Napoleón, derrotado, abandona Moscú, y la primera infograf
El 19 de octubre se cumplieron 200 años de la derrota de Napoleón ante el Invierno.
Geoffrey Parker reflexiona sobre la efeméride a través del gráfico de Minard.
Parte izquierda del gráfico de Minard.442.ooo hombres entran en Rusia (en ocre) y, en negro, solo 10.000 regresan
La campaña de 1812 sigue siendo el mayor desastre militar de Francia. El emperador Napoleón condujo a su Grande Armée de 442.000 soldados a Rusia tras cruzar el Niemen el 24 de junio, pero apenas 100.000 de ellos sobrevivieron y pudieron entrar en Moscú el 15 de septiembre. Estableció su cuartel general en el Kremlin y permaneció allí hasta el 19 de octubre, hace hoy doscientos años, y luego inició su larga retirada hacia el oeste. Solo 10.000 hombres volvieron a cruzar el Niemen a mediados de diciembre, lo que representaba unas bajas acumuladas del noventa y ocho por ciento en seis meses.
¿Qué provocó la catástrofe? El culpable evidente fueron las condiciones metereológicas. En 1869 –el mismo año en que León Tolstoi publicó «Guerra y paz», de lejos el relato más influyente sobre la campaña– un ingeniero francés, Charles Joseph Minard, publicaba un sorprendente «mapa figurativo».
Trazó cinco variables con exquisita claridad: el tamaño, la localización y el avance del Ejército (en rojo durante la invasión, en negro en la retirada: en cada caso, un milímetro representaba 10.000 hombres). Minard también escribió una crónica de la caída de las temperaturas, desde el tiempo helado del 18 de octubre (el día antes de que Napoleón abandonara Moscú) hasta los treinta y siete grados centígrados bajo cero del 6 de diciembre. Como la nieve y las fuertes heladas eran totalmente predecibles en esa época del año, ¿por qué tardó Napoleón, seis semanas en abandonar Moscú?
El invierno
En primer lugar, el duro clima ruso impide realizar unacampaña antes de mediados de junio porque los invasores no pueden encontrar suficiente forraje para sus caballos. Por esa misma razón, en 1941, el Ejército alemán, que dependía de los caballos para el transporte, no inició la invasión hasta el 22 de junio.
En segundo lugar, en 1812, al igual que en 1941, resultaba imposible ocultar la movilización de una fuerza invasora tan grande, por lo que el Gobierno ruso recibió de antemano información de sus servicios de inteligencia sobre dónde y cuándo se produciría el ataque (pero mientras que Stalin se negó a creer a sus espías, y así perdió un millón de soldados al principio de la campaña, el zar Alejandro había preparado una elaborada estrategia para atraer a los invasores hacia el interior del territorio ruso, donde el calor extremo del verano y la sequía mataron a tres cuartas partes de ellos).
Alejandro también aprendió de España. Uno de sus ministros le aconsejó que «armara e inspirara al pueblo del zar, como en España, con la ayuda del clero», y a lo largo de toda la campaña, los rusos, hombres y mujeres, hostigaron a las unidades francesas, especialmente a los grupos que buscaban comida. Las «tácticas españolas» se intensificaron cuando Napoleón alcanzó Moscú, donde sus tropas agotaron rápidamente los víveres locales, lo que obligó a los grupos que buscaban alimento a recorrer distancias cada vez mayores, con escoltas cada vez mayores, y con un riesgo también cada vez mayor de caer en una emboscada.
El error de Napoleón
Lógicamente, el empeoramiento de la crisis logística debería haber animado a Napoleón a abandonar Moscú. Si se hubiese marchado, por ejemplo dos semanas después de llegar, podría haber sacado de allí a su Ejército relativamente intacto, pero se había convencido de que la pérdida de Moscú crearía una irresistible presión para alcanzar la paz, y por eso tardó en marcharse.
La opinión política rusa, en cambio, cerró filas en torno al zar, que hizo creer a su enemigo que podría negociar. El comandante militar ruso, Kutusov, se asombró más tarde de que «Napoleón no hubiese descubierto una trampa que todo el mundo podía ver», pero añadía: «Naturalmente, hicimos todo lo posible para alargar las conversaciones. En política, si alguien te ofrece una ventaja, no la rechaces».
Minard y Tolstoi describieron gráficamente, con sus estilos característicos, las catastróficas consecuencias de los errores de Napoleón.
El mapa figurativo de Minard
El mapa de Minard (1780-1870) incluye el avance del ejército a través de ríos, desde el Niemen, y ciudades, desde Kovno, hasta Moscú. En rojo en el avance, en negro en retirada. Cada milímetro de ancho figura 10.000 hombres. Debajo están las temperaturas extremas durante la retirada. Minard, inspector-general de Puentes y Carreteras, decidió que «el rápido desarrollo de la investigación estadística ha creado una necesidad de registrar los resultados de una forma menos árida, más útil y más fácil de entender que los simples números». Realizó «cuadros gráficos y mapas figurativos» con el objetivo de «hacer que la escala de las series numéricas se viese inmediatamente de forma clara», y entre ellos se incluye este de 1869, justo antes de su muerte. Para Edward Tufte, experto en diseño de la información, «probablemente es el mejor gráfico estadístico que se ha trazado nunca».
Napoleón : la retirada de Rusia
La campaña de Napoleón en Rusia es una de las más cruentas que la historia ha registrado. El 24 de junio de 1812, el emperador cruzaba el río Niemen y se adentraba en Rusia a la cabeza de un ejército de más de 450.000 hombres.
Uno de los combatientes recordaría años más tarde, con cierta ironía, el espíritu que los embargaba: «Teníamos la moral muy alta, el valor nos exaltaba y nos desbordaba el optimismo». Napoleón planeaba aplastar al zar Alejandro I entablando combate con el ejército ruso, en una batalla decisiva que les llevaría a una abyecta rendición.
Se trataba del mismo modus operandi que tantos triunfos le había dado en los países que había invadido hasta entonces.Pero no contó Napoleón con la astucia de los comandantes rusos.Conducidos por el mariscal príncipe Kutuzov, se negaron a dar a los franceses la satisfacción de librar una batalla campal.
En su lugar, condujeron a los invasores al interior de sus vastos territorios, se extendieron e hicieron vulnerable al enemigo.La táctica provocó no pocas controversias entre el alto comando ruso, descontento con que antiguas ciudades como Smolensk fueran evacuadas.
Algunos acusaron a Kutuzov de cobardía, pero éste contaba con el beneplácito del zar.
A medida que las tropas francesas avanzaban, los rusos se replegaban, dejando tras sí la inmensa llanura devastada donde los invasores sufrían el hambre y las inclemencias del tiempo.
Las victorias de Smolensko y Borodino o Moscowa, abrieron a Napoleón las puertas de Moscú, pero los rusos, resueltos a entorpecer sus movimientos, retiraron; todos los víveres de la región, quemaron y arrasaron todos los sembrados, y no vacilaron en quemar su ciudad santa; con ello obligaron a los franceses a emprender la retirada hacia su patria, en pleno invierno.
Cuando el 7 de septiembre se abrió finalmente fuego en el pueblo de Borodino, cerca del río Moskva, las tropas rusas defendieron con fiereza sus posiciones ante el asalto frontal de Napoleón. Aquel enfrentamiento le costó la vida a 40.000 rusos y 30.000 franceses, casi un tercio de los combatientes. Una semana después, el 14 de septiembre, Napoleón entraba en Moscú. Estaba convencido de que los rusos harían pronto un llamamiento de paz y allí esperó Napoleón cinco decisivas semanas mientras le acechaba el crudo y helado invierno.
Tan pronto como su armada acampó en Moscú cuyos habitantes habían sido evacuados precipitadamente , la ciudad comenzó a arder en llamas.
Si el incendio fue provocado por los rusos que abandonaban la zona como parte de una política incendiaria o si fue un accidente es un tema que aún enciende acaloradas discusiones.
En cualquier caso, el fuego forzó a los franceses a acampar en las afueras y los condujo a una creciente desmoralización.
Los incrédulos soldados no comprendían cómo su hasta entonces omnipotente emperador no veía lo que parecía evidente: que los rusos no tenían intención alguna de firmar la paz, y que la Gran Armada estaba siendo progresivamente rodeada.
Estaban atrapados en una ciudad que carecía de los suministros necesarios para sobrevivir al invierno. Sobre las ascuas de una ciudad en ruinas, sin haber recibido la capitulación rusa, y con una nueva maniobra rusa forzándole a salir de Moscú, Napoleón ordenó retroceder.
La ciudad incendiada era tácticamente inútil, además que la cercanía del invierno hacía insostenible mantener a cerca de 100,000 soldados franceses subsistiendo duramente entre las ruinas de Moscú, por lo cual Napoleón inició la larga retirada el 19 de octubre, tras sólo seis semanas de ocupación.
Mientras la moral francesa se desplomaba al mismo ritmo que bajaba el termómetro, muchos de los aliados de Napoleón (18 países tomaron parte en la invasión de Rusia del lado de los franceses) comenzaron a inquietarse y a desertar. Al mismo tiempo, los rusos sobre todo el ejército de Kutuzov, formado por 110.000 hombres al sur de Moscú, cerca de Kaluga se envalentonaban y creían más que nunca en la victoria.
Cuando Napoleón reconoció por fin que el zar no deseaba un acuerdo de paz era demasiado tarde. Las tropas francesas se retiraron hacia Smolensk , pero el invierno, la temible caballería cosaca y en ocasiones los lobos parduscos de las inmensas pinadas rusas comenzaban a cercar a un ejército cada vez más andrajoso, hambriento y desesperado.
Uno de los supervivientes, el comandante Christian von Faber du Faur, un talentoso artista que creó una visión histórica sin precedentes sobre la absoluta destrucción de la Gran Armada, relata implacable las escenas de esqueletos decapitados, cosacos al ataque, cuerpos congelados, pueblos en llamas y campesinos asesinados.
En la Batalla de Maloyaroslávets, Kutúzov pudo al fin forzar a los franceses a usar la misma carretera de Smolensk, que antes les había llevado al este, para volver hacia occidente. Al tiempo, continuaban bloqueando el flanco sur para impedir a los franceses salir de esta ruta.
Kutúzov desplegó tácticas de guerrillas para atacar constantemente a los franceses donde éstos fueran más débiles. Las tropas cosacas asaltaban y rompían las aisladas unidades francesas. El suministro al ejército se hizo cada vez más dificultoso al empezar el invierno propiamente a inicio de noviembre.
Las tropas de austríacos y prusianos que habían quedado atrás en el avance a Moscú empezaron a cambiar de bando, al igual que otros soldados de países ocupados por Napoleón; esto ciertamente reducía el número de soldados que alimentar entre las filas francesas, pero dichos desertores transmitían valiosa información a los rusos sobre el mal estado de la Grande Armeé.
Debido a la llegada del invierno, las praderas rusas carecían de pastos para caballos, que al no poder alimentarse morían y eran utilizados como fuente de carne para los soldados; si bien esta medida permitía alimentar a las tropas francesas, las obligaba a desplazarse lentamente a pie, siendo presa fácil del congelamiento en piernas y brazos.
Los puestos de aprovisionamiento dejados por la Grande Armeé en su avance a Moscú tampoco resultaban muy útiles, pues contaban con comida y leña para sus propia subsistencia y las tropas que los resguardaban también se unían a la retirada y aumentaban la presión sobre las raciones del ejército.
La falta de comida, el clima extremadamente frío, y el hecho que en pocos días casi todo el ejército debiera movilizarse a pie, causó enfermedades y muertes masivas en las filas de la Grande Armeé, que en modo alguno podía presentar batalla a las incursiones de guerrillas rusas.
Se cuenta que en aquella angustiosa retirada los franceses descubrieron el sabor de la carne de caballo. Cuando aquel peculiar manjar se acabó, el instinto de supervivencia se avivó hasta tal punto que desembocó en el más puro canibalismo.
Gran parte del pánico que se apoderó de los soldados provenía de las historias (tal vez ciertas) que aseguraban que los cosacos despellejaban vivos a sus prisioneros como venganza por la falta de piedad que habían tenido los franceses con el campesinado en su camino hacia Moscú.
Y con tal intención los fugitivos se mostraban dispuestos a acabar con cualquier obstáculo y fuerza que se les cruzara en su camino, fuese un amigo, un superior, una mujer o incluso un niño. Se lanzaba a la gente a las congeladas aguas del Beresina o se les empujaba entre las llamas de las casas que ardían cercanas al puente».
Otro oficial, el teniente alemán H. A. Vossler, contaba cómo alrededor de la una del mediodía alguien rompió en gritos: «¡Que vienen los cosacos! La caballería cercó las filas y pisoteó sin piedad a todo aquel que encontró por el camino. En las proximidades del puente había desaparecido cualquier resquicio de orden.
Los oficiales y ordenanzas huían delante de la rugiente multitud, y los que se quedaron en el campo de batalla terminaron despedazados.Muchos fueron los que intentaron cruzar el río a nado, pero pocos los que lo lograron. La mayoría perecieron en sus gélidas aguas».
El cruce del río Berezina les llevó a una nueva gran derrota, ya que Kutúzov decidió que aquel era el momento de llevarles a un combate en campo abierto. Las divisiones rusas atacaron y aplastaron a la parte del ejército francés que aún no había cruzado el río.
Por si todo ello no hubiera sido suficiente, los rusos comenzaron a disparar sus cañones sobre el puente. «Aquellas armas», recuerda Vossler, «dieron pronto con una multitud de hombres para triturar, sembrando el panorama de muerte y destrucción.
La lucha se convirtió en una batalla entre compañeros para lograr la supervivencia.El más fuerte pisoteaba al camarada más débil en su intento por huir, hasta que otros más fuertes aplastaban a éstos del mismo modo». La monstruosa escena empeoró aún más con la caída de la noche, cuando un destacamento de ingenieros franceses de la orilla más lejana destruyó el puente, «dejando al resto [hombres, caballos y armas] a merced de los rusos».
Todo aquel que se quedó en la orilla equivocada fue masacrado. Un total de 30.000 franceses perdieron la vida en aquel paso.
Lo que quedó de aquel mermado ejército intentó llegar hasta Vilna desde el Beresina, pero los soldados morían congelados mientras montaban la guardia. Y a los que lo superaron el futuro inmediato no les reservaba muchas esperanzas: inanición, agotamiento, congelación, ejecuciones...
Una semana después se libró una batalla cerca de Oschimany. La valentía exhibida por los franceses fue desbordante pero el comandante Kausler también informó de una «idéntica crueldad y repugnante egoísmo».
A los enfermos y moribundos se les arrebató la ropa y se les dejó fallecer en la nieve. El instinto de supervivencia había desdibujado toda huella de humanidad en los corazones.
En las siguientes semanas, los remanentes de la Grande Armée fueron aún más diezmados, y el 14 de diciembre de 1812, fueron definitivamente expulsados del territorio ruso al cruzar el río Niemen.
Cerca de 2.000 españoles, prisioneros que habían sido forzados a integrarse en el ejército francés se unieron a los rusos, dándoles el Zar Alejandro I la oportunidad de alistarse en sus filas.
Sólo 58.000 de los hombres de Napoleón sobrevivieron a la campaña rusa, lo cual es poco más del 20% del total. Asimismo, gran parte de los contingentes austriacos y prusianos se retiraron con pocas bajas, pero las pérdidas francesas fueron desproporcionadamente altas, siendo mayores las bajas sufridas en la retirada que en el combate.
Las pérdidas rusas en las pocas batallas a campo abierto fueron al menos comparables con las francesas, pero las pérdidas civiles a lo largo de la parte de Rusia devastada por la guerra fueron muy superiores a las bajas militares.
En total, en contra de las estimaciones iniciales que indicaban varios millones de muertos, hubo alrededor de un millón de muertos, divididos casi a partes iguales entre rusos y franceses.
Las pérdidas militares se sitúan en 300.000 franceses, 70.000 polacos, 50.000 italianos, 80.000 alemanes y tal vez unos 450.000 rusos. Además de las pérdidas humanas, los franceses perdieron casi 200.000 caballos y más de 1.000 piezas de artillería.
Muchos de los soldados murieron congelados y, casi 200 años después, sus esqueletos todavía se abrazan unos a otros en un vano intento por entrar en calor. A otros los mató la enfermedad o la inanición. El episodio comenzó a desentrañarse en la antigua ciudad lituana de Vilna, una de las mayores tumbas colectivas de la Historia. Los cuerpos descompuestos de un millar de hombres, soldados franceses que murieron agónicamente en condiciones desesperadas atestiguan con horror una de las epopeyas más asombrosas de la historia militar: la derrota de la Gran Armada de Napoleón y su tortuosa retirada de Rusia durante el crudo invierno de 1812.
Nunca antes se había encontrado un enterramiento de soldados de la armada francesa de tal envergadura. Aun así, este grupo de hombres no representa más que una pequeña parte de los casi 80.000 que perecieron en los alrededores de Vilna.
El número de fallecidos fue tan elevado que los habitantes de la ciudad, temerosos de que se produjera una epidemia, procedieron a quemar todos los cadáveres. Pero el tufo acre que los cuerpos desprendían al arder se volvió tan insoportable que decidieron enterrarlos en lugar de incinerarlos.
El doctor Rimantas Jankauskas, el antropólogo que desentraña los restos de la sepultura, cuenta que los soldados de Napoleón pasaron tanta hambre que llegaron a asaltar el colegio médico de la ciudad, robaban los órganos conservados en alcohol para las clases de anatomía y se los comían.
Los estudios dentales que se han hecho a los cadáveres evidencian que muchos de ellos aún eran adolescentes. Los más veteranos habían tomado parte en diferentes campañas y mostraban secuelas de heridas y miembros fracturados que ya habían cicatrizado.
«Será la Historia quien juzgue si he cometido un error al adentrarme en Moscú», proclamó Napoleón desde su exilio en la isla de Santa Elena.
Y la Historia le juzgó con dureza pese a que lograra hacerse con el Kremlin.
Ciento treinta años después, Hitler sólo consiguió adentrarse en los suburbios más apartados de Moscú.
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