Los orígenes nazis de la NASA
Cómo fue creada la Administración aeroespacial norteamericana por los científicos de Hitler
Detrás de los fastuosos descubrimientos estelares de la NASA (la Administración Aeroespacial estadounidense), de sus prodigios astronómicos, de sus telescopios y radiotelescopios, de sus viajes alrededor de la órbita terrestre o de sus expediciones lunares-interestelares, se han escondido e intentado ocultar (o ignorar) unos indubitados y conocidos orígenes sombríos de tintura nacionalsocialista.
Ello no invalidaría sus deslumbrantes descubrimientos del Universo, por supuesto, pero conviene dejar bien claro que la institución científica-militar NASA se edificó sobre los pilares del nazismo.
Precisamente, acabada la II Guerra Mundial científicos nazis (más de mil) reclutados por la CIA y el Pentágono, mediante la conocida Operación Paperclip (de la que existe abundante literatura al respecto), fueron los que idearon y desarrollaron el celebrado programa espacial estadounidense, como una continuación del trabajo que estaban realizando en Alemania con los cohetes nazis V-2.
La Operación Paperclip, autorizada por el entonces presidente de EEUU, el ferviente anticomunista Harry Truman, fue un programa de inteligencia diseñado en la posguerra que conllevó que científicos que habían trabajado para la Alemania hitleriana fuesen captados por EEUU en virtud de contratos militares secretos.
La Operación Paperclip comenzó en mayo de 1945, y los científicos nazis que habían estado a las órdenes de Hitler empezaron a desarrollar su trabajo armamentístico (esto conviene resaltarlo) para el gobierno de Estados Unidos, tanto en el diseño de cohetes, como de la propia aviación militar, la medicina espacial o las armas químicas y biológicas, llegando a ser “respetados ciudadanos de EEUU”.
En definitiva, “Paperclip” fue el caballo de Troya nacionalsocialista de EEUU para combatir a la URSS y al comunismo con el fin de conseguir la supremacía económica y militar global.
Los nazis contratados por la inteligencia militar de EEUU no eran precisamente “nazis nominales”, sino todo lo contrario, acérrimos nacionalsocialistas y devotos del III Reich.
Científicos que recalaron en USA como Otto Ambros, Theodor Ben-Zinger, Kurt Blome, Walter Dornberger, Siegfried Knemeyer, Walter Schreiber, Walter Schieber y el celebrado Wernher von Braun, cada uno en algún momento de su carrera profesional trabajó codo a codo con Adolf Hitler, Heinrich Himmler o Hermann Göring durante la guerra.
Al menos, más de una decena de nazis “estadounidenses” fueron aplicados miembros del partido nacionalsocialista, mientras otros tantos se sabe que estaban vinculados a los violentos y ultra-nacionalistas escuadrones paramilitares del partido nazi, las SA (Sturmabteilung, o tropas de asalto) y las temidas SS (Schutzstaffel o Escuadrones de Protección).
Hubo quiénes incluso les fue otorgada la insignia de oro del partido, lo que indicaba una especial condecoración dada por el Führer.
La Operación Paperclip hizo necesario encubrir el pasado científico de los investigadores nazis y reescribir sus expedientes por parte de los generales del Pentágono mediante una campaña de propaganda destinada a manipular a la opinión pública norteamericana y, por extensión, al resto del mundo.
Para ello tuvieron que dar forma a la Operación creando organismos fachada como la Agencia de Objetivos de Inteligencia Conjunta (JIOA), creada única y específicamente para reclutar y contratar a los científicos nazis con objeto de destinarlos en proyectos armamentísticos y en otros programas de inteligencia científicos dentro del ejército, la marina, la fuerza aérea, la CIA y otras organizaciones gubernamentales de EEUU.
En el período de 1945 a 1952, el reclutamiento de científicos nazis por el JIOA fue siempre en aumento lo que permitió a ciudadanos alemanes, previamente considerados indeseables, ser trasladados a los Estados Unidos, incluyendo al mayor general Dr. Walter Schreiber, cirujano general del Tercer Reich.
La Operación Paperclip se puede decir que dejó un legado de misiles balísticos, bombas de racimo, gas sarín, búnkeres subterráneos e, incluso, armas diseñadas para esparcir la peste bubónica, nada de extrañar si tenemos en cuenta que muchos científicos nazis de la “Paperclip” (ubicados secretamente en EEUU, entre 1946 y 1958) se habían especializado en su país en guerra química, biológica y radiactiva.
El imperio estadounidense aplicó, de este modo, con fidelidad cartesiana (a su manera), el programa de investigación de genocidio alemán para luego experimentarlo él mismo en los diversos conflictos armados (creados artificialmente por Washington) que acontecieron en diversas partes del mundo.
La justificación de la amenaza soviética para llevar a cabo la paranoia “Paperclip” no fue nada más que un instrumento de propaganda demonizadora que fue diseminada por los agentes culturales de la CIA hasta la disolución de la URSS.
Muchos científicos nazis estuvieron involucrados en el III Reich, como se ha dicho, en el desarrollo de cohetes y armas nucleares, mientras que otros experimentaban en los campos de concentración como médicos-asesinos, utilizando la tortura y otros métodos de crueldad con los prisioneros de guerra o con ciudadanos que habían sido deportados.
Entre aquéllos “médicos” estaba el famoso doctor Josef Mengele, quien pudo estar implicado, al igual que Adolf Eichmann, en la Operación Paperclip. A ambos, Mengele y Eichmann, según Hank Albarelli jr, que cita el informe que sigue, insinúa que la CIA les proporcionó asilo y empleo.
El periodista Eric Lichtblau, mediante un artículopublicado en el periódico buque insignia del capitalismo norteamericano, el New York Times, nos remite a ese informe secreto que había sido emitido por el Departamento de Justicia de EEUU, y que fue conseguido en su integridad (sin tachaduras o enmiendas) por el NYT.
Entre los científicos nazis más conocidos y prominentes contratados por la CIA y los militares del Pentágono, y que posteriormente fue uno de los responsables principales del programa espacial de la NASA (como Administrador asociado), se encontraba el famoso Wernher Von Braun, creador del V-2, el cohete balístico más rápido de la II Guerra Mundial, que fue utilizado para bombardear a la población civil británica. Braun no era un nazi cualquiera sino un destacado miembro del Partido Nacionalsocialista y de las odiadas SS.
La fabricación de los artefactos creados por Braun se hicieron utilizando mano de obra esclava procedente de los campos de concentración alemanes con su pleno conocimiento puesto que él mismo requirió sus servicios, personalmente, en el campo de Buchenwald.
Braun, como otros miles de nazis, buscaron desesperadamente ser capturados por las tropas estadounidenses antes que caer en manos del Ejército Rojo, puesto que los soviéticos no iban a hacer otra cosa que llevarles al cadalso para ser ejecutados sin contemplaciones.
Cuando se pretende “dulcificar” el pasado criminal de personajes como Braun se apela también a un “fue presionado para unirse al régimen”, olvidándose que muchos otros lo dejaron todo sacrificando su propia libertad, y ya no digamos su carrera personal, en aras de hacer frente a las locuras megalómanas y etnicistas de Hitler.
La NASA fue el lugar idóneo para lavar, definitivamente, el expediente criminal de Braun y el de otros científicos nazis que trabajaron en puestos relevantes de la Administración aeroespacial y que tenían, igualmente, un pasado de fidelidad al III Reich, tales como Werner Dahm, Hermann H. Kurzweg, Konrad Dannenberg, Kurt Heinrich Debus, Walter Robert Dornberger o Ernst Stuhlinger (quién estuvo combatiendo en el asedio a Stalingrado)
El campo de la “medicina” nazi fue pródigo para la contratación de científicos del III Reich por EEUU algo que, sin duda, le fue de gran utilidad al complejo militar y de inteligencia del imperio. Uno de ellos fue Kurt Blome, acusado de llevar a cabo experimentos con prisioneros en el campo de concentración de Dachau.
El destino de Blome, después de ser juzgado en Nuremberg, era ser condenado a morir en la horca pero la oportuna intervención de los norteamericanos evitó el que debía ser su justo final.
Blome, que había desarrollado un programa de guerra bacteriológica con la Alemania nazi impulsó el desarrollo del propio proyecto estadounidense sobre esa materia.
Otra “eminencia gris” de la NASA, de pasado criminal con Hitler, Hubertus Strughold, fue conocido, habría que decir cínicamente, como el “padre de la medicina espacial estadounidense.”
Los experimentos con humanos empleados por Strughold en la Alemania nazi fueron pasados por alto por los funcionarios estadounidenses encargados de llevar a cabo la Operación “Paperclip”.
Strughold había utilizado cirugía sin anestesia y privado de oxígeno a los prisioneros “cobaya” en campos de concentración como el de Dachau.
Los vínculos de Strughold con la CIA, por otra parte, están bien documentados (informes desclasificados), así como su participación en el programa de aviones espía (el U-2).
Otros criminales nazis de bata blanca que estuvieron a las órdenes del ejército norteamericano y la CIA fueron Friedrich Hoffmann, quien investigó los efectos de una novedosa droga (sintetizada por el laboratorio farmacéutico suizo Sandoz, hoy Novartis), el LSD, luego utilizada por la propia CIA para su programa de control mental MK-ULTRA.
También Bruno Gerstner, quien trabajó en el período nazi en un programa de eutanasia dirigido a enfermos mentales (incluyendo gran número de niños), se integró en la Fuerza Aérea estadounidense trabajando en el área de medicina aeronáutica en una base militar situada en San Antonio (Texas).
Se puede decir que la NASA fue, a efectos prácticos, la fachada científica de un gran proyecto militar y de genocidio norteamericano en la que científicos nazis fueron contratados por agencias de inteligencia como la CIA (y su antecesora OSS), o complejos militares como el Pentágono, para desarrollar un programa similar o parecido al de la Alemania nazi.
Vietnam, Camboya, Laos, Corea, las guerras civiles o tribales en Africa instigadas por EEUU o el Cono Sur Latinoamericano fueron los ejemplos prácticos donde las “enseñanzas” del nazismo a la CIA se convirtieron en una realidad experimental que ni los más acólitos del hitlerianismo hubieran soñado, tanto en el campo del exterminio global como a la hora de poner en práctica refinadas técnicas de tortura.
Métodos, éstos últimos, que fueron empleados por el espionaje norteamericano, gracias a las investigaciones de sus científicos nazis, utilizando drogas como el LSD o el ya mencionado programa de control mental MK-ULTRA, en el que la CIA se involucró en la década de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, utilizando técnicas de manipulación del comportamiento humano, tanto en detenidos-torturados como en personas que desconocían que estaban siendo objeto de experimentación.
De hecho la CIA, al igual que sucedió con la heroína y el opio en la Operación Gladio, fue el mayor cliente mundial de LSD de la multinacional farmacéutica suiza Sandoz-Novartis.
La NASA, a lo largo de su historia, tampoco es un misterio insondable, ha actuado en estrecha conexión con la CIA e incluso elaboró sus propios programas de control mental, como señaló, en el año 2000, el astronauta Leroy Gordon Cooper, Jr., con la existencia de un programa administrado por la NASA en las décadas de 1950 y 1960 en el que participaron niños de las escuelas estadounidenses, los llamados Space Kids o “niños del espacio”.
Según Cooper, “los niños del espacio eran niños con capacidades mentales excepcionales [Star Kids] que eran ejecutadas a través de una especie de programa MK [MK programación mental. de la CIA].
Incluso la NASA pudo haber tenido su particular cuota de complicidad criminal en el 11-s, con el famoso vuelo de los “héroes” de Shanksville (Pennsylvania), donde en un intento de hacer una carambola a varias bandas los perpetradores del 11-s hicieron aterrizar un avión comercial desconocido X en el aeropuerto de Cleveland con, supuestamente, 200 pasajeros a bordo (utilizando como coartada, para “taponar” al U93, un vuelo previo, el Delta 1989 que había aterrizado en dicho aeropuerto).
El avión “X” desconocido (probablemente un Boeing con las características del United 93, avión que fue detectado en el aire mediante un ACARS siete minutos después de “estrellarse” oficialmente en un bosque de Pennsylvania), según afirmaron testigos y medios locales, fue enviado al hangar de la NASA denominado Glenn Research Center.
En definitiva, la NASA no se puede imaginar como una entidad al margen de los propios proyectos militares del Pentágono.
Siempre hay y habrá una “puerta trasera” en una investigación que aparenta ser “científica pura”. Y la ciencia de los cohetes quizás haya sido el ejemplo más notable. Cohetes que no llevaban el anagrama nazi y sí otro con unas barras y estrellas que, a efectos prácticos, venía a ser lo mismo.
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