Mentiras, ignorancia, hipocresía e histeria: los pilares de la sociedad bajo el dominio anglosajón
El escándalo alrededor del envenenamiento de la familia Skripal parece haber dejado en un segundo plano otros problemas internacionales. Moscú espera del Reino Unido pruebas o una disculpa. Londres no se apresura en presentar ni lo uno ni lo otro, pero sí se ha esforzado en expandir en el espacio informativo occidental su versión de lo hechos.
Ni siquiera me molestaré en intentar desacreditar todas las tonterías que los medios 'mainstream' intentan vendernos como la única realidad posible sobre este caso. Tanto expertos en la materia como analistas con un poco de sentido común han hecho muy buen ese trabajo al señalar la idiotez de los argumentos oficiales que el Reino Unido presenta al mundo.
Si eres realmente capaz de creer que Putin —una persona bastante sensata al que el mundo anglosajón ha designado como 'el malvado tirano de Mordor' que amenaza la civilización occidental— ordenaría el asesinato de un hombre totalmente inofensivo justo antes de las elecciones presidenciales y el Mundial de fútbol de Rusia 2018, lo mejor sería que dejaras de leer en esta precisa frase, porque no pretendo discutir eso.
Lo que sí quiero hacer en lo sucesivo es utilizar esta historia como una ilustración perfecta del tipo de sociedad en la que todos vivimos hoy en día. Para lograrlo, como buenos investigadores, deberíamos intentar apartarnos de ella por un momento y hacer el esfuerzo de observarla 'desde afuera'. Así que les propongo un pequeño experimento mental:
Asumiendo que la humanidad encuentre una manera de no autodestruirse en un futuro cercano y suponiendo que todavía existan historiadores en los siglos XXII o XXIII, ¿con qué conductas y rasgos generales describirán estos a la sociedad actual, amparada bajo el dominio político, económico y mediático del mundo anglosajón?
Me atrevo a resumir que destacarían cuatro aspectos: la mentira generalizada, la ignorancia voluntaria, la hipocresía colectiva y la histeria como recurso universal para lograr las metas propuestas.
Mentira generalizada
Por muy contradictorio que parezca, la mentira se ha convertido en una realidad más de nuestras vidas. Todos hemos chocado con eso alguna vez: maquillaje que modifica la realidad a conveniencia, fotos en las redes sociales que no corresponden con la realidad, historias pasadas que nunca sucedieron pero que crean una realidad para quienes las escuchan. El corolario de esta situación es que en nuestra sociedad, aún más que antes, solo las apariencias importan, no la realidad.
Esto es exactamente lo que estamos observando con el caso Skripal y con todas esas historias rusofóbicas, producto de la maquinaria propagandística anglosajona, tales como el envenenamiento de Litvinenko con polonio o de Yúschenko con dioxina. El hecho de que ni el gas nervioso, ni el polonio, ni la dioxina de ninguna manera sean armas eficaces para perpetrar asesinatos puntuales no importa en absoluto. Todo es válido cuando se trata de crear una imagen maléfica de aquel que haya sido señalado previamente como culpable.
Un simple tiroteo, un apuñalamiento en la calle o, mejor aún, cualquier 'accidente' es mucho más fácil de organizar e imposible de rastrear. Hay muchos crímenes comunes en el Reino Unido y conseguir que alguien robase y apuñalase a Skripal probablemente habría sido la versión más fácil.
Mientras tanto, los casos de envenenamientos de Skripal, Litvinenko o Yúschenko suponen una única conclusión razonable: en Rusia existe algún tipo de laboratorio secreto, donde químicos incompetentes elaboran venenos con una muy dudosa efectividad y mediocres agentes secretos rusos usan estos productos químicos para realizar asesinatos, preferiblemente justo antes de importantes eventos internacionales.
A esa corriente se suman perfectamente artículos ridículos como 'La breve historia de intentos de asesinatos con veneno de Rusia', publicado por Foreign Policy. Ahí se enumeran los siguientes casos:
Como es de apreciar, de los ocho casos de supuestos envenenamientos rusos, solo uno ha alcanzado su objetivo efectivamente: el puntual asesinato por sarín del líder terrorista Ibn al Khattab en 2002, cuya muerte los rusos estaban más que felices de atribuirse, para el temor de otros terroristas y recelo de quienes apoyaban su actividad en Rusia.
El caso de Karinna Moskalenko es un ejemplo más que ilustrativo sobre la credibilidad de las versiones apresuradas.
Durante más de una semana, los críticos del Kremlin y la prensa a su servicio culpabilizaron a las agencias especiales rusas y personalmente a Putin de orquestar el envenenamiento de la activista, hasta que la investigación de la policía (esta vez alemana) resumió que se trató de un accidente cotidiano con un barómetro.
En cualquier sociedad medianamente honesta y educada a un nivel medio, ese tipo de alusiones significarían una presión social hacia aquellos que lanzaron esas acusaciones sin presentar pruebas, su castigo y/o dimisión, pero, de tratarse de Rusia, la mentira no se castiga.
Ignorancia voluntaria
De seguro que todos hemos enfrentado estos casos también.
Le dices a alguien que su teoría no sigue las reglas del sentido común, que no está respaldada por los hechos, que contradice la lógica humana y en vez de agradecimiento por señalar sus errores lo que encuentras como respuesta es una negativa vagamente redactada de siquiera escuchar tu tesis o tomarla en consideración.
Al principio podrías pensar que tu interlocutor no posee una mente brillante y carece de hábitos de lectura, pero mientras vas sumando experiencias te vas dando cuenta de que se trata de algo bastante alarmante: el habitante común de nuestros tiempos hace un esfuerzo muy determinado para simplemente ignorar los hechos que no correspondan con la visión del mundo que tienen (o que les han construido) en su cabeza.
© AFP 2018/ Ben Stansall
Si Rusia es 'el imperio del mal' y el mundo anglosajón 'el imperio del bien' —porque así se nos inculca desde pequeños— entonces todo lo que culpabilice a Rusia y excuse los anglosajones es inconscientemente aceptado, porque eso corresponde con nuestro marco mental. Lo contrario es igualmente rechazado de manera inconsciente.
Sin embargo, si observamos los hechos con los ojos de los futuros historiadores, se nos abrirá un panorama bastante diferente. Tomemos un ejemplo simple: la Operación Gladio.
Si bien sobre las injerencias de EEUU en su 'patio trasero' se conoce bastante, Gladio sigue siendo realmente un secreto a voces. Excelentes libros y vídeos han sido publicados sobre esta operación. Incluso la BBC ha realizado un documental dedicado por completo a la historia de esta enorme organización, que se especializaba en operaciones de falsa bandera por todo el Viejo Continente. Así es: una red de agentes de la OTAN respaldaba y financiaba organizaciones terroristas en Europa Occidental para culpabilizar a la KGB soviética de sus atentados.
En particular, son los responsables del infame bombardeo de la estación de tren de Bolonia, el acto terrorista más grave que haya sufrido Italia tras la Segunda Guerra Mundial, en el que murieron 85 personas y más de 200 resultaron heridas.
Tal y como lo ha leído: la OTAN mató a su propia gente con el propósito de crear en la población un temor ante 'la inminente amenaza roja'.
A eso podríamos sumarle casos como la explosión del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana, que justificó la guerra de EEUU contra España y el arrebato de sus últimas colonias. O el ficticio ataque en el golfo de Tonkín, que dio paso a la no menos infame Guerra de Vietnam.
La evidencia 'universal' del Reino Unido contra cualquiera
© Sputnik/
Existe un principio simple en la psicología y, especialmente, en la psicología criminal, que me gustaría compartir:
El mejor predictor de comportamiento futuro es el comportamiento pasado.
Todo criminólogo lo conoce el primer año de sus estudios profesionales. De ahí que los investigadores le dan tanta importancia al 'modus operandi', es decir, al particular método que elige un delincuente para ejecutar sus crímenes.
Así que, armados con este principio y las historias pasadas, me atrevo a resumir la siguiente tesis:
Los regímenes anglosajones tienen un largo y bien detallado historial de ejecuciones regulares bajo banderas falsas en búsqueda de sus objetivos políticos y geoestratégicos.
Especialmente aquellos que les proporcionan ante la sociedad un pretexto perfecto para justificar una agresión militar contra sus contrincantes.
Pero todo esto no tiene la menor importancia en la sociedad moderna, porque está plagada de una ignorancia voluntaria.
¿Qué importa que la CIA haya elaborado más de 600 planes para asesinar a Fidel Castro y llevado a la práctica decenas de ellos? Todo lo que percibe la gente es que 'los decentes gentleman' de EEUU y Reino Unido jamás intentarían envenenar a un exagente ruso para usar el caso en beneficio propio. ¿Por qué no? Porque sus políticos, medios de comunicación y series televisivas así lo dicen.
Es esa ignorancia voluntaria de hoy día la que derrota fácilmente los hechos o la lógica.
Aquí les van un par de preguntas incómodas que un periodista capacitado podría preguntar: "¿Aquellos que han hundido el Maine, asesinado a personas inocentes en Italia o fingido el ataque en Tonkín, dudarían en realizar un ataque bajo falsa bandera para justificar sus ataques a un país que desesperadamente necesitan demonizar para poder preservar el actual orden mundial anglosajón?".
La respuesta, creo, es evidente. Por lo tanto, ningún periodista al servicio de ese sistema la formulará, al menos públicamente. Pero sí te contarán cómo los rusos realizan ataques maléficos para matar a sus oponentes más visibles, y cuya muerte no servirá a ningún objetivo político concebible, más que demonizar su propia figura ente la comunidad mundial.
Hipocresía colectiva
La ignorancia voluntaria es importante, por supuesto, pero no es suficiente.
Por un lado, ser ignorante, aunque útil para descartar un argumento basado en hechos y/o la lógica, no es algo útil para establecer la superioridad moral o la legalidad de tus acciones ante otros.
Un imperio requiere mucho más que solo la obediencia de sus súbditos: lo que también es absolutamente indispensable es un fuerte sentido de superioridad al que agarrarse cuando se comete una acción hostil contra el otro tipo, que no tiene el derecho moral de hacer lo mismo contra el imperio.
Tomemos un ejemplo reciente: las últimas amenazas estadounidenses para atacar a Siria.
© REUTERS/ Joshua Roberts
En la sesión del 12 de marzo, la representante de EEUU ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Nikki Haley, afirmó que si se producen nuevos ataques químicos contra los 'rebeldes pacíficamente armados' en Siria, su país bombardearía Damasco sin la aprobación del Consejo de Seguridad.
Dejemos a un lado si el Gobierno de Bashar Asad quisiera usar armas prohibidas y buscarse más problemas en un momento que tiene la guerra prácticamente ganada. Lo que EEUU realmente ha declarado en boca de Haley es lo siguiente:
"Nos reservamos el derecho de violar el derecho internacional en cualquier momento y por cualquier razón que consideremos suficiente. El derecho internacional es una guía confiable y obligatoria para otras naciones. Nosotros, la nación elegida (por nosotros mismos), nos guiamos más bien por lo que nos proponemos o no hacer".
Y he aquí la mayor de las hipocresías: la sola presencia de tropas estadounidenses en el suelo sirio es una violación al derecho internacional.
Como ha sucedido también con Yugoslavia o Irak. Pero todo esto no tiene la menor importancia, porque la sociedad moderna está carcomida por una hipocresía colectiva.
Todo este circo solo es posible por el hecho de que en las élites occidentales (políticas, sociales, mediáticas) pocos tienen el coraje, o la decencia, para llamar a todo esto lo que realmente es: una flagrante muestra de violación de todas las normas del derecho internacional.
Tanto la agresión extranjera como la hipocresía colectiva se han convertido en los dos pilares esenciales para la supervivencia del dominio anglosajón: el primero es la base de su imperativo económico, del que de una forma u otra se nutren todas las capas; el segundo es el requisito previo para la justificación pública del primero.
Pero a veces incluso eso no es suficiente, especialmente cuando las mentiras son evidentemente absurdas. Entonces, el elemento final, casi milagroso, siempre aparece: la histeria.
La histeria como recurso universal
Nunca he sido partidario de pintar a todos con la misma brocha, ni menos de seguir la dicotomía que generalmente se hace entre liberales y conservadores, izquierdistas y derechistas, etc. Considero que todas las tendencias han sido igual de útiles en el proceso del desarrollo humano, al igual que una persona necesita de dos pies para caminar de manera más ágil.
Lo que sí cuestiono es la histeria generalizada de la que últimamente han hecho uso los políticos que se llaman seguidores de tendencias 'liberales'. Solo piense en la manera en que los demócratas de EEUU capitalizaron la llamada 'injerencia rusa' y se dará cuenta que los llamados 'liberales' nunca bajan de un tono emocional. Lo mismo sucede con los ataques químicos en Siria y el envenenamiento de los Skripal.
En vez de seguir los procedimientos establecidos por las normas internacionales, especialmente creados para ese tipo de casos, los 'liberales' modernos apuestan por la histeria colectiva como recurso universal para obtener lo que planean.
En una conversación puede ahogar, literalmente, a tal 'liberal' con hechos, estadísticas, testimonios de expertos, etc. y no obtener absolutamente ningún resultado, porque el 'liberal' vive en una zona de confort ideológico que categóricamente no quiere abandonar.
Esto es lo que hace que los 'liberales' sean una audiencia perfecta para las operaciones de bandera falsa:
simplemente no procesarán la narración que se les presenta de una manera lógica, sino que reaccionarán de inmediato de una manera fuertemente emocional, generalmente con el impulso de "hacer algo".
Ese "hacer algo" se expresa habitualmente en la aplicación de la violencia contra aquellos que no tienen la capacidad de responder o la imposición de prohibiciones, restricciones, regulaciones contra aquellos que sí.
Puedes intentar explicarle a ese 'liberal' que lo último que los rusos querrían hacer es usar un método estúpido para tratar de matar a una persona que no les interesa en absoluto, o explicarle a ese liberal que lo último que el Gobierno sirio haría en el curso de la exitosa liberación de su territorio nacional de los 'terroristas buenos' sería usar armas químicas de cualquier tipo, pero nunca lograrías convencerlo de que está a punto de tomar una decisión errónea.
De ahí los acontecimientos efectistas pero totalmente carentes de lógica, como la expulsión de 23 diplomáticos rusos o el impulsivo bombardeo de un aeropuerto sirio.
Es por eso que ese "hacer algo" es muy bien utilizado por los grupos de presión para canalizar los impulsos genuinos de las personas en su propio beneficio político.
Conclusión
Entonces ahí lo tenemos: un dominio global construido (y mantenido) sobre mentiras, aceptado sobre la base de la ignorancia voluntaria, justificado por la hipocresía colectiva y defendido por la histeria como recurso universal. Esto es lo que constituye el 'mundo occidental' de hoy en día, mantenido bajo el paraguas del imperio anglosajón.
Y aunque, definitivamente, hay una minoría creciente de 'resistentes', la triste realidad es que la inmensa mayoría de las personas que nos rodean lo aceptan y no ven razón alguna para denunciarlo.
De ahí que 'ellos' se salieran con la suya el 11 de septiembre de 1976 y por qué 'ellos' continuarán saliéndose con la suya bajo falsas banderas en el futuro.
Porque 'ellos' mintieron, la gente se dio cuenta, al menos a cierto nivel, y aun así simplemente no les importa.
Sin embargo, al tratar con los rusos, su 'realidad' aparentemente no funciona. Los rusos podrían ser la única nación europea que a día de hoy ha logrado mantenerse fuera del imperio anglosajón. Una civilización 'alternativa', que, no sin errores históricos, hoy día hace lo posible para no repetirlos.
Hay una lección de historia que los líderes anglosajones realmente nunca deberían olvidar: cuando se trata del oso ruso, la arrogancia es suicida.
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