgraciadamente, en pleno siglo XXI, estamos a años luz de dicho escenarios.
Y naturalmente, los multimillonarios están detrás de los idearios políticos más reaccionarios y neoliberales, hasta llegar al fanatismo, siendo los ponentes de las propuestas y medidas más antisociales que podamos imaginar.
Estos grandes empresarios suelen comprar a las élites políticas, que incorporan en sus programas las medidas para congelar o reducir los salarios, recortar las obligaciones de las corporaciones, diseñar propuestas legislativas favorables para sus empresas, y aumentar sus ganancias privatizando empresas públicas, y facilitando los traslados y deslocalizaciones de las mismas a terceros países con salarios e impuestos más bajos.
Ese "mundo global" que ellos defienden es el mundo creado a su imagen y semejanza, que magnifica su poder, que anula sus fronteras en beneficio de sus empresas, que anula barreras a su expansión, que elimina leyes que les estorban, y que mientras permiten todo ello, exprimen cada vez más a los trabajadores y a la naturaleza.
A la vez que ellos consiguen todas estas ventajas y privilegios, la clase trabajadora es empujada cada vez más a la precariedad, a la inestabilidad laboral, a la incertidumbre vital, a la pobreza, a la miseria, al exilio, a la desesperanza, a la exclusión social y a la muerte. La arquitectura de la desigualdad consagra todas estas reglas como destino inevitable, y además, pretende que lo veamos como algo natural, para lo cual no existen alternativas.
La clase capitalista "global" (es decir, la surgida de esta maligna globalización), como un todo, tanto la local, como la nacional y la internacional, persiguen las mismas políticas regresivas, promoviendo las desigualdades en su incesante y demencial lucha por incrementar sus ganancias.
Cuenta Rubén Juste en su obra "IBEX 35: una historia herética del poder en España" los siguientes datos:
"En 2016 la multinacional petrolera Repsol obtuvo unos beneficios netos de 1.736 millones de euros, el resultado más brillante del último cuatrienio. Los ingresos de los próceres de la entidad caminaron por la misma senda.
El consejero delegado, Josu Jon Imaz, percibió 2,9 millones de euros; el presidente de Repsol, Antonio Brufau, 2,75 millones de euros y los miembros del consejo de administración de la petrolera se repartieron 12,75 millones de euros. Repsol es un ejemplo de esplendor en el IBEX-35 (índice de referencia en la bolsa española).
Otro es el Banco Santander, que en el primer trimestre de 2017 alcanzó unos beneficios netos de 1.867 millones de euros, un 14% más que los tres primeros meses de 2016.
Las remuneraciones de la cúpula directiva son tan pingües como las de la entidad financiera.
La presidenta, Ana Botín, percibió 7,37 millones de euros en 2016; el sueldo del vicepresidente, Rodrigo Echenique, se situó en 3,8 millones de euros, y el consejo de administración obtuvo retribuciones por un valor de 25,8 millones de euros".
Mientras, asalariados, parados y pensionistas tienen que mendigar por subidas insignificantes, y la mayoría de ellos no pueden desarrollar un proyecto de vida mínimamente digno.
Extrapolado al ámbito internacional, las cifras son mareantes. Sólo daremos el siguiente dato: durante el año 2015, las diez mayores empresas del mundo obtuvieron una facturación superior a los ingresos públicos de 180 países juntos.
¿Es o no aberrante esta desigualdad? ¿Es sostenible un modelo de sociedad como el que describimos?
Y por si alguien, queridos lectores y lectoras, os continúa insistiendo en que las fortunas inmensas de estos grandes empresarios se hacen "poco a poco", "con esfuerzo y gran trabajo", "con un enorme sacrificio", vamos a demostrar lo contrario. Y hemos dicho, y no es una errata, VAMOS A DEMOSTRAR. Así, tal como suena.
Y si de números hablamos, las cosas sólo se pueden demostrar matemáticamente.
Para ello, tomamos como referencia este artículo de Aday Quesada para el medio Canarias Semanal, donde el autor afirma directamente que "no es posible convertirse en multimillonario honestamente", y lo ejemplifica en el caso de Amancio Ortega, el hombre que forjó el imperio textil Inditex.
Y es que simples operaciones matemáticas demuestran, como estamos contando, que la combinación entre los años trabajados (empleados en crear su imperio empresarial) y los beneficios que honestamente se pueden obtener anualmente, no pueden dar como resultante una fortuna de decenas de miles de millones de euros.
Es simplemente IMPOSIBLE.
En el caso de Inditex (extrapolable por supuesto a otros muchos) hemos de considerar la existencia de sus fábricas en Pakistán, Bangladesh y la India, donde la ropa que se confecciona en talleres situados en estos países procede de mano de obra esclava, con salarios miserables, que sólo permiten a sus operarios alimentarse para poder continuar trabajando al día siguiente.
Pero en nuestras tiendas en España, resulta que mientras la compañía obtenía 3.157 millones de euros de beneficios durante el año 2016 (un 10% más que el año anterior), los empleados de tiendas de Madrid y León tuvieron que ponerse en huelga porque sus salarios permanecían en estado de latencia o hibernación.
Vaya, que no aumentaban ni un euro.
A todo ello hay que añadir que la empresa abusa de la contratación a tiempo parcial, y se niega a poner solución al extenso abanico de dolencias profesionales que afectan a aquéllos que trabajan para la compañía.
Las matemáticas no fallan. ¿Tendría Amancio Ortega la misma fortuna si no evadiera impuestos, si pagara salarios decentes y la justa protección social a sus trabajadores, si no deslocalizara sus empresas, y si no abusara de un mercado laboral ya de por sí precario? Seguro que no.
Arquitectura de la Desigualdad (83)
Bien, pues hablando de las megaempresas y del mercado laboral, de las grandes fortunas de los empresarios y de la precariedad de las clases trabajadoras, emerge el país más paradigmático en esta cuestión, que nos va a servir como "modelo" de estudio (para saber lo que NO hay que hacer), como es (no podía ser otro) Estados Unidos, y lo vamos a hacer tomando como referencia este estupendo artículo del analista James Petras, traducido por Silvia Arana para el medio digital Rebelion.org.
En lo que sigue tomamos datos, informaciones y conclusiones de dicha fuente.
Hoy por hoy, Estados Unidos sufre el mayor índice de desigualdad, la tasa de mortalidad más alta, el modelo de impuestos más regresivo, y el mayor sistema de subsidio público a banqueros y multimillonarios que ningún otro país capitalista. Es, también, por antonomasia, el país más dominante, intolerante, agresivo y belicista del globo.
¡Toda una joya a imitar!, para sus amantes, que además tienen la osadía de calificarlo como una "democracia avanzada". Pues bien, la primera pregunta que se hace Petras en su estudio es:
¿Cómo los multimillonarios llegan a serlo? Los adalides del neoliberalismo más reaccionario nos responderían enseguida a esta pregunta replicando: ¡Con trabajo y con esfuerzo!
Pero esto es, simplemente, mentira.
Una mentira como la copa de un pino. No me resisto a traer aquí a colación las palabras de todo un Premio Nobel de Economía, como Joseph Stiglitz, quien ha afirmado:
"El 90% de los que nacen pobres, mueren pobres por más inteligentes y trabajadores que sean, y el 90% de los que nacen ricos, mueren ricos por más idiotas y haraganes que sean. Por eso, deducimos que la "meritocracia" no tiene ningún valor". Por tanto, seamos justos y realistas.
La evasión impositiva, en todas sus formas, es una de las fuentes más constantes de la riqueza de los multimillonarios.
En este sentido, remito a mis lectores y lectoras al bloque temático anterior, donde hemos hablado profundamente de los paraísos fiscales.
Contrariamente a lo que afirma el conjunto de la propaganda mediática favorable a los negocios, entre un 67 y un 72% de las corporaciones no pagan ni un euro (ni un dólar) después de los créditos y exenciones fiscales que reciben (debido a las regresivas reformas fiscales que ponen en marcha sus gobiernos), y si han de pagar algo, se acogen a los múltiples mecanismos de ingeniería fiscal para evadir o eludir el pago de los correspondientes impuestos.
Mientras, los trabajadores y trabajadoras que se emplean en dichas empresas pagan entre un 25 y un 30% de sus ingresos en impuestos. James Petras estima en un exiguo 14% la tasa de impuestos que pagan las corporaciones que pagan (valga la redundancia).
Según datos del Servicio de Renta Interna de EE.UU. (IRS, por sus siglas en inglés), el cómputo de la evasión impositiva de los multimillonarios asciende a 458.000 millones de dólares al año, lo que supone casi un billón de dólares en pérdidas para las arcas públicas cada dos años.
Las corporaciones más grandes de Estados Unidos guardan más de 2,5 billones de dólares en paraísos fiscales del exterior, donde no pagan impuestos o los pagan bajísimos de menos del 10% de tasa impositiva.
Mientras tanto, las corporaciones estadounidenses en crisis se beneficiaron de ayudas públicas por valor de más de 14,4 billones de dólares (sólo una de ellas, la consultora Bloomberg, solicitó 12,8 billones), procedentes de fondos combinados entre el Tesoro y la Reserva Federal, es decir, dinero de los contribuyentes estadounidenses, que en su mayoría son trabajadores, empleados y jubilados.
Los banqueros que se beneficiaron del rescate con dinero público invirtieron los préstamos sin interés o con bajas tasas de interés y ganaron miles de millones, la mayor parte de los cuales procedieron de ejecuciones hipotecarias de viviendas de la clase trabajadora.
Así, a través de resoluciones judiciales favorables y lanzamientos hipotecarios ilegales, los banqueros desalojaron de sus casas a 9,3 millones de familias durante estos años de crisis. Más de 20 millones de personas perdieron sus propiedades, a menudo por deudas ilegales o fraudulentas.
En este sentido, hay que denunciar que las personas físicas no disponen del marco legal tan favorable a la hora de liquidar sus deudas como las personas jurídicas (empresas y corporaciones), que poseen más posibilidades de negociación y liquidación.
Cuando todo se destapó, y las autoridades ordenaron investigaciones, una pequeña cantidad de estafadores financieros (incluyendo ejecutivos de los principales bancos de Wall Street, tales como Goldman Sachs, J.P. Morgan y otros) pagaron multas, pero nadie fue a la cárcel por el gigantesco fraude que provocó la miseria de millones de estadounidenses. De nuevo, la desigualdad estaba servida.
En este caso, al contrario que en la crisis (el famoso crack) de 1929, los banqueros y grandes empresarios no se arruinaron ni se tiraron por las ventanas de sus despachos, porque en esta ocasión habían aprendido a hacerse ricos (incluso en plena crisis) a costa de la precariedad, de la miseria y de la pobreza de los demás.
El caso de Estados Unidos también es "modélico" por la insuficiente sindicación del mundo del trabajo, y por la estrecha complicidad de los gobernantes con los postulados de las grandes corporaciones, formando una identidad de objetivos casi perfecta.
Los multimillonarios de conglomerados comerciales como Walmart explotan a sus trabajadores/as pagándoles salarios de auténtica miseria y con muy escasa protección social.
Precariedad, individualismo, pobreza, inseguridad, insatisfacción, temporalidad e inestabilidad son rasgos casi constantes en la clase obrera estadounidense.
La mayor "potencia mundial" proyecta y despliega de esta forma una desigualdad aberrante entre sus clases sociales, pero también entre sus clases étnicas: los multimillonarios blancos, chinos e indios explotan a trabajadores afroamericanos, latinos, vietnamitas y filipinos.
Los afroamericanos y los hispanos son los que más padecen este infierno terrible de las desigualdades.
El caso de Walmart es especialmente sangrante.
Esta cadena distribuidora a gran escala es una de las corporaciones más agresivas del mundo hacia sus trabajadores/as.
Walmart obtiene 16.000 millones de dólares de beneficios al año gracias a que sólo le paga a sus trabajadores/as entre 10 y 13 dólares por hora, y dependen de la asistencia estatal y federal para que le brinde a las familias empobrecidas el servicio Medicaid y cupones para alimentos.
Medicaid es un programa creado por la Administración Obama que provee servicios médicos a las personas de recursos limitados.
Cofinanciado por el gobierno federal y los gobiernos estatales, es administrado por cada Estado, el cual posee amplio poder de decisión para determinar quién puede ser beneficiario del programa.
Lejos de mejorarlo y completarlo, la actual Administración Trump pretende abolirlo y volver a la situación anterior de desprotección absoluta. Por su parte, el fundador de Amazon (la mayor cadena mundial de distribución por Internet), Jeff Bezos, explota a sus trabajadores pagándoles 12,5 euros por hora, mientras él ha acumulado más de 80.000 millones de dólares en ganancias, y es una de las mayores fortunas del mundo.
El CEO de la empresa UPS gana 11 millones de dólares por año (casi a millón por mes) explotando a sus trabajadores/as con un salario de 11 dólares/hora. El CEO de Federal Express, Fred Smith, gana 16 millones de dólares anuales y le paga a sus trabajadores/as 11 dólares por hora. Podríamos poner muchos más ejemplos, pero creemos que la cosa está clara.
Desde los artículos del primer bloque temático de esta serie, veníamos afirmando hasta la saciedad que para que haya ricos tiene que haber pobres, que son dos caras de la misma moneda, que ambos extremos se determinan, y hemos puesto infinidad de ejemplos al respecto, y lo hemos argumentado desde múltiples puntos de vista.
James Petras, por su parte, afirma que "La desigualdad no es un resultado de la "tecnología" ni de la "educación" --eufemismos contemporáneos que alimentan el culto de superioridad de la clase dominante-- como les gusta decir a los economistas y periodistas liberales y conservadores.
La desigualdad es el resultado de los salarios bajos, las enormes ganancias corporativas, las estafas financieras, la evasión impositiva multimillonaria y la entrega de miles de millones del tesoro público a las corporaciones".
La tecnología, la educación, el saber hacer, el trabajo duro, la innovación, las capacidades, el esfuerzo personal, el riesgo, etc., son las típicas excusas con las que la clase dominante impone una visión legitimada de la desigualdad, pero no pasan de ser excusas, y lo estamos demostrando.
Falacias para justificar su visión de una sociedad no equitativa, injusta, desigual, salvaje y desproporcionada, aberrante y despiadada, como la que está siendo proyectada.
El primer paso es comprender sus excusas y falacias (aún nos quedan algunas por desmontar), antes de poder echar abajo todo su andamiaje, y poder proyectar otro modelo de sociedad.
Viñeta: Dariusz Dabrowski
Los dueños del capital no tienen color de bandera: su único himno nacional es el billete de banco, que se tiñe de rojo (sangre) cuando alguien se les opone
Los grandes agentes empresariales también diseñan sus propios foros mundiales, donde se suelen reunir anualmente para intercambiar sus experiencias, planes y opiniones. Quizá el más famoso de todos sea el denominado "Foro de Davos" (por celebrarse anualmente en dicha ciudad suiza), considerado el gobierno mundial de los negocios. Como nos cuenta Alberto Acosta en este artículo para el medio digital Rebelion.org,este Foro Económico Mundial fue fundado en 1971 por Klaus M. Schwab (Profesor de Negocios Internacionales en Suiza).
Este foro reúne en enero de cada año a diversos representantes de organismos internacionales (FMI, BM, OMC, OCDE...), diversas organizaciones políticas, económicas y sociales a nivel mundial, junto a diversos líderes empresariales, políticos, periodistas e intelectuales seleccionados por los propios organizadores del evento.
Este Foro de Davos organiza charlas, talleres, mesas redondas, coloquios, presentaciones, discusiones y banquetes donde los más poderosos del mundo (y sus temibles voceros y vasallos) buscan "soluciones" a los problemas globales que ellos mismos van creando y diseñando.
En palabras de Alberto Acosta: "Problemas a los cuales aplican viejas recetas, imposibilitando cualquier auténtica solución. Y luego de una parafernalia inútil, prometen volver el próximo año a seguir pensando y discutiendo sobre esas grandes soluciones que ocultan sus reales intenciones".
Bien, la pregunta que podemos plantear es la siguiente: si comparamos los planteamientos y decisiones que se puedan adoptar en Davos con (por ejemplo) las que se puedan adoptar en las sesiones de la ONU...¿cuál de las dos creen los lectores y lectoras que pesarían más?
No creo que ningún lector o lectora haya sido tan ingenuo/a como para pensar que pesan más las de la ONU. Porque la triste realidad es que Davos influye más en los destinos del mundo que muchas cumbres de Naciones Unidas, incluyendo sus Asambleas anuales, lo cual demuestra hasta qué punto los intereses del capital mundial pesan más que los intereses de los Estados, naciones y países del mundo.
Y al igual que Davos, muchos otros foros internacionales se celebran en diversos sitios del mundo, donde los más poderosos del globo se reúnen para proteger sus privilegios y asegurar la acumulación de sus capitales, buscando siempre nuevos espacios de enriquecimiento, nuevos modos extractivistas para atentar contra la naturaleza, nuevos nichos de negocio, nuevas formas cada vez más sofisticadas para exprimir a los mercados, y nuevos dogmas neoliberales que exploten a los trabajadores y trabajadoras, creando más desigualdad entre ricos y pobres.
Y mientras pergeñan sus malvados planes de "austeridad" (un eufemismo que esconde el proyectado empobrecimiento de las mayorías sociales) para las poblaciones de los países, ellos (los dirigentes de estos foros y sus asistentes y representantes y voceros) estudian cómo incrementar sus ingresos, y beneficiarse de cada vez más ventajas económicas, fiscales y presupuestarias.
Sigo a continuación algunos datos aportados por Hedelberto López Blanch en este artículo para el medio digital Rebelion.org: El FMI, punta de lanza de los macro ajustes a nivel mundial, se caracteriza también por pagar abultados salarios a sus directivos.
Según su memoria anual de 2013, el Fondo contaba con un presupuesto de 740 millones de euros y el 80% estaba destinado al pago de su plantilla de 2.400 empleados y el 10% para gastos de viajes.
La actual Directora Gerente del FMI, la francesa Christine Lagarde, ostenta el sueldo más elevado de todos los personajes que dominan el mundo.
Controla el dinero que los países aportan a la institución y determina quiénes, cómo y cuándo lo recibirán.
Esta mujer lleva años predicando la reducción salarial de los trabajadores, pero desde que llegó al cargo, se incrementó el sueldo en un 11% (que hoy supera los 450.000 euros anuales), mientras los supervisores y gerentes reciben más de 300.000 euros y los directores ejecutivos unos 180.000 euros.
A su elevado sueldo se suman algunas ventajas adicionales, pues al ser francesa y presidir un organismo internacional con sede en Estados Unidos, no tiene necesidad de declarar impuestos en ningún país, y dispone de un suplemento para gastos de representación que era (hace 6 años) de 58.000 euros exentos de tributación.
El FMI reserva para los gastos personales de su Presidente/a un fondo que asciende a unos 65.000 euros al año, destinado a que mantenga un nivel de vida "apropiado" a su posición.
Siempre debe viajar en primera clase y tiene derecho a una pensión vitalicia del 60% del sueldo cobrado, que además aumenta en función del tiempo ocupado en el cargo.
Concretamente, desde el 2011 (cuando llegó a la dirección) ha recibido más de 2,2 millones de euros. Otro de los cargos más potentes es el del Presidente del Banco Central Europeo (BCE).
Cuando comenzó la crisis en 2007, el cargo tuvo un incremento salarial del 2,6% y fue subiendo paulatinamente en 1,9% en 2008, 2,5% en 2009, 2% en 2010 y 0,8% en 2011 y 2012, mientras predicaban por tierra, mar y aire la austeridad más férrea para la clase obrera y los sectores más vulnerables de las poblaciones. Desigualdad obscena, pero además proclamada y descarada. Desigualdad abierta y sin tapujos.
En la actualidad, el ex Presidente del BCE, Jean Claude Trichet, recibe un sueldo anual de 367.800 euros libres de impuestos.
Por su parte, el Vicepresidente del BCE de entonces, Víctor Constancio, recibió en 2013 un salario de 324.214 euros, y Mario Draghi, al frente del BCE, ganó alrededor de 389.000 en 2016, un 1% más que en 2015.
Las mejoras también se han aplicado a los sueldos del resto de los miembros del Consejo Ejecutivo del BCE, que vieron incrementarse sus salarios a 270.168 euros anuales.
La estructura salarial del Banco Central Europeo prevé que sus ejecutivos perciban prestaciones por residencia y representación. El Presidente dispone de una residencia oficial propiedad del BCE para su uso particular, a la par que los miembros del Consejo Ejecutivo cuentan con derecho a representaciones tanto por residencia como para educación de sus hijos/as, así como deducciones fiscales para sus planes privados de pensiones y seguros médicos.
Los salarios de todos los empleados del BCE han continuado subiendo durante todos estos años de crisis-estafa, durante los cuales el BCE era, al igual que todos los demás organismos e instituciones, otra correa de transmisión para la imposición del neoliberalismo más descarnado en todos los países europeos, en detrimento de las clases populares, y para el apoyo, rescate y enriquecimiento de las grandes empresas y de los más ricos y poderosos.
Desigualdad explícita y declarada. Desigualdad institucional. Desigualdad escrita negro sobre blanco en los Tratados europeos que vinculan y limitan las funciones y responsabilidades de todos estos organismos, para que hagan exactamente lo que tienen que hacer en pro de legitimar, aumentar y perpetuar esta criminal desigualdad.
López Blanch finaliza su artículo en los siguientes términos: "De esta forma se demuestra la incoherencia entre las drásticas medidas de austeridad que imponen esas instituciones y organismos financieros a los gobiernos y trabajadores del mundo mientras sus empleados y funcionarios incrementan anualmente sus salarios".
Escudándose en viejos dogmas del neoliberalismo más atroz, cuyos fracasos han sido demostrados por activa y por pasiva cientos de veces, y cuyas recetas económicas han sido ampliamente superadas en diversos estudios de economistas mundiales de prestigio (incluyendo a varios Premios Nobel de Economía),
estos guardianes del capitalismo globalizado, expresado en los Foros Económicos y en estas perversas instituciones, diseñan de forma macabra toda una serie de planes enfocados maliciosamente a proyectar las desigualdades, a destruir el poder de las clases obreras en todos los países del mundo, y a instalar las desigualdades sin posibilidad de retorno.
Se aseguran mediante múltiples mecanismos de chantaje que sus vasallos gobernantes obedecerán sus órdenes, y como mucho, cada cierto tiempo publican informes donde reconocen ciertos "errores" de planteamiento, mientras continúan recomendando la salvaje "austeridad" que conduce al empobrecimiento masivo.
Es hora ya de plantar cara a estas abyectas instituciones, es hora de rebelarse ante sus dictados y sus normas, de desobedecer los tratados europeos, y de no asumir los planes y recetas económicas diseñadas por los más poderosos, esos que mientras recomiendan leyes de austeridad (incluso a niveles constitucionales), gozan y disfrutan de vidas lujosas y de ingresos desorbitados plenamente garantizados de por vida. ¿Puede existir mayor vergüenza?
Arquitectura de la Desigualdad (81)
Viñeta: ENEKO
Desde el 2008, el conjunto de empresas españolas ha reducido en 9.800 millones de euros su contribución al PIB, soporta 32.200 millones de euros menos en costes laborales y distribuye unos 20.900 millones de euros más en dividendos
Como estamos viendo en este bloque temático, que apenas hemos introducido, regular a las empresas se ha convertido en un desafío global para poder revertir la arquitectura de la desigualdad, y defender de esta forma los derechos humanos. La tendencia hacia la que nos lleva esta arquitectura de la desigualdad laboral es hacia una mayor desregulación de los mercados, y una aberrante mercantilización del trabajo humano, que ahora se ha convertido en "empleo", al cual se le ha despojado de todas las características propias que le conferían una mínima dignidad. La tendencia es hacia la precarización absoluta del mundo laboral, lo cual se manifiesta en bajos salarios, escasa o nula protección social, muy alta temporalidad, y una inestabilidad general que imposibilita cualquier proyecto de vida mínimamente digno. Mientras, los beneficios empresariales crecen de forma exponencial, y las normas que regulan sus actividades se vuelven cada vez más laxas. La única solución a esta peligrosa deriva es poner fin (o al menos recortar) el enorme poder corporativo, desmantelar su inmenso grado de influencia, y diseñar mecanismos para intentar establecer marcos normativos que las empresas tengan que obedecer globalmente. Básicamente, de lo que se trata es de crear normas que obliguen a las empresas a respetar los derechos humanos de forma íntegra. La lucha es difícil en este ámbito, ya que durante los últimos 40 años, en el seno de las Naciones Unidas, no han dejado de proponerse mecanismos legales para que este organismo apruebe normas internacionales de carácter vinculante para las grandes corporaciones.
Como nos cuentan Erika González, Pedro Ramiro y Juan Hernández Zubizarreta en este reciente artículo, el primer intento en dicha línea se presentó en la década de los años 70 del siglo pasado, con el encargo de elaborar un código de conducta obligatorio para estas compañías, y la creación de instancias que tenían por objeto el seguimiento de sus actividades. Veinte años después no había ni código ni instancias. Todo fue desmantelado por las presiones y la oposición de las potencias económicas y los lobbies empresariales más potentes, como la Cámara Internacional de Comercio o la Organización Internacional de Empleadores. En su lugar, la ONU creó el Global Compact, basados en códigos voluntarios de conducta. En cuanto a países concretos, destaca la negativa permanente de Estados Unidos, que se ha negado sistemáticamente a reconocer cualquier votación que aprobara mecanismos para el control de las actividades empresariales. Y por supuesto, los países de la Unión Europea tampoco están por la labor. Los autores del artículo de referencia vislumbran un duro camino, aunque dibujan la senda de las alternativas y posibilidades: "La apuesta, entonces, puede dirigirse a seguir potenciando lógicas contrahegemónicas en lo local, regional, nacional y global. Algunos buenos ejemplos en este sentido son las alianzas frente a los acuerdos y tratados de comercio e inversiones, frente a las privatizaciones y por la remunicipalización de los servicios públicos, el apoyo a la huelga global de las mujeres y la lucha contra la Organización Mundial del Comercio. Todo ello, sin renunciar a la aprobación de normas internacionales de carácter obligatorio".
Hay que fortalecer el potencial del Derecho Internacional sobre los Derechos Humanos, poner límites al enriquecimiento de las élites económicas (esto requiere a su vez actuar en varios frentes alternativos), y resquebrajar el poder de la aplicación de los tratados de libre comercio, y demás normas de comercio e inversiones. Pero frente a todo ello, frente a cualquier avance en este sentido, nos encontramos siempre con el enorme poderío de las grandes empresas transnacionales, muchas de las cuales manejan unos beneficios superiores al PIB de algunos Estados. Una idea fuerza que puede dar muy buen resultado es introducir cláusulas de control en los contratos que las empresas firmen con las Administraciones Públicas (a cualquier nivel), obligando en cierta forma a que éstas den garantías de un trato respetuoso con los derechos laborales, con el medio ambiente, incluso previendo la posible cancelación de los contratos cuando las compañías vulneren dicho comportamiento. La senda es fortalecer el discurso social, difundirlo por todas las vías posibles, canalizar por la vía institucional el recorte del poder empresarial, y crear leyes, convenios, normas y acuerdos a través de los cuales podamos controlar con más garantías el perverso funcionamiento de las grandes empresas. En una palabra: acabar con el nuevo imperialismo que representan estas élites económicas, a las que parece que nadie detiene. Ambos conceptos van de la mano, pues es un hecho demostrado que cuanta más riqueza se posee, más poder se necesita para su protección, defensa y ampliación. Recomiendo a los lectores y lectoras que no la hayan seguido, la consulta al primer bloque temático de esta serie (los primeros artículos de la misma), donde hablamos extensa y profundamente sobre los ricos y su poder.
Jesús González Pazos lo ha explicado brillantemente en este artículo para el medio digital Rebelion.org: "...lo que señalan muchos indicadores es que la hegemonía y el control del poder ya no necesariamente se basan en el dominio territorial directo según el modelo tradicional. Al contrario, el eje central hoy sería la acumulación y concentración de poder en manos de quienes ya disponen de una insultante acumulación de capital, es decir, en las élites económicas, y esto indistintamente de su adscripción estatal, nacional o identitaria". Y así, lo importante hoy día es la concentración de riqueza en manos de poderosas empresas transnacionales de toda índole (bancarias, financieras, extractivas, de seguros, de construcción, farmacéuticas, químicas, etc.) que, desde sus respectivos Consejos de Administración (sus élites), definirán las políticas, las directrices económicas, los intereses de desarrollo, las reformas legales preferidas, etc., hasta condicionar la vida de millones de personas por todo el mundo, además de la del propio planeta en que habitamos. Es quizá la forma más extrema e insultante de la arquitectura de la desigualdad. Por todos es sabido hasta qué punto un número muy reducido de empresas transnacionales controlan hoy día la economía mundial, dictan sus prioridades y evolución, diseñan y protagonizan los más grandes foros económicos, y están presentes en los principales centros de decisión y de poder. Y por supuesto, estas mismas empresas son las que explotan y precarizan más a sus trabajadores y trabajadoras, las que más violan las leyes internacionales, las que más desprecian los derechos humanos, las que más destruyen el medio ambiente, y las que más crímenes económicos cometen. ¿Alguien da más? Desigualdad en estado puro.
Y por otra parte, no nos engañemos: es innegable el paralelismo que se viene dando desde los últimos años acá entre la pérdida de soberanía de los Estados (es decir, el deterioro de la democracia) y el aumento del poder de estas grandes corporaciones. Tomando de nuevo las palabras de González Pazos: "Así hoy las grandes decisiones que se necesitan y urge tomar, como acuerdos contra el cambio climático o garantías sobre la sostenibilidad de la vida, pasando por el devenir de las guerras o los procesos de empobrecimiento de millones de personas, deben atravesar primero por el tamiz oculto de los Consejos de Administración de las grandes empresas que deciden hasta dónde se puede llegar en las principales leyes nacionales o en los acuerdos y tratados internacionales sin poner en grave riesgo sus objetivos, principios y beneficios". Para conseguir este fin, otra valiosa estrategia que utilizan estos gigantes económicos es poner de su lado a los serviles gobernantes, que en lugar de representar a sus pueblos y al conjunto de su sociedad civil, se convierten en auténticos vasallos al servicio de estas corporaciones. De esta forma, lo típico actualmente es encontrarse con políticos que dicen defender y proclamar el interés general en sus elocuentes discursos públicos, mientras a la hora de la verdad se alinean con los intereses de sus grandes empresas. Y una manifestación palpable de todo ello son los continuos procesos de privatización de servicios y bienes públicos que estos gobernantes ponen en marcha, para favorecer los intereses de sus grandes aliados empresariales. Por último, este nuevo imperialismo de las élites económicas también está detrás de las deudas de los Estados, de los Golpes de Estado llamados "blandos" (como los ocurridos en diversas variantes en Honduras, Paraguay, Brasil, etc.), y de la destrucción de los recursos naturales que destrozan la vida de comunidades indígenas, o que destruyen la sostenibilidad de los ecosistemas naturales. Continuaremos en siguientes entregas.
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