En la España de la crisis, ser reconocido con incapacidad permanente es cada vez más complicado. "Estoy en el sofá y me siento como si corriera una maratón durante horas. Pero me han dado el alta"
El pasado sábado, José María Asensio se despertó temprano y se fue directo al centro de salud de Mejorada del Campo, la localidad madrileña donde vive. El corazón le latía 150 veces por minuto. El médico se preocupó y le envió en ambulancia al Hospital de La Princesa, a 20 kilómetros de distancia, ya que el más cercano, el Hospital del Henares, no atiende urgencias cardiológicas los fines de semana. Allí permaneció unas horas hasta que redujeron su ritmo cardíaco y le enviaron de vuelta a casa. Pasó el resto del fin de semana lo mejor que pudo en torno a 140 pulsaciones.
Nada demasiado extraordinario en su rutina.
“Es como correr una maratón estando sentado en el sofá. Durante horas. Sientes que se te escapa la vida por momentos, que te asfixias, y el simple acto de respirar parece algo casi imposible. Otras veces me despierto así en mitad de la noche”, explica Chema mientras golpea la mesa de su salón con el dedo índice para imitar el ritmo desacompasado de su corazón.
¿Qué persona puede trabajar a 150 latidos por minuto? ¿Quién es el responsable de que no me den la baja?
Además, los numerosos informes médicos que acumula en carpetas acreditan que sufre muchos episodios en los que, aunque la frecuencia cardíaca es normal, padece intensas astenias con dificultades para respirar, por lo que se le recomienda vida con reposo absoluto, evitando esfuerzos y estrés.
Ya hace una década que le diagnosticaron una fibrilación auricular que le provoca aproximadamente un episodio como el del pasado fin de semana cada mes, durante el cual sufre diversos 'ataques' que duran entre 25 y 40 horas. “Lo sobrellevo con fortaleza mental, pero es imposible hacer una vida normal”. El problema es que Chema, que lleva casi tres años de baja sin mejorar, está obligado a volver a su trabajo de teleoperador. “¿Y qué persona es capaz de trabajar a 150 latidos por minuto? ¿Quién es el responsable de que no me den la baja pese a sentir que en cualquier momento me puede dar un colapso?”.
En los últimos años ha sido intervenido cuatro veces para someterse a ablaciones, unos procedimientos en los que se intentan quemar los focos eléctricos que provocan cambios en el ritmo cardíaco. La cuarta estuvo a punto de ser la última de su vida: “Un catéter me perforó el ventrículo derecho y me tuvieron que hacer una cirugía cardíaca de urgencia. Mi mujer tuvo que firmar la autorización a toda prisa porque me moría”.
Pero las ablaciones no están funcionando. “Antes de la cuarta ya me dijeron que no me daban garantías de éxito, no tiene sentido seguir quemándome el corazón”. Aunque no son las únicas ocasiones en las que ha entrado al quirófano: “Varias veces han tenido que hacerme cardioversión con planchas eléctricas en el pecho”.
"Esto no pasaba en época de vacas gordas"
Chema lleva sin trabajar desde 2013, cuando le dieron una baja de un año que se prorrogó seis meses más. Sin embargo, cuando en el verano de 2014 solicitó la incapacidad dado que su condición no tenía visos de mejorar, ésta le fue denegada y volvió al trabajo. Apenas pasaron dos semanas antes de que el Samur tuviera que irrumpir en su 'call center' para trasladarle al hospital. Este episodio llevó al Instituto Nacional de la Seguridad Social a rectificar y concederle un nuevo periodo de incapacidad temporal, durante el cual su vida se ha convertido en un permanente entrar y salir de ambulatorios, hospitales y quirófanos mientras intenta desenredar una burocracia kafkiana.
“Y ahora que ha pasado otro año, solo cuando los plazos legales indican que deben darme una incapacidad permanente o volver a mi empleo, el INSS decide que, aunque sigo igual, mi enfermedad ya no me impide trabajar. Nada me gustaría más que estar recuperado y poder trabajar como una persona normal, pero estar enfermo o sano no depende de un plazo legal”, cuenta.
“Todo el personal sanitario que me ha atendido coincide en señalar la injusticia que el INSS está practicando conmigo y con otros muchos enfermos porque no hay dinero en la caja del Estado. En cambio, otras personas tienen reconocidas incapacidades pese a que lo suyo son nimiedades, porque las sufrieron en periodo de vacas gordas”, añade.
Los datos parecen avalar esas sospechas. Como se puede ver en el gráfico, el porcentaje de solicitudes de incapacidad que se aceptan va en paralelo a la situación económica. Así, durante la primera década del siglo XXI se llegaron a resolver favorablemente más de la mitad de las solicitudes presentadas. Sin embargo, la crisis endureció los criterios y pasó su factura a los enfermos.
“Nosotros llevamos diez años trabajando en exclusiva esta materia, y desde 2008 aproximadamente ha habido un cambio importante en las resoluciones del INSS”, explica Vicente Javier Saiz Marco, abogado especialista en incapacidad laboral y colaborador en Marconia Legal. “Hay un incremento de casos como este: llevan al enfermo al límite de la incapacidad temporal pero cuando llega el final del camino, en lugar de pasar a una incapacidad permanente (que luego podría ser revisada), lo que hacen es dar el alta. Entonces sólo queda ir a juicio, aunque muchos no dan ese paso y se quedan en el camino, sea por factores culturales ('si lo dice la Seguridad Social es lo que hay') o por motivos económicos, ya que hay que pagar abogado y perito”.
“¿A dónde ha llevado todo esto? A una litigiosidad tremenda en los juzgados de lo Social”, continúa el abogado. “Y el número de demandas estimadas en juicio también se ha elevado, porque las desestimaciones del INSS están menos justificadas. Nos hemos encontrado varias veces con barbaridades como que el médico del INSS considera que no hay capacidad laboral y luego el equipo de valoración de incapacidades deniega la solicitud, en contra de su médico”.
La legislación cada vez es más restrictiva para todas las prestaciones, es un lujo ponerse enfermo
Desde los juzgados de lo Social confirman el aumento de casos: “Está entrando mucha impugnación del alta médica. Se mezcla con el problema de las listas de espera de la Seguridad Social para ser examinado por especialistas: se les va el tiempo de la baja sólo en conseguir el diagnóstico”.
“La legislación cada vez es más restrictiva para todas las prestaciones, es un lujo ponerse enfermo”, explica una jueza. “La exigencia para la permanente es muy alta porque los recursos son limitados. Antiguamente se daban las prestaciones con mucha alegría: en los 90 se llamaba 'invalidez' y decíamos la broma de que teníamos más inválidos que en la II Guerra Mundial”.
“Viene gente con situaciones personales dramáticas, pero esto no significa que los trabajadores sean los buenos y los de la Seguridad Social los malos. Su labor es ser muy rigurosos con el dinero público”, continúa la magistrada. “Ojalá hubiera un sistema asistencial fuerte que permitiera una salida a las personas que no están para la permanente. Porque una cosa está clara: si alguien viene al juzgado es que bien no está”. El año pasado, la Audiencia Nacional anuló una norma de la Seguridad Social que premiaba a los inspectores que dieran más altas en incapacidades temporales.
"Nadie quiere a un trabajador siempre enfermo"
Chema no siempre fue teleoperador. Licenciado en Periodismo, trabajó muchos años como periodista deportivo y posteriormente tuvo una empresa inmobiliaria. “Pero tuve que cerrar, echar a la gente… al final acabé en esto. Trabajo para una empresa por la mañana y para otra por la tarde. Lo último que hacía era llamar a clientes de BBVA y de Vodafone para ofrecerles productos a cambio de ventajas”.
Su denegación de la incapacidad permanente se sustenta en que en su trabajo no hay riesgo de grandes traumatismos (ya que está anticoagulado) ni requerimientos de carga física… ni situaciones con alta carga de estrés. Chema no comparte esta última apreciación. “Tienes la presión de vender, tienes audiciones de todas las llamadas, controles e informes personales, llamadas cada 20 segundos, 300 llamadas al día...”
Una rutina a la que ahora está obligado a reincorporarse pese a sus dolencias. “En cuanto me dé una arritmia en el trabajo tendré que llamar al Samur para que me lleven al hospital, y me acabarán echando de mis trabajos porque a nadie le interesa tener a alguien que está permanentemente enfermo. Ya me han dicho que si quiero rescindir el contrato ellos lo verían con buenos ojos. Y si me voy al paro no sé cómo me buscaré la vida, a mi edad y con mi estado clínico”.
“He intentado curarme por todos los medios. Me da miedo volver a operarme porque estuve a punto de morir. Aun así, supongo que acabaré poniéndome un marcapasos, pero todos los cardiólogos me dicen que eso controlará las arritmias pero no me quitará los estados de asfixia, porque que mis aurículas no van a curarse nunca. Los médicos me ven respirar y me dicen 'estás fatal', aun cuando el corazón va a ritmo normal. Si estando sin marcapasos y con arritmias no consigo demostrar que estoy enfermo, pues con él menos aún. Llevar marcapasos me condena a no poder demostrar que estoy hecho polvo”.
Como tantos otros, Chema va a acudir a la vida judicial, aunque sus fuerzas flaquean a veces. “Cuando llevas varios días a 150 latidos por minuto sin casi descanso se hace difícil querer seguir viviendo. Si te aferras a las cosas buenas de la vida es porque sabes que tarde o temprano los episodios te dan una tregua, pero nunca es demasiado larga”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario