El defenestrado secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, llevaba ya varios meses gestionando mal que bien - escribe el coronel Amadeo Martínez Inglés - un continuo enfrentamiento personal y político con dos poderosos enemigos: uno exterior a su organización (....).
POR EL CORONEL AMADEO MARTINEZ INGLÉS (*) / CANARIAS SEMANAL.ORG
Una Operación de Estado planificada por un enemigo exterior al partido (Rajoy) y ejecutada por uno interior (Susana Díaz)
El defenestrado secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, llevaba ya varios meses gestionando mal que bien un continuo enfrentamiento personal y político con dos poderosos enemigos: uno exterior a su organización representado por el todavía presidente del Gobierno en funciones y “Felipito Tacatún” (el inolvidable personaje del humorista argentino Joe Rígoli) de la política española con su matraca diaria del “Yo sigo” y “Yo persevero”, Mariano Rajoy, que lo odiaba (y lo odia) cordialmente desde aquél 14 de diciembre del año pasado cuando recibiera de su boca aquella lapidaria frase de “Usted no es decente” en el transcurso del debate televisivo previo a las elecciones del 20-D (odio que después se ha venido retroalimentando con el famoso “No es No” que imposibilitaba su investidura como nuevo presidente de un Gobierno del PP); y otro intramuros del partido socialista personificado por la ambiciosa y presunta traidora, Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía desde que su mentor, y presunto delincuente, el señor Griñán, la colocara digitalmente en tal alto puesto y que nunca se ha cortado un pelo a la hora de transmitir a tirios y troyanos sus espurios deseos de adueñarse del partido como sea y cuando sea desde su cómoda poltrona andaluza.
Ambos enemigos de Sánchez eran sin ninguna duda temibles pero el antiguo secretario general del PSOE creyó, con bastantes dosis de ingenuidad, que podría tenerlos a raya e incluso vencerlos echando mano de una mezcla de altas dosis de ambigüedad política y de aparente respeto por la autonomía de los barones socialistas que recelosos de su poder, de su predicamento antes las bases del partido y colocados mucho más a la derecha política que él, aspiraban desde el minuto uno de su elección en primarias a descabalgarlo en cuanto cometiera el primer error de bulto.
Pedro Sánchez, es verdad, cometió no uno sino bastantes errores de naturaleza táctica, no así estratégicos que contra lo que la gente no versada en estas materias cree, son más inocuos y fáciles de enmendar si los primeros, los tácticos, no nos llevan al desastre con carácter inmediato.
Según un axioma que los estrategas conocemos bien “la estrategia gana guerras, la táctica gana batallas”, es decir la victoria final en una guerra depende mucho de la estrategia elegida para afrontarla pero si perdemos la primera batalla por no haber empleado la táctica adecuada esa victoria final puede no llegar nunca a materializarse.
Y el ex secretario general del PSOE, con la vista puesta en su victoria final: la presidencia de un Gobierno socialista, para lo que creyó tener tiempo suficiente, no supo emplear con valentía y decisión las tácticas adecuadas para ir ganando pequeñas batallas, es decir, poder dentro y fuera del partido en un contexto político ciertamente endiablado y que pasaban, sin ninguna duda, por acercarse a la nueva izquierda de Podemos sin miedo de ninguna clase a ser fagocitado (esa teoría la pusieron en marcha los barones socialistas para pararle y destruirle después) yendo a una investidura exitosa a la Presidencia de un Gobierno de progreso que estuvo durante semanas al alcance de su mano.
Porque para el eterno presidente del Gobierno en funciones, el señorRajoy, el secretario general del PSOE, que se había atrevido a llamarle indecente en horas de máxima audiencia televisiva, se había convertido desde esa maldita fecha en enemigo publico número uno, tanto de él personalmente como de su Gobierno y hasta del Estado en su conjunto pues sabido es que este político, con alma de cacique y genes de dictador, siempre confunde, como el rey sol, el Estado con su persona hartándose de propalar por activa y por pasiva que lo que le conviene a él es lo que le conviene a España.
Y el expediente del señor Sánchez, como enemigo a batir en fecha más o menos cercana, pasaría con todos los honores a los canales oscuros de las alcantarillas del sistema para que los órganos competentes que se refocilan en ellas (Operaciones especiales y de seguridad del Estado) pusieran en marcha los planes necesarios para su destrucción inmediata cuando el gran amo del Gobierno, del Estado y del partido más corrupto que han sufrido los ciudadanos de este país en los cuarenta años de democracia discapacitada que todavía padecemos, lo creyera oportuno.
Pues bien, con arreglo a las consignas reservadas del poder, a partir de enero de este annus horribilis 2016 el aparato subterráneo conseguidor del Estado (sí, sí, los herederos de aquellos “inteligentes” funcionarios que en épocas pasadas gestionaron desde la sombra asuntos tan delicados como losGAL, el 23-F, la abdicación de Juan Carlos I, la ascensión al trono expressde su hijo… y demás intereses espurios del sistema franquista agarrado todavía como una lapa a la España eterna del PP) sometería al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a un seguimiento brutal en lo personal y en lo político.
Todo lo que dijera, hiciera, y hasta pensara hacer, todos sus proyectos, sus comentarios, sus análisis vertidos tanto reservadamente como a través de las redes sociales serían, una y otra vez, analizados y sometidos a examen microscópico en modernos e “inteligentes” gabinetes que tienen como única misión preservar al Estado (teóricamente de derecho) de sus potenciales enemigos.
Marcaje y sometimiento que se traducirían ya en planes concretos de acoso y derribo cuando nuestro Felipito Tacatún de la política y del Gobierno, Mariano Rajoy, llegara a la conclusión de que tras los desplantes y el “NO es NO” de Sánchez jamás conseguiría revalidar su presidencia y seguir en su poltrona monclovita si antes no conseguía arrancarlo como fuera de su sillón de secretario general del PSOE, colocando en su lugar a algún otro ambicioso dirigente socialista (por supuesto del ala conservadora enemiga de Sánchez y con poder suficiente dentro del partido) sumiso y colaborador con su persona.
A la persona de Sánchez y a su entorno acabarían llegando, como no podía ser de otra manera, señales de aviso y preocupación. Dentro del PSOE los cada vez más envalentonados barones le marcarían líneas rojas que no podía traspasar si no quería ir a un enfrentamiento suicida con ellos. Por nada del mundo querían, tanto ellos como su ambiciosa líder en la sombra, Susana Díaz,que Pedro Sánchez acabara siendo presidente de un Gobierno de cambio en España y menos echando mano de Podemos y los independentistas catalanes del PDC (antigua CDC) y ERC.
Además, el pensamiento del propio Rajoy y de lo más rancio de la derecha española y de los poderes fácticos del sistema (que periódicamente llegaba a los despachos del sector crítico del PSOE en Andalucía y otras regiones) era nítido y muy digno de tener en cuenta:
Jamás dejarían nacer un nuevo frente popular, un Gobierno de izquierdas radical y revanchista con el ADN de Podemos que, evidentemente, significaría no solo el fin del rajoyismo sino la derrota total de su partido el PP, de la derecha en su conjunto e, incluso, del franquismo camaleónico enquistado todavía en la política y en la sociedad españolas.
Hubo un tiempo en el que Pedro Sánchez pareció conformarse con su suerte. Cometió la estupidez política (quizá para despistar a sus adversarios) de pactar con Ciudadanos y con ello arruinar su investidura como presidente del Gobierno.
Luego, durante semanas, se dedicó a sestear políticamente sin coger el toro por los cuernos de pactar de una vez con Pablo Iglesias para a continuación someter a los barones críticos y a su ambiciosa jefa echando mano de un arma terrorífica: la militancia; maniobra táctica que le hubiera funcionado a la perfección.
No sigo porque el resto, el desarrollo sobre el terreno de la “Batalla de Ferraz”, el golpe político con apariencia de legal y democrático (hubo sí, dimisiones y votaciones de por medio) dado por el candidato popular y sus mariachis… ya lo conocen ustedes. Pedro Sánchez, un político brillante y seguramente muy capaz de haber dado un Gobierno alternativo de izquierdas a este país convulsionado, arruinado y enfermo, fue apeado abruptamente del puesto en el que le habían colocado decenas de miles de militantes socialistas por las huestes vociferantes de la sultana andaluza y las envidias y maquinaciones de algunos antiguos “elefantes sagrados” socialistas que después de pasar repetidas veces por la puerta giratoria de su desvergüenza tras episodios como los GAL y otras depravaciones de Estado, se permiten todavía a día de hoy sentar cátedra en la dislocada política nacional.
La traición, la deslealtad, la miseria, la rebelión de unos cuantos de los suyos, llevó al primer secretario general del PSOE elegido directamente por el pueblo a la derrota.
Su bisoñez táctica, su nerviosismo de última hora y, tal vez, las amenazas soterradas del sistema, le llevaron a cometer errores de bulto incluso los días anteriores y en la propia jornada de la batalla por su liderazgo:
¿Por qué, tras la dimisión en bloque de los 17 traidores de la fama y sabiendo que los “ejércitos andaluz y extremeño” vendrían a Madrid oliendo su sangre, no desconvocó el Comité Federal del sábado 1º de octubre reuniendo a su Permanente en la que tenía mayoría absoluta?
¿Por qué una vez reunido el Comité, y siendo él todavía secretario general, no lo suspendió de inmediato alegando razones de seguridad personal, inoperatividad y escándalo público cuando tuvo constancia de que aquello era un golpe político contra su persona en toda regla?
¿Por qué accedió a la votación a mano alzada de su propuesta para celebrar primarias y un Congreso Federal sabiendo de antemano que estaba en minoría ante esa propuesta?
¿Por qué dimitió, en suma, si él lo que había dicho la tarde anterior ante los medios de comunicación era que presentaría su renuncia si su partido (el Comité Federal, se entiende) cambiaba el ya aceptado “NO” a Rajoy por una abstención, decisión que nunca llegó a plantearse a lo largo de las muchas horas de esa reunión?
¿Por qué cuando la batalla de Ferraz estaba en su apogeo y el escándalo, el nerviosismo e, incluso, la pelea personal eren patentes y campaban a sus anchas por la sede socialista no dio un puñetazo encima de la mesa más cercana, soltó un “Hasta aquí hemos llegado” y dio por terminado el aquelarre democrático invitando a la seguridad privada del local a que desalojara la sala?
Y, sí, sí, señor Borrell, puede usted decir por ahí sin miedo a equivocarse que lo del 1º de octubre en Ferraz fue todo un señor golpe de Estado, un golpe DEL Estado más bien, un golpe político vestido de legalidad para cargarse al líder de un partido centenario y llevar a la totalidad del mismo a las catacumbas políticas.
Pero no planificado, como apuntó usted, por un “sargento chusquero” sino por sesudos funcionarios de la “Inteligencia nacional” dirigida y azuzada por el poder no solo político sino también económico y financiero, por los amos del país, vamos.
Ahora solo queda esperar acontecimientos y estar alertas por si los traidores políticos del PSOE reciben preciados galardones futuros por parte de sus nuevos dirigentes de la derecha rajoyista, que tiene ya libre el camino para gobernar otros cuatro años.
“Roma traditoribus non praemiat” pero no nos hagamos demasiadas ilusiones, el presidente en funciones Rajoy no es el cónsul Quinto Servilio Cepión, Pedro Sánchez no es Viriato y La Moncloa se parece muy poco al Capitolio romano. Además, está comprobado a lo largo de la historia que los dirigentes políticos que navegan en la corrupción, por la cuenta que les trae, suelen pagar muy bien y puntualmente a sus sicarios…
(*) Amadeo Martínez Inglés es Coronel del Ejercito, escritor e historiador
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