Si usted se asoma a las redes sociales, a los comentarios que se hacen en medios de comunicación, desde El País hasta La Razón, pasando por los diversos digitales, se dará cuenta de que una auténtica legión de fachas, de fascistas o neofascistas o como los quiera llamar, habita en nuestro país. Y si produce pavor leer dichos comentarios normalmente, todavía es peor cuando se asiste a las reacciones que se suceden tras actos atroces como son los recientes atentados en Cataluña.
Dichos comentarios no son sin embargo más que un síntoma, no son más que signos de la reafirmación que el neofascismo, o más bien el fascismo de toda la vida, presenta en nuestro país y que tiene como corolarios declaraciones de personajes públicos, como el señor Iturgaiz, o el cura televisivo, o el señor Soto o esos periodistas y tertulianos que insultan un día sí y otro también a Podemos o a cualquiera del PSOE que no se amolde a sus ideas.
Sería larga la recopilación de insultos que se han pronunciado desde púlpitos más o menos públicos, y muchos de ellos financiados con nuestros impuestos.
Otra línea de reafirmación sin duda del neofascismo patrio sería el revisionismo histórico que se da estos días por parte de pseudo historiadores y propagandistas que reciben el altavoz de medios y think tanks de todo tipo.
Hay quién piensa que todo esto que está aflorando últimamente de forma descarnada es fruto de la fascistización creciente que se está dando en Occidente y sobre todo en España. Yo sin embargo discrepo. Yo creo que en nuestro país es un proceso que viene de muy lejos, que viene desde hace más de cincuenta años y que la fallida Transición española acabó por cristalizar.
Me explico, si a finales de los setenta y principios de los ochenta parecía que nuestro país había dejado atrás la caspa y los correajes del fascismo y alcanzaba estándares europeos de libertad, ello no fue otra cosa que la consecuencia del repliegue y camuflaje que tuvieron que hacer las élites franquistas con el objetivo de homologarse mínimamente a Europa.
Dichas élites franquistas y sus herederos, camuflados en demócratas de toda la vida, que nadie lo olvide, fueron los culpables del exterminio y exilio de la élite intelectual e ilustrada republicana.
Y cuando se murió en la cama el Dictador no tuvieron más remedio que acelerar el transformismo que estaban preparando desde finales de los sesenta para seguir con los resortes del poder, y callar y transigir un poco. Ese silencio duró lo que duró.
Hasta que se sintieron fuertes e invencibles de nuevo en los noventa y protagonizaron un afloramiento a la superficie de sus pulsiones profundamente fascistas. De hecho, lo que estamos viviendo en este momento no es más que una nueva fase y una nueva etapa en esas manifestaciones.
En definitiva, España tiene un grave problema, un gravísimo problema. Nunca se pidió cuentas ni se hizo un proceso de revisión y de limpieza de unas élites que siguen siendo estructuralmente las mismas que en el franquismo.
De aquellos polvos, este facherío desencadenado.
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