Yemen: una historia de violencia
Analizar la situación actual de Yemen es tarea complicada.
Al igual que tantos otros países de Oriente Próximo, Yemen atravesó con crudeza las revoluciones de las Primaveras Árabes, concluyendo en un periodo de inestabilidad política que acabó derribando al gobierno y desencadenando una serie de alzamientos militares que situaron al país en una efervescente guerra civil.
No obstante, hablar de que los pilares del gobierno yemení eran sólidos y antiguos o que la integridad política y religiosa de la sociedad del país se mantuvieron hasta que se desató la guerra civil sería mentir.
La crisis yemení ha sido la explosión de un conflicto que venía arrastrándose desde la gestación del propio país y que si bien guarda similitudes con otros conflictos actuales de Próximo Oriente, como la lucha entre suníes y chiíes, tiene rasgos propios y esenciales.
El Norte contra el Sur
La emancipación de Yemen se vio trágicamente influida por la geopolítica de la Guerra Fría. Marcados por el panarabismo y el socialismo, distintos grupos armados apoyados por la Unión Soviética y el Egipto de Nasser iniciaron una revolución en la década de los sesenta contra el régimen colonial del Reino Unido.
Mientras la metrópoli comenzaba el proceso de independencia, distintas facciones empezaron una brutal lucha por ocupar el gobierno.
En el norte, pese a los esfuerzos de Arabia Saudí y el Reino Unido por mantener al monarca Muhammad al-Badr en el poder, la paz llegó con su caída y la instauración de una república.
En el sur del país la victoria soviética fue más evidente. Los grupos armados se habían reorganizado formando el Partido Socialista de Yemen, ocupando todas las instituciones y la administración.
Se consolidaban así dos estados diferentes: al norte la República Árabe de Yemen, y al sur, la República Democrática de Yemen.
Aunque las relaciones entre ambos países fueron buenas en un principio, los distintos intereses geopolíticos y económicos crearon tensiones con el paso del tiempo.
El norte, cada vez más alineado con Arabia Saudí y su antigua metrópoli, mantuvo un gobierno capitalista e islámico, que chocaba directamente con los intereses seculares y marxistas de la República Democrática de Yemen. La rivalidad desembocó en algunos episodios de combates fronterizos, aunque la verdadera guerra se desataría tras el proceso de unificación. Con la caída de la URSS, la República Democrática de Yemen empezó a verse falta de apoyos y el proceso de unificación se apresuró en 1990.
Pese a todo, aunque la unificación legal y teórica se llevó a cabo rápidamente, las tensiones entre el sur y el norte fueron a más.
El Partido Socialista Yemení empezó a sufrir persecuciones políticas por las fuerzas norteñas y su influencia se vio duramente reducida en el nuevo gobierno.
En 1994, cuatro años después de la unificación, los líderes socialistas yemeníes, viendo que perdían todo poder político, volvieron a proclamar la independencia, dando comienzo a una guerra civil. Curiosamente, Arabia Saudí en esta última guerra se posicionó en el lado de los socialistas, temerosos del poder de un Yemen unificado y en el que los chiíes cada vez tenían más fuerza.
No obstante, el viejo ejército sureño fue rápidamente derrotado. Aunque el proceso secesionista se detuvo, el movimiento separatista en el sur se mantendría para siempre, desconfiando de las políticas de Saná, la capital del país.
Gobernando lo ingobernable
Tras la unificación, el militar norteño Alí Abdullah Saleh aprovechó para consolidarse en el poder.
Elegido anteriormente como presidente de la República Árabe de Yemen (Yemen del Norte), la guerra civil le dio más poder e influencia, convirtiendo su candidatura como indisputable en las elecciones de 1999, que ganó con un 96% de los votos.
Se iniciaba así un gobierno personalista, cuya corrupción agravó los problemas ya existentes en el país.
El caos causado por la guerra civil de los noventa y la malas infraestructuras, sobre todo en las zonas áridas y desérticas del país, favorecieron que al Qaeda estableciera diversas células en las provincias costeras del sur.
Abandonadas desde hacía tiempo por el gobierno de Saná, este área de extrema pobreza se convirtió en un foco de yihadismo salafí desde el que se organizaron diversos atentados contra objetivos occidentales y chiíes.
Desde 2001, Estados Unidos comenzó una campaña de represión aérea con apoyo del gobierno de Saleh contra los grupos yihadistas.
A partir de 2009 y viendo el avance de al Qaeda en la región, el gobierno decidió lanzar una campaña terrestre más intensa con la intención de frenar la expansión salafista en la región.
Por otro lado, una insurgencia totalmente opuesta se alzaba al norte del país. En junio de 2004, las tribus hutíes lideradas por el clérigo Hussein Badreddin al-Houthi comenzaron una guerrilla armada contra el gobierno de Saleh.
Los hutíes, una minoría que forma entre el 30 y 40% de la población de Yemen, concentrada especialmente en la parte noroeste del país, pertenecen a una rama del chiísmo conocida como el Zaidismo.
Esta rama chií destaca por tener sus orígenes en la fallida revolución contra el Califato Omeya, que se produjo a mediados del siglo VIII d.C. Usando este precedente histórico y religioso, al-Houthi llamó a un alzamiento contra el gobierno de Saleh.
Sus demandas buscaban un mayor reconocimiento político para la marginada etnia hutí, así como el fin de la corrupción del país.
Las fuerzas gubernamentales nunca fueron capaces de subyugar la amenaza hutí pese a tener algunos éxitos militares tales como la detención y ejecución de Hussein Badreddin al-Houthi.
Desde Saná se decidió optar la vía de la negociación en repetidas ocasiones, trazando varios alto el fuego y treguas de corta duración. Saleh acusó directamente a Irán de estar detrás del apoyo de la insurgencia, intentando convertir a Yemen en otro frente de las guerras satélite que disputa con Arabia Saudí.
El envío de tropas al norte del país para luchar contra la insurgencia hutí liberó la presión en el sureste del país, permitiendo que los grupos salafistas se reorganizaran en las provincias de Abyan, Shabwah y Hadramaut bajo el manto de al Qaeda. Nacía así Ansar al Sharia en Yemen.
El presidente Saleh empezó a ver su autoridad cada vez más mermada. En medio de todo el caos, el propio presidente luchaba contra sus rivales internos por colocar a sus hijos en el poder.
La incapacidad de Yemen para acabar con la insurgencia era una evidencia del colapso no solo del régimen, sino del país entero.
Los niveles de corrupción del gobierno, las luchas por el poder y la inestabilidad hicieron fracasar cualquier intento de levantar una verdadera estructura de Estado.
Una explosión esperada
Con la llegada de la Primavera Árabe en 2011, las manifestaciones se dispararon por todo el país, exigiendo la dimisión inmediata de Saleh. La oposición aprovechó la oportunidad para expandir su influencia y presionar, a la vez que los actores externos –Arabia Saudí e Irán– buscaban una oportunidad parar sus intereses en una situación que parecía a punto de desbordarse.
Por si fuera poco, en el sur despertó el sentimiento secesionista, que aumentó con rapidez tras la represión violenta que usó el gobierno como medida para apaciguar las protestas.
Yemen se había vuelto totalmente ingobernable.
Ante la incapacidad de poner fin al descontento el presidente aceptó la mediación del Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo.
Tras largas negociaciones, se consiguió un acuerdo de transición de poderes donde Saleh acabaría abandonando el poder.
El 22 de Mayo Saleh anunciaba que no firmaría el acuerdo, hecho que desencadenó al día siguiente los primeros enfrentamientos armados con la oposición en la capital. Tan sólo unos días después, Saleh sufría un atentado en el palacio presidencial que casi acaba con su vida y sería trasladado a un hospital en Riad, Arabia Saudí.
Aprovechando el caos, las fuerzas de Ansar al-Sharia asaltan la capital de la provincia de Abyan, Zinjibar, conquistándola y estableciendo su propia administración.
Los hutíes ya habían conquistado un mes antes la capital de Saada, haciendo exactamente lo mismo.
Cuando Ali Abdullah Saleh regresó al país en septiembre se encontró ante una situación incontrolable donde las tropas del gobierno eran más vulnerables que nunca.
El 23 de noviembre de 2011, Saleh firmaba definitivamente el acuerdo del Consejo de Cooperación y abandonaba el país, transfiriendo sus poderes a su vicepresidente Masur al Hadi.
Al Hadi empezó intentando legitimar su posición convocando unas elecciones a la presidencia en febrero de 2012 donde resultó ser el único candidato.
Tanto los hutíes como los políticos sureños prefirieron boicotear las elecciones a proponer un candidato propio, debilitando aún más el frágil gobierno central de la capital y dejando la victoria de al Hadi, con un 99.8% de los votos a su favor, en un éxito insignificante.
No es de extrañar por tanto que el nuevo presidente demostrara una total impotencia para detener el conflicto entre los suníes salafistas y los hutíes.
Estos últimos, tras meses de luchas, lograron la expulsión de los grupos extremistas suníes de las provincias norteñas y acto seguido, viéndose fuertes, decidieron avanzar hacia Saná.
En septiembre de 2014, usando como excusa una nueva subida del petróleo por parte del nuevo presidente, las fuerzas hutíes tomaron la capital en tan solo cinco días.
Posteriormente, se acusaría al expresidente Saleh de usar su influencia en las fuerzas armadas para permitirlo, quien al parecer encontró en los hutíes un nuevo aliado para volver al panorama político.
DOCUMENTAL: El auge de los hutíes (BBC)
Desde ese momento el gobierno de al Hadi se vio totalmente sometido a la voluntad de los hutíes, que aprovecharon el control de los restos de la administración para potenciar su campaña al resto del país.
En un primer momento, los hutíes prefirieron mantener la fachada del viejo gobierno antes que derribarlo, probablemente para intentar blindarse de cara al panorama internacional y poder esquivar las acusaciones de golpe de estado que, inevitablemente, no tardarían en llegar.
No obstante, la ausencia de acuerdo entre el gobierno de al Hadi y los líderes chíies sobre el futuro de Yemen concluyó en la disolución del parlamento.
Siguiendo el ejemplo de la Revolución de Irán en 1970, los hutíes establecieron un Comité Revolucionario en febrero de 2015.
Esta última acción alertó por completo al país vecino Arabia Saudí. La monarquía suní había visto sus temores cumplirse uno tras otro y decidió no quedarse de brazos cruzados ante los éxitos de los chiíes.
Mientras los sauditas organizaban una coalición internacional para intervenir en Yemen y detener el avance hutí, el presidente al Hadi escapaba de su confinamiento y huía a finales de febrero a Adén, donde denunció el golpe de estado antes de exiliarse a Riad
Una guerra a largo plazo
Llegados a este punto, el conflicto armado de Yemen escala hasta considerarse una guerra civil total que enfrenta a varios bandos.
Por un lado, los hutíes y las fuerzas leales al expresidente Saleh, que apoyados por Irán y con el control de facto del gobierno del país, prosiguieron su avance hacia el sur hasta asediar la ciudad de Adén.
Por otro lado, la coalición suní dirigida por Arabia Saudí comenzó en marzo de 2015 una serie de bombardeos y posteriormente una intervención terrestre con la idea de devolver a al Hadi y sus seguidores al poder.
Aunque esta fuerza ha contado con el apoyo de las fuerzas sureñas, sus reclamaciones independentistas se han hecho cada vez más fuertes, difiriendo con los intereses de al Hadi y los suyos.
Por último, los grupos yihadistas suníes influidos por al Qaeda o el Estado Islámico, que han fortificado sus bastiones en la parte sureste del país.
Tras un año de guerra, la situación dista mucho de mejorar.
La coalición saudí ha logrado algunos éxitos, como la liberación de Aden, la principal ciudad del sur del país y la provincia de ad Dali, pero al Hadi ahora tiene que controlar este territorio frente a las milicias yihadistas, con las que ha habido continuos enfrentamientos, o las fuerzas separatistas sureñas.
Por si fuera poco, la economía saudita se ha visto fuertemente sacudida por la guerra, a lo que sumado a otros factores como la caída del petróleo causó en 2015 un déficit de casi 100 mil millones de dólares – el 15% del PIB del país–.
PARA AMPLIAR: How long can Saudi Arabia afford Yemen war?
Los hutíes, aunque han retrocedido territorio, mantienen el control de la capital y las zonas noroccidentales del país, frenando al sur a las tropas de al Hadi en la ciudad de Ta’izz y empezando una contraofensiva en enero de 2016.
Además, las milicias chiies han llegado a atreverse a cruzar la frontera suadita, lanzando pequeñas incursiones a través de ella. Las fuerzas salafistas, lejos del centro de batalla, han aprovechado el enfrentamiento entre los hutíes y el gobierno de al Hadi para capturar nuevas ciudades pese a los bombardeos guiados por Estados Unidos.
El conflicto, con unos intereses tan fraccionados a nivel nacional e internacional, y con una trayectoria de violencia que recorre varias décadas, dista mucho de ver su fin. Por si fuera poco, la crisis humanitaria ha llevado a la población civil del que ya era el país más pobre del Golfo a una situación extrema.
El eterno enfrentamiento, el bloqueo económico por la guerra y los continuos bombardeos de la coalición suní –acusada de usar bombas de racimo– han hecho que Yemen sea uno de los conflictos armados más trágicos y olvidados del presente.
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